SEGURIDAD EN DIOS

Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios [...] saldréis de vuestro lugar y marcharéis en pos de ella.
Josué 3:2-3
Cuando Dios dijo: “Marchen en pos de ella [del arca]”, estaba diciendo: “Síganme”.
Mientras los israelitas se preparaban para cruzar el Jordán, Dios fue a la cabeza mostrándoles el camino. No los soldados. No Josué. Ni los ingenieros y sus planes ni las Fuerzas Especiales y su equipo. Cuando vino el momento de atravesar aguas que no se podían pasar, el plan de Dios fue simple: confíen en mí.
El pueblo lo hizo. Unas bandas escogidas de sacerdotes caminaron hacia el río.
Cargando el arca se abrieron paso pulgada a pulgada hacia el Jordán.
La Escritura no esconde su temor: los pies de los sacerdotes fueron “mojados” a la orilla del agua (Josué 3:15). No corrieron, no se echaron un clavado ni se zambulleron en el río. Fue el más pequeño de los pasos, pero con Dios el paso de fe más pequeño puede activar el milagro más poderoso. Al tocar el agua, se detuvo la corriente. Y todo Israel cruzó sobre tierra seca (v. 17).
Si Dios podía convertir un río furioso en una alfombra roja, entonces: “Ten cuidado, Jericó. ¡Aquí vamos!”. Como les había dicho Josué: “En esto [en el cruce] conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros” (v. 10). ¡Los hebreos sabían que no podían perder! Tenían el derecho de celebrar.
Al igual que nosotros.
Para el pueblo de Josué, vino seguridad al estar firmes en tierra seca mirando el Jordán en retrospectiva.
Para nosotros, la seguridad viene cuando nos paramos firmes en la obra terminada de Cristo y miramos la cruz en retrospectiva.

EL PERDÓN LIBERA Y RESTAURA

¿Cuál es la voluntad de Dios? El mayor ejemplo lo tenemos en la cruz. Jesús, siendo inocente, vino a morir de manera cruel con el fin de pagar por nuestros pecados. ¿Por qué? ¿Por qué el hijo de Dios tuvo que descender de su trono celestial y morir cruelmente colgado de un madero? ¿No era capaz de simplemente decir “los perdono”, y hubiera sido suficiente? Bastaba con un solo decreto oficial del cielo y Él se hubiera evitado el sufrimiento. Pero la realidad es que todo pecado deja una deuda establecida que no se puede cancelar con palabras. Unos años atrás, alguien me contó esta anécdota:
«Un día alguien te invita a su casa a cenar. No es un lugar cualquiera ya que has sido invitado a cenar en la casa de la familia más rica de tu ciudad. Entras por las puertas del comedor y ves una mesa asombrosamente servida con platos lujosos para ti y todos los dignatarios que han sido invitados para juntos compartir una noche inolvidable.
»El dueño de la casa te explica que todo lo que se va a usar para comer, platos, utensilios, copas, etc., forman parte de una colección que ha sido para el uso privado de la casa por generaciones. Realmente no tienen precio. Comienzan a servir la comida y, claro, lo peor que te puedes imaginar sucede. Uno de los platos se te escapa de la mano y cae al piso rompiéndose en mil pedazos. Tu cara lo dice todo, quieres salir corriendo y brincar por la ventana; anhelas que la tierra se abra y te trague en el momento. Pero tienes que enfrentar las consecuencias. No se puede reemplazar el plato, y no tienes cómo pagarlo. Solo te resta rendirte a la misericordia de los dueños y pedir perdón. El perdón es dado inmediatamente y eres liberado de toda consecuencia. No tienes que pagar por el daño hecho y nadie te hace sentir mal por ese grave error.
»Pero hay que recordar que el plato sigue roto, y ya la colección no es la misma al faltarle una de las piezas más importantes. Ha quedado una deuda que alguien tiene que asumir; resta todavía el dolor de haber perdido algo tan valioso. Los dueños de la casa te dieron la libertad, asumiendo ellos las consecuencias de ese plato roto. Pero cada vez que sirvan la mesa, habrá un espacio vacío de aquella pieza que jamás se pudo reemplazar».
Así es el pecado, siempre dejando una deuda que sin falta hay que pagar. Todo error cometido deja consecuencias con las que hay que lidiar. El perdón es el acto de aceptar las graves consecuencias del pecado de otro, siendo uno inocente. Es llevar la culpa, pagar la deuda, y jamás rendirle cuentas al ofensor. El perdón libera al culpable de toda vergüenza y lo restaura a su posición original.
Así hizo el padre con el hijo pródigo. Cuando se encontró con él en la senda, no le pidió cuentas del dinero que le quedaba, ni le importó las condiciones físicas en las que regresó. Tampoco lo posicionó por debajo de lo que él era, ni de lo que nunca dejó de ser: ¡su hijo! Es más, la Palabra de Dios da a entender que el padre no albergó rencor ni ira o enojo. Más bien, siempre soñó con el día en el cual su hijo regresara. El perdón estuvo presente desde el instante que su hijo le dio la espalda y se marchó. Así debemos ser.
El perdón también tiene resultados secundarios y aquí es donde tal vez muchos no entendemos por qué Dios apasionadamente quiere que perdonemos:
  1. Perdonar no es una señal de debilidad, más bien, requiere mucha valentía y esfuerzo.
  2. Perdonar demuestra nuestra afinidad con el corazón de Dios.
  3. Perdonar libera, no solamente al culpable, sino también a la víctima.
La ira, el enojo y el rencor son sentimientos dañinos que lentamente sofocan los sueños, la esperanza y el propósito de Dios para nuestras vidas. Te amarran a un instante, a un momento de tu pasado y, al final, gobiernan tu presente y anulan tu destino.

JACOB Y RAQUEL, UNA HISTORIA DE AMOR

Lectura: Génesis 29

Tengo sentimientos encontrados con respecto a Jacob. Sabemos que Dios escoge personas imperfectas (yo la primera) para hacer Su obra y para servirle. Y Jacob cumple con eso a cabalidad: es un estafador, un engañador, un ladrón y un mentiroso.


Sin embargo, es uno de los patriarcas de Israel, padre de las 12 tribus y Dios decidió que fuera él uno de los antecesores de Cristo.

La parte que sí me gusta de Jacob (aunque también la lía en esto, como veremos después), es cómo la Escritura describe su amor por Raquel.

Encontramos a Jacob llegando a la casa de la familia de Rebeca en Padan-aram, a donde Isaac lo había enviado a buscar mujer. Isaac no quería que su hijo se casara con las hijas de Canaán, sino que fuera a su parentela a buscar esposa (Génesis 28:5-6).
Jacob llega allí solo y asustado, huyendo de su hermano Esaú tras engañar a su padre y conseguir la bendición de la primogenitura en detrimento de Esaú. Llega cansado del camino y después de haber tenido un encuentro con Dios asegurándole que su semilla sería bendita (Génesis 28:14).

En Harán, al llegar al pozo, ve a Raquel, que estaba apacentando las ovejas de su padre Labán. Jacob estaba exultante por haber encontrado a su familia y pronto hizo trato con su tío para trabajar a cambio de un salario.

Génesis 29:18

Y Jacob amó a Raquel, y dijo: Yo te serviré siete años por Raquel tu hija menor.

Jacob estaba enamorado de Raquel, a quien la Biblia describe como “de lindo semblante y hermoso parecer”. Era una mujer hermosa y Jacob quería tomarla como esposa.

Pero su amor tenía un precio: Labán quería que Jacob trabajara por ella gratis durante 7 años.

¿Te imaginas que tuvieras que trabajar gratis en la casa de tus suegros durante 7 años por ganar el derecho de casarte con tu marido? El amor de Jacob, sin duda, era un amor que cuesta. No iba a ser fácil ni rápido. Jacob debía esforzarse y ser constante para llegar a casarse con Raquel.

Y, sin embargo, el amor de Jacob era tal que la Biblia dice que “sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba.” (Génesis 29:20)


Esos siete años pasaron rápido para Jacob. Y, cuando finalmente llegó el momento del matrimonio, el burlador fue burlado por su tío Labán y se encontró casado con Lea, la hermana de Raquel, en lugar de con su amada (Génesis 29:23-26).

De manera que Jacob tuvo que trabajar durante 7 años más para poder casarse con Raquel.

En medio del lío monumental del doble matrimonio de Jacob, del desprecio y del menosprecio de Lea, del dolor de una relación que comenzó mal desde el principio y que tuvo múltiples giros, subidas y bajadas, Jacob amó a Raquel hasta su muerte (Génesis 29:30).

Y esta relación me hace pensar en cómo a veces entramos al matrimonio sin darnos cuenta de que, para que ese matrimonio crezca y se fortalezca, vamos a necesitar trabajo y esfuerzo.

Cuando nos enamoramos pensamos que las mariposas en el estómago, la emoción de ver al ser amado, la emoción, van a ser suficientes para que todo vaya bien y para que tengamos un matrimonio de cuento, de esos de “y fueron felices y comieron perdices”.

Nada más lejos de la realidad. Igual que en el caso de Jacob, el amor cuesta.

Cuando llegan los problemas, las diferencias, las peleas, las dificultades económicas, la enfermedad, los hijos… cuando tenemos que enfrentar tormentas inesperadas y pruebas difíciles; cuando nuestra relación es pasada por fuego, debemos de remangarnos, “ceñir con fuerza nuestros lomos” (Proverbios 31:17), esforzarnos y luchar con todas nuestras fuerzas por nuestro matrimonio.

Sea que estás pasando por un momento dulce en tu matrimonio o por una lucha terrible, espero que la historia de Jacob y sus 14 años trabajando por Raquel, te animen a perseverar, a luchar, a esforzarte por edificar tu matrimonio día a día.

A veces el amor cuesta, pero depende de nosotras decidir pelear o tirar la toalla.

PROGRESO ESPIRITUAL

Colosenses 2:5-7

Porque aunque estoy ausente en cuerpo, no obstante en espíritu estoy con vosotros, gozándome y mirando vuestro buen orden y la firmeza de vuestra fe en Cristo. Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias

“En la vida cristiana nunca estamos en un mismo sitio espiritualmente: o vamos hacia delante o hacia atrás (Hebreos 6:1). El cristiano que no está progresando espiritualmente es un objetivo que el enemigo va a querer atacar y destruir.” - Warren Wiersbe

Satanás en el engañador. Él quiere que los creyentes vivan derrotados y para eso utiliza palabas de engaño. El término griego usado aquí describe los argumentos persuasivos de un abogado. Satanás es un mentiroso (Juan 8:44) y por sus mentiras lleva a los creyentes por el mal camino. Es importante que ejercitemos el discernimiento espiritual y que continuemos creciendo en nuestro conocimiento de la verdad espiritual.

Para enfatizar esta advertencia, Pablo utilizó varias imágenes para ilustrar el progreso espiritual. En una primera lectura tal vez no nos damos cuenta de estas metáforas que Pablo introduce en estos versículos. Así que, detengámonos un momento para analizarlas:

1. Un ejército (v. 5).

Las palabras “orden” y “firmeza” son términos militares. Describen a un ejército unido sólidamente en contra del enemigo.


2. Un peregrino (v. 6).

La vida cristiana es comparada con un peregrinar, un caminar en el que los creyentes deben aprender a caminar. Pablo ya había animado a sus lectores a caminar “como es digno del Señor” (Colosenses 1:10) y después volverá a usar esta imagen (Colosenses 3:7; 4:5). Debemos caminar en Cristo en la misma forma en la que lo recibimos – por fe. Los maestros gnósticos querían introducir algunas “nuevas verdades” para alcanzar la madurez cristiana, pero Pablo las desechó aclarando que la fe es la única forma de conseguir progreso espiritual.


3. Un árbol(v.7a).

“Arraigados” es un término agrario. El tiempo verbal de la palabra griega indica “habiendo sido arraigados una vez y para siempre” (Efesios 4.14). Una vez que estamos arraigados en Cristo, no hay necesidad de ser “trasplantados”, puesto que las raíces nos dan fuerza y estabilidad.


4. Un edificio(v7b).

“Sobreedificados” es un término de arquitectura. Se encuentra en presente continuo “siendo edificados”. Cuando confiamos en Cristo como nuestro Salvador, somos puestos en la base, en el cimiento y edificamos cuando crecemos espiritualmente.


5. Una escuela(v. 7c).

Es la Palabra de Dios que hace crecer y fortalece al cristiano, Epafras había enseñado fielmente a los Colosenses la verdad de la Palabra (Col 1:7). Pero los falsos maestros estaban echando abajo esa doctrina. El creyente debe estar siempre fuertemente apegado a la enseñanza de la Palabra.


6. Un río(V. 7d).

La palabra “abundar”, tan utilizada por Pablo, sugiere la imagen de un río desbordándose. Probablemente Pablo tenía en mente Ezequiel 47 al hacer esta referencia. Nuestro río debe desbordarse en gratitud. Cuando un creyente abunda en gratitud, está progresando realmente en su madurez.”


Escoge aquella imagen con la que más puedas identificarte y piensa en ella cada vez que pienses en tu propio progreso espiritual.

Analiza hoy, ¿estás avanzando o retrocediendo en tu crecimiento espiritual?

EL DÉCIMO MANDAMIENTO: LA ENVIDIA POSITIVA

קנאת סופרים תרבה חכמה בבא בתרא , כא, ע”א
La envidia de los Sabios multiplica la Sabiduría

El famoso psicoanalista judío Erich Fromm (1900-1980) escribió un libro monumental llamado “Tener o ser”. El libro de Fromm, que bien podría ser considerado un libro de “Musar” (ética judía), muestra la diferencia ente estos dos verbos, explicando que hay dos formas de “identidad” . 1. Cuando nos identificamos por lo que tenemos e identificamos a los demás por lo que tienen 2.Cuando nos identificamos e identificamos a los demás por lo que son.
Quisiera extender este profundo análisis de Fromm hacia un área completamente distinta, la envidia. La idea es que hay dos tipos de envidia: 1. La envidia negativa; cuando envidio a alguien por lo que tiene y por lo que logró poseer, y 2. La envidia positiva, cuando envidio a alguien por lo que es o logró ser.
Veamos algunos ejemplos del mundo del “tener”. Yo puedo tener: dinero, inversiones, posesiones; el mejor coche, el mejor celular, la mejor casa, etc. También puedo tener una buena posición laboral: patrón de tal empresa, CEO de una famosa compañía, etc. Lo que poseemos es vulnerable. Todo lo que tenemos lo podemos perder. Alguien me lo puede quitar o usurpar. Y ademas, todo lo que tengo puede ser adquirido y “transferido”. Lo que tengo, también puede ser objeto de envidia. Hay quien va a envidiar mi casa o mi fortuna o mi posición , etc. Y muchos intentarán quizás competir conmigo y quitarme lo que gané.
Veamos ahora algunos ejemplos del “ser”. A la dimensión del ser pertenecen, por ejemplo, mi “sabiduría”, lo que aprendí, estudié y experimenté. Mi “carácter”, lo que con el tiempo refiné o modifiqué de mi personalidad: mi paciencia, un poco más larga que antes; mi buen humor, que ahora es casi incondicional (al mal tiempo, buena cara); mi sensibilidad hacia el que sufre, que desarrollé porque yo también sufrí, etc. Y luego están mis “valores”: mi generosidad, mi espiritualidad, es decir, la relación que desarrollé con HaShem, mi integridad, etc. Todas estas virtudes de la dimensión del “ser” no son vulnerables ni transferibles. No se pueden comprar ni vender ni heredar. Y aunque estudiar es caro, la sabiduría no se puede comprar con dinero, sino dedicando tiempo al estudio y a la lectura. 

Algo parecido sucede con mi carácter: por más que yo quiera, no me será posible “transferir” a mis hijos mi paciencia, algo que cultivé con el correr de los años. Y si bien un padre puede enseñarle a sus hijos integridad, no hay garantías de que este u otro valor se transfiera necesaria u automáticamente a mis herederos. En la dimensión del “ser” no existen las transferencias.
Ahora que quizás comprendemos un poco mejor la diferencia entre ser y tener, podemos continuar hablando de la envidia. Cuando la envidia sucede en el ámbito del “tener”, es destructiva. Puede destruir al envidiado y suele destruir al envidioso, la víctima principal, a veces no sólo que no obtendrá lo que desea, sino que podrá llegar a perder lo que tiene. Para probar este último punto los rabinos citan el ejemplo de Koraj. מה שביקש לא נתנו לו ומה שבידו נטלוהו ממנו. Koraj “tenía” una posición muy importante dentro del pueblo judío. Pero para él no era suficiente ni gratificante, ya que su primo, Moshé “tenía” un cargo superior a él. Koraj organizó una rebelión contra Moshé con el ánimo de usurpar su posición. Al final no solo que Moshé no fue afectado por Koraj sino que Koraj no consiguió lo que quiso, y encima perdió todo lo que tenía. La envidia material nos lleva a desenfocarnos de nuestros propios logros y nos hace estar pendientes todo el tiempo del éxito ajeno. Esta envidia nos destruye interiormente, sembrando en nuestro seno sentimientos como la depresión, el odio, el resentimiento. Nuestra existencia, como la de Koraj, se vuelve miserable.
Ahora hablemos un poco de la envidia en la dimensión del “ser”. Este suele ser un sentimiento positivo ya que más que envidia es admiración. Y como yo sé que no puedo “quitarle” a mi colega su sabiduría, o que de nada me serviría afectar negativamente su carácter o sus valores, la única opción que me queda para canalizar mi admiración hacia él es la imitación: tratar de “ser” como él, dedicándole mas tiempo al estudio, cultivando más mi paciencia, refinando mi carácter, desarrollando una mejor relación con Dios, revaluando mis valores, etc. En otras palabras, esta envidia es positiva porque me estimula a crecer.
Nuestros rabinos denominaron a la envidia por la sabiduría de otra persona קנאת סופרים , la envidia o la competencia entre los estudiosos de la Torá. Que en realidad no afecta ni disminuye la sabiduría de la persona admirada, sino que en última instancia la multiplica.

EL NOVENO MANDAMIENTO:CONVIENE MENTIR EN LOS NEGOCIOS?

לא תענה ברעך עד שקר

El Noveno mandamiento, “No darás falso testimonio” nos introduce a un tema muy importante en el judaísmo: el valor de la verdad y la honestidad. En los próximos días, a través de algunos ejemplos, veremos cómo es la dinámica de estos valores en el pueblo judío.
Decir la verdad y actuar con honestidad es visto en el judaísmo como uno de los más altos imperativos religiosos. Tanto es así que nuestros Rabinos afirmaron que a nuestra llegada al Mundo Venidero (= la vida después de esta vida) deberemos responder tres preguntas ante el Tribunal Celestial, con el objetivo de evaluar el nivel espiritual que hemos alcanzado en nuestra existencia mundana. La primera pregunta que nos hará la corte celestial tiene que ver con nuestro comportamiento con el dinero. ?נשאת ונתת באמונה “¿Te has conducido con integridad en tus negocios?” Claramente, nuestra forma de actuar en nuestros negocios está considerado por nuestra Tora como el indicador más preciso de nuestro nivel religioso.
Ilustración: Si yo me dedico a vender automóviles y un cliente me dice que quiere su nuevo auto a finales de este mes, y yo sé que no voy a conseguir ese auto al final del mes ¿debo decirle la verdad a mi cliente y perder una venta, o puedo mentirle, decirle que lo conseguiré y unos días antes de fin de mes invento alguna excusa? Si miento, no estaría perdiendo un cliente…. Nuestra Tora es muy estricta respecto a la prohibición de mentir. En Shemot 23: 7 la Torá dice categóricamente: מדבר שקר תרחק, “Te alejarás de la mentira”. Por lo tanto, incluso cuando uno sabe que al decirle la verdad al cliente, éste irá a otro lugar a comprar su coche, debo decir la verdad.
Hace 2000 años atrás nuestros Rabinos afirmaron que el sello de HaShem (Dios) es: “La Verdad”. ¿Qué significa esto? En la antigüedad el sello de un Rey era lo que hoy es una firma o un PIN. La marca visual que servía para identificar, por ejemplo, que una carta había sido escrita o dictada por el Rey. Del mismo modo, la presencia de HaShem está representada por Su firma “La Verdad”. Lo explicaremos mejor: cada vez que actuamos con honestidad, especialmente en nuestros negocios, “firmamos” el nombre de HaShem. Cuando estamos dispuestos a actuar con integridad, especialmente cuando las pérdidas pueden ser cuantiosas, estamos afirmando con nuestro accionar que valoramos Su instrucción y reconocemos Su Presencia. Y así, una acción honesta se transforma en Su firma. Mi acción se convirtió en Su sello. Ya que indirectamente y sin palabras, demuestro que HaShem existe. Y las personas que ven cómo actué se inspirarán a declarar: “Este proceder honesto viene de HaShem (=de Su Torá)”.
Si un Yehudí, por el contrario, miente, inventa historias o actúa engañosamente para ganar dinero, aleja a HaShem…. Al actuar engañosamente en sus negocios, al no firmar su acción con el sello de HaShem, está provocando que la gente no lo “vea” a HaShem. Su accionar deshonesto en cierta forma, hace desaparecer Su firma. Es como si esa persona hubiera “vendido” la Presencia (o la reputación) de HaShem por dinero …
Para terminar, en su obra Pele Yo’etz, un libro que es una mini enciclopedia de valores judíos, el Rab Eliezer Pappo, se refiere entre otros temas a la honestidad comercial. Y nos muestra un ángulo diferente acerca del valor de la verdad y la honestidad. El Rab Pappo afirma que aparte de su inestimable valor espiritual, actuar con honestidad en los negocios, es bueno para nuestros negocios. Ya que el producto más valioso que existe en el mundo de los negocios es “el buen nombre”. Cuando actuamos con honestidad muchas veces perdemos algún negocio y dejamos de ganar dinero. Pero a largo plazo, al actuar con honestidad estamos construyendo un buen nombre, una reputación que a la larga va a atraer más y más clientes a nuestra compañía. En otras palabras, la honestidad no solamente es un importantísimo valor religioso, actuar con honestidad es también la decisión comercial más inteligente. No hay mejor publicidad para un comerciante que la fama de un buen nombre y una buena reputación.

EL OCTAVO MANDAMIENTO: NO ROBARÁS, AUNQUE SE PUEDA

לא תגנב

Si bien en castellano usamos los dos verbos indistintamente, en hebreo y en la ley judía, existe una diferenciación entre robar y hurtar. Hurtar, en hebreo guenebá, es cuando tomo algo que no me pertenece sin que el dueño de ese objeto lo sepa, pero sin intimidación ni violencia.
Mientras que robar, guezelá, es tomar algo de una persona por la fuerza o a través de la intimidación. Alguien puede “hurtar” tus pertenencias cuando no estás en casa. Sin embargo, si una persona se acerca a ti en la calle y te amenaza para que le des tu reloj, te ha “robado”.
En ambos casos, la ley judía establece en primer lugar que los perpetradores deben restituir el objeto que tomaron a su dueño. Y si ese objeto ya no existe más, deben restituir su valor monetario. En la antigua ley judía, que se aplica solo cuando existe el Sanhedrín (la corte suprema de justicia rabínica, que esperemos que BH pronto sea restablecida) la persona que hurtó debía pagar al damnificado el doble del valor de lo que tomó, mientras que el que robó podía redimirse si restituía lo que tomó por la fuerza. El primer caso, irónicamente, se considera más serio ya que el ladrón, que hurta a espaldas de su víctima, ignora deliberadamente la presencia de HaShem y que Él todo lo ve.
El robo en cualquiera de sus formas está prohibido, independientemente del valor del objeto que uno toma. Incluso si alguien roba algo de un valor monetario insignificante (pajot mishavé perutá) he perpetrado el acto de robar. E incluso cuando alguien toma algo de otra persona, sin su consentimiento, temporariamente y con la la intención de devolverlo. Ese acto también se considera “robo”.
La prohibición de robar se aplica, obviamente, para personas judías y no judías. Cuando una persona comete un error y me da dinero de más, por ejemplo, un cajero en un supermercado se equivoca y me devuelve más dinero del que me corresponde, aunque técnicamente es su error y uno legalmente podría retener ese dinero extra, es una gran oportunidad para cumplir con una de las Mitsvot más importantes de la Tora: Quiddush HaShem, Santificar el nombre de Dios. Esto es: cuando una persona no judía observa en una persona judía un comportamiento ético ejemplar, se inspirará y alabará a Dios por haberle dado al pueblo judío la Torá, una ley de justicia, integridad y bondad. Además, según dice el Sefer haJasidim, cuando uno obtiene un dinero que es el fruto del error de un gentil, no vera de él ninguna bendición.
El Talmud (Makot 24a, Rashí) trae el ejemplo del más alto nivel de integridad, y la Guemará lo presenta como el epítome de Yirat Shamayim (lit., temor de Dios), “devoción religiosa” .

En los tiempos del Talmud, unos 1700 años atrás, Rab Safrá puso su burro a la venta. Una persona no judía vino a su casa y le ofreció 50 monedas por su burro. En ese preciso momento el Rab Safrá estaba recitando el Shemá Israel, y cuando uno recita esta oración no solo que no puede hablar sino que tampoco puede hacer ningún gesto con su mano o con su cabeza, etc. ya que esta oración demanda una atención total. El comprador, que no conocía estas reglas, interpretó el silencio de Rab Safrá como un rechazo a su oferta de 50 monedas, y entonces le ofreció 60. Rab Safrá seguía recitando el Shemá Israel, por lo que no reaccionó.
El comprador subió la oferta y ofreció 70. Cuando Rab Safrá terminó el Shemá, se negó a aceptar las 70 monedas. Le dijo al comprador que en su corazón (en su mente) él había aceptado la primera oferta: 50 monedas, y que no iba a tomar un dinero que no le correspondía. Técnicamente Rab Safrá podia haber aceptado las 70 monedas. Sólo él, Rab Safrá y HaShem podían saber que acepta la primera oferta.
Es por eso que esta simple historia de integridad suprema fue considerada por el Talmud como la máxima expresión de respeto y reverencia a HaShem

EL SÉPTIMO MANDAMIENTO Y LA FIDELIDAD CONYUGAL

Hay leyes y códigos de conducta que tienen como uno de sus objetivos fundamentales salvaguardar la fidelidad conyugal. Una de estas importantes reglas se llama Iyjud, o aislamiento.
Leemos en el libro de Shemuel II, capítulo 13, acerca de un joven llamado Amnón, hijo del rey David. Amnón estaba obsesionado con Tamar, también hija de David, pero de madre diferente. Amnón fingió estar enfermo, se encerró en su cuarto y le pidió a su padre David que le pidiera a Tamar prepararle algo para comer. Cuando Tamar llegó, Amnón hizo que todos los presentes salieran de su cuarto y pidió que Tamar le diera de comer de su mano. Cuando llegó Tamar, Amnón, por la fuerza, abusó de ella. Esto afectó al Rey David, quien se sintió en parte responsable por no haber evitado lo ocurrido. Junto con su Corte de Justicia (דוד המלך ובית דינו) establecieron, o según la mayoría de las opiniones, “extendieron” esta ley de Iyjud (גזרו על ייחוד פנויה, aclaremos que la Cortes de Justicia judías tienen el derecho de establecer nuevas regulaciones, como la Corte Suprema en los países el mundo moderno).
La ley de Iyjud (ייחוד , se pronuncia “ijud”) establece que un hombre judío no debe estar a solas en un cuarto cerrado con una mujer que no sea su esposa (o su madre, o su hija, etc).
Esta regla se enmarca dentro de la categoría de guedarim o siyaguim , es decir, “vallados o barreras de contención Halájicas” que evitan el riesgo de caer en una prohibición mayor.
Un vallado es lo que establece un guardabosque, cuando erige una cerca unos pasos antes de un precipicio, para que los que visitan el lugar no se acerquen demasiado, y por distracción o por lo atractivo del paisaje, se caigan.
Hay muchos ejemplos de este tipo de vallados en la sociedad moderna. A una persona que sufre de adicción al alcohol y se quiere rehabilitar se le aconseja no frecuentar bares, ni fiestas donde se bebe, ni salir con amigos que beben alcohol. Todos estas restricciones adicionales son “vallas” necesarias para que quien quiere recuperarse de su adicción se proteja de sí mismo, y de la tentación que puede llegar a ser irresistible. Es mucho más fácil resistirse a entrar a un bar, que resistirse a tomar alcohol, una vez que uno tiene una copa en la mano….
Los Jajamim consideraron que el instinto sexual es tan poderoso que uno no debería confiar sólo en su sentido común y su decencia (אין אפוטרופוס לעריות). Sino que deben existir normas adicionales, vallados, a fin de evitar enfrentar un escenario potencialmente inadecaudo. La regla del Iyjud tiene ese cometido: evitar un mal mayor. Y si bien la fidelidad es fundamentalmente un tema de valores y moralidad, si un hombre respetase al pie de la letra las leyes de Iyjud, la posibilidad de cometer adulterio, especialmente sin premeditación, disminuiría drásticamente. La ley de Iyjud establece que un hombre y una mujer deben evitar recluirse o permanecer solos en una habitación u oficina que esté trabada o cerrada con llave. La presencia de otras personas en ese recinto, o incluso el hecho que el lugar o la oficina donde están, sea accesible desde afuera, evita o disminuye significativamente la posibilidad de cualquier tipo de tentación, acoso o abuso sexual.
El concepto de Iyjud, es hoy, creo yo, más aceptado que nunca.
En los aeropuertos de EEUU si alguien que pasa por los controles de seguridad lleva algo inusual debajo de sus ropas, tendrá que ser escoltado a una oficina cerrada, donde se le ordenará sacarse la ropa. Pero todo ese tiempo, desde que entra hasta que sale, estará acompañado siempre no por uno, sino por “dos” oficiales de su mismo género. Así se evita que pueda suceder algo inadecuado. Es como que el concepto de Iyjud, lejos de haber pasado de moda, cada vez se entiende mejor y se aplica para evitar situaciones potencialmente indebidas.
Recuerdo que hace unos años participé en un congreso de rabinos organizado por la Orthodox Union (OU) y en una de las charlas, un prestigioso abogado nos recomendó a los rabinos presentes que siempre que atendamos a una persona dejemos la puerta de nuestra oficina entreabierta o por lo menos sin llave, como una forma de prevención general. Nos contó que en los Estados Unidos hay una enorme conciencia sobre este tema y que muchísimos profesionales judíos y no judíos, médicos, dentistas, psicólogos han establecido pautas similares, evitando aislarse con un paciente o un cliente a solas en un cuarto cerrado, para prevenir situaciones inapropiadas, casos o denuncias de abuso sexual.
Hace unos años atrás un rabino norteamericano tuvo una audiencia con el Papa anterior, Benedicto. Era en el tiempo en que la Iglesia de Boston había recibido cientos de denuncias de abuso sexual, pedofilia, etc. Este rabino le sugirió al Papa que la iglesia adoptase la ley judía de Iyjud, y la estableciera como política eclesiástica: que ningún cura o sacerdote se pueda reunir a solas con un alumno, niña o niño, en un recinto cerrado. Y que siguiendo esta simple regla se reducirían al mínimo los problemas que tanto daño habían causado a cientos o miles de menores.
No sé lo que pasó al final, y si el Papa siguió o no siguió este consejo, pero pude apreciar, una vez más, la infinita sabiduría de nuestra Torá y nuestros Sabios que hace miles de años establecieron leyes que recién hoy la humanidad llega a valorar, apreciar e imitar.

EL SEXTO MANDAMIENTO Y LA DONACIÓN DE ÓRGANOS

Hay dos tipos de donación de órganos: Cuando los órganos se toman de 1. donantes vivos y cuando se extraen de 2. donantes cadavéricos.
DONANTES VIVOS
Esta categoría incluye, por ejemplo, la donación de riñón; médula ósea y la donación de sangre.
En el pasado, muchos rabinos, entre ellos el rabino Isaac Weiss y el Rabino Eliezer Yehuda Waldenberg z”l, expresaron ciertas reservas acerca del permiso para donar un riñón, por ejemplo, porque pensaban que aunque una persona puede tener una vida normal con un solo riñón, los riesgos para el donante durante y después de la cirugía, eran demasiado altos y podían poner en peligro su vida.
En nuestros días, sin embargo, los donantes son examinados cuidadosamente física y psicológicamente, y los riesgos quirúrgicos y post-quirúrgicos de complicaciones para el donante han disminuido drásticamente, gracias a los avances de la medicina moderna. En una de sus respuesta rabínicas, el Rab Obadia Yosef z “l evalúa las objeciones del rabino Weiss y el rabino Waldenberg, y afirma que, puesto que hoy en día los riesgos involucrados en la donación de riñón son tan bajos, se considera un gran Mitsvá donar un riñón, y este acto se enmarca dentro de la Mitsvá de salvar una vida, (piquaj nefesh). La donación de un riñón para salvar una vida, sugiere el Rab, podría también ser requerida por el mandamiento de la Torá “lo ta’amod al dam re’ekha”, “no te quedarás inmóvil mientras tu prójimo se desangra” (es decir, mientras se está muriendo) “.
DONANTES CADAVÉRICOS
La forma más común de donación de órganos y la que se debate entre los rabinos modernos, es la donación de órganos después de la muerte del donante. Esta es la donación de órganos que se alude en las licencias de conducir donde se autoriza o no extraer los órganos para ser trasplantados.
La donación cadavérica se relaciona en un punto crucial con el sexto mandamiento. Esto es: la definición de “muerte”. Me explico: Algunos órganos, como el corazón, por ejemplo, no pueden ser trasplantados después de que éste deja de funcionar. El corazón debe ser extraído del cuerpo del donante, mientras que todavía está latiendo. Hasta la década de los 1970s, esta operación era imposible debido a que la insuficiencia cardiopulmonar irreversible, era el único estándar para la determinación de la muerte. Pero, más adelante, los científicos desarrollaron respiradores o ventiladores médicos que mantienen la respiración, evitando que el corazón deje de latir . En una situación conocida como “la muerte irreversible de la corteza cerebral” el cerebro podría detener por completo sus actividades vitales, mientras que el paciente todavía sigue respirando con el respirador y su corazón sigue latiendo. La pregunta entonces es: este paciente se considera muerto porque su cerebro ya está muerto, o se sigue considerando vivo porque su corazón sigue funcionando?
Hay dos opiniones sobre este tema:
1. CORAZÓN. La opinión más estricta sostiene que mientras el corazón está latiendo y la persona está respirando, el paciente se considera vivo, incluso cuando la respiración es causada por un respirador, e incluso cuando la corteza cerebral está muerta. Y por lo tanto, extraer el corazón de este paciente sería considerado asesinato. La fuente bíblica para esta opinión es que cuando el hombre fue creado, Dios insufló en el cuerpo de Adán un hálito de vida (respiración o nishmat jayim), y esto indica que la vida está determinada por la respiración.
2.CEREBRO. La opinión más permisiva también sostiene que la respiración es la señal inequívoca de vida. Pero explica que con el fin de ser considerada como un signo de vida, la respiración tiene que ser autónoma. El Rabinato de Israel emitió un fallo hace unos años indicando que en su opinión la muerte cerebral se debe considerar muerte, incluso si el paciente está conectado a un respirador artificial, y su corazón aún está latiendo. Explicaron que, si bien nos parece a nosotros que el paciente todavía está respirando, una vez que se determina la muerte de la corteza cerebral, el centro de control de la respiración autónomo se desactiva de forma irreversible, y se ha perdido para siempre el control sobre la respiración. La vida está conectada a la respiración cuando la respiración es autónoma, es decir, cuando todavía existe la capacidad de respirar. Un paciente con muerte cerebral que respira se podría comparar a un cuerpo decapitado que, de alguna manera, conectado a un respirador artificial, sigue con su corazón activo. Ya que el corazón es un músculo autónomo y puede funcionar “mecánicamente” incluso cuando no es activado por la corteza cerebral . Pero, puesto que ya no existe la posibilidad de respiración autónoma el paciente se considera muerto y en determinadas condiciones, sus órganos podrían extraerse para el trasplante.
TARJETAS de DONACIÓN DE ÓRGANOS 
En Israel (ver https://www.adi.gov.il/en/ ) y en los EE.UU.
(https://www.hods.org/) hay dos instituciones importantes ADI y HODS que apoyan la donación halájica de órganos y le ofrecen al donante la opción de elegir entre los dos dictámenes rabínicos anteriormente mencionados. Sus sitios web tienen fuentes de información muy importantes y serias sobre este tema.

EL QUINTO MANDAMIENTO: CÓMO TRATAR A NUESTROS PADRES MAYORES


כבד את אביך ואת אמך… למען יאריכון ימיך
“Honra a tu padre y a tu madre… para que/cuando tus días se alarguen sobre la tierra….
Mantener la dignidad de nuestros padres mientras se realiza la mitsvá de honrarlos, se aprende de un pasaje en el Talmud de Jerusalem,  que indica que “es posible alimentar a los padres de uno con exóticos manjares y aún así ser considerado un mal hijo;  y es posible forzar a uno de los padres a trabajar en la molienda y ser considerado un buen hijo”.
El Talmud ilustra estos casos con dos historias reales:
Primer caso, un hijo le daba de comer a su padre comida de lujo, aves exóticas (probablemente algún tipo de faisán).  Un día el padre le preguntó al hijo: ¿de dónde tienes el dinero para estos alimentos? Y el hijo respondió “Tranquilo, viejo. Un perro come en silencio lo que se le da, tu también debes comer tu comida sin hacer preguntas.” Este hijo, dice el Talmud:heredará el infierno.
El segundo caso se refiere a un hijo que trabajaba en la molienda de su padre. Un día, el rey convocó a los trabajadores de la molienda al palacio para ayudar con un trabajo muy difícil. El rey esperaba que cada familia mandara un trabajador.  El hijo decidió ofrecerse a trabajar para el rey y le dijo a su padre que tomará su lugar en la molienda de la familia, para que el padre no sea tratado de una manera poco digna ante el rey. Este hijo que envió a su padre a trabajar a la molienda, dicen los Sabios, “heredará el paraíso ‘.
Cuando un hijo o una hija está asistiendo o ayudando a sus padres ancianos, debe hacerlo con alegría y con un lenguaje corporal positivo. Si un hijo o una hija ayuda a sus padres, pero hace que sus padres sientan que son una carga, se genera un dolor emocional incalculable para los padres, especialmente cuando dependen exclusivamente de este hijo o hija. Los rabinos explicaron que cuando ayudamos a nuestros padres debemos hablar con ellos con dulzura, con buenas palabras y con el respeto que se le debe a una autoridad superior.
Cuando los padres mayores vienen a visitar a la casa de su hijos, deben ser recibidos con amor y honor. Y el hijo o hija deben enseñar a sus propios hijos a honrar y respetar a sus abuelos.
Para terminar, hemos citado en la cabecera de este artículo el versículo del 5to mandamiento que nos indica la obligación de honrar a nuestros padres. La Torá dice: “Honra a tu padre y a tu madre para que tus días en la tierra sean más largos …”, esta es la traducción convencional de este pasuq: por cuidar de nuestros padres mayores, tendremos el mérito de gozar de una vida más larga.
Hay una segunda lectura alternativa de este pasuq: En lugar de traducir lema’an ya-arijun yameja  como “para que tus días en la tierra sean más largos”, podemos traducirlo como “paracuando tus días en la tierra sean más largos”. Brevemente,  y en otras palabras: Si honras a tus padres, cuando tu seas mayor, merecerás ser honrado por tus hijos, de la misma forma que tu has honrado a tus padres. Esto es, por supuesto, una recompensa enorme. En mi experiencia como rabino, esta es una regla que casi no tiene excepciones: cuando envejecemos, seremos tratados por nuestros hijos de la misma manera que tratamos y honramos a nuestros propios padres. Nuestros hijos tal vez no siempre escuchan lo que decimos, pero sin duda ellos siempre ven lo que hacemos y repiten lo que hicimos.

EL CUARTO MANDAMIENTO: LOS DOS ASPECTOS DEL SHABBAT

זכר ליציאת מצרים La noción de “descanso” o “reposo” asociada con Shabbat puede llegar a ser un poco confusa. La gran mayoría de las traducciones de la Biblia presentan al Shabbat como un “día de descanso” que el Todopoderoso concede a la humanidad. Pero, ¿es el Shabbat un día de descanso semanal que nuestro Todopoderoso CEO nos concedió para que su empleados trabajen de manera más eficiente y más productiva durante la semana siguiente? Esta podría ser la idea de Shabbat una sociedad de esclavos (o una sociedad extremadamente materialista) donde la razón de la existencia humano es el trabajo, y el objetivo del descanso es mejorar la productividad.
Como ya hemos explicado, el Cuarto Mandamiento, la observancia del Shabbat, nos indica “abstenernos” de nuestro trabajo. Pero esa falta de actividad no está destinada al descanso físico sino a expresar, a través de nuestra inactividad, la convicción de que nuestros medios de vida provienen, en última instancia, de HaShem (ver  aquí). Desde este punto de vista, Shabbat nos recuerda Yetsiat Mitsrayim, la salida de Egipto. Una vez fuera de Egipto, como lo aprendimos del maná, dejamos de estar bajo la jurisdicción del Faraón e ingresamos bajo las alas de la Supervisión Divina. Shabbat NO es el medio (=descansar) para llegar a un fin (=trabajar mejor). Todo lo contrario: Shabbat es la finalidad de la semana. Trabajamos duro durante toda la semana para celebrar y disfrutar al máximo el día de Shabbat. Ese es el significado de la bendición del séptimo día en Génesis 2:3: HaShem “bendijo el séptimo día y lo santificó” es decir, lo estableció como el día más importante de la semana.
זכר למעשה בראשית En el contexto de Bereshit,  por otro lado, Shabbat expresa una noción diferente, la culminación de la creación. La idea principal que transmite Shabbat en Bereshit es que en el séptimo día Dios finalizó (vayikhal) Su trabajo creativo y detuvo (vayishbot) “para siempre” el proceso Creación.
RaDaQ explica muy claramente que el Shabbat marca el final del proceso de Creación. ונגמרו כולם ביום הששי ומכאן ואילך אין כל חדש … שלא ברא אחר יום הששי דבר “Y a partir de este momento [después del Sexto Día] no hubo nuevas creaciones… porque [Dios] no creó nada  nuevo después del Sexto Día “(Génesis 2: 1-2)”.
Vamos a explorar el significado más profundo de las palabras de RaDaQ.
¿Por qué los cristianos celebran la Creación el día domingo, los musulmanes el viernes y nosotros los judíos en Shabbat? A primera vista, pareciera que tiene más sentido conmemorar la creación en el primer día de la semana, que celebra el inicio de la Creación. O bien el Sexto Día, el último día de la creación. La Tora, sin embargo, indica que debemos celebrar el acto de creación en el séptimo día, cuando Dios “terminó” Su Creación. ¿El día que no hubo Creación para celebrar la Creación? ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia entre el proceso Divino de la Creación y la naturaleza? Si la materia y la vida hubieran sido producidas por la naturaleza, la naturaleza NO podría dejar de seguir creando. La naturaleza no puede parar su curso “natural”. Debería haber continuado la creación de átomos y células, materia y seres vivos. A pesar de lo que digan algunos científicos seculares, cuando un evento ocurre sólo una vez, no se lo puede considerar  un evento de “natural”. Es más bien un evento “sobrenatural”. En este sentido, según lo explicado por los rabinos del Talmud, la observancia del Shabbat es nuestro testimonio de que Dios, y NO la naturaleza, creó el universo. Que nada surgió de forma espontánea o natural.
La conclusión del proceso creativo, es decir, el Shabbat, es lo que hace que la Creación haya sido un fenómeno único e irrepetible, algo que sólo ocurrió una vez, durante un período particular y singular llamado “Los Seis Días de la Creación”.  Shabbat, “zejer lema’asé bereshit”, celebra el acto de Creación. Nuestro testimonio de que Dios, y NO la naturaleza, trajo a nuestro mundo a su existencia.

EL TERCER MANDAMIENTO NO ME MALREPRESENTARÁS

 “No invocarás el nombre de HaShem tu Dios en vano; porque no será perdonado por HaShem aquel que lleve/invoque Su nombre en vano.”

Previamente presentamos 2 explicaciones del tercer mandamiento. En síntesis se podría decir que las dos explicaciones difieren en cuanto a la traducción (o el alcance) de la palabra hebrea “TISA”. Primero exploramos lo que se aprende del Tercer Mandamiento cuando entendemos LO TISA como no “invocar” el nombre de HaShem en vano, en el contexto de un juramento, promesa, berajá, etc..

En segundo lugar, explicamos LO TISA como “No llevarás el nombre de Dios en vano” y la responsabilidad que esta misión exige (ver aquí).

Siguiendo con este mismo tema, hoy, conversando con mi mama que vive en Buenos Aires, escuché algunas noticias de lo que está ocurriendo en estos días en la Argentina, donde muchos casos de corrupción se están finalmente desenmascarando.

Cuando un ejecutivo de una compañía defrauda económicamente a su empresa, usando fondos de la compañía para beneficio personal, está engañando a su empresa, a sus socios, clientes y empleadores.    Pero cuando un líder religioso usa fondos públicos inapropiadamente, o es partícipe de algún fraude económico,  no solo está engañado a sus “empleadores”, sino que por sobre todo está perjudicando muchísimo a la religión que representa. En Argentina, se comenta que ayudaron a un ladrón de guantes blancos a entrar a un convento en la mitad de la noche y esconder allí dinero mal habido. Si esto se comprueba, entonces en primer lugar, tendríamos un ejemplo muy real, aunque no sea dentro del marco judío, de como a veces se puede trivialidad, utilizar en vano o para fines materiales el “prestigio de una institución religiosa” que supuestamente funciona en nombre de Dios.

Esto , por supuesto, puede pasar en todas las religiones y el efecto de frustración y desencanto que estos escándalos causan en los feligreses es devastador. Ya que afectará el prestigio de la religión , y/o aquellos que la representan, quienes supuestamente deben dar el ejemplo de honestidad e integridad moral.

Si algo parecido ocurriera en el pueblo judío se llamaría JILUL HASHEM ,la profanación “del nombre de HaShem”. ¿Y por qué se denomina así?

Los judíos “llevamos” el nombre de HaShem, y por lo tanto , somos responsables de no defraudar ni trivializar Su nombre.

Imaginemos que yo trabajo para Federal Express. Llevo el uniforme , la insignia y la gorra que me identifica como Federal Express. Trabajar para esta compañía implica también que yo represento a esta compañía. Si trato bien a los clientes, los clientes no van a decir que Fulano de tal los trató bien, más bien van a decir que el servicio al cliente de Federal Express es excelente. El crédito va para la compañía, no para el individuo. Lo mismo pasaría si yo trato mal a los clientes: la compañía es la que va a sufrir un gran daño en su reputación y en su nombre…..

De una manera similar,  los Yehudim representamos a HaShem: “trabajamos” (o quizás somos Sus socios) en Su compañía. Hasta nos vestimos con un uniforme que nos identifican con HaShem: Kippa, Tseniut y por sobre todo , Talit y Tefilin. Estos últimos, representan en realidad el nombre de HaShem como dice el pasuq כי שם ה’ נקרא עליך  que el mundo es testigo que Nombre Divino está en cada Yehudí.

El tercer Mandamiento no se refiere sólo al caso en el que nuestras palabras pueden trivializar o profanar el Nombre de HaShem. Son principalmente nuestras acciones las que afectan para un lado o para el otro el prestigio y la reputación del Nombre de HaShem que todo judío lleva consigo.

EL SEGUNDO MANDAMIENTO: NO SERÁS SUPERSTICIOSO

Estamos analizando el segundo mandamiento, “No tendrás otros dioses delante de Mí”. La Torá nos advierte que no debemos creer en otros dioses o poderes –objetos o fuerzas sobrenaturales– que supuestamente son independientes de HaShem.  
Si bien la mayoría del mundo moderno ha superado la idolatría clásica, es decir, la adoración a dioses de piedra o madera, todavía sobreviven ciertos hábitos íntimamente conectados con las prácticas idólatras. Me refiero a las supersticiones.
¿A qué nos referimos con supersticiones?  A la creencia o la fe en el poder de algo que NO es HaShem, una perfecta ilustración de lo prohibido en el segundo mandamiento.
Ejemplos: la creencia en el poder, bueno o malo, de ciertos objetos. Digamos un espejo roto, un anillo o un libro con poderes, una cinta roja, agua bendecida por un “santo”, etc.
La humanidad, especialmente los sectores menos educados de la población, siempre se sintieron tentados a creer en supersticiones, y atribuir ciertos poderes a objetos o fenómenos naturales. Como ya explicamos, es mucho más fácil servir a un objeto que no exige nada de nosotros, que servir a HaShem que nos demanda aprender, estudiar, y nos exige disciplina, integridad,  generosidad, etc. También está el efecto “control”. Puedo comprar una “cinta roja” y tener la sensación que al poseerla la controlo, y controlo su poder, como el anillo del “Lord of the Rings”….
De un total de 613 mandamientos, la Torá dedicó más de 50 a la negación de la idolatría, para enseñarle el pueblo judío a rechazar toda creencia y culto a poderes mágicos o supersticiosos, o como lo llama la Torá, Abodá Zará.
El segundo mandamiento nos enseña que no hay nadie ni nada que tenga un “poder” o un influencia sobrenatural en nuestras vidas, más que HaShem.
Es muy grave, pero debemos reconocer que lamentablemente, aún personas creyentes u observantes pueden caer en las supersticiones.  Pareciera ser que es compatible creer en Dios y ser supersticioso al mismo tiempo. Especialmente si los objetos de superstición son objetos rituales.
Este fenómeno no es nuevo. Veamos un ejemplo. Hay poco artículos religiosos más sagrado que  el Tefilin , las filacterias que los hombres judíos vestimos todos los días para rezar. El Tefilin tiene obviamente QUEDUSHÁ, “santidad”, lo cual significa que debe ser tratado con muchísimo cuidado. No se lo puede llevar a lugares inapropiados, etc.
Pero no hay que confundir “quedushá”, que como lo ejemplifica el caso del Tefilín, nos demanda cuidar de estos artículos, con la falsa creencia de que el Tefilin, como objeto ritual,  tiene superpoderes. Maimónides escribió sobre este tema. Imaginemos que un niño pequeño llora sin parar. Y ya tratamos todo para calmarlo. La pregunta que explora Maimónides es ¿podemos colocar en la cama de este niño un Tefilin, para que con el “poder de la santidad del Tefilin” ese bebé deje de llorar y pueda dormir? Lo mismo podríamos hacer con un Sefer Torá, un rollo de Torá, el único objeto que tiene una quedushá / santidad mayor a la del tefilin. ¡No existen objetos más sagrados! Por lo tanto, si la santidad de un objeto religioso proyecta algún poder sobrenatural que ese objeto posee, estos dos artículo deberían estar en lo más alto de la lista de efectividad.
Maimónides, que menciona explícitamente estos dos artículos, considera esta práctica como una forma de idolatría, y lo condena con palabras muy pero muy severas
MT, Abodá Zará 11:12: “… asimismo, si alguien coloca un Tefilin o un Sefer Torá en [la cama de] un niño pequeño para que se quede dormido, no solo que es culpable de [dos formas de idolatría:] encantamiento y hechicería, sino que también es culpable de herejía….”. 
Como vemos, no es un nuevo fenómeno que algunas personas un poco confundidas quieran “usar” artículos rituales  para prácticas supersticiosas.
El segundo mandamiento nos enseña que no existen otros “poderes” independientes de Dios.  No importa que tan sagrados sean esos objetos.
Lejos de apelar a objetos o amuletos, lo que debo hacer en caso de enfermedad o de cualquier otro problema, es en primer lugar realizar mi mayor esfuerzo por resolver el problema, y a la vez REZAR, pedirle directamente a HaShem que nos ayude. Sabiendo que en última instancia, todo está EXCLUSIVAMENTE bajo Su poder.

EL PRIMER MANDAMIENTO, SEGÚN LOS JUDÍOS

Cuando el pueblo de Israel vio que Moshé tardaba en regresar del Monte Sinaí hicieron un ídolo, un becerro de oro. En la inauguración oficial de esa nueva “religión”, similar a la religión de los egipcios que adoraban animales,  declararon: “Ele ELOQUEJA Israel”, “Este es tu Dios, Israel”. 
Es interesante observar que, consciente o inconscientemente, utilizaron la misma expresión que HaShem utilizó en el primer mandamiento cuando dijo “Anojí HaShem, ELOQUEJA”, Yo HaShem, soy tu Dios”.
Evidentemente la intención NO era reemplazar a HaShem por un becerro de oro. El pueblo judío seguía creyendo en Dios. Pero no todos estaban conformes con que HaShem sea “ELOQUEJA”: un Dios al que uno “sirve” comportándose con integridad y con una conducta moral intachable…
El becerro de oro era un “ELOQUEJA” completamente diferente. Para “servirlo” el pueblo se emborrachó y se entregó a la lujuria y a la promiscuidad. Esa es la forma de adorar a los ídolos paganos.
Este detalle es revelador y muy relevante para comprender la naturaleza de nuestra Emuná o fe judía.    Más allá de lo obvio, la principal diferencia entre servir a HaShem y servir al becerro es que el becerro de oro NO habla, no se revela, no demanda nada, no se mete en lo hago o dejo de hacer. Mientras que HaShem exige que practiquemos la quedushá, que obedezcamos elevandonos y controlando nuestros impulsos, al becerro de oro se lo adora justamente obedeciendo a los más bajos instintos. El becerro de oro NO se entromete en mi vida privada.  No tiene demandas éticas ni espirituales.  Al igual que los dioses griegos o romanos, sólo me pide que de vez en cuando le ofrezca algún sacrificio, para satisfacer SUS apetitos…
Yo leí un poco sobre la vida de Albert Einstein, un gran científico y alguien que ayudó al Estado de Israel.  Siempre me interesó comprender su filosofía religiosa.   Lo que aprendí es que Einstein creía en Dios, pero a su manera. No creía en el Dios de Abraham Itsjaq y Yaaqob, un Dios “personal”, es decir, que nos indica qué debemos hacer con nuestras vidas.
El dios de Einstein y de muchos individuos progresistas o liberales, es el sabio creador del mundo, pero no se mete en lo que yo hago o dejo de hacer. Es como el dios de Aristóteles que creó el mundo y luego lo abandonó a su suerte. O el dios pasivo que Espinoza que es todo (o nada) a la vez, pero que no tiene una voluntad específica, o si la tiene no la manifiesta.  La paradoja es que millones de individuos creen en Dios, pero se relacionan con Él ח”ו como si se tratara del becerro de oro:  no piensan que necesariamente hay que obedecer Su voluntad.
El primer mandamiento, por el otro lado, deja muy en claro que HaShem no es sólo el Creador. Él es también quien define qué está bien y qué está mal.  La forma judía de relacionarnos con Dios pasa en primer lugar por la obediencia a Sus mandamientos. Por observar el código de conducta que Él estableció. Nuestra relación con HaShem, tal como la relación entre esposos o entre padres e hijos, consiste en una serie de derechos y obligaciones.