EL VERDADERO ARREPENTIMIENTO


El verdadero arrepentimiento no es un sentimiento, es una acción. Es cambiar nuestra manera de pensar. Si pensamos de acuerdo con la Palabra de Dios, entonces nuestros sentimientos y nuestras opiniones se alinean con la Palabra de Dios y nos conducen en la dirección correcta. Es por ello que las Escrituras hacen declaraciones poderosas acerca de quien realmente se ha arrepentido y ha nacido de nuevo. "Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios" (1 Juan 3:9). La Nueva Versión Internacional lo dice de la siguiente manera: “El que es nacido de Dios no persiste en la práctica del pecado”.

“La esencia del pecado es el rechazo de la autoridad justa de Dios sobre la vida de uno”.

Todo en el Reino del cielo se trata acerca de autoridad. La palabra autoridad en griego hace referencia al derecho legal de ejercer poder. Cuando alguien tiene autoridad, este posee el derecho legal de ejercer poder sobre otro. Permítame darle un ejemplo del mundo real.



El pecado es un problema de autoridad. Dios nos creó y tiene un derecho inherente para decirnos qué hacer, qué decir y cómo vivir. Él es Señor. Desde el principio, el pecado ha estado basado en este primer paso: el rechazo de la autoridad legal de Dios sobre nuestra vida. Lucifer en el cielo primero tuvo que negar la autoridad justa de Dios antes de poder considerar desobedecerlo. Lo mismo sucede con nosotros. Para poder desobedecer a Dios, debemos primero rechazar su autoridad legal sobre nosotros. Debemos decir: “No, no me someteré a ti. Rechazaré tus demandas legales y justas sobre mi vida y mis acciones”. Ah, posiblemente no lo digamos tan abiertamente, pero todos lo hacemos. No podemos cometer un acto de desobediencia sin primero rechazar la autoridad legal y justa de Dios sobre nuestra vida.

La esencia del pecado

La Biblia nos ordena arrepentirnos de nuestros pecados. En otras palabras, debemos cambiar nuestra manera de pensar acerca de rechazar la autoridad legítima de Dios y aceptar su derecho de gobernar y reinar en nuestra vida. Este es el verdadero arrepentimiento. Es por ello que 1 Juan 3:9 dice: “El que es nacido de Dios no persiste en la práctica del pecado” ni rechaza la autoridad legítima de Dios. La persona que se ha arrepentido de verdad, ha dejado de rechazar la autoridad legítima de Dios y ha elegido someterse a Él.

Una vez que la persona elige someterse, entonces se libera todo el poder que necesita para vivir de acuerdo con la Palabra de Dios. Cuando nos arrepentimos, Dios nos perdona y nos limpia de toda maldad (vea 1 Juan 1:9). Nos limpia de nuestro carácter que va contra su naturaleza y crea en nosotros su carácter y su naturaleza. El poder del pecado en nuestra vida es quebrantado. Al llevar cada área de nuestra vida ante Dios y rendirla a la autoridad legítima de Cristo, el poder de la redención y de la liberación comenzará a obrar prácticamente en nuestras acciones diarias.

Si lo pensamos, resulta lógico. Si realmente me he arrepentido, he cambiado mi manera de pensar acerca de rechazar la autoridad legítima de Dios sobre un problema particular de mi vida. Ahora, entonces, no solamente me someto a Dios, sino también estoy de acuerdo con Él en que ese acto en particular es completamente pecaminoso y aborrecible. Mi creencia acerca de la conveniencia de ese pecado en particular, ahora ha cambiado. En este punto, mis sentimientos acerca de ese pecado cambian del deseo a la repugnancia, de anhelar tenerlo a desear dejarlo. Mientras esté de acuerdo con la perspectiva de Dios con respecto a este pecado, sentiré lo que Dios siente al respecto. Mis emociones estarán de acuerdo con Él y me alejarán del comportamiento pecaminoso.

Si continuamos siendo atraídos por algunos pecados, se debe a que no nos hemos arrepentido completa y verdaderamente. Podemos sentirnos muy culpables y avergonzados de nuestros deseos, pero en lo profundo continuamos amándolos. En lo profundo, ese pecado está alimentando un área de inseguridad o de inferioridad, y el deseo de satisfacer esos sentimientos es mayor que su voluntad de someterse a la autoridad legítima de Dios en su vida. La única manera de ser libre es arrepentirse y someterse verdaderamente a la autoridad de Dios en su vida.