APRENDER ES UN PROCESO

El aprendizaje es un proceso que exige una disciplina y esfuerzo. El crecimiento cristiano, de igual modo, depende de la disposición de nuestro corazón, nuestra mente, el tiempo dedicado, la importancia que le otorgamos a la voz del Padre.


Al principio estamos ávidos de buscar la verdad y el entusiasmo nos renueva las fuerzas día a día para disciplinarnos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, nos cuesta cada vez seguir aprendiendo y lo que antes nos resultaba una motivación se convierte en un sacrificio.

Por supuesto que detrás de todas nuestras debilidades hay alguien que planea la manera de ocupar nuestra mente de excusas para dejar de sentirnos culpables ante las faltas.
Podemos excusarnos eternamente, porque de hecho, no somos tan malas personas y ejercemos “no tan mal” el cristianismo… eso sí, probablemente no podemos visualizar la voluntad de Dios viviendo en una chatura.

Sabemos que no hemos sido pensados para la mediocridad pero no tenemos las agallas para pensar qué maravillosas cosas experimentaríamos si nos abandonásemos en las manos de Él.

Quizás el comienzo para comenzar a andar el camino del crecimiento espiritual sea identificar cuál resulta el enemigo que debemos enfrentar para comenzar a aprender. Las barreras del aprendizaje se erigen para impedirnos comenzar a andar ese camino.¿ Cuál es nuestro enemigo a vencer?

• No somos conscientes de nuestra ceguera. La primera tarea es reconocernos en nuestra situación. Mirar el interior y analizarnos.

• No tenemos tiempo. Es nuestra gran excusa, el caballito de batalla de todos los argumentos. No demos más rodeos: el tiempo es un recurso más de nuestras vidas que debemos administrar, es una cuestión de prioridades de nuestro corazón.

• Confundimos información con saber. A veces los estudios bíblicos resultan una fuente de datos más. El saber involucra más que el tener información. Porque yo se algo es que hago tal o cual cosa; de modo que cuando tengo internalizado un saber creo fehacientemente en él y actúo en consecuencia.

• Confundimos opinión con saber. ¿Cuántas veces hacemos hablar a la Biblia haciendo interpretaciones según nuestro parecer? Emitir opiniones acerca de lo que nosotros pensamos que Dios quiere decir está muy lejos de saber realmente qué quiere de nosotros. Esta es una conducta más común de lo que imaginamos. Pensemos en esto: frente a una controversia ¿qué solemos hacer? Seguramente opinamos del tema diciendo “Dios quiere… Dios no quiere…” y pocas veces recurrimos a la palabra y la oración para preguntar directamente a la fuente cuál es su voluntad.

• Yo no puedo. Nosotros mismos ponemos la vara de nuestro crecimiento según las aptitudes que tenemos y si la estima es baja la vara también lo será. Pero la debilidad es la materia prima preferida del Creador. ¡No se trata de lo que nosotros mismos pensamos que somos sino lo que verdaderamente podemos llegar a ser en sus manos!

• Excluimos la espiritualidad del aprendizaje. Nuestro aprendizaje es eminentemente espiritual. Podemos hacer grandes razonamientos pero la experiencia debe ser espiritual. Esto significa que lo que aprendamos debe ser transformador. Sí o sí debe tener un impacto de cambio en nuestra vida.

“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Todas la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir , para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:14 - 17

DESTINADOS PARA REINAR


Tú estás destinado para reinar. El Señor te llama a ser un éxito, a disfrutar de riqueza, a disfrutar de salud y a disfrutar de una vida de victoria. No es deseo del Señor que vivamos una vida de derrota, pobreza y fracaso. Él te ha llamado a ser cabeza y no cola. Si eres un hombre de negocios, Dios quiere que tengas un negocio próspero. Si eres ama de casa, estas ungida para educar hijos maravillosos en el Señor. Si eres estudiante, Dios quiere que sobresalgas en todos tus exámenes. Y si estás confiando en el Señor para una nueva carrera, Él no sólo quiere que tengas un empleo; Él quiere que tengas una posición de influencia, ¡de modo que puedas ser una bendición y un bien para tu organización!


Cualquiera que sea tu vocación, estás destinado a reinar en vida porque Jesús es Señor de tu vida. Cuando reinas en vida, reinas sobre el pecado, reinas sobre las potestades de oscuridad, y reinas sobre la depresión, sobre la pobreza, sobre toda maldición y sobre toda enfermedad y mal. ¡Tú REINAS sobre el diablo y todos sus planes!

La capacidad de reinar no depende de tu trasfondo familiar, tus calificaciones educativas, tu aspecto o cuántos ahorros tengas en tu cuenta bancaria. La capacidad de reinar se basa totalmente en Jesús, y solamente en Él. Amigo, esto no es un cliché de algún libro de autoayuda sobre pensamiento positivo. La declaración de que tú reinas está basada en una promesa que ha sido registrada por toda la eternidad en la Palabra de Dios. En Romanos 5:17 dice “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.”

La palabra “reinar” utilizada en Romanos 5:17 es la palabra griega basileuo,1 de donde obtenemos la palabra “basílica”. En la antigua Roma, las basílicas se utilizaban como tribunales. Por tanto, se refiere a un gobierno real, judicial. En otras palabras, reinar aquí es reinar en vida como rey, tener un gobierno real y poseer dominio de rey.

Si estás viviendo una vida de derrota, de ser derrotado por el pecado, mediante perpetua culpabilidad y condenación, con enfermedad, con ataques de ansiedad, con carencia financiera y con relaciones rotas, no estás viviendo la vida que Dios quiso para ti. Basado en la autoridad de la Palabra de Dios, estás destinado a “reinar en vida” como rey, a tener dominio de rey sobre todos tus retos y circunstancias. Eres llamado a estar por encima de ellos y no estar pisoteado por ellos. ¡Ha llegado el momento de que dejes de abdicar tu derecho a reinar en vida!

Actualmente, en lugar de vernos a nosotros mismos reinando en vida, vemos más evidencias de muerte reinando en el mundo. La Biblia nos dice que se debió a la “ofensa de un hombre” (el pecado de Adán en el huerto de Edén) el que la muerte comenzase a reinar. Es importante que entiendas que nuestras vidas están arropadas en las de nuestros antecesores. Tú no existirías si no hubiese estado tu abuelo. Por tanto, somos pecadores no debido a que pecamos, sino debido al pecado de Adán. Muchos creyentes siguen pensando que se convirtieron en pecadores por haber cometido pecado, pero eso no es lo que dice la Palabra de Dios. Lo que dice es que somos pecadores debido al pecado de Adán. De igual modo, somos hechos justos en el nuevo pacto no debido a obras de justicia, sino debido a la obediencia de un Hombre (Jesús) en la cruz. El secreto de reinar en vida está, por tanto, en recibir lo que Jesús ha logrado por nosotros en la cruz.

A TRAVES DE TODO


En Isaías 43:2, Dios nos dice que Él estará con nosotros cuando pasemos por el agua y por el fuego. Esto significa que tendremos que enfrentar dificultades y pruebas en nuestras vidas; no pueden evitarse. Habrá algunas cosas difíciles por las que tendremos que pasar.

No sé qué forma específica podrán tomar sus desafíos, pero sé que tendrán como propósito fortalecerlo, desarrollar su carácter, lograr que persevere, santificarlo, purificarlo, enseñarle las lecciones únicas del sufrimiento, los beneficios y las disciplinas del sacrificio, y hacer de usted una mejor persona. Puede encogerse mientras piensa en estas cosas, pero si realmente desea realizar todo su potencial, debe estar preparado para pasar por ellas.

He pasado muchas pruebas y dificultades. He afrontado la soledad, los obstáculos y la persecución. Ha habido ocasiones en que quise rendirme y, en esos momentos, Dios solía colocar en mi vida a alguien que particularmente no me gustaba o a quien no quería tratar. Ahora sé que Él ubicó a esas personas cerca de mí porque yo las necesitaba. Las usó como la lija que necesitaba para suavizar mis áreas ásperas.

¿Ha colocado Dios a alguien o algo en su vida como una lija? Puede sentir esa situación como una inundación o un fuego para usted, pero está sirviendo a un gran propósito, y Dios va a llevarlo a través de esa dificultad hacia el otro lado. La va a usar para fortalecerlo, cambiarlo y avanzar hacia el propósito de su vida.

Dios debe hacernos atravesar cosas difíciles porque tiene que cambiarnos para usarnos. Debemos ser transformados a semejanza de Cristo en nuestro carácter; debemos seguir su ejemplo y andar en sus caminos. Los dones nos son dados por Dios, pero el fruto y el carácter piadoso debemos desarrollarlos.

Luché con el proceso de cambio durante largo tiempo, pero al fin me di cuenta de que no iba a conseguir que Dios hiciera las cosas a mi manera. Él no quería oír un argumento de mi parte; quería oír: “Sí, Señor. Sea hecha tu voluntad”.

Siempre enfrentaremos obstáculos y dificultades —“inundaciones y fuegos”—mientras Dios continúa fortaleciéndonos y preparándonos para ser usados en su servicio de maneras cada vez mayores. Deberíamos ser sabios para calmarnos y tratar con los desafíos que Él coloca delante de nosotros. Sean cuales fueren, si los aceptamos como su manera de entrenarnos y nos sometemos a su voluntad, no nos estancaremos, sino que avanzaremos hacia la victoria.

TENTACION Y PECADO


Existe un malentendido en cuanto a la diferencia entre tentación y pecado que ha hecho que mucha gente crea que está perdiendo sus batallas en el desierto, cuando en realidad las está ganando. El escritor de Hebreos dijo que Cristo fue “tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Es importante que entendamos que la tentación no es pecado. Para que algo nos tiente, debemos tener un deseo natural por ello. Por ejemplo, si yo no hubiera comido en todo el día y usted me dejara solo en una habitación con una fuente de sushi, no me tentaría porque detesto el sushi. En cambio, si estuviera con hambre y usted pusiera una cola de langosta caliente y jugosa frente a mí, ¡me tentaría! No podemos ser tentados por algo que no deseamos. Por eso el diablo tentó a Jesús con “di que estas piedras se conviertan en pan”: él sabía que Jesús no había comido en cuarenta días. El hecho de que Jesús tuviera hambre hizo que esa sugerencia fuera una tentación.

Probablemente usted se pregunte: ¿Cuándo se convierte la tentación en pecado? La tentación se convierte en pecado cuando aceptamos la sugerencia en lugar de resistirla. Si una hermosa mujer corriera desnuda frente a una multitud, todo hombre normal del gentío sería tentado porque Dios les dio a los hombres el impulso sexual. Pero solo han pecado cuando eligen aceptar la tentación. Si uno de los hombres de la multitud se dijera a sí mismo: Realmente me gustaría tener sexo con esa mujer, ya ha cruzado la línea de la tentación y entrado en el mundo del pecado. Aunque hasta ese punto no haya hecho nada físicamente incorrecto, ya ha pecado en su corazón.

Recientemente tuve una conversación con un líder de alto perfil que me dijo que pecaba todos los días. Yo estaba pasmado. Cuando le pregunté qué quería decir con pecar, comenzó a describir diferentes tentaciones que enfrentaba día a día. “¿Acepta esas tentaciones en su mente cuando vienen a su corazón?”, le pregunté.“No, por supuesto que no. Soy sensato”, fue su respuesta. “Entonces usted no ha pecado, solo fue tentado. La tentación no es pecado”, le expliqué. El líder estaba conmocionado por la verdadera definición de pecado. En ese momento, esa persona fue libre de una vida entera de culpa por sentir que le había fallado continuamente al Señor.

—Tomado del libro Las batallas espirituales de Kris Vallotton. Una publicación de Casa Creación

BUENA VOLUNTAD DE DIOS



¿No es impresionante pensar que Dios tiene una voluntad buena para tu vida? Para mí sí. En mi pequeña percepción de Dios, es natural suponer que Él esté demasiado ocupado para planear una voluntad buena para mí. Sin embargo, a lo largo de las Escrituras, se nos confirman sus planes y propósitos. A algunas personas les cuesta creer que los propósitos de Dios sean buenos. Tienden a pensar de Dios como un capataz o tirano cruel con un látigo, listo para hacernos vivir la vida más difícil que podamos imaginar. Pablo no dijo que Dios produce en nosotros el querer como el hacer conforme a su plan malvado, su “mano dura” o sus exigencias sin fin.

No, Dios produce en nosotros el querer como el hacer conforme a su buena voluntad. Esta pequeña frase puede traducirse como su beneplácito o su buen agrado. Dios no solo sabe qué está bien y es bueno, sino que tiene la intención o la determinación de trabajar en pro de algo bueno. Vemos este mismo término en el primer capítulo de Efesios. “Nos predestinó para que por medio de Jesucristo fuéramos adopta­dos como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad”. Volvemos a encontrar esta palabra más adelante en el mismo capítulo: “y nos

dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo”.

Pablo escribió en su carta a los Tesalonicenses: “Por eso siempre oramos por ustedes, para que nuestro Dios los considere dignos de su llamamiento, y cumpla con su poder todo propósito de bondad y toda obra de fe”. También me viene a la mente el entrañable pasaje de Romanos: “Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, es decir, de los que él ha llamado de acuerdo a su propósito”.

¿Acaso no sientes, al leer estos versículos, que Dios tiene un plan y propósito intencional para nosotros, y que es algo bueno? El Señor nos llama a seguirlo y a caminar con Él, porque tiene un buen plan y un propósito intencional. Él quiere que caminemos conforme a sus caminos, y quiere ayudarnos a hacerlo porque tiene buen
as intenciones para nuestra vida. Quiere que conozcamos el gozo de vivir para Él y que caminemos humildemente en obediencia a Él. Es divertido ver cuántas tentaciones de este mundo parecen ofrecernos placeres agradables, pero no logran satisfacernos en absoluto. Ya sea vivir con alguien fuera del matrimonio, recurrir al alcohol o las drogas para estimular el placer, o codiciar más posesiones, a menudo las personas parecen no encontrar lo que buscan. Pero Dios tiene buenos propósitos y buenas intenciones para nuestras vidas, y se encuentran en Él. Nadie puede quitarnos su buena voluntad y sus buenas intenciones.

Aunque la Biblia nos dice que Dios tiene planes buenos para nosotros, no significa que nuestra vida será buena y grata y que no tendremos problemas. Dios nos recuerda que podríamos llegar a tener dificultades, pero aun así Él tiene buenas i
ntenciones para nosotros. Vemos esto en la vida de hombres y mujeres de fe del Antiguo Testamento. Abraham, José, Daniel y Jonás, todos enfrentaron pruebas difíciles, pero Dios tenía buenos propósitos y buenas intenciones para ellos, que se hicieron realidad de una manera hermosa en sus vidas. Como hija y partícipe de su gracia, Él tiene buenas intenciones para ti también. No te desanimes ante las pruebas, sino más bien confía en su buena voluntad para tu vida.

En Jeremías, leemos que el profeta recibió un mensaje para l

os israelitas. Él les dijo que se prepararan porque iban a estar cautivos en Babilonia durante setenta años. ¡Setenta años! ¿Qué? ¡Eso es terrible! ¿Tenía realmente Dios buenas intenciones para con ellos? Sí. Así es. Eso es lo que Jeremías les dijo a los israelitas: “Así ha dicho el Señor: Cuando se cumplan los setenta años de Babilonia, yo iré a visitarlos, y les cumpliré mi promesa de hacerlos volver a este lugar. Sólo yo sé los planes que tengo para ustedes. Son planes para su bien, y no para su mal, para que tengan un futuro lleno de esperanza —Palabra del Señor”.

Probableme
nte hayas leído este versículo antes, pero ¿te diste cuenta de que fue dicho cuando los israelitas supieron que estarían cautivos du­rante setenta años? No se nos asegura que todo será “color de rosa”, sino que Dios está con nosotros y tiene planes maravillosos para nuestra vida. Cuando enfrentas retos y dificultades, puede que no entiendas por qué te está pasando eso. Puede que te preguntes por qué el Señor permitió esa circunstancia en especial, pero una cosa que puedes hacer es confiar en las buenas intenciones de Dios para ti. Él te dotará de lo que necesites para atravesar esa dificultad según su bu
ena voluntad para tu vida.

Cuando reconozco que Dios tiene buenas intenciones para mí, veo la vida desde una perspectiva un poco diferente. Sé que puedo confiar en un Dios que me ama y tiene un plan bueno para mí, aunque no me guste lo que está pasando en ese momento. El predicador escocés del siglo xix Alexander MacLaren dijo: “Procura cultivar un sentido opti­mista y alegre de la multiforme bondad de Dios en tu vida diaria”. Sí, cuando tenemos el sentido alegre de la superabundante bondad de Dios hacia nosotros, cambia la manera en que recibimos lo que nos sucede.

¡Que la bondad del Señor llene nuestros pensamientos en todo momento para que podamos ver la vida con gozo y bendecir a otros con la misma bondad que tan misericordiosamente recibimos!

EL MATRIMONIO


El matrimonio es una tarea que hay que llevar día a día a la perfección en Cristo. Nuestras relaciones han sido formadas por el sistema de este mundo, el cual es distorsionado y erróneo. Por eso muchos matrimonios, aún estando en la Iglesia, teniendo la Palabra de Dios, habiéndose discipulado y habiendo tomado clases de cómo llevar mejor su matrimonio, todavía están siendo atacados por este sistema diabólico del mundo, que es todo lo contrario a lo que Dios ha establecido.

El matrimonio duele. El día a día, la carga de sobrellevar las deudas, la casa y aún la relación conyugal, deben ser trabajados desde el punto de vista bíblico. Tenemos que despojarnos de nosotros para ser solo lo que Él quiere que seamos como pareja. ¡Hay tantas cosas que distancian a un matrimonio!

Las discusiones, el pasado, el dolor de una infidelidad que es tan complicado y quiebra por completo la unión, forman una pared de inseguridad y dolor profundo. Por eso, el perdón no puede faltar para transformar un matrimonio; el perdón genuino, no falso, no de palabras, sino de verdad.

En Oseas 1:2 dice Jehová a Oseas: “Toma una mujer”, pero ella era una fornicadora. Sé muy bien que esto trata de la relación de Dios con el pueblo de Israel, pero no podemos dejar a un lado que aquí hay una relación de dos personas: Oseas y Gomer. Quiero llevarlos a que puedan ver lo que ocurre en el mundo espiritual cuando hay este pecado (fornicación, infidelidad), especialmente en el matrimonio. Sé que Oseas se casó por obediencia a Dios, pero con el tiempo él llegó a sentir algo hermoso por Gomer, pues aunque él sabía que no tenía una reputación nada buena, él entendía que Dios había hecho un pacto entre ambos. Dios hizo un casamiento y eso era algo que le brindaba seguridad. Se casó con grandes esperanzas. Su primer hijo se llamó Jezreel, que significa “Dios dispersa” o “Dios esparce”. Podemos ver claramente que lo primero que pasa cuando un matrimonio deja entrar este espíritu de fornicación y adulterio, es que hay, como consecuencia, separación. Se dispersa todo en tu hogar.

Tuvo su segunda hija, que se llamó Lo-ruhama, que significa “No más misericordia”. ¡Qué fuerte! ¿Verdad? Cuando pecamos sabiendo lo que hacemos porque en nosotros andaba la verdad, entonces dice la Palabra que la misericordia se aparta de nosotros. Su tercer hijo se llamó Lo-ammi, que significa “No mi pueblo”.

Muchas veces decimos que somos hijos de Dios, pero reina en nosotros el pecado. Primera de Juan 3:6-9 afirma: “Todo aquel que permanece en Él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como Él es justo. El que practica el pecado es el diablo; porque el diablo peca desde el principio. Por esto apareció el hijo de Dios para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado porque la simiente de Dios permanece en Él y no puede pecar porque es nacido de Dios”.

Ahora les dejo a ustedes la pregunta: ¿Eres pueblo o no, según la Palabra? Tenemos que ver la progresión de los tres: “Jezreel”, juicio; “Lo-ruhama”, tolerancia pasiva; “Lo-hammi”, ninguna relación. Tenemos que aborrecer el pecado. Ya basta de jugar a ser cristianos a medias y que el enemigo se ría en tu cara, haciéndote creer que esa relación a medias es permitida. No, amados, no es permitida jamás.

“Contended con vuestra madre; porque ella no es mi mujer, ni yo su marido, aparte, pues, sus fornicaciones de su rostro y su adulterio de entre sus pechos, no sea que yo la despoje y desnude, la ponga como el día que nació, la haga como un desierto, la deje como tierra seca, y la mate de sed” (Oseas 2:2-8).

Aquí vemos a un Oseas quebrantado, un hombre destrozado por el adulterio de su esposa. Sus palabras llegan al alma, pues vemos cómo un hombre queda igualmente inundado de dolor por el engaño de su esposa. Cuando él dice “ella no es mi mujer” quiere decir que el pacto de amor y fidelidad fue roto. En otras palabras, él le daba a ella el divorcio. Oseas padece en carne propia el dolor de la humillación de la infidelidad, pero Dios aquí muestra cómo salvar un matrimonio mediante el sufrimiento y el perdón.

Esta es una de las historias más profundas acerca del matrimonio y tiene una revelación sobre el adulterio que no podemos encontrar en otro lugar. Un matrimonio exitoso no es asunto de gente perfecta, mediante principios perfectos. El matrimonio es más bien un estado donde la gente con sus imperfecciones, a menudo se hieren y se humillan, pero a través de la Palabra encuentran la gracia para perdonarse el uno al otro, llevarse en amor y sustentarse en el que todo lo puede. Solo así el poder de la Palabra y el poder redentor de Dios transformarán tu matrimonio.

En Oseas 2:14-15, vemos cómo Dios usa esta situación dolorosa para traer bendición. Nos habla de la etapa de entrar en el desierto. “Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón. Y le daré sus viñas desde allí, y el valle de Acor por puerta de esperanza; y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de la tierra de Egipto.”

Ese desierto es el lugar donde Dios te dará tu bendición y disfrutarás de lo que es una relación íntima con tu Padre. Lo conocerás, escucharás su voz, tendrás esos momentos que solo se viven en privado, en lo secreto. Allí comenzarás a vivir las experiencias más hermosas con tu Padre. Allí se aprende a que lo más horrendo de nuestras vidas va tomando una nueva forma, la forma perfecta de nuestro alfarero. El Valle de Acor significa dificultad, pero Dios cambia el Valle de Acor por puerta de esperanza. Allí donde hubo problemas, vendrá a surgir la esperanza en Cristo. Allí es el lugar perfecto donde el constructor viene a formar su más grande obra maestra.

Tenemos que tener esperanza. Esperanza, ticvá, es expectación: anhelar, cordón, esperar, esperanza, lo que anhelo. Es algo que está a la expectativa, algo que es deseado y que se anticipa ansiosamente, algo por lo cual uno aguarda. Ticvá viene del verbo qavah que significa “esperar” o “aguardar”. Su significado original es “estirar como una soga”. Sabemos que Dios viene al rescate; el mismo Jehová es nuestra esperanza. La bendición de Dios sobre tu matrimonio transformará el valle de Acor por la bendición absoluta, por la restauración plena.

“Y te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia.

Y te desposaré conmigo en fidelidad, y conocerás a Jehová. En aquel tiempo responderé, dice Jehová, yo responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra. Y la tierra responderá al trigo, al vino y al aceite, y ellos responderán a Jezreel.Y la sembraré para mí en la tierra, y tendré misericordia de Lo-ruhama; y diré a Lo-ammi: Tú eres pueblo mío, y él dirá: Dios mío” (Oseas 2:19-23).

Dios renovará su pacto contigo y con tu matrimonio, siempre y cuando te arrepientas de todo corazón y jamás vuelvas a pecar. Él volverá a hacer pacto con ustedes siempre y cuando permanezcan en Él, en su Palabra de verdad, en santidad y obediencia. Entonces,

Él traerá sobre ustedes un nuevo amanecer, un nuevo trato, una comunión excelente, una comunicación perfecta. Traerá amor del que solo Él puede dar, un amor puro y verdadero; seguridad en Él; y un continuo fluir en el Espíritu referente a tu relación. Cuando se vuelve a establecer lo primordial, que es el andar en santidad, pureza y obediencia, la gloria de Dios caerá sobre tu matrimonio, los cielos y la tierra se unirán a tu favor y verás la manifestación sobrenatural en tu casa, tus hijos y todo en donde tú pongas tu mano. Todo será prosperado y ordenado por Él. Dios sabía lo que había en el corazón de Oseas y le dice:

“Ve ama a una mujer amada de su compañero” (ver 3:1). Claramente, Jehová le estaba diciendo: “Ve y ama a la que ama tu corazón”. Y confió en Dios y volvió a casarse con Gomer. Recordemos otra vez que esto también se refiere a los tratos de Dios con Israel después de prometer fidelidad a Jehová. Pero lo mismo hace un matrimonio que decide establecer nuevamente sus pactos en fidelidad a Jehová su Dios.

LA ORACION DEL JUSTO


La condición del corazón es un aspecto importante de la oración contestada. Es la oración sincera hecha de corazón la que permite que el poder de Dios esté disponible. Santiago 5:16 dice que la oración ferviente que proviene del corazón sincero de una persona justa tiene un gran poder dinámico en su actuación. Santiago anima los creyentes mediante el ejemplo de Elías, que fue un hombre sujeto a las mismas pasiones que cualquier hombre, y sin embargo su oración cerró los cielos: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (vv. 17-18).

Elías era conocido por su fervor. Ferviente significa tener o mostrar una gran emoción o celo, ardiente, extremadamente caliente o brillante. Muchos intentan separar la emoción de la oración, pero Dios responde a quienes son sinceros y ardientes. La implicación es que los justos orarán de esta forma. Se debe a que la justicia nos hace orar por justicia, igualdad y las cosas que son correctas.

Los justos tendrán pasión en la oración. Cuando abren su boca y comienzan a orar y hablan a las montañas de sus vidas, fluyen sabiduría, vida, verdad y justicia. Su entorno comienza a adquirir los atributos del Reino cuando ellos los declaran para que existan. La justicia es el fundamento del Reino de Dios. Para que el Reino de Dios, la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17), se manifiesten en su vida, debe usted ser justo. Su Reino viene y su voluntad se hace cuando el justo ora. Los ojos del Señor y sus oídos están sobre los justos.

Él escucha sus oraciones y las responde. Él recompensa a los justos y les salva de todos sus problemas. Dios quiere allanar las montañas del justo, quiere hacer caminos donde no los hay y ríos en el desierto para los justos. Él lo hará con usted como lo hizo con Daniel:

En aquellos días yo Daniel estuve afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres semanas... Y he aquí una mano me tocó... Y me dijo: Daniel, varón muy amado, está atento a las palabras que te hablaré, y ponte en pie; porque a ti he sido enviado ahora... no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. —Daniel 10:2-3, 10-12

El Señor enviará refuerzos angélicos para ayudarle a permanecer y ser victorioso sobre las fuerzas malignas que intentan destruir la Palabra de Dios en su vida. Daniel oró con fervor y pasión, y su oración fue eficaz, ¡logró mucho! Un ángel del Señor se acercó hasta él, le fortaleció y le dio una palabra profética tan poderosa que aún sigue estando activa y se cumple en el Cuerpo de Cristo en la actualidad.

SANIDAD DE DIOS


La sanidad, como explicaremos aquí, comenzó con Jesús. Siempre había habido supersticiones, por supuesto, oraciones a los dioses, aguas milagrosas como leemos en el capítulo 5 de Juan, y cosas semejantes, como ocurre en el mundo en la actualidad. Quienes recibieron la mordedura de las serpientes fueron sanados al creer y mirar a la serpiente de bronce que hizo Moisés, a la que Jesús mismo hizo alusión en Juan 3:14. 

Sin embargo, el ministerio de sanidad de Cristo fue totalmente nuevo y extraordinario y, por eso, el ministerio de Cristo sigue siendo así hoy día a través de sus iglesias que creen.


Lo que Jesús hizo nos da algunas verdades fundamentales. Jesús sanó sin condiciones y sin presionar a nadie a que se convirtiera. Por supuesto, buscaba a los perdidos de su época, y lo sigue haciendo en nuestros tiempos, pero los sanaba independientemente de si creían que Él era el Hijo de Dios o no. Su compasión era sin vacilaciones y universal. Cuando un soldado extranjero dijo que su siervo estaba enfermo, Jesús inmediatamente dijo: “Yo iré y le sanaré” (Mateo 8:7). Su obra entre los enfermos fue una demostración de la verdad de la gracia divina.

Jesús actuó en el nombre de Dios Padre y demostró así la verdad de que la salud es la bendición normal de Dios, como el sol y la lluvia para el justo y el impío. Él sanó de su propia voluntad, por amor, no por efecto, porque los enfermos estaban enfermos.

Cristo no sólo amaba el alma de la gente, sino a la gente, y por eso se interesaba por sus necesidades físicas. Dios amó al mundo (en griego: cosmos, el globo habitado), a todas sus criaturas, de tal modo que ni un pajarillo cae de un tejado sin que el Padre lo sepa, como dijo Jesús. Al sanar a los afligidos, Jesús demostró que estaba haciendo la obra del Padre y demostrando la actitud verdadera de Dios hacia todo lo que respira.

El ministerio de Jesús fue algo más que curaciones físicas. Él dijo, de todas las maneras posibles, que el hombre completo necesitaba ayuda: física, psicológica y espiritual. Quiso hacer algo más que solamente sanar, diciendo que no era útil para un hombre estar bien físicamente si después se iba al infierno. Se entristecía cuando la gente se alejaba después de haber sido fácilmente contentada. “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece”, les dijo. (Véase Juan 6:26-27). Quería que ellos leyeran sus maravillas como señales, declarando la tremenda verdad de un gran corazón de amor que latía por ellos: que ellos necesitaban a Dios. A menudo las personas aceptaban el reparto de una cura pero se alejaban, y se quedaban fuera de los beneficios completos del Reino de Dios.

Jesús fue más que un mero reformador social. Su método era intensamente personal y se interesaba por la personalidad entera. El punto de la sanidad de la mujer con el flujo de sangre no es tanto la sanidad en sí misma, sino su interés personal por ella. Rodeado por una multitud de sus coetáneos, Él calmó los temores de esa mujer y le aseguró su salvación. Ella había tomado la sanidad de su manto, pero Él no pudo dejarla ir así. Quería que fuera algo personal, para que todos supieran que fue un regalo de amor de Él hacia ella.

Cristo buscaba crear una relación de alabanza, agradecimiento y adoración entre los enfermos y su Padre. Cuando sanó al ciego (Juan 9), Jesús fue a encontrarle después y le preguntó: “¿Crees tú en el Hijo de Dios?”. El relato termina con esto: “Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró” (v. 38). Jesús mandó a sus discípulos que sanaran a los enfermos, y después, aún más, que proclamaran las buenas nuevas, el evangelio, que “se ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10:9). Sanó al leproso (Marcos 1:41-45) y le envió a ofrecer un sacrificio de agradecimiento como testimonio. También sanó a diez leprosos, pero solamente uno, un samaritano, regresó para darle las gracias (Lucas 17:12-19). Jesús dijo: “Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” (vv. 17-18). Él quería que los que fueron sanados tuvieran más, que establecieran una relación de adoración con Dios.

Incluso al principio Moisés le dijo al faraón: “Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Éxodo 5:1). Faraón no lo cuestionó. Israel fue liberado para alabar a Dios en la tierra, y su canto de alabanza está escrita una y otra vez en las Escrituras. Jesús a menudo liberó a las personas antes de que ellas se volvieran a Dios, incluso aunque no lo hicieran nueve de cada diez veces, un porcentaje justo quizá en nuestras reuniones evangelísticas. La sanidad puede ser un fin en sí misma, si eso es todo lo que queremos. Pero desde el ángulo de Dios, es abrir nuestro corazón a más amor.

Este es un importante resumen que hay que aprender bien. Conocer y amar a Dios es más importante que la sanidad. Muchos regresan sin sanarse a pesar de la oración y la fe, pero la sanidad no lo es todo. La enfermedad no es el mal final, ni tampoco son las curaciones el bien supremo.

Es absurdo perder la fe cuando no se produce la sanidad. Dios hace muchas más cosas que sanar, y Él no falla. Hay beneficios infinitamente mayores para los que Cristo trabajó y murió. La sanidad, de hecho, sólo adquiere significado, importancia y valor cuando abre un alma al amor de Dios. Entonces se convierte en una señal que la persona ha leído.

ORACION DE FE


La oración de fe es valiente y se hace desde un fundamento de fe sólido. La persona que hace esta oración está segura de la voluntad de Dios para la situación o el asunto entre manos. Tiene seguridad y esperanza, sabiendo que es la voluntad de Dios responder a su oración. “La oración de fe tiene poder. La oración de fe tiene confianza. La oración de fe tiene sanidad para el cuerpo y el alma”.

La Iglesia del Nuevo Testamento estaba haciendo este tipo de oración cuando oraba por Pedro. Justamente en medio de su oración oyeron golpes en la puerta, y era Pedro. Se quedaron asombrados. Podemos ver muchos otros ejemplos de esta oración en el ministerio de Jesús, los apóstoles y en nuestras vidas hoy. Los apóstoles oraron sabiendo cuál era la voluntad de Dios para las situaciones que afrontaban.

Muchos creyentes temen que cuando dejen las cosas para que se haga la “voluntad de Dios”, de algún modo no recibirán la solución, provisión, sanidad o liberación que necesitan. Pero no conocen la voluntad de Dios para ellos. Según la oración modelo que Jesús dio a sus discípulos en Mateo 6:9-11, debemos orar para que se haga la voluntad de Dios. Pero la gente “renuncia a su inteligencia en ese punto ante el Dios desconocido... No dice: ‘Si es tu voluntad’ y se detiene ahí. Hay una coma aquí, no un punto. La oración es esta: ‘Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra’ (Lucas 11:2)”. Yo diría que hay una diferencia significativa.

Fe en la voluntad de Dios

Cuando hacemos la oración de fe, estamos orando la voluntad de Dios para que se hagan las cosas en la tierra como se hacen en el cielo. Aquí es donde es muy importante una revelación clara del Reino. ¿Hay enfermedad en el cielo? ¿Hay carencia en el cielo? ¿Hay alguna persona no salvada en el cielo? Debemos tener fe para creer que Dios quiere que su voluntad para nuestra salud, prosperidad y la salvación completa se manifieste no solo cuando vayamos al cielo sino también mientras habitamos en la tierra. Es para su gloria. Cuando las personas ven que Dios escucha a su pueblo y contesta sus oraciones, eso es un testimonio para Él. Las personas son atraídas a Dios cuando pueden ver mediante sus testigos que Él es un Dios que oye, y si oye, ellos saben que responderá.

Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Tiene usted que obtener la seguridad de que es la voluntad de Dios para usted, para que cuando ore, lo haga con confianza y fe en que Él responderá.

El Señor quiere que tengamos más fe. Cuando varios están orando juntos por la misma petición y uno ha hecho la oración de fe, el Espíritu Santo glorificará a Jesús dando testimonio de la oración que se ha oído... El Señor quiere que sepamos que Él nos ha oído. Tenemos que darle gracias y alabarle por responder, y eso nos ayudará mucho cuando oremos. —William Seymour

Una gran fe

Hay muchos tipos distintos de fe: (1) fe para ser salvo, (2) fe general en lo que a usted le parece real, (3) fe en que Dios es real, (4) fe en que su silla no se romperá cuando se siente sobre ella, etc. Pero de lo que estoy hablando en este capítulo es de otro tipo de fe, una fe especial. La Nueva Traducción Viviente dice: “A otro el mismo Espíritu le da gran fe” (1 Corintios 12:9). Esta fe, también denominada fe especial, es uno de los dones espirituales. Smith Wigglesworth dijo que usted a menudo verá que si da un paso de fe y usa su propia fe, la que tiene como cristiano, cuando se le acabe a menudo se activará esta fe sobrenatural. La razón por la que no les ha sucedido a muchas personas es porque no usan primero lo que ya tienen.

Cada creyente ya tiene una fe general o salvadora, la cual también es un don. Efesios 2:8 dice: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios”. La fe por la que usted es salvo es un don de Dios, pero no es uno de los nueve dones del Espíritu. La fe salvadora usted la recibe oyendo la Palabra, porque la Biblia dice: “Así que la fe [fe salvadora] es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17).

La fe de la que estamos hablando, “fe especial”, es distinta a la fe general o fe salvadora. Es una manifestación sobrenatural del Espíritu Santo mediante la cual un creyente es capacitado con una fe especial, o gran fe, que está por encima de la fe salvadora.

Este es el tipo de fe que usted necesita para mover las obstrucciones y los obstáculos de su camino. Enfermedad, problemas económicos, abuso, orgullo, desempleo, ataduras y fortalezas de todo tipo no podrán permanecer en su vida cuando usted ore con esta gran fe. ¡Se tienen que ir!

Lo único que tiene que hacer es creer, y nada será imposible para usted (Marcos 9:23). Eso es especial. Esta fe especial hará que hable usted a demonios tercos y les diga: “Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él” (v. 25). La fe especial es la gran fe que Jesús tuvo durante su ministerio en la tierra, y Él dijo que nosotros caminaríamos en un poder incluso mayor y haríamos cosas mayores de las que Él hizo.

MISERICORDIA DE DIOS


Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Lamentaciones 3:22-23

Es solo gracias a las misericordias del Señor que no somos consumidos. Misericordia significa retener lo que merecemos, no darnos el castigo que merecemos. La realidad es que merecemos castigo. Merecemos el juicio de Dios porque hemos quebrantado su ley, porque hemos despreciado su amor, porque lo hemos
ofendido y no lo hemos honrado. Hacemos eso cada vez que pecamos. Debiéramos ser consumidos por su justicia pero su justicia es atenuada por su misericordia.

Su misericordia se basa en su compasión por nosotros y esa compasión nunca falla.

Cuando estaba criando a mis hijos, hubo momentos en que mostré misericordia como padre pero no puedo decir que tenía gran misericordia. Mirando atrás, puedo ver que hubo momentos en que se me agotó la compasión. Como la mayoría de los padres, no siempre mostré el amor perdonador de Dios cuando pude haberlo hecho. Como soy un ser humano y caído, mi compasión falló. Pero el Señor nos dice que sus misericordias nunca fallan. Su misericordia nunca disminuye con el desánimo, la irritación o el tiempo. Como nos dice Pablo en Romanos 5:20, donde el pecado abunda, la gracia abunda mucho más. Aunque sigamos pecando, abunda la gracia de Dios.

Esas obras de piedad hacia nosotros nuevas son cada mañana. A Dios nunca se le agota la compasión. Cada día es un nuevo día con Él. ¡Qué maravilloso es pensar en eso al comenzar el día! Es un nuevo día y toda la misericordia y compasión de Dios está a nuestra disposición para ese día.

¿Por qué tiene Dios tal misericordia y compasión? ¿Por qué son nuevas hoy aunque ayer fuera un día malo, o decepcionante o pecaminoso? He aquí por qué: grande es tu fidelidad. La fuente de donde surge la misericordia y la compasión de Dios es su pacto. Cuando Dios hace una promesa, la cumple. Durante los cuarenta años que Israel anduvo en el desierto y a lo largo de toda la Biblia, Dios nos ha prometido misericordia y compasión si confiamos en él. Dios es siempre fiel a sí mismo y a su Palabra. Dios no puede mentir ni puede quebrantar una promesa. Segunda Timoteo 2:13 dice: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; El no puede negarse a sí mismo”.

Despertamos cada nuevo día, sin que importe lo que sucedió el día anterior, rodeados de la misericordia y la compasión de un Dios que cumple su pacto incluso con sus imperfectos hijos.

LOS RASGOS DISTINTIVOS DEL VERDADERO CRISTIANO


El siguiente libro fue publicado por primera vez en inglés en el año 1820, por lo cual, pasado ya mucho más de 100 años desde su publicación, es de dominio público, parte del patrimonio literario de la fe cristiana.


En su principio, este libro consistió en una serie de ensayos, se cree que inspirado por un libro anterior publicado en 1746 por Jonathan Edwards titulado "Religius Affections.

¿En qué consiste el ser cristiano?

¿Cuáles son las señales espirituales que muestran palpablemente a nosotros mismos y a los demás que hemos nacido de Dios?

¿Cómo podemos aseguramos de que poseemos verdadera vida espiritual?

Son algunos de los temas que aborda esta obra, la cual le ayudará a esclarecer y a discernir quienes don de Dios y quienes no.

LA PALABRA SALVACION


La palabra salvación se emplea en la Biblia para indicar la obra de Dios a favor del hombre. En la presente dispensación, su uso se limita a la obra que él efectúa en los individuos y que se otorga a base de una sola condición bien definida en las Escrituras. No es posible dar demasiado énfasis al hecho de que ahora, según la Biblia, la salvación es el resultado de la obra de Dios para sí mismo. Eventualmente, la persona que ha sido salva por el poder de Dios puede, después de haberse cumplido en ella la obra divina, hacer “buenas obras” para Dios, porque se dice que la salvación es “para buenas obras” (Ef 2:10), y los que han creído deben procurar “ocuparse en buenas obras-” (Tito 3:8). Es evidente que las buenas obras se hacen posibles debido a que ya se posee la salvación, pero éstas no añaden nada a la obra salvadora, toda suficiente y perfecta de Dios.

Según el uso del Nuevo Testamento, la palabra salvación puede indicar el todo o una parte de la obra divina a favor del pecador. Cuando el término se refiere a toda la obra de Dios, toma en cuenta la completa transformación que se efectúa de un estado de perdición y condenación para el pecador a una esfera en la que este mismo pecador aparece conformado a la imagen de Cristo en gloria. Por lo tanto, el sentido más amplio del término salvación combina en si mismo muchas obras distintas que Dios realiza para el individuo, tales como la expiación, la gracia, la propiciación, el perdón, la justificación, la imputación, la regeneración, la adopción, la santificación, la redención y la glorificación. Los dos pasajes siguientes describen el estado del cual el individuo es salvo y el estado hacia el cual es salvo:
“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2:11-12)
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios . . . y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1Jn 3:1-2).
No podría haber entre los estados posibles para el hombre otros que estuviesen en mayor contraste que los dos descritos anteriormente.

Debe admitirse que esta transformación lejos de representar lo más grande que él impotente puede hacer para Dios, señala lo más grande que el Dios infinito puede hacer para el hombre, porque no es posible concebir algo que supere al estado a que el hombre es llevado por esta salvación, es decir, el ser “semejante a Cristo” y “conformado a la imagen de su Hijo”.

Mucho de la obra divina de salvación se cumple en la persona en el mismo instante en que ésta ejerce la fe salvadora. Pero, también hay algunos aspectos de esta obra que se hallan en la forma de un proceso transformador después de que el aspecto inicial de la salvación se ha realizado por completo. Además, existe uno que se revela como aquello que al momento de cumplirse lleva a su consumación la obra total de Dios a favor del pecador. Este último pertenece completamente al futuro.

Por lo tanto, en la presente dispensación es posible considerar la salvación a base de tres tiempos, tal como lo revelan las Escrituras: el tiempo pasado, o sea aquella parte de la obra salvadora que ya está del todo cumplida en y a favor del creyente, el tiempo presente, es decir, lo que ahora se está cumpliendo en y a favor del creyente; ya el tiempo futuro, esto es, lo que se cumplirá para consumar la obra de Dios en y a favor del creyente.

Los siguientes pasajes constituyen una exposición clara de los diferentes aspectos de la obra divina de salvación.

1. El hijo de Dios llegó a ser salvo de la culpa y la pena del pecado cuando creyó
“Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lc. 7:50)
“y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” Hechos 16:30-31)
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1Co 1:18)
“Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden” (2Co 2:15)
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef 2:8)
“Quien nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9).
2. El hijo de Dios, exaltado a tan elevada posición por medio de la fe, está siendo salvo del poder y dominio del pecado a base del mismo principio de fe:
“santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn 17:17)
“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro 6:14)
“ Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:12-13)
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro 8:2)
“Digo pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16).
3. El hijo de Dios, engendrado como tal por medio de la fe, tiene que ser salvo todavía de la presencia del pecado en la presencia de Dios:
“Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Ro 13:11)
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:3-5)
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” 1Jn 3:1-2).
También hay otros pasajes que combinan estos tres diferentes aspectos de la salvación:
“estando persuadido de esto, que el comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6)
“Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1Co 1:30)
“así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a si mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef 5:25-27).


[Fuente: Salvation: God's Marvelous Work of Grace, Cap I. By Lewis Sperry Chafer, 1917]

DECISIONES Y PROPOSITO


A la reina Ester se le pidió que hiciera algo muy difícil para ayudar a liberar a su pueblo. Lo más probable es que no tuviera deseos de estar en la situación desafiante en que Dios la había puesto. Probablemente, no quisiera esa responsabilidad, ni deseara correr el riesgo de daño personal que sabía que podría acontecerle.

Ester era una joven doncella con toda su vida por delante. Dejando atrás sus sueños, se le solicitó que siguiera las instrucciones del Señor que parecían muy peligrosas. Ester iba a ir ante el rey para poner al descubierto el malvado complot que había sido tramado contra los judíos. A nadie se le permitía presentarse ante el rey a menos que fuera invitado, ni siquiera a la reina. Ester sabía que, a menos que Dios le diera favor, la matarían (vea Ester 4:16). Yo diría que Ester se jugó el todo por el todo para obedecer la voluntad de Dios. Mardoqueo, que le estaba hablando a Ester de parte de Dios, le dijo que no debía guardar silencio. Si lo hacía, el pueblo perecería. Le recordó que quizás había sido llamada al reino precisamente para la misión que tenía por delante.

Usted también puede estar vivo hoy para cumplir los propósitos de Dios en su generación. El tiempo y lugar de su nacimiento no son accidentales; Dios nos coloca a todos a propósito en lugares específicos, en determinados marcos de tiempo y espacio. Muchas personas pasan sus vidas enteras sin saber nunca cuál es el propósito de su vida, pero quizás sea porque tratan de escoger su propio destino, en vez de seguir la dirección del Espíritu Santo. Seguir a Dios requiere sacrificio y estar dispuesto a estar incómodo. Ester llegó al punto de estar dispuesta a dejar de lado sus propios pensamientos, planes e ideas. Estaba dispuesta aún a morir si fuera necesario para obedecer a Dios.

Gracias al sacrificio de Ester y su valiente paso de fe, Dios la usó para salvar una nación. Fue más bendecida dentro de la voluntad de Dios de lo que podría haber sido de cualquier otra manera. La voluntad de Dios no siempre es fácil, pero siempre vale la pena de cualquier sacrificio que requiera.

MANERAS DE ANDAR


Al nacer, estamos en la carne. La vida en la carne es todo lo que conocemos, y es todo lo que podemos saber. Comenzamos nuestro viaje de intentar luchar y vivir alejados de la fuente de la verdadera vida. Terminamos con todo tipo de estrategias para la vida, todo tipo de mecanismos de lucha para obtener propósito e identidad.

Necesitamos propósito e identidad, así que los buscamos fuera de Cristo. Buscamos conocimiento para la mente, experiencias satisfactorias para las emociones, y fortaleza para la voluntad. Pero todos estos, sin importar cuánto “éxito” podamos tener con ellos, no son otra cosa que un invento de la verdadera vida de Dios. Pero antes de que el Espíritu de Dios habite en nosotros, lo único que podemos hacer es caminar tras la carne. Después de todo, estamos en la carne. Es el reino en el cual vivimos.

Cuando recibimos la salvación, estamos en el Espíritu todo el tiempo. Nuestra ubicación en el Espíritu es permanente. Sin embargo, siguen existiendo dos formas en las que podemos andar: Podemos andar según la carne o según el Espíritu. A cada momento, decidimos como un acto de nuestra voluntad andar de una forma o de otra. ¿Es el Espíritu quien nos guía, y le permitimos dar testimonio a nuestra verdadera identidad y a nuestros verdaderos deseos? ¿O estamos prestando atención al llamado de la carne y tratamos de satisfacer nuestras necesidades por medio de otras estrategias?

Cualquiera que sea nuestra decisión de andar en un momento dado, es importante saber que seguimos en el Espíritu de Dios. Cuando andamos según la carne, es que no nos estamos comportando de la manera que somos. Ni estamos actuando en correspondencia con en quién estamos. La fuente de la conducta pecaminosa no somos nosotros sino un ente externo al que le permitimos funcionar como un parásito:

• No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias (Romanos 6:12).

• De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. (Romanos 7:17, 20).

• Pero veo otra ley en mis miembros (Romanos 7:23).

¡Pelear la buena batalla!

En la película Corazón valiente, un joven escocés llamado Robert Bruce se debatía entre los puntos de vista de supervivencia de la nobleza escocesa y los de William Wallace, el personaje principal. Wallace lidera con heroísmo una rebelión, luchando por ser libres de Inglaterra de manera incondicional.

Robert al final se lamenta de su tonta decisión de estar del lado de la nobleza y traicionar a Wallace. Se vuelve a su padre y le dice: “No quiero perder el ánimo. Quiero creer como [Wallace]. ¡Nunca más estaré en el lado equivocado!”. Al comprender que falló al no tomar partido por lo correcto, Robert entonces lucha de todo corazón junto a los hombres de Wallace y ayuda a Escocia a ganar su libertad.

La lucha interna que experimentó Robert Bruce me recuerda cómo es ser cristiano, pero sin saber de qué lado se está en realidad. Para poder luchar con heroísmo del lado correcto, los cristianos necesitamos responder un par de preguntas difíciles: Si me parezco tanto a Jesús ahora, ¿por qué sigo luchando todo el tiempo con las tentaciones? ¿Soy acaso mitad nuevo y mitad viejo? Estas son preguntas importantes que merecen respuestas firmes. Y, para nuestro bien, hay respuestas firmes que nos equipan para pelear la buena batalla, confiados en que estamos del lado correcto.

Es indispensable que reconozcamos el poder del pecado como un agente externo. Reside fuera de nuestro “hombre interior” en los miembros de nuestro cuerpo.

Es un parásito que puede controlar nuestra vida; si se lo permitimos. Si lo dejamos, terminamos obrando según “sus concupiscencias” (Romanos 6:12), no según nuestros propios deseos. Si seguimos los deseos del pecado, entonces permitimos que una fuerza villana se infiltre y nos niegue el privilegio de transmitir la vida de Dios. Dios nos volvió a crear en Cristo Jesús para decir no al pecado y sí a lo que en realidad somos. Al tener nuestros sentidos despiertos a la gracia del cielo, escuchamos al Espíritu dar testimonio: Somos nuevos. Somos justos. Estamos en Cristo. Y estamos en el lado correcto.

CONTENTA CON LO QUE TENGO


Pablo le dijo a Timoteo que aprendiera a contentarse con tener para comer y abrigarse: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Ti. 6:8).

El sustento y el abrigo son tan vitales para la subsistencia en el presente como lo eran en los tiempos bíblicos. Pero ¿somos tan agradecidos por estas cosas hoy día como lo eran las personas de entonces? Una comida proporciona las mismas calorías esenciales, tanto si las cocinamos en un horno microondas como en un fuego a leña en una cabaña de la época colonial. 
Aunque prescindamos de las cosas superfluas de la vida del siglo XXI, seguiremos necesitando las cosas esenciales para vivir. Deberíamos estar tan agradecidos y contentos al terminar una comida en estos tiempos de abundancia, como lo estaban nuestros precursores hace mucho años. En realidad, nuestra fuente de provisión es mucho más frágil que la de ellos. Son miles los que se van a dormir con hambre cada noche. Siempre y cuando tengamos suficiente para comer y un techo para guarecernos del frío, nuestra copa estará rebosando. ¡Qué lástima que no lo reconozcamos! Si lo hiciéramos, estaríamos contentos.


Contentos con lo que tenemos



El escritor del libro de Hebreos exhorta a sus lectores a estar contentos “…con lo que tenéis ahora…” (He. 13:5). De hecho, se trata de un llamado a ser libres del amor al dinero y de afanarse por él.



La búsqueda frenética de las riquezas convierte a muchos en personas negativas. Tratar de igualar las posesiones de amigos y vecinos ha llevado a muchos matrimonios al borde del desastre. Es tan propio de la naturaleza humana competir, que pocos tienen el coraje o la madurez de declararse fuera de toda competencia.



Mientras solo podamos saciar nuestra necesidad de sentirnos satisfechos

No es extraño que los incrédulos se resientan cuando no pueden tener lo mismo que los demás; pero en el caso de los cristianos es por completo inconsecuente con su fe. Es totalmente inadmisible que aquellos que afirman amar y servir a Aquel que nació en un establo, sin un lugar donde recostar su cabeza durante su ministerio, tengan una reacción negativa cuando no pueden tener las mismas posesiones que los demás.




En muchas naciones, las familias pueden trasladar todas sus posesiones sobre sus espaldas. Aquí la mayoría de nosotros necesita un camión de mudanza. Muebles y electrodomésticos impresionantes adornan nuestros hogares, y aún así no estamos contentos. “Contentos con lo que tenéis ahora” sería un buen recordatorio para colocar en las paredes de nuestro hogar. Estar agradecidos por todo lo que Dios nos ha dado sería un gran paso hacia el contentamiento para la mayoría de nosotros.



Contentos en toda circunstancia



Pablo dijo que había aprendido a contentarse en cualquier circunstancia (Fil. 4:11­13). Esta es una lección difícil de aprender. A pocos les cuesta estar medianamente contentos cuando todo les va bien; pero en este mundo negativo, podemos encontrar muchas razones para desalentarnos. Ya hemos visto cómo Pablo mostró contentamiento cuando estuvo sometido a presión e

n la cárcel de Filipos; pero pasó por muchas otras vicisitudes que pusieron a prueba su declaración de estar contento en todo. Estas son algunas de ellas:



“De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en cam


¿Podemos estar seguros de que Pablo experimentó una profunda paz y aprendió a contentarse en todas estas pruebas? Dejemos que él nos lo explique: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualqui


sfechos cuando tenemos lo mismo que tienen los demás, es probable que muchos de nuestros días sean negativos. Puede que los cristianos se decepcionen cuando ven que los incrédulos prosperan más que los hijos de Dios. David se cuestionó lo mismo una vez y nos dejó la respuesta en el Salmo 37: “No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán. Confía en Jehová, y haz el bien; y habitarás en la tierra, y te apacentarás de la verdad” (Sal. 37:1­3).
inos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Co. 11:24­28).

era que sea mi situación” (Fil. 4:11).



Pablo tenía paz frente al sufrimiento y la muerte debido a la absoluta confianza en Dios y en que todas las cosas le ayudarían para bien: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28).



Entonces, aunque vinieran las tormentas, se cerrara la puerta
de su prisión, le dieran azotes en la espalda y se hicieran falsas acusaciones contra él, a Pablo no le importaba. Él estaba convencido de que nada podría separarlo del amor de Dios (Ro. 8:35­39). Esto hizo que pudiera usar el secreto del contentamiento en toda circunstancia. Estaba tan agradecido por lo que tenía en Cristo, que sus problemas terrenales parecían insignificantes. Como resultado, era un hombre contento.



La perseverancia en el contentamiento está al alcance de cada hijo de Dios. Con Cristo lo tenemos todo, y nada de lo que nos falte en esta tierra puede compararse a nuestra posesión más preciada. Recordar esto y ser agradecido porque Dios nos provee las cosas esenciales de la vida puede darnos el contentamiento que necesitamos cada día.

UNA FE TRANSFORMADORA


La fe confía, transforma y vigoriza todo aquello que toca. De hecho, cada uno de nosotros contiene un mecanismo de confianza. Ni siquiera tenemos que pensar en poner nuestra confianza en las cosas que están dentro o más allá de nosotros.

Piense, por ejemplo, en nuestra confianza en la ley de la gravedad, junto con las leyes de la aerodinámica, que les permiten a los pilotos mantener sus aviones en el aire. No necesito entender la física para confiar lo suficiente y volar a destinos alejados. Simplemente confío en que funcionará. ¿Cómo llamamos a este tipo de confianza constante y permanente en algo? La llamamos “fe”. Podemos decir que tengo una confianza constante y total para viajar en avión. Tengo fe en eso.

Podemos, naturalmente, perder nuestra confianza. Pueden suceder desilusiones e incluso desastres que comprueban que nuestra confianza y nuestra fe no garantizan el éxito. En años anteriores, mi fe fue probada al haber pasado por varias pruebas, retrocesos en mi propia salud y la pérdida de mi esposa, Michal Ann, debido al cáncer de mama. Pero, en conclusión, confío en el Señor con todo mi corazón y elijo no confiar en mi propia prudencia (Proverbios 3:5). He sido un hombre de fe y continuaré viviendo con todo mi corazón para el Señor. Puedo confiar todo lo que quiera en mis sentimientos, en mis circunstancias, en las leyes de la física o en los demás seres humanos; pero el único tipo de fe con una garantía añadida, es la fe en el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

La fe en Dios nos da la capacidad de creer en su palabra y de apropiárnosla para nuestra vida. La fe, la cual viene después de arrepentirnos de nuestra autoconfianza, no depende de la adquisición de información o de una experiencia previa, porque se origina en nuestro corazón y en nuestro espíritu, en lugar de hacerlo en nuestra mente. Por fe, permanecemos conectados con la Fuente de vida.

La Palabra nos dice, por lo tanto, que “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). Como nuestro Padre amoroso, Dios desea grandemente compartir su vida con nosotros. Sin fe, no podemos responder a su invitación, la cual es otra manera de decir que sin fe, no podemos agradarle. Sin fe, no tenemos los medios para responderle.

Podemos creer y tener fe en Dios, por quien es Él. Su Palabra es verdadera y Él mismo es totalmente incapaz de mentir. Él es digno de confianza en el sentido más genuino de la palabra. Cualquiera que pone toda su confianza en Él, no será decepcionado. ¡Eso nos incluye a usted y a mí!