EL CAMPO DE BATALLA DE LA MENTE


Hay una guerra y el campo de batalla es tu mente. La buena noticia es que Dios está peleando de tu lado. Dios desea lo mejor para tu vida, y Satanás lo sabe. Satanás quiere derrotar con la invención de un deliberado e ingenioso plan de de engaños y mentiros. Su sutil ataque trayendo dudas a la mente, temor y paranoia, pueden desgastar tu resistencia, porque él está dispuesto a invertir todo el tiempo necesario para derrotarnos.

Este libro es una declaración de victoria. ¡El pueblo de Dios vencerá! Los hijos de Dios pueden usar Su Palabra para derrotar los engaños y mentiras de Satanás. En este libro, la autora Joyce Meyer revela tácticas del enemigo y te da un plan bien definido para triunfar en la batalla por tu mente. Joyce te enseñará cómo renovar tu entendimiento a través de la Palabra y salir victoriosos en la lucha por la mente.

# Aprenderás: Cómo los modelos de pensamientos erróneos producen problemas.
# Cómo tratar con modelos de pensamientos anormales.
# Cómo reconocer, y vencer las mentiras de Satanás en las mentalidades desérticas.
# Cómo cambiar tu vida de la dificultad a la victoria.
# Cómo tener la mente de Cristo.







HA OPRIMIDO EL CRISTIANISMO A LAS MUJERES?

Desde los inicios del cristianismo, las mujeres han formado parte de la Nueva
Comunidad. 

En algunas épocas y lugares, ellas han visto como la iglesia ha sido un ente liberador de las culturas a su alrededor. Pero en otros casos, la iglesia ha caído lejos de la Biblia —la cual considera a hombres y a mujeres como seres de igual valor.

Durante sus primeros años, el cristianismo enseñaba la unidad espiritual que al menos mitigaba potencialmente la severidad de la ley romana, la cual consideraba que las mujeres no eran ciudadanas y por eso no tenían ningún derecho legal. En este sistema la desigualdad reinaba; por ejemplo, el adulterio por parte de los varones era una práctica común, pero si una mujer adulteraba era condenada a muerte. En contraposición de esta cultura, las palabras de Pablo capturan y expresan el ideal de la iglesia primitiva: «Sometiéndonos unos a otros en el temor de Cristo» (Efesios 5.21). Y las mujeres, como lo veremos más adelante, obtuvieron cierto estatus «en Cristo», ocupando funciones claves dentro de la iglesia.

Así fue hasta la Edad Media, periodo en que las sociedades asumían que las mujeres debían casarse y tener hijos —de hecho, entre la clase alta, los padres a menudo arreglaban o forzaban a sus hijas a casarse. Muchas mujeres percibían la vida monástica como una atractiva alternativa ya que este estilo de vida estaba lleno de devoción, educación, viajes, una comunidad espiritual y representaba la oportunidad de entablar diálogos con monjes y líderes eclesiásticos.

No obstante, el potencial de la igualdad expresado en el mensaje de Jesús a menudo fracasaba a la hora de compartir las enseñanzas y prácticas de la iglesia.

Tertuliano compara a todas las mujeres con Eva, y las llama «la entrada del demonio», «la rompedora del sello del árbol prohibido» y «aquella quien persuadió a aquel a quien el diablo no era lo suficientemente valiente para atacar». Fue por causa de Eva —afirmaba Tertuliano— y por tanto por causa de todas las mujeres, que «la imagen de Dios, el hombre» fue condenado a muerte, y que el Hijo de Dios tuvo que venir y morir. A la luz de esto, añadió, ¿cómo se atreve una mujer a «pensar más allá de usar adornos y túnicas de seda?»

En su tratado «En el paraíso», Ambrosio escribió que «a pesar de que el hombre fue creado fuera del Paraíso, un lugar inferior, él es superior, mientras que la mujer, creada en un lugar mejor, dentro del Paraíso, es un ser inferior». Para Ambrosio, era un hecho natural que los hombres eran superiores a las mujeres.
Agustín, probablemente el teólogo más famoso en toda la historia de la iglesia, pensaba que Dios había creado a la mujer exclusivamente para la procreación. Explícitamente dijo: «No puedo pensar en alguna otra razón para que la mujer sea la ayuda del hombre más que para la procreación.» Él sentía que la compañía no era parte del plan de Dios para la relación entre los sexos. Además afirmaba que cuando se trataba de conversar era «¡mayor deleite para dos hombres compartir juntos que para un hombre y una mujer!»

El pensamiento cristiano tradicional es diferente al pensamiento bíblico sobre las mujeres.

Tertuliano vivió en una cultura romana donde las relaciones matrimoniales y las mujeres eran degradadas. Y mucho del pensamiento cristiano de los primeros años fue influenciado por Platón y Aristóteles, quienes ni siquiera eran pensadores cristianos. Aristóteles creía que las mujeres eran seres irracionales en relación a los hombres y que no eran iguales en virtud.

Recientemente, la idea de que las mujeres son igualmente valiosas que los hombres ha tenido una aceptación más amplia. Debemos enfrentar el difícil hecho de que no leemos la Biblia objetivamente, sino a través de los lentes de una larga tradición de desigualdad genérica. Cuando tratamos de poner esos lentes a un lado, empezamos a ver a Dios ¡quien no hace acepción de personas! (Hechos 10.34).

De la Biblia, tres claras imágenes acerca de la mujer emergen. Juntas muestran que Dios crea, perdona, equipa y da poder a hombres y mujeres por igual.

La primer imagen es la de la Creación: vemos que al igual que los hombres, las mujeres son creadas a imagen de Dios. Se requiere tanto al hombre como a la mujer para portar la imagen de Dios. Somos hueso de su hueso, y carne de su carne (Gn 2.23). Justo después de que la primer mujer fuera formada y presentada al primer hombre, se le dijo al hombre que a partir de ese momento dejará «a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne». Dios bendijo tanto al hombre como a la mujer y le encargó a ambos gobernar sobre la tierra. Dios pretendía que ellos experimentaran unidad y que trabajaran —gobernaran— lado a lado. Esa es la primer imagen, la imagen de la creación.

Antes de la segunda imagen ocurre un evento terrible. En Génesis 3, ocurre la tentación y la caída. Al disfrutar del libre albedrío, tanto la mujer como el hombre tomaron decisiones desastrosas. Hay consecuencias sorprendentes, maldiciones por parte de Dios sobre el tentador, la mujer, y el hombre. Pero, hay buenas noticias: tanto la mujer como el hombre son elegibles para recibir perdón. Ambos pueden ser restaurados a una correcta relación con Dios. Los hombres y mujeres que creen en él forman parte de una nueva familia y se convierten en hijos de Dios (Juan 1.12).

En el nuevo «cuerpo de Cristo» hombres y mujeres reciben dones para servirse mutuamente. La idea de Dios siempre fue que existiera igualdad entre un hombre y una mujer en el matrimonio. Y ahora, la igualdad en el cuerpo de Cristo es la idea de Dios. Él es imparcial a la hora de dar dones. «Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó» (1 Co 12.18), «para el bien común» (1 Co 12.7).

¿En qué lugar de la Biblia vemos registradas las consecuencias para las mujeres de este nuevo orden?

En Lucas 10, María se sienta a los pies de Jesús para escuchar sus enseñanzas, mientras que su hermana, Marta, se queja de que María la ha dejado sola a la hora de servir (un trabajo tradicionalmente de mujeres). En este pasaje, Jesús le dice a Marta que «María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada». Eso no fue un incidente aislado —las mujeres están ahí en el centro de los acontecimientos en todos los relatos del Nuevo Testamento. Las mujeres vieron a Jesús morir. Las mujeres estaban en la tumba. Las mujeres formaban parte de los seguidores de Cristo. Más adelante, las mujeres como Priscila sirvieron como maestras. Esta segunda imagen de luz muestra a Jesús no solo perdonando a las mujeres, sino equipándolas y dándoles la bienvenida a aprender de él y a servir en el cuerpo.

En la tercer imagen, las mujeres tienen igual valor en el cielo. La tercer imagen es la imagen eterna. En el cielo, hombres y mujeres estarán hombro a hombro alabando a Dios.

¿Ha oprimido el cristianismo a las mujeres? Sí.

¿Lo ha hecho Cristo? No.

Como insistió el apóstol Pablo: «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.» (Gál 3.28)

La voluntad de Dios es que hombres y mujeres estén juntos, lado a lado. Dios ama a hombres y a mujeres por igual.