LA INFLUENCIA DE LAS ACCIONES


¿Alguna vez se ha detenido a pensar en el grado de influencia que ejercen sus acciones sobre aquellos que le rodean? Trabajar en algún ministerio es un gran privilegio dado por Dios; es también una posición de honra que está reservada sólo para los que son llamados a ocuparla, y por tanto, como es un regalo de la misericordia del Señor, aunque no deseemos que las personan nos miren o admiren, esto siempre se dará.

¿Cuál será nuestro grado de influencia en otros? Cuando somos llamados al liderazgo, son muchas las personas que dependen de nuestras acciones y por ese motivo, de allí se define si impactamos positiva o negativamente sus vidas. El libro de Eclesiastés 10:1 declara lo siguiente: «Las moscas muertas hacen heder y dar mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura, al que es estimado como sabio y honorable» (VRV -1960).


No podemos ignorar que existe un sinnúmero de personas a nuestro alrededor buscando si tenemos huesos, porque es tal el grado de excelencia con la que vivimos la vida cristiana y con la que servimos al Señor que hay quienes dicen: «este (o esta) tiene que ser de carne y hueso, aunque demuestre lo contrario». Algunos están al acecho, pero no debe olvidarse que muchos serían gravemente afectados por un desliz nuestro, sólo porque consideran que somos personas dignas de admirar.


Cuando se comete una locura, no importa la conducta previa; es como si apareciera un enorme borrador que elimina lo bueno que se haya hecho, no importa el tiempo, y deja ver sólo el error cometido. Esto ocurre porque se pierde el buen nombre, el buen testimonio que nos fue entregado por el Señor, e incluso el nivel de confianza que muchos habían depositado en nosotros.


Empero, es preciso tener claro que ningún ser humano está exento de cometer errores, no importa si es siervo de Dios, si lleva un buen testimonio o si ha sido una excelente persona. Las locuras siempre andarán rondando para atraparnos y por eso que debemos cuidarnos de ellas; pensar en las consecuencias que traerían nuestras acciones, nos ayudará a evitar grandes faltas que muchas veces se convierten en un estilo de vida.


Como ministros, llamados y apartados para una labor especial, debemos tener presente que una vez escogidos por Dios, pasamos del anonimato a tener una vida pública, una identidad; son muchos los que nos conocen, aunque no siempre conocemos a los que nos miran.


¿Cuáles son entonces las moscas muertas de las que debemos cuidarnos? Aquellos errores que a nuestro parecer no tendrán mayor repercusión, pero que a la larga hacen mucho daño. Solamente mencionaremos algunos de ellos, a fin de que usted tome las precauciones necesarias:


La infidelidad: es una de las armas más poderosas en la destrucción de familias y ministerios. Debe recordarse que nadie es infiel de la noche a la mañana, sino que son las pequeñas zorras las que poco a poco van minando la relación matrimonial hasta hacerla caer. Cuando un esposo le dice a otra mujer cosas agradables que no le dice a su esposa, se enciende inmediatamente la luz intermitente anunciando ¡PELIGRO! Echar por la borda una relación matrimonial de muchos años y faltar al pacto de fidelidad sólo por un momento de placer, o cambiar a los hijos para criar aquellos que ni siquiera se engendraron, no es más que una locura.


Malos manejos: hay quienes pretenden desarrollar su ministerio ofreciendo solo buenas predicaciones, pero la labor implica más ofrecer solamente mensajes bíblicos. Se trata de administrar, organizar y evaluar, cada cierto tiempo, el buen funcionamiento de todo el sistema empleado. Siempre es saludable trabajar con un equipo responsable de rendirnos cuentas en cuanto a lo financiero, pues ser juez y parte en los manejos económicos nunca será beneficioso, por eso se requieren personas a quienes tengamos que rendirles también nos den cuentas. No es saludable tomar decisiones sin buscar asesoría, sin consultar y sin meditar. Analizar antes de actuar redundará en grandes bendiciones para la obra del Señor.


Abuso de autoridad: las personas que tenemos a nuestro cargo son colaboradores en la gran viña de nuestro Dios, no son empleados de nuestra hacienda o finca. Cuando entendemos que Cristo pagó el precio por cada una de esas personas, tendremos presente siempre que nuestro deber es guiar a las personas por la senda correcta y no enseñorearnos de ellas como si hubiésemos pagado el precio por sus almas.


Rebeldía: reconocer que somos personas con autoridad nos debe llevar a tener claro que también estamos bajo autoridad, y por ello, «todo lo que el hombre siembre eso también segará» (Gálatas 6.7). Esto indica que si deseo ser respetado por aquellos bajo mi liderazgo, debo empezar por sembrar obediencia y respetar a quienes están sobre mí como guía y apoyo. Es menester tener cuidado con desconocer la autoridad, pues eso mismo se cosechará.


Resentimiento: muchos ministros se encuentran resentidos con su organización o denominación pues no comparten la forma en que se dirige la obra o por alguna actitud de los líderes que los presiden. Son muchos también los que optan por cambiar de organización o independizarse, porque recibieron, según ellos, una buena propuesta de otro grupo. Como esposa de pastor he visto a muchos ministros resentidos tomar decisiones sin pensar, basados en promesas de otros que les presentaron cuán fácil era afiliarse a su denominación, pero tristemente sus iglesias han ido menguando hasta quedar en su mínima expresión. Al regresar, han tenido que empezar de cero. Entonces, procure sanar su corazón en el lugar donde fue herido; una vez sano, tendrá una visión más clara para tomar la decisión que Dios ponga en su corazón.


Deudas no pagadas: Si hay algo que daña la imagen de un siervo o sierva de Dios es su mal crédito. Si nadie quiere prestarle dinero a un ministro, hay que revisar la causa de esta decisión. Cuántos realizan viajes o ejecutan diversos proyectos y luego se olvidan de que todo lo hicieron gracias a un préstamo (¡creen que fue un regalo!). No se acuerdan de que firmaron un documento o llegaron a un acuerdo de pago. Cuando la Biblia dice “no debáis a nadie nada” (Romanos 13.8) significa precisamente eso: nada. Las deudas no pagadas después de cierto tiempo son una gran complicación.


Cansancio extremo: el camino a la excelencia nos lleva muchas veces a pensar que una labor resultará bien solo si la efectuamos nosotros mismos. Ese perfeccionismo además, hace creer que somos infalibles y por ello no delegamos funciones. Cuando se actúa así, no se deja a otros trabajar con libertad y como resultado, entra en escena el cansancio extremo.


Por otro lado, ninguna persona cansada rinde como se espera, más bien empieza a tomar decisiones que no son más que producto del agotamiento. Por tanto, tómese un tiempo para descansar, salga de paseo con su familia, procure relajarse y renueve sus fuerzas.


Descuido de la intimidad con Dios: el Señor fue enfático al decir: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15.5). Servir en la obra de Dios, lejos de las directrices que el dueño de la obra tiene para nosotros, es caótico, pues ¡cómo saber el método y las formas de llevar adelante esta labor si no estamos en constante comunicación con el omnisapiente! Es en la presencia de Dios donde encontramos las estrategias y la unción del Espíritu Santo para actuar de manera efectiva. Al estar conectados con el Señor influimos e impactamos positivamente en la vida de otros. ¡Que Dios nos ayude!

UN PEQUEÑO TRIBUTO A ESAS GRANDES MUJERES DE DIOS QUE HAN SIDO MI INFLUENCIA. OJALA ALGUN DIA SEA UN POCO COMO ELLAS..

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