EL CAMINO


La manera en que Jesús ama y salva al mundo es personal: nada incorpóreo, nada abstracto, nada impersonal. Encarnado, carne y hueso, relacional, particular, local. Los medios utilizados en nuestra cultura son visiblemente impersonales: programas, organizaciones, técnicas, lineamientos generales, información separada del lugar. En cuestiones de caminos y medios se prefiere más el vocabulario de los números que el de nombres. Las ideologías desplazan a las ideas. La densa niebla de lo abstracto absorbe las agudas particularidades del rostro familiar y la calle conocida.Jesús es una alternativa a los caminos dominantes del mundo, no su suplemento. Mi preocupación surge de la observación de que muchos que se consideran seguidores de Jesús, sin vacilaciones y, aparentemente sin pensar, adoptan los caminos y medios de la cultura mientras viven su vida cotidiana «en el nombre de Jesús». Pero los caminos que dominan nuestra cultura han sido desarrollados en ignorancia o en desafío a los caminos que utiliza Jesús para guiarnos cuando caminamos por las calles y callejones, trepamos por los senderos y manejamos por las carreteras de este mundo creado por Dios, salvado por Dios, bendecido por Dios, gobernado por Dios. Parecen suponer que «tener éxito en el mundo» significa tener éxito en el mundo según los términos del mundo y que los caminos de Jesús son únicamente útiles en aquella área fraccionada de la vida calificada como «religiosa».

Esta forma de pensar es equivocada y constituye una manera de vivir equivocada también. Jesús es una alternativa a los caminos dominantes del mundo, no su suplemento. No podemos usar maneras impersonales de hacer o decir algo personal, y el evangelio es personal o no es nada.

El camino de Jesús

En este asunto de caminos, el cómo seguimos a Jesús y respondemos al mundo no puede ser despersonalizado mediante la reducción a una fórmula que nos explique cómo hacerlo. Estamos involucrados en una forma de vida altamente personal, interrelacional y dinámica que posee varios elementos: emociones e ideas, clima y trabajo, amigos y enemigos, seducciones e ilusiones, legislación y elecciones que cambian constantemente, siempre fluyendo y siempre en relación con nuestro Dios, muy personal y santo y nuestros hermanos y hermanas, muy personales (¡pero no tan santos!).

Los caminos y medios impregnan todo lo que somos en adoración y comunidad. Pero ninguno de los caminos y medios se pueden compartimentar en funciones o aislar como conceptos aparte de este mundo ampliamente bíblico y trinitario en el que seguimos a Jesús. Impregnan todo lo que somos y hacemos. Si algunos de los medios que utilizamos para seguir a Jesús son ajenos a quienes somos en Jesús («cosas» o «modelos» a imitar separados), esto le quita mérito al fin por el que lo seguimos. ¿Acaso derivan nuestros caminos de «el mundo, la carne y el diablo»? Durante muchísimo tiempo se nos ha alertado acerca de ello. ¿O sirven a la vida en el reino de Dios y al seguir a Jesús, algo que histórica y litúrgicamente nos han enseñado extensamente? La congregación local es el lugar y la comunidad donde se puede escuchar y obedecer los mandamientos de Cristo. Aquí tenemos un texto, palabras que ha dicho Jesús, que enfocan esto con claridad: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Juan 14.6). El camino de Jesús, unido a la verdad de Jesús, produce la vida de Jesús. No podemos proclamar la verdad de Jesús y luego hacer las cosas de la manera en que mejor nos plazca. Ni tampoco podemos seguir el camino de Jesús sin pronunciar la verdad de Jesús.

Jesús, el Camino

Pero Jesús como verdad atrae mucho más atención que Jesús como el camino. Jesús como camino es la metáfora más evadida entre los cristianos con los que he trabajado durante cincuenta años como pastor en América del Norte. En el texto que coloca Jesús delante de nosotros con tanta claridad y definición, el camino viene primero. Cuando lo adoramos y proclamamos, no podemos saltear el camino de Jesús en nuestro apuro por alcanzar la verdad de Jesús. El camino de Jesús es el camino que practicamos y la manera en que logramos comprender su verdad: es vivir como Jesús en nuestros hogares y lugares de trabajo, con nuestros amigos y familiares.

La congregación local

La congregación cristiana, la iglesia en nuestro vecindario, ha sido siempre el lugar donde obtenemos este camino y verdad y vida de Jesús, creído y encarnado en los lugares y en medio de la gente con la que más nos codeamos día tras día. La iglesia es más que esta congregación local. Existe la iglesia que continúa a través de los siglos: nuestras madres y nuestros padres que continúan influyéndonos y enseñándonos. Existe una iglesia desparramada por todo el mundo: las comunidades con las que estamos en contacto mediante la oración y el sufrimiento y la misión. Existe la iglesia invisible: dimensiones e instancias de la obra del Espíritu sobre los que no sabemos nada. Existe la iglesia triunfante: esa «multitud tan grande de testigos» que continúa rodeándonos (Hebreos 12.1).

Pero la congregación local es el lugar donde recibimos todo esto, integrado y practicado en las circunstancias inmediatas y entre los hombres y mujeres y niños con los que vivimos. Aquí es donde se convierte en algo local y personal. La congregación local es el lugar y la comunidad donde se puede escuchar y obedecer los mandamientos de Cristo, donde se invita a la gente a considerar y responder a la invitación de Jesús: «Síganme». Es un lugar y comunidad donde adorar a Dios. Es el lugar y la comunidad donde se nos bautiza en una identidad trinitaria y donde maduramos «conforme a la plena estatura de Cristo» (Efesios 4.13), donde nos enseñan las Escrituras y aprendemos a discernir la manera en que seguimos a Jesús, el Camino.

Una dimensión personal

La congregación local es el lugar primordial donde nos ocupamos de los asuntos particulares y las personas con las que vivimos. Como ente creado y sustentado por el Espíritu Santo, es insistentemente local y personal. Por desgracia, las estrategias más populares de las iglesias americanas con respecto a la congregación no son amigables a lo local y personal. El estilo americano, con su afición por los eslogan pegadizos y visiones conmovedoras, denigran lo local, y su estilo programático de tratar con la gente erosiona lo personal, y así reemplazan las intimidades con funciones. Al presente, la iglesia de América del Norte se destaca por reemplazar el camino de Jesús con el camino americano. Para los cristianos que siguen a Jesús con seriedad, comprendiendo y yendo tras los caminos de Jesús, esta desconstrucción de la congregación cristiana es particularmente alarmante, una enorme distracción.

La congregación cristiana es una compañía de hombres y mujeres que oran y que se reúnen, generalmente los domingos, para el culto y que luego van al mundo como sal y luz. El Espíritu Santo de Dios llama y forma a este pueblo. Dios tiene la intención de hacer algo con nosotros y desea hacerlo en comunidad. Nosotros participamos en lo que Dios está haciendo, y participamos todos juntos.

Y ésta es la manera en que participamos: estamos presentes a lo que Dios desea hacer con nosotros y por nosotros mediante la adoración. Estamos presentes al Dios que está ahora presente con nosotros. La metáfora bíblica operante relacionada con la adoración es el sacrificio. Nos llevamos a nosotros mismos al altar y permitimos que Dios haga con nosotros lo que desee. Nos llevamos a nosotros mismos a la mesa eucarística e ingresamos en esa forma cuádruple de la liturgia que nos da forma: tomar, bendecir, partir y dar, la vida de Jesús tomada y bendecida, partida y distribuida. Ahora bien, esa vida eucarística le da forma a nuestra vida al entregarnos a nosotros mismos, Cristo en nosotros, para que se nos tome, bendiga, parta y distribuya en vidas de testimonio y servicio, justicia y sanación.

La cultura de consumo

Pero ese no es el camino americano. La gran innovación americana en la congregación es convertirla en una empresa para consumidores. Nosotros los americanos hemos desarrollado una cultura de adquisición, una economía que depende del desear y exigir cada vez más. Tenemos una enorme industria de publicidad diseñada para despertar apetitos que ni siquiera sabíamos que teníamos. Somos insaciables. Nuestros hermanos y hermanas cristianos no tardaron en desarrollar congregaciones para consumidores.Únicamente cuando el camino de Jesús está orgánicamente unido a su verdad, podemos tener su vida. Si tenemos una nación de consumidores, obviamente la manera más rápida y efectiva de sumarlos a nuestra congregación es identificando qué es lo que desean y ofreciéndoselo, satisfaciendo sus fantasías, prometiéndoles la luna, transformando el evangelio en términos del consumidor: entretenimiento, satisfacción, pasión, aventura, solución de problemas, lo que sea. Este es el lenguaje en el que nosotros, los americanos, nos hemos criado. Este es el lenguaje que comprendemos. Somos los mejores consumidores del mundo, de modo que, ¿no tendríamos que tener acaso las iglesias más novedosas?

Dadas las condiciones que prevalecen en nuestra cultura, esta es la manera más adecuada y efectiva jamás concebida para reunir a congregaciones prósperas y abultadas. Los americanos lideran al mundo mostrando a todos cómo hacerlo. Pero hay sólo una cosa que está mal: esta no es la manera en que Dios nos conforma a la vida de Jesús y nos coloca en el camino de su salvación. Esta no es la manera en que decrecemos para que Jesús se engrandezca. Esta no es la manera en la que nuestra vida sacrificada queda a disposición de los demás en justicia y servicio. El cultivo de una espiritualidad para consumidores es la antítesis de la congregación que se sacrifica y se niega a sí misma. La iglesia de consumidores es la iglesia del anticristo.

No podemos reunir una congregación que tema a Dios y lo adore mediante el cultivo de una congregación que complazca a los consumidores y esté orientada a lo material. Cuando lo hacemos, se le comienzan a caer las ruedas al carro. Y se están cayendo las ruedas del carro. No podemos suprimir el camino de Jesús para vender su verdad. El camino de Jesús y su verdad tienen que ser congruentes. Únicamente cuando el camino de Jesús está orgánicamente unido a su verdad, podemos tener su vida.