LA PASIÓN SEGÚN LA MEDICINA


¿POR QUÉ MURIÓ JESÚS EN LA CRUZ?

Una persona no es consciente de la necesidad de la insulina, hasta que sabe que es diabético y lo que la insulina hace con los niveles de azúcar en su sangre y de lo que lo libra en el largo plazo.
Lo mismo ocurre en la vida de todo ser humano. Jamás será consciente de la necesidad de Jesús en su vida, hasta que comprende su enfermedad, su cura, el precio de la misma y que aún falta la segunda parte de la actuación del guion de Jesús que aún no se ha cumplido y que será en los tiempos finales.
Yo necesito a Jesús, porque mi enfermedad es el pecado. El Dios justo me juzgará y como pecador seré condenado a muerte y a muerte eterna, no porque él sea malo, sino porque es justo. Pero existe la cura y es tan cara que Dios decidió hacerla gratis. Y no tiene qué ver con mis obras, sino con las obras de Cristo. ¿De qué estoy hablando?
Dios es el Creador. No es posible que la nada haya creado algo. Que el desorden haya producido orden. Que lo imperfecto hay producido lo perfecto. Una explosión destruye, nunca ordena.
Todo lo que conocemos que ha sido creado, como los productos Apple, y que se caracterizan por ser innovadores, minimalistas y excelentes, tienen un diseñador. Nadie creería que poco a poco se fueron formando. Todo lo que existe en esta tierra tiene un diseño, tiene un diseñador y ese diseñador y creador, es Dios.
Dios no sólo creó los cielos, la tierra y el universo. Dios estableció las reglas del juego para su creación. Y como él es santo – esa esencia de pureza total que nos separa de nosotros –, exige a sus criaturas ser santas. Su santidad nos muestra cómo debemos ser y su santidad nos condena por cómo no hemos sido, y todos somos pecadores.”
El justo castigo de Dios es verdadero. Pero no podía existir el injusto perdón de Dios. Si Dios nos hubiera perdonado así por así nuestros pecados, habría negado su santidad. Jesús en la cruz, fue el sacrificio por nuestros pecados, la justicia que viene de Dios. El justo murió por los injustos. La justicia de Dios sí existe y esta está en Jesús. Su muerte, es nuestra vida.
Dios puede justificar a través de la muerte de Jesús en la cruz, de los pecados a todo el que cree y se arrepiente de sus pecados. Habiendo usted sido declarado convicto de pecado, por medio de Jesús, lo hace libre para vivir para él. Porque Jesús murió, pago con su muerte, el castigo por nuestros pecados. Él es nuestra expiación, ese sacrificio que paga nuestra deuda con Dios. Él es nuestra propiciación, ese sacrificio que aplaca la ira de Dios por el pecado.
¿Qué es un convicto? Es el acusado a quien se la probado legalmente su delito. Ninguno de nosotros tiene escapatoria y vamos a rendir cuentas cuando venga el fin, ante Jesucristo que juzgará a todos. Y en el reino de Dios, no existe dinero o recurso alguno que tuerza la justicia, como suele hacerse en la tierra. Sin importar su apellido o sus cuentas bancarias, usted y yo, seremos juzgados por Dios y recibiremos lo que es justo.
Pero hoy, Dios sigue siendo el abogado ante Dios de todo aquel que cree y se arrepiente de sus pecados. Aquel que cree que Jesús es el Verbo que en el principio ya existía, que estaba con Dios y que era Dios. Y que este Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Para ser el único que fuera tentado en todo, pero sin pecado. Y así, el justo moriría por los injustos en la cruz. Y los redimiría, pagaría el precio por la libertad de la esclavitud del pecado y nos daría vida eterna.
Esta es la justicia de Dios en Jesús. No por obras, sino por gracia – un favor inmerecido, algo que usted no merece, no por sus méritos –. No por sus obras, pero sí por la obra de Cristo en la cruz.
¿Qué debo hacer para recibir el perdón de pecados? Reconocer que soy un pecador y que seré juzgado. Reconocer que Dios es santo y no hay pecado en él y su justicia es la que me condenará. Reconocer que Jesús es el hijo de Dios y que, por amor, vino al mundo a entregar su vida para reconciliarnos con el Padre.
Reconocer que mis caminos, muchas veces no son los caminos que el Dios santo exige y que mis caminos, aunque parecieran rectos, son de muerte. Que cuando reconozco mi pecaminosidad y el camino por el que debo andar, cae una tristeza en nuestras vidas producto del Espíritu Santo que nos convence de pecado, para que nos arrepintamos.
Cuando creemos y nos arrepentimos de nuestros pecados, le damos un giro de 180 grados a nuestra vida. No comenzando por las buenas obras, porque ya somos convictos de pecado y eso nada nuestro lo borra. Sino comenzando con la fe en el sacrificio de Jesús y entonces, una vez declarados justos, vivimos en los caminos de justicia para lo que Dios nos creó.
Sus caminos de justicia, son paz para mí y para los que me rodean. Y si un día peco, abogado tengo ante el Padre, a Jesucristo el justo. Me arrepiento, pido perdón y vivo cada día negándome a mí mismo, tomando mi cruz y siguiéndole.
Este camino de la paz con Dios, no viene por mis obras, viene por la obra de Cristo en la cruz. Nuestra reconciliación con Dios, la vida verdadera y la paz duradera. La promesa de vida eterna, que cambió no a 11 discípulos, sino que sigue transformando la vida de millones, por la fe en Jesucristo.
Así como el diabético atesora la insulina por lo que sabe que es y hace. Yo atesoro a Jesús por lo que sé que es y hace. Jesús es el Dios que dejó la gloria y se vistió de carne y huesos. Y por amor, murió por mí en la cruz, para aplacar la ira de Dios, reconciliarme con el Padre y darme promesa de vida eterna. ¿Cómo no amar y vivir para el que me ha amado así? Y usted ¿Qué piensa?, ¿Qué hará?
“Ahora bien, sabemos que todo lo que dice la ley, lo dice a quienes están sujetos a ella, para que todo el mundo se calle la boca y quede convicto delante de Dios. Por tanto, nadie será justificado en presencia de Dios por hacer las obras que exige la ley; más bien, mediante la ley cobramos conciencia del pecado. Pero ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, de la que dan testimonio la ley y los profetas. Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia. Anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús.” La Biblia en Romanos 3:19-26

¿POR QUÉ NECESITO A JESÚS?

Una persona no es consciente de la necesidad de la insulina, hasta que sabe que es diabético y lo que la insulina hace con los niveles de azúcar en su sangre y de lo que lo libra en el largo plazo.

Lo mismo ocurre en la vida de todo ser humano. Jamás será consciente de la necesidad de Jesús en su vida, hasta que comprende su enfermedad, su cura, el precio de la misma y que aún falta la segunda parte de la actuación del guión de Jesús que aún no se ha cumplido y que será en los tiempos finales.

Así como el diabético reconoce su enfermedad cuando después de varias mediciones de los niveles de glucosa en su sangre, estos están por encima de lo normal. Yo reconozco mi enfermedad. Existen enfermedades hereditarias. Un padre o una madre pasa la misma a su hijo.

Desde nuestros padres originales, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios y escogieron su propio camino como si fuera más alto que el camino del Creador, nos pasaron a la humanidad una enfermedad, el pecado y la tendencia innegable de la naturaleza del ser humano hacia el mal. Lo que se conoce como la naturaleza pecaminosa.

A un bebé no se le enseña a ser egoísta, este ya lo trae en su naturaleza pecaminosa. Por eso, la primera palabra que aprende a pronunciar es papi o mami y la segunda o de las primeras: mío…

Matar a alguien es pecado, también lo es la envidia. Solemos llamar pecado a lo que impresiona y errores a los pecados más profundos y ocultos del corazón. Todos somos pecadores. Adán y Eva cuando desobedecieron a Dios y comieron el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, sus ojos fueron abiertos y experimentaron lo que todos seguimos experimentando en lo más profundo de nuestro corazón cada vez que pecamos: vergüenza, miedo y consecuencias.

Hace poco hablaba con alguien no cristiano. Me contaba que enamoraba a todo tipo de mujeres, pero que ya no pasaba de ahí. Su explicación: cada vez que tengo relaciones sexuales con una mujer que no es mi esposa, la paso bien durante el acto sexual, pero luego me siento más vacío que antes.

Por algo es que la Biblia llama a los deseos que van contra la voluntad de Dios, los deseos engañosos. Porque prometen placer y traen dolor. Prometen alegría y traen depresión. Prometen victoria y traen división. Yo necesito a Jesús porque soy un pecador. Todos lo somos.

¿Es usted un pecador?, ¿Manifiesta en usted las obras de la naturaleza pecaminosa que heredó de sus padres y al final desde Adán y Eva? Lea esta porción de la escritura que está en Gálatas capítulo 5 y versículos 19 al 21 y examínese: “Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; 20 idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos 21 y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”

No tiene que haber practicado todas las obras de la naturaleza, con una que se haya manifestado en su vida usted está descalificado delante de Dios. Al igual que yo, es un pecador. Pecado es no llegar al nivel que Dios exige. Es fallar el blanco que Dios ha establecido como estándar para sus hijos, santidad total.

Pablo, un judío y ciudadano romano de los tiempos de Jesús, persiguió a la iglesia. Hasta que Jesús mismo ya resucitado se le presentó y lo comisionó. Pasó tres días ciego. Alguien oró por él y recobró la vista. Y entonces cumplió su misión de proclamar el nombre de Jesús – que significa salvación – a los no gentiles – todo no judío –. El que antes perseguía a la iglesia de Cristo, ahora proclamaba el mensaje de salvación, que antes perseguía.

El apóstol Pablo escribió 13 de los 27 libros del Nuevo Testamento – la segunda parte de la Biblia, el nuevo pacto, que comienza con la narración del nacimiento de Jesús, su vida, muerte y cómo todos sus discípulos y las generaciones siguientes predicaron a Jesús como el Salvador y constituyeron la iglesia de Dios, donde Jesús es la cabeza y ellos el cuerpo –. Esto sin tomar en cuenta el libro de Hebreos, que algunos creen, que también fue escrito por él.

Así que este hombre, judío y ciudadano romano, Pablo, creía que estaba en la verdad y negaba a Jesús como el Cristo o Mesías – ambos títulos significan ungido, Cristo en griego y Mesías en hebreo. El ungido para salvar a Israel de sus pecados). No sólo no creía, perseguía a sus discípulos. También pensaba que guardar la ley de Dios – sus mandamientos, ordenanzas y preceptos – era el camino a la salvación. Y es que por las buenas obras nadie es salvo – El que es pecador, por mil y una obras que haga, seguirá siendo un pecador que hace buenas obras –. Luego de ser confrontado por Jesús, comprende la verdad. Por el primer Adán fuimos constituidos pecadores, el segundo Adán es nuestra esperanza de justificación.

Vea lo que este hombre escribió sobre Jesús –el segundo Adán – en el libro de Romanos capítulo 5 y versículos del 12 al 21: “Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron. Antes de promulgarse la ley, ya existía el pecado en el mundo. Es cierto que el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley; sin embargo, desde Adán hasta Moisés la muerte reinó, incluso sobre los que no pecaron quebrantando un mandato, como lo hizo Adán, quien es figura de aquel que había de venir. Pero la transgresión de Adán no puede compararse con la gracia de Dios. Pues, si por la transgresión de un solo hombre murieron todos, ¡cuánto más el don que vino por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, abundó para todos! Tampoco se puede comparar la dádiva de Dios con las consecuencias del pecado de Adán. El juicio que lleva a la condenación fue resultado de un solo pecado, pero la dádiva que lleva a la justificación tiene que ver con una multitud de transgresiones. Pues, si por la transgresión de un solo hombre reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo. Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque, así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos. En lo que atañe a la ley, esta intervino para que aumentara la transgresión. Pero, allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, a fin de que, así como reinó el pecado en la muerte, reine también la gracia que nos trae justificación y vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor.”

Yo necesito a Jesús porque soy un pecador. Y el Dios santo que estableció sus mandamientos para todos los seres humanos lo hizo porque no hay pecado en él y eso demanda de sus criaturas. Esos mandamientos no existen para evitarnos vivir sino para evitarnos sufrir en lo individual y en lo colectivo. Y a la vez para que al darle honra y gloria al obedecerles cosechemos la paz de Dios sobre nuestras vidas. Pero los hemos quebrantado y el Dios justo que no tolera castigará a todo pecador con muerte y muerte eterna. Pero Dios no se complace en la muerte del malvado, sino más bien quiere que este se arrepienta de su conducta y viva.

Es más, los mandamientos de Dios son los derechos y la protección de los derechos esenciales de toda la humanidad. No matarás, es el derecho a la vida. No robarás, el derecho a la propiedad privada. No cometerás adulterio, el derecho a la santidad del matrimonio. No codiciarás, el derecho a la prosperidad desigual. No dirás falso testimonio, el derecho a la reputación. Honra a padre y a madre, el derecho al orden y respeto en la sociedad por los mayores. No tengas otros dioses además de mí, el mandamiento que más quebrantamos cuando hacemos de nuestra carrera profesional o de cualquier cosa nuestro dios. Le damos nuestras fuerzas y la gloria que merece Dios a otras cosas, eso es idolatría.

Yo necesito a Jesús, porque mi enfermedad es el pecado. El Dios justo me juzgará y como pecador seré condenado a muerte y a muerte eterna, no porque él sea malo, sino porque es justo. Pero existe la cura y es tan cara que Dios decidió hacerla gratis. Y no tiene qué ver con mis obras, sino con las obras de Cristo. Esta está en Jesús y será el tema de la siguiente publicación.