CRISTIANOS Y COVID 19

Resultado de imagen de PLAGAS BIBLICASComo el resto de la población, estamos sumidos en el natural miedo y zozobra causados por el avance aparentemente inexorable de un virus tan contagioso como cualquiera de las “plagas” históricas que azotaron Europa en el Medioevo o después, como la peste negra o la cólera, y esto, a pesar de todos los avances en las ciencias médicas y los cuidados sanitarios de los tiempos modernos.
Por nuestros televisores, radios y móviles, etc., hemos asistido y a veces todavía asistimos a escenas de auténtico pánico colectivo provocado por el miedo cerval a este enemigo invisible y silencioso que no respeta ni personas ni espacios ni fronteras, llevándonos a preguntar reiteradamente: “¿Quiénes van a ser los próximos que caerán en el contagio?”
Es natural que la mayoría de la población acepte, con la resignación fatalista de siempre, que desastres naturales como éste han pasado muchas veces en la historia de la humanidad; forma parte de la experiencia colectiva de ella, así que “¿Qué le vamos a hacer?”, preguntan.
Pero el pueblo evangélico no puede aceptar el fatalismo de los demás. Nosotros creemos firmemente que nuestro Dios sigue en el puesto de mando del universo, y que no acontece nada que Él desconoce, ni nada que escape a su control o que Él no manda o permite. Dice Isaías 55:8-9 que sus pensamientos no son los nuestros. Entonces, ¿por qué lo ha permitido en esta ocasión? ¿De qué manera puede tamaño desastre servir a sus propósitos?
No nos toca especular en estos momentos, sino aceptar que tales crisis nos han de recordar forzosamente cual ha de ser nuestra responsabilidad particular en medio de ésta, como ha hecho el pueblo de Dios en incontables ocasiones en el pasado. Cuando desastres naturales, guerras, o plagas que han amenazado naciones y hasta continentes enteros, han caído sobre pueblos o naciones, el pueblo de Dios ha sido movido a intervenir en súplica ferviente al Señor, nuestro gran Sumo sacerdote, Jesucristo, quien, como dice Hebreos 1:3 y 7:25 (DHH): “Después de limpiarnos de nuestros pecados se ha sentado en el Cielo, a la derecha del trono de Dios” desde donde “vive para siempre para interceder...por los que se acercan a Dios por medio de Él”.
Nuestro principal privilegio y responsabilidad e interceder para que la voluntad de Dios se cumpla en la tierra como en el cielo.
Hay varias ocasiones en la historia del pueblo de Dios que hablan de crisis suscitadas por plagas severas, y una de ellas me ha llamado poderosamente la atención en la situación actual que atravesamos. Me refiero a la plaga mortífera que amenazaba a todo el pueblo, que surge al final del capítulo 16 de Números, y que fue, cual fuego devorador, extinguido, por la acción resoluta y arriesgada del sumo sacerdote Aarón, que con su incensario en la mano, corrió para ponerse “entre los vivos y los muertos” a fin de salvar a su pueblo.
Así, esta narración dramática plantea un mensaje desafiante muy claro para el pueblo evangélico en la crisis actual del Coronavirus o Covid-19. Nuestro principal privilegio y responsabilidad, a la par con la adoración y el testimonio, es interceder, sintonizando, para así decirlo, con lo que Jesús está haciendo, para que la voluntad de Dios se cumpla en la tierra como en el cielo, como nos enseñó en la oración del Padrenuestro. Números capítulo 16 nos ilustra gráficamente que nuestra responsabilidad primordial en esta crisis inédita es colocarnos rápida y firmemente entre los vivos y los muertos, como hizo Aarón, en el Nombre del Señor, con nuestro “incensario” en la mano, para pedir:
1) que el Señor tenga misericordia de la humanidad y se digne mandar cesar esta plaga;
2) que los distintos equipos de investigadores que trabajan buscando algún fármaco o sustancia que frene o bloquea la expansión del virus, lo encuentren lo antes posible;
3) que las distintas empresas farmacéuticas se pongan de acuerdo para fabricar y distribuir dicha sustancia lo antes posible y en cantidades suficientes para aplicarlo a todos los contagiados habidos y por haber, hasta que el virus deje de estar operativo;
4) que toda la alarma, el miedo y la agitación global suscitado por esta crisis sirva para que las naciones reflexionen seriamente sobre los verdaderos valores humanitarios y de solidaridad y mutua ayuda, que a menudo somos tan propensos a soslayar o incluso olvidar, y nos lleven a buscar una renovada solidaridad y cooperación entre todas las naciones y pueblos de la tierra, aparcando tantas cosas que nos separan o distancian.
5) finalmente, en cuanto al pueblo de Dios, que sirva para darnos cuenta de una vez que tenemos una oportunidad de oro, de mostrar en qué consiste nuestra verdadera unidad y comunión en Cristo, por encima de diferencias denominacionales y eclesiales, uniéndonos en la oración intercesora movida por el Espíritu de Dios, de acuerdo con la nueva vida de servicio sacrificial por amor al prójimo, tal como nos enseñó a hacer con su vida y muerte nuestro común Maestro y Señor. Sobre todo, que nos sirva de aldabonazo divino a nuestras conciencias adormiladas acerca del verdadero “porqué” estamos en este mundo (1 Pedro 2:9- 10; notemos la colocación destacada de la frase “real sacerdocio” en el v. 9). El pueblo de Dios debe arrepentirse de su relajación en la llamada bíblica de la misión de Dios de rescate y salvación, mediante una reflexión seria en cuanto a sus prioridades tanto como está viviendo como su proclamación verbal del evangelio, que deben ir a la par.
Y para el descargo de esta sagrada responsabilidad, basta una sola de las numerosas y maravillosas promesas que el Señor otorga a sus sacerdotes, en Juan 14:12-13, RVR60: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también: y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi Nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. ¿Qué más queremos?
A la luz de todo lo visto, estoy convencido que la urgencia de movernos decididamente para ejercer el papel que nos ha tocado en la crisis actual se asemeja a la de la reina Ester (Ester 4:14b), una crisis que amenazaba con la muerte y destrucción de toda su familia y el resto del pueblo de Dios esparcidos por el imperio persa. Su primo Mardoqueo, que vio claramente la situación y que tanto dependía de Ester, como el último recurso que pudiera intervenir para salvar la situación, pregunta a la joven: “¿Quién sabe si no has llegado al trono para un momento como éste?”

CRISTIANISMO Y FEMINISMO


Resultado de imagen de MUJERES CRISTIANAS FEMINISTASMujeres protestantes fueron promotoras en el siglo XIX de la abolición de la esclavitud y un feminismo bíblico, aunque la deriva posterior se ha alejado de los principios de aquellas mujeres.

Marianne Weber y otras mujeres protestantes fueron promotoras en el siglo XIX de la abolición de la esclavitud, formando un conjunto de mujeres luchadoras. Fue un movimiento rompedor abriendo brechas para que el feminismo surgiera, aunque desgraciadamente la deriva posterior hacia un feminismo radical se ha alejado de los principios que movieron a aquellas mujeres.



Como mujeres evangélicas nos proponemos que se mire a la mujer como Dios nos ve y nos creó. Llamados junto con los hombres a ser mayordomos de la creación. Por eso no nos podemos identificar con este tipo de feminismos, sino con el de Jesús, que fue el primer feminista al defender a la mujer y devolverle su lugar, en contra de lo que la sociedad de aquel tiempo valoraba a la mujer, que era un cero a la izquierda.

 Hay hombres y mujeres machistas, porque el machismo es una forma de ver al mundo, y a la mujer como un ser de segunda categoría.
Este machismo en el contexto cristiano considera esta frase de Dios como un castigo, pero al igual que le dice al hombre que ganará el pan con el sudor de su frente y que la tierra estará maldita por su culpa, no es una orden, sino la simple consecuencia de la separación de Dios.
Nosotros queremos volver a los principios bíblicos de igualdad en derechos y complementariedad. No enfrentando a hombre y mujer, sino trabajando juntos en la sociedad y en la iglesia.

BIBLIA Y MICROBIOLOGÍA

Actualmente se conoce como “cuarentena” el periodo de aislamiento preventivo al que se somete a una persona por razones sanitarias. Todavía hoy se le llama así porque en sus orígenes bíblicos ese período de tiempo correspondía a 40 días. 
Por ejemplo, en Levítico 12:1-4, a propósito de la purificación de la mujer judía después del parto, se dice: Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé a luz varón, será inmunda siete días; conforme a los días de su menstruación será inmunda. Y al octavo día se circuncidará al niño. Mas ella permanecerá treinta y tres días purificándose de su sangre; ninguna cosa santa tocará, ni vendrá al santuario, hasta cuando sean cumplidos los días de su purificación. Estos días de la purificación femenina eran siete, por dar a luz, más 33, por la purificación de su sangre, lo cual suma en total 40 días (una cuarentena).
Actualmente, a la cuarentena se le llama médicamente “puerperio” y es el tiempo que pasa desde el parto hasta que el aparato genital femenino vuelve al estado anterior al embarazo. Suele durar entre seis y ocho semanas, es decir, alrededor de 40 días, tal como dice la Biblia. La cuarentena es un período duro para la madre por el trasiego hormonal que ésta sufre y por la influencia que esto tiene sobre su estado de ánimo. El útero empieza a reducirse y los pechos a segregar leche. Por un lado, se reducen unas hormonas (como los estrógenos y la progesterona), mientras que por otro sube la prolactina (hormona encargada de la producción láctea) así como la oxitocina (hormona que contrae el útero). De manera que la cuarentena postparto es un periodo delicado en la vida de la mujer, que la medicina moderna ha reconocido como tal y ha corroborado por completo.
Una vez más, resulta sorprendente cómo los hebreos de la antigüedad pudieron tener tal conocimiento de la fisiología femenina, a no ser por supuesto que les fuera revelado.

Prevención de infecciones bacterianas

En la Biblia aparecen ciertas disposiciones concretas, dentro de las reglamentaciones de impureza religiosa ritual, que también tuvieron aplicaciones sanitarias muy beneficiosas para el pueblo hebreo. En una época en la que se desconocían los microbios patógenos (bacterias, hongos, protozoos, etc.) o los virus y priones (o proteínas priónicas), que podían causar enfermedades mortales, las Escrituras previenen determinados comportamientos y ponen de manifiesto así la sabiduría infinita que subyace detrás de sus páginas.
Por ejemplo, en Lv. 13:45-46, se legisla contra la lepra: Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada. La lepra es una enfermedad infecciosa causada por una bacteria (Mycobacterium leprae) que se caracteriza por provocar lesiones y heridas en la piel, las mucosas y el sistema nervioso periférico. Aunque es difícil, el contagio se puede producir de persona a persona a través de gotitas nasales y orales. Hoy es posible curarla y la Organización Mundial de la Salud (OMS) facilita un tratamiento con múltiples medicamentos (TMM) gratuitamente a todos los enfermos de lepra. Sin embargo, en la época bíblica, el hecho de hablar con un leproso o estar junto a él era peligroso, de ahí que la única medida efectiva para evitar los contagios fuera la segregación o separación de tales enfermos del resto de la sociedad. ¿Cómo sabía el autor del Pentateuco la causa del contagio de la lepra si aún no se conocían las bacterias?
De la misma manera, en Nm. 19:11 se dice: El que tocare cadáver de cualquier persona será inmundo siete días. ¿Hay algún problema sanitario, aparte de las prescripciones de impureza religiosa, en el hecho de tocar los cadáveres? Si la persona fallecida presenta alguna enfermedad infecciosa, los microbios causantes de la misma pueden sobrevivir en el cadáver durante dos o más días. Enfermedades como la tuberculosis, la hepatitis B y C, ciertas afecciones diarreicas y otras muchas dolencias susceptibles de contagio, pueden transmitirse por el contacto con los cadáveres. El virus de VIH (SIDA), por ejemplo, puede sobrevivir hasta seis días en un cadáver. De ahí que exista cierto riesgo de contagio al manipular difuntos infectados y que, quienes se ven obligados a hacerlo, deban usar guantes y lavarse frecuentemente las manos.
Por tanto, la Biblia es coherente con las enseñanzas que transmite al ser humano y su sabiduría es anterior a los descubrimientos científicos recientes.

Esterilización y lavamientos frecuentes

La costumbre hebrea de lavarse el cuerpo, las manos y los pies frecuentemente en agua limpia o corriente (Lv. 15) se fundamenta también en la Biblia. Los judíos tenían dos tipos de lavamiento: uno para propósitos religiosos de purificación, que incluía todo el cuerpo, y otro, que era el lavado ordinario de manos y pies, que se practicaba a diario y se aplicaba también a vasos o recipientes utilizados en las comidas (Mt. 25:2; Mc. 7:3-4). Las seis tinajas de agua mencionadas en la boda de Caná servían precisamente para dicho propósito (Jn. 2:6). Sin embargo, los fariseos multiplicaron innecesariamente los actos por los que uno podía quedar contaminado, lo que requería frecuentes lavamientos ceremoniales, que Jesús criticó acusándoles de hipocresía (Mc. 7:2-3).
A pesar de todo, no cabe duda de que tales medidas higiénicas -tanto por motivos religiosos como sanitarios- contribuyeron a proteger la salud de los hebreos, en una época en la que no se sabía nada acerca de los microbios perjudiciales. Es, por tanto, razonable creer que la sabiduría divina estaba detrás de tales medidas sanitarias que se transmitieron de generación en generación.

Plantas medicinales

En Ezequiel (47:12) se hace alusión -dentro del marco general de la visión del profeta acerca del río que nace del templo de Jerusalén- de los frondosos árboles de sus riberas con frutos comestibles y de cuyas hojas podían obtenerse medicinas. Esto demuestra que los hebreos -como otros pueblos- conocían y usaban las plantas medicinales.

El vino como terapia

En la parábola del buen samaritano (Lc. 10:34), Jesús explica que a las heridas se les echaba “aceite y vino” antes de vendarlas. En mi libro: Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno (Clie, 1998) puede leerse:
“El aceite es conocido ya en el Antiguo Testamento como un líquido capaz de disminuir el dolor de las heridas (Is. 1:5-6); mientras que la acidez del vino, con sus efectos antisépticos, sustituía a nuestro actual alcohol. La farmacia ha aprovechado el aceite desde siempre para disolver en él principios activos de la más diversa condición. Se ha utilizado como disolvente de otras grasas, ceras, colofonia, etc., para preparar numerosos ungüentos y pomadas. El famoso farmacéutico español, Font Quer, escribe en su Dioscórides: “Para otras heridas y llagas, se agitan asimismo en una botella, a partes iguales, aceite y vino tinto. Dícese que esta mezcla es un cicatrizante maravilloso” (Font Quer, 1976: 744). De manera que el vino desinfectaba y el aceite calmaba.”
De la misma manera, el apóstol Pablo recomienda a Timoteo (1 Ti. 5:23) que no beba agua sino que la sustituya por “un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”. El agua en aquella época podía contaminarse fácilmente y contener microbios peligrosos, mientras que el vino no, ya que el alcohol del vino era un buen desinfectante. Por supuesto, hay que hacerlo con moderación para no embriagarse. De ahí que el apóstol hable de “un poco de vino”. Hoy se ha puesto de moda la “vinoterapia” para referirse al uso terapéutico del vino con el fin de mejorar la salud de las personas. Sabemos que el vino contiene alcoholes como los polifenoles (resveratrol y flavonoides) y que tiene capacidad antioxidante. Mejora el sistema cardiovascular y la circulación sanguínea, retrasando el envejecimiento de la piel al neutralizar los radicales libres.
La sabiduría que hay detrás de estos remedios domésticos de los hebreos y de otros pueblos de la antigüedad ha sido corroborada por la ciencia moderna.

Alimentos peligrosos

El libro de Levítico (11:30) se refiere a los cocodrilos y los incluye en la lista de animales impuros que los hebreos no podían consumir. Es sabido que algunos de estos animales eran divinizados por las culturas periféricas al pueblo hebreo y que dicho rechazo seguramente tenía motivaciones religiosas. No obstante, además de esto, hoy sabemos que también eran importantes los motivos puramente sanitarios. En aquella época, no se podía saber por qué era peligroso comer la carne de los reptiles, sin embargo actualmente conocemos bien su posible toxicidad.
El consumo de la carne de los reptiles -como cocodrilos, tortugas, lagartos o serpientes- puede causar diversas enfermedades y problemas de salud (triquinosis, pentastomiasis, gnatostomiasis, esparganosis, etc.) por la presencia de bacterias patógenas en ella, especialmente bacterias de los géneros Salmonella, Shigella, Yersinia, Campylobacter, Clostridium y Staphylococcus. De ahí que las autoridades sanitarias recomienden hoy congelar la carne de estos animales antes del consumo humano y no comerla nunca cruda, con el fin de evitar los posibles riesgos para la salud. Las Sagradas Escrituras reflejan una sabiduría que supera con creces los conocimientos humanos de la época.

Notas
[1] Cruz, A. 1998, Parábolas de Jesús en el mundo postmoderno, CLIE, Terrassa, p. 333.

SALMO 91



“El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo a Jehová: «Esperanza mía y castillo mío;  mi Dios, en quien confiaré.»

El Salmo 91, también llamado el “Himno triunfal de la confianza”, es una joya. Ha infundido aliento y paz a millones de creyentes en el fuego de la prueba. Según algunos comentaristas fue escrito en medio de una epidemia de peste (2 Samuel 24:13). Podrían ser circunstancias similares a las que estamos viviendo hoy. Su mensaje, por tanto, es muy relevante a nuestra situación actual de epidemia.
Vivimos días de ansiedad e incertidumbre. El mundo entero está con miedo. De pronto hemos tomado conciencia de la fragilidad de la vida. ¿Qué pasará mañana? La fortaleza en la que el hombre contemporáneo se creía seguro se ha tornado debilidad,  hay grietas en la roca y nos sentimos vulnerables. La gente busca un mensaje de serenidad y tranquilidad. ¿Dónde encontrarlo?
El mensaje del salmo 91 se resume en una frase: la confianza triunfa sobre el miedo. El salmista nos presenta tres frases clave que resumen el “trayecto” dese la ansiedad-miedo hasta la confianza:
  • “Mi Dios”:  lo que Dios es para mí
  • “Él te librará”: lo que Dios hace por mí
  • “Confiaré”: mi respuesta

1. “Mi Dios”: el carácter de Dios

El salmo empieza con una deslumbrante descripción del carácter de Dios. Hasta cuatro nombres distintos se mencionan en los dos versículos iniciales para explicar quién y cómo es Dios. ¡Formidable pórtico de entrada a la confianza! Para el salmista, Dios es el Altísimo, el Todopoderoso, el Señor (Yahweh) y el Dios Sublime.
La conciencia de la grandeza de Dios es el cimiento de nuestra confianza.  Podríamos parafrasear el refrán y afirmar  “dime cómo es tu Dios y te diré cómo es tu confianza”. En la hora del temor el primer paso es alzar los ojos al cielo, mirar a Dios y contemplar su grandeza y su soberanía.  Al hacerlo, el salmista experimenta que Dios es su Abrigo, su Sombra, su Esperanza y su Castillo. El retrato de Dios en “cuatro dimensiones” conlleva una bendición cuádruple. Conocer cómo es Dios realmente es un paso imprescindible en el trayecto hacia la confianza.
Notemos, sin embargo  que el salmista se refiere a Él como MI Dios. Esta pequeña palabra  “mi” nos abre una perspectiva singular y cambia muchas cosas: el Dios del salmista es un  Dios personal, cercano, que Interviene en su vida y se preocupa por sus temores y necesidades. Estamos ante uno de los rasgos más distintivos de la fe cristiana: Dios  no es sólo el Todopoderoso, el creador del Universo, sino también el Padre íntimo, el Abba (“papá”) que me ama y me guarda (Gal. 4:6). Éste es nuestro gran privilegio: Dios nos trata como un padre a su hijo porque en Cristo somos hechos hijos adoptivos de Dios. El salmista describe esta vivencia con una preciosa metáfora:
“Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (v. 4)

2. “Él te librará”: la providencia de Dios

 “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora, escudo y protección es su verdad. No temerás…ni a la pestilencia que ande en la oscuridad, ni a mortandad que en medio del día destruya…. No te sobrevendrá mal ni plaga tocará tu morada” (v. 3-6,10).
Llegamos al corazón del salmo: la protección de Dios en la práctica. La conciencia de la grandeza de Dios ha de ir acompañada de la conciencia de la providencia de Dios.  Estamos ante un punto crucial, decisivo en la experiencia de fe. Si lo entendemos bien, será una fuente insuperable  de paz y serenidad, pero si lo malinterpretamos podemos caer en errores y extremismos, o sentirnos frustrados con Dios.
La manipulación del diablo. Es muy significativo que el diablo tentó a Jesús (Mt. 4: 6, Lc.4) con una doble cita de este salmo: “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden… En las manos te llevarán para que tu pie no tropiece en piedra.” (v.11-12). Usar mal las promesas de la protección divina es una tentación vigente hoy. ¡Cuidado con la súper espiritualidad  y la súper fe! Puede ser una forma de tentar a Dios como nos enseña la contundente  respuesta de Jesús a Satanás: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt. 4:7). Confiar en Dios no nos exime de actuar de forma responsable y sabia.
Dicho esto, no podemos minimizar la potente acción protectora de Dios sobre los que en Él confían:
«Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; lo pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará y yo le responderé; con él estaré yo en la angustia, lo libraré y lo glorificaré” (v. 14-15).
¿Una póliza a todo riesgo? La palabra clave es “librar”. ¿Qué significa “Dios te librará”?  La misma expresión se aplica a José -“Dios le libró de todas sus tribulaciones” (Hc. 7:10), y sin embargo el patriarca tuvo que pasar por muchos valles de sombra y de muerte. Dios no le evitó la prueba, pero  le rescató de ella. Como dijo Spurgeon, “es imposible que ningún mal acontezca a los que son amados por Dios”. La fe no garantiza la ausencia de la prueba, pero sí la victoria sobre la prueba. El apóstol Pablo desarrolla esta idea de forma majestuosa en el cántico de Romanos 8:28-39: “en todas estas cosas (pruebas) somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó, Cristo”.
Así pues, la fe en Cristo no es una vacuna contra todo mal, sino una garantía de total seguridad, la seguridad de que “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom. 8:31).  Este salmo no es una promesa de completa inmunidad, sino una declaración de plena confianza. Confianza en la protección de Dios expresada de tres maneras.
La triple “C” de la protección de Dios. En toda situación de prueba,    
  • Dios conoce   
  • Dios controla
  • Dios cuida (de mí)
En la vida de los hijos de Dios nada ocurre sin su conocimiento y su consentimiento. El azar no existe en la vida del creyente. La providencia majestuosa del Dios personal resplandece en los momentos más oscuros: “Caerán a tu lado mil y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegarán”. Nada sucede si Él no lo permite, como vemos tan vívidamente en la experiencia de Job. Esta promesa viene ratificada por el Señor Jesús mismo:   
¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están todos contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos” (Mateo 6:15-16, Lucas 12:6-7).

3. Mi respuesta: “Confiaré”

Después de contemplar el carácter de Dios -lo que Él es para mí- y su providencia  -lo que Él hace en mi vida - el salmista exclama con firmeza: “Mi Dios en quien confiaré”.
Es una secuencia lógica. La confianza es la respuesta a unas evidencias. El salmista ha conocido a Dios de forma personal, íntima -“por cuanto ha conocido mi nombre” (v. 14). Tal conocimiento le lleva a enamorarse de Él -“en mí ha puesto su amor” (v.14) y se establece una relación estrecha. Ahí tenemos, por cierto, el meollo de la fe cristiana: es la confianza que nace de una relación de amor, la certeza de que el amado no me va a fallar porque “Él (Dios) es fiel”.
Nuestra vida no está a merced de un virus, sino en manos del Dios todopoderoso.  Ahí radica la certidumbre de nuestra fe y el cimiento de la confianza que vence todo temor. No hay lugar para el triunfalismo, pero ciertamente hay triunfo. Es el triunfo que Cristo nos aseguró con su victoria sobre el mal y el maligno en la Cruz. Es el mismo Cristo cuyas últimas palabras fueron:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20)

LOS 7 DÍAS CONMEMORATIVOS

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