ADORAD AL SEÑOR


El autor y teólogo del siglo IV, San Agustín de Hipona, llegó a la conclusión de que Dios había hecho al ser humano con un gran vacío dentro que solo Dios podía llenar. Y nuestra experiencia también ilustra que, tarde o temprano, todos llegamos a la conclusión de que sin Dios en la vida no llegaremos a ningún lado. Es decir, si expresamos esto en términos positivos, afirmaríamos que con Dios la vida cobra sentido y obtiene proyección. Aunque es cierto que nuestra pasada manera de vivir estaba marcada por la frustración, la confusión y la insatisfacción, hemos encontrado en Cristo el perdón, la felicidad y la razón de ser. Bien afirma el autor de Proverbios: «El comienzo de la sabiduría es el temor del SEÑOR; conocer al Santo es tener discernimiento» (Pro 9.10).La palabra admiración lleva, también, otra connotación: me refiero al estupor, la sorpresa, la sensación de maravillarme ante él.

Inclinarse ante él

Cuando me pregunto qué significa adorar a Dios, la primera respuesta que salta a mi mente es la forma en que comienza, con el temor a Dios. Me refiero, con esto, a una santa reverencia, un sentido de asombro y admiración delante de él. Fuimos formados del barro por la mano diestra del soberano creador y sustentador del universo. Siempre nos conviene inclinarnos en humillación y sumisión delante de él. ¿Qué podemos lograr sin su asistencia y bendición?

Desde la antigüedad, los seres humanos expresaron temor, temblor y admiración ante la revelación de la presencia de Dios. El significado básico de la palabra adorar es inclinarse con el rostro en el suelo. La palabra admiración lleva, también, otra connotación: me refiero al estupor, la sorpresa, la sensación de maravillarme ante él. Me quedo sin palabras, atónito; no sé qué hacer, cómo ponerme o dónde esconderme, pues me siento fuera de mi marco acostumbrado. No me resulta fácil presentarme ante la augusta majestad de mi creador y juez.

No obstante, se me entremezclan la sensación de gratitud, de honor, el deseo de absorber todo lo que pueda de su gracia y su gloria. No quiero perderme ni un solo instante de ese momento, tan especial, de estar en su presencia.

Sobrados motivos

El Salmo 100 identifica algunas verdades que bien haremos si las tenemos presentes cuando nos acerquemos a Dios en adoración:

1 Aclamen alegres al SEÑOR, habitantes de toda la tierra;

2 adoren al SEÑOR con regocijo. Preséntense ante él con cánticos de júbilo.

3 Reconozcan que el SEÑOR es Dios; él nos hizo, y somos suyos. Somos su pueblo, ovejas de su prado.

4 Entren por sus puertas con acción de gracias; vengan a sus atrios con himnos de alabanza; denle gracias, alaben su nombre.

5 Porque el SEÑOR es bueno y su gran amor es eterno; su fidelidad permanece para siempre.

Analicemos, brevemente, las tres pautas básicas que este salmo señala como elementos clave de nuestro culto a Dios. Primero, exhorta a que «aclamemos, alegres, al SEÑOR». Luego, amplía el concepto al afirmar: «Adoren al SEÑOR con regocijo. Preséntense ante él con cánticos de júbilo». Resulta claro, entonces, que debemos llegar ante Dios con entusiasmo, con alegría y regocijo. Es imposible dar culto a Dios cuando estamos resentidos, disgustados o enojados. Recordémosle a nuestro rostro, como también a nuestro corazón, que existen muchos motivos para estar contentos en la presencia de Dios. El mismo salmo indica algunos de esos motivos.

Pueblo suyo

En segundo lugar, el salmista declara: «Reconozcan que el SEÑOR es Dios; él nos hizo, y somos suyos. Somos su pueblo, ovejas de su prado». No nos presentamos ante él como extraños, ni como vecinos o simples admiradores. Reconocemos que él es nuestro Dios y nuestro dueño. Somos su pueblo, su familia; estamos en su casa como hijos amados. ¡Qué privilegio inefable! Al reconocer su señorío sobre nosotros, al rendirnos ante la maravilla del sacrificio de Cristo en el Calvario a nuestro favor, somos aceptos en el Amado, adoptados en la familia de Dios.

Finalmente, el salmista señala otro elemento que caracteriza la verdadera adoración: «Entren por sus puertas con acción de gracias; vengan a sus atrios con himnos de alabanza; denle gracias, alaben su nombre». No llegamos al momento del culto con las manos vacías, pues entramos con acción de gracias y con himnos de alabanza. La palabra alabanza significa elogios; alabar quiere decir hablar bien de alguien, en este caso, de Dios. Con nuestras palabras, con himnos y canciones, expresamos a Dios nuestra profunda gratitud.

Luego el salmista subraya la razón de nuestra alegría y acción de gracias: «Porque el SEÑOR es bueno y su gran amor es eterno; su fidelidad permanece para siempre». No solamente sabemos que el Señor es bueno; también podemos afirmar que su gran amor es eterno y su fidelidad permanece para siempre. No se acabará nunca.

¡Alegrémonos en el Señor!

MI MAMA


De cierto modo perdí a mi mamá hace algún tiempo, aunque no estoy segura de cuándo.

No se ha ido como cuando alguien sufre un grave accidente de tránsito, con daños severos, y queda en estado vegetal.

El proceso de la pérdida ha sido lento… gradual… frustrante… incesante… Primero, perdí algo de todo, y luego, todo de algo… de alguna época, o… todo de un solo golpe.

Las carreteras de su cerebro están bloqueadas con desvíos que la conducen a donde ella no quiere ir. El embrague del motor de sus pensamientos, que se niega a funcionar adecuadamente, provoca que ella comience a hablar, tartamudee, y luego se detenga confundida.Yo solía avergonzarme porque mi mamá le hablaba a cualquier cosa que estuviera en movimiento. Ella escucha mis palabras, pero la traducción para darle el sentido correcto es errónea. La información que más quiero que escuche se pierde.

¿Qué es lo que hago yo? Se lo repito de nuevo, una y otra vez… quizá algo se le quede. Está bien, no necesito hablar. Solo tengo que estar ahí. Tocarla. Sostener su mano. La música —comentan algunos— es lo último que se olvida. Le encanta la música. Puedo darle el regalo de la música, como una canción exclusiva para ella.

Mis recuerdos...

Siempre me han fascinado sus manos.

Recuerdo que, cuando era niña y me sentaba a su lado en la iglesia, yo solía trazar con mi dedo las venas de su mano.

Ella toca el piano. Solía tocar para los niños de cinco años en la escuela dominical «Cristo me ama», «Cristo ama a los niñitos».

Le encantan las buenas bromas, o aún mejor una historia chistosa. Solíamos hacerla reír hasta que las lágrimas le bajaran por las mejillas. Siempre era durante la cena y por eso ella siempre era la última en terminar de comer. Le encanta comer, de hecho, le encanta vivir. A ella los paisajes, sonidos, sabores, olores, colores… todos… le parecen igualmente maravillosos.

Pero, antes de cualquier otra cosa está la gente.

Para mi mamá la gente es muy importante, la familia, los amigos, los conocidos… aun los extraños son importantes. Yo solía avergonzarme porque mi mamá le hablaba a cualquier cosa que estuviera en movimiento.

Si alguien en el pasillo del supermercado elegía la misma clase de sopa que ella, ¡lo convertía en un motivo de celebración!

Ahora extraño ese lado de mamá, porque a través de su persona he aprendido a apreciar y a confiar en otros por lo que son.

Sus propios recuerdos...

Desde afuera, pareciera que tienen poca vida. Pero… ¿será realmente así?

Ella vive en el presente, y lo disfruta a cada momento, y con gracia para olvidar cada decepción.

Cada vez que le hablo por teléfono, tengo que aprender a vivir con ella ese encuentro. Después de cada conversación, debo estar consciente de que lo importante no es lo que ella recuerde, sino que el evento y lugar olvidados fueron reales y con mucho significado en aquella situación específica.

Es posible que sus recuerdos se hayan reducido a los sentimientos esenciales de sentir amor y reconocer la comodidad, el apoyo y la esperanza.

Quizás… esta enfermedad, que yo veo como una cruel ladrona, sea en realidad un bello regalo.

Sujeta al proceso

Algunos comentan que ciertos pacientes se comportan violentos por la confusión que sienten, y lastiman a aquellos que se preocupan por ellos. Me pregunto si su enfermedad llegará tan lejos. No lo sé.

Todo lo que puedo lograr es que las dos vivamos a plenitud día a día, gozando lo que tenemos y somos ahora mismo, para que cada una le exprese a la otra quién es. Para ella… eso ya es suficiente. Yo estoy procurando aprender que eso para mí también sea suficiente.

La semana pasada hablamos por teléfono.

A veces le temo a esas conversaciones. Pero esa resultó ser una buena llamada. Ella me escuchó, y me hizo una pregunta esforzándose por entenderme. Y, lo mejor de todo, logré hacerla reír. No solo una, sino ¡tres veces!

Aún puedo conseguir que se divierta, que disfrute el momento.

Hoy hablé con ella por teléfono. Me comentó que me escuchaba feliz y contenta.

Ha olvidado que vivo en Australia, y que Dave y yo somos misioneros acá.

Me preguntó cuántos hijos tenía.

En noviembre nos tomaremos fotos para un retrato familiar. Le mandaré una copia con nuestros nombres impresos en ella, así mamá nos podrá ver continuamente.

Todavía me llama «cariño». Eso me tranquiliza.

Junio y julio de 2006

Viajamos a los Estados Unidos para visitar a nuestra gente.

Vi a mi mamá. La mayoría de sus cabellos grises ahora eran mechones blancos. Sus dientes estaban amarillentos por tantas tazas de té que había bebido en todos estos años.

Nos sonrió y saludó, pero en sus ojos no apareció ni una sola chispa de reconocimiento. Me descubrí a mí misma alejándome de ella, como si fuera una extraña.

Ni siquiera me sentía cómoda diciéndole mamá porque ella no sabía quién era yo.

Le traje un CD que le grabé con algunos de sus himnos favoritos interpretados por mí con la guitarra.

Me sentía muy satisfecha de haberlo hecho. Me escuchó y empezó a tararear junto a mí, después de cantar un par de versos ella empezó a cantar la letra conmigo. La música conectaba una parte mía con una parte de ella. Así logré mi cometido. Le doy gracias a Dios por la idea de haberlo grabado.

Noviembre de 2006

Han pasado cinco meses desde que visité a Mamá.

La llamé esta semana y sostuvimos una pequeña plática.

Ella me preguntó: «¿Qué has estado haciendo?»

La puse al tanto de todo lo que pasaba, cómo estaban los niños, en la casa y en la escuela.

Y luego, cuando ya había terminado me preguntó otra vez «¿Qué has estado haciendo últimamente?»

Así que le conté un poco más, detalles que se me habían escapado antes. La tercera vez que preguntó yo ya no tenía más historias. Pero ella sonaba contenta y pensé que por lo menos me había escuchado y se había reído por un rato.

Cuando dijo «adiós, cariño», me hizo sonreír.

Febrero de 2007

Archie me confirmó que Mamá está, oficialmente, en la segunda etapa de Alzheimer. Para mí, estas fueron buenas noticias, porque, de hecho, yo había pensado que ella estaba mucho más avanzada en la enfermedad. Me alegró escuchar que ella aún podía estar estancada. Mamá ya cumplió 80 años. Es difícil de creer, en serio. Me resulta duro aceptar su envejecimiento porque no me encuentro allá, viviendo con ella, para observar los cambios graduales que se van dando. Ella sonaba muy contenta cuando me saludó, a pesar de que no sabía cuál sería la voz que escucharía. Ya no me preocupa si ella reconoce o no mi voz cuando le hablo por teléfono. Solo la saludo. «Hola mamá». Y parece que ella acepta que yo soy su hija sin importar si le encuentra sentido o no a este hecho. Repetidas veces me mencionó qué bueno era que la hubiera llamado y qué bueno era saber de mí. Cuando me despedí diciéndole: «Te amo», ella dijo con el mismo tono de siempre «yo también te amo, cariño».

Mientras leía uno de los libros devocionales de Jerry Bridges, me encontré con unos versículos en el Salmo 16 que, aunque suene un poco cruel, los quiero recordar en el funeral de mamá. Salmo 16.2, 5, 6, 9, 11.

Septiembre de 2009

Últimamente me ha resultado difícil contactar a mamá por teléfono, así que le mandé un largo correo de feliz Día de las Madres. Nunca me respondió. Así que decidí llamarla por Skype. Archie me dijo que todo andaba bien y me preguntó si quería hablar con ella. Él tuvo que recordarle quién era yo. Ahora mamá ya no me reconoce. Ella sonaba muy contenta cuando me saludó, a pesar de que no sabía cuál sería la voz que escucharía. Archie tuvo que convencerla de colocar el teléfono en su oído para que me escuchara. Cuando le pregunté cómo estaba, hizo un enredo entre cosas buenas y malas, que yo entendí como que ella tiene sus días buenos y sus días malos. Le dije: «Pero tú sabes que Dios está contigo en los días buenos y en los días malos, ¿verdad?» Me respondió que sí. Hablamos un poco más y le comenté: «¿No te parece bueno saber que aunque olvides todo lo demás siempre recuerdas a Jesús?» Ella respondió: «Eso es cierto».

Ahora puedo ver con más profundidad el significado de la frase «no hay para mí bien fuera de ti» (Salmo 16.2).

«Así sucederá también con la resurrección de los muertos.

Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción;

lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria;

lo que se siembra en debilidad, resucita en poder;

se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual.

1 Corintios 15.42–44ª » - NVI