LA MEDIDA DE UNA MUJER

Inspirados en la mujer virtuosa del capítulo 31 de Proverbios, se han escrito muchos libros y artículos, se han predicado muchos mensajes y charlas. 

La razón de todo este esfuerzo es que esta mujer es un ejemplo digno de imitar: es ella, simplemente, el prototipo de mujer que Dios quisiera encontrar en cada una de sus hijas.  

Virtud es la disposición constante del alma, que nos invita a obrar bien y a evitar el mal.

Yo entiendo, entonces, que una mujer virtuosa ha logrado cultivar en su vida toda una serie de cualidades
 que van desde la honradez y la diligencia hasta la gracia y la sabiduría. La mujer dispuesta a agradar a Dios es aquella sujeta al propósito divino de salvaguardar la familia por encima de todas.El mundo de hoy ha llegado a un plano de deterioro tal que ya a un alto porcentaje de las mujeres no les preocupa ese asunto de las virtudes, la moralidad y el recato. La degeneración actual nos quiere vender la idea de que esta mujer de Proverbios y cualquier otra con una filosofía de vida similar está pasada de moda, en discordancia con la sociedad y, por ende, no es un modelo a seguir. Pero Dios en su misericordia nos ha dejado por escrito el ejemplo, el paradigma, la referencia de esta dama, como el parámetro del perfil de una mujer realizada a plenitud.

 El Señor destaca la actitud de esta mujer virtuosa en el contexto del hogar. La relaciona básicamente en el seno de su familia. Es decir, que la mujer dispuesta a agradar a Dios es aquella sujeta al propósito divino de salvaguardar la familia por encima de todas las filosofías, enseñanzas y atractivos materiales de este mundo.

Esta mujer virtuosa no es conformista, de esas resignadas al sufrimiento, a la miseria y al abandono. Pero tampoco es el molde extremo de la mujer «liberada» del siglo XXI, para la cual la familia se supone que es importante, pero rehuye tal compromiso, y se lleva bien solo con aquellos que le prodigan la consideración y los derechos que ella exige.

La mujer virtuosa es feliz: ella es el apoyo de su esposo. Es difícil para él prescindir de ella. No compite con su marido, sino que lo apoya, lo exalta, consigue aligerarle la carga; es una esposa eficiente en realizar lo que le corresponden y él puede confiar y descansar en ella. La mujer virtuosa es difícil de hallar, es escasa y la Biblia la compara a las piedras preciosas. Una mujer así es un refugio para su esposo, es un amparo para sus hijos y un testimonio para el pueblo.

Esa mujer dará a la patria hijos seguros de sí mismos, responsables y conscientes de sus deberes y obligaciones. 


Ella brindará prosperidad espiritual y material a su familia.

La mujer virtuosa no busca las glorias de este mundo. Todo lo contrario, en su obediencia al Señor trabaja por el bienestar de los suyos. Su entrega y dedicación, su servicio y sabiduría provocan la admiración de todos los privilegiados de conocerla y de estar cerca de ella.

UN DISEÑO EXCEPCIONAL


De cómo ocupemos nuestra mente durante el día depende cuán concentrados estén nuestros pensamientos en Dios durante el tiempo de oración. Si estamos abiertos a toda clase de impresiones externas durante el día y andamos ocupados en «entretenimientos», esas impresiones e imágenes mentales invadirán nuestra mente cuando queramos orar. Pero también puede ocurrir que nuestras ocupaciones serias, nuestras obligaciones, nos demanden tanta atención que no podamos apartar el pensamiento de ellas cuando nos ponemos a orar y que su recuerdo nos distraiga constantemente.

Que el hombre no tenga un control total de su imaginación y pensamientos es muy curioso. Si su mente es parte de su ser, ¿por qué no la puede controlar sino muy parcialmente?. Pero tampoco puede controlar la mayoría de las funciones de su cuerpo. El funcionamiento de casi todos sus órganos es automático e independiente de su voluntad. Es más, ni siquiera es consciente de muchos de ellos ¿Quién sabe lo que está ocurriendo en su hígado o en sus riñones en este momento? ¿O qué procesos se llevan a cabo en su estómago o en sus pulmones? Cabría preguntarse: Si son parte de su cuerpo, ¿cómo es que funcionan sin su permiso?
¿Quién sabe lo que está ocurriendo en su hígado o en sus riñones en este momento? ¿O qué procesos se llevan a cabo en su estómago o en sus pulmones? Pero ¿qué pasaría si dependiera de su atención y de su voluntad el funcionamiento de sus órganos: el latido de su corazón, la secreción de jugos gástricos, etcétera? Olvidarse tan sólo de una de esas funciones podría serle fatal. Los recién nacidos y los niños morirían rápidamente. Por eso Dios en su infinita sabiduría hizo que el funcionamiento de los procesos internos que nos mantienen en vida no sólo a nosotros sino a todos los seres vivos fuese independiente de nuestra atención y de nuestra voluntad.

Nosotros gobernamos felizmente sólo una pequeña fracción de las funciones y capacidades de nuestro cuerpo, principalmente los llamados músculos estriados de la cara, boca, cuello y el resto de los miembros, que controlan los movimientos de brazos, piernas, nuestro caminar, etcétera. Pero en nuestras células se producen a cada instante millones de transacciones químicas y de otro tipo, un hormiguero de interacciones constantes que ocurren sin que ni siquiera sepamos en qué consisten.

Igual pasa con nuestra mente. Nos atraviesan cantidades de pensamientos, algunos indeseables, otros agradables, sin que podamos hacer nada para detenerlos. ¿Cómo detener el flujo constante de pensamientos en nuestra mente? Se requiere de una disciplina difícil de desarrollar.

Así pues el hombre es señor de solo una pequeña parte de su ser. Todo el resto lo controla Dios o está ligado a factores aleatorios o desconocidos de su naturaleza. Lo único que le es propio es su voluntad, porque ni siquiera sus sentimientos están bajo su control y aun la libertad de su voluntad está condicionada y limitada por las influencias del entorno, y por la debilidad de su carne. Desea esto o aquello que se presenta delante de sus ojos y no puede resistir a las solicitaciones de su sensualidad sin la ayuda de Dios.

En verdad, cuán acertada es la frase de David: «¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes?» (Sal 8.4) Somos tan limitados, pequeños e impotentes como el polvo de la tierra y, sin embargo, ese ser minúsculo dependiente de Dios se atreve a rebelarse contra su Creador.

El hombre habita en un cuerpo que es su morada terrenal sin llegar a poseerlo totalmente y algún día tendrá que dejarlo. Así como hay prendas de «lavar y usar», nuestro cuerpo es una prenda de «usar y enterrar». Sin embargo, a pesar de que es una morada provisional, el cuerpo es un organismo extraordinario, de una complejidad y perfección maravillosas en cuyos secretos la ciencia apenas está empezando a penetrar.

Dios se tomó el trabajo de construirlo (el cuerpo humano) minuciosamente en todos sus admirables detalles. Dios hizo de él una extraordinaria pieza de arte, a pesar de que nosotros lo usamos por muy poco tiempo, como esos aparatos de un solo uso que después de ser usados se descartan.