DISPUESTOS COMO DÉBORA

Dios logra grandes cosas por medio de aquellos que están dispuestos a que Él les guíe. Piense en Débora, por ejemplo. Su historia se encuentra en el libro de Jueces, en el Antiguo Testamento. Israel había estado viviendo en ciclos: haciendo lo malo a los ojos del Señor, prisioneros de un enemigo, clamaban a Dios por ayuda y luego Él los rescataba. En cada ciclo, Dios levantaba un juez, un libertador para su pueblo. Es en medio de uno de los ciclos de “cautividad, clamar, ser rescatados” que vemos surgir a una líder sorprendente. ¡Una mujer! En una cultura que estaba dominada por los hombres, Débora surgió como la líder de Israel. Jueces 4 nos cuenta que ella tenía un tribunal debajo de la Palmera de Débora, y los israelitas venían a ella para que se decidieran sus disputas. Está claro, podemos ver que era una líder sabia y respetada que usaba sus dones para aconsejar, asesorar y mediar en las disputas de los israelitas.
 También descubrimos que ella escuchaba a Dios y le obedecía, incluso cuando eso implicaba correr riesgos. En el momento en que ella era jueza, Israel había caído en manos de Jabín, rey de Canaán. El comandante de su ejército, Sísara, tenía más de 900 carros. Como si fueran los tanques del mundo antiguo, estos carros exigían respeto, y los israelitas se sentían impotentes ante ellos. Sin embargo, fue durante este tiempo que Débora recibió la orden de parte de Dios de dar instrucciones a un israelita llamado Barac para que se preparara para la batalla. A diferencia de Moisés, que discutió con Dios, Débora estuvo dispuesta a dar el paso y enfrentar su temor con fe en la Palabra de Dios. 
Ella mandó a buscar a Barac y le dio este mensaje: El Señor, el Dios de Israel, ordena: ‘Ve y reúne en el monte Tabor a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón. Yo atraeré a Sísara, jefe del ejército de Jabín, con sus carros y sus tropas, hasta el arroyo Quisón. Allí lo entregaré en tus manos’”. Dios dio instrucciones clara y una promesa de victoria, pero Barac respondió diciendo: “Sólo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré”.

Pienso que el mayor riesgo de Débora no era la preparación para la batalla sino más bien enviar a Barac (el señor Pusilánime) como líder del ejército. Menos mal que no era yo la que estaba a cargo. Dios le dijo a Débora que le diera la orden a Barac y ella lo hizo de buena gana, obediente. Pero también le dio a Barac una consecuencia por su falta de fe. Le dijo: “¡Está bien, iré contigo!... Pero, por la manera en que vas a encarar este asunto, la gloria no será tuya, ya que el Señor entregará a Sísara en manos de una mujer”.
Conclusión: Débora le creyó a Dios y Barac no. Observe el contraste entre una líder que estuvo dispuesta a salir de su zona de comodidad en base a la Palabra de Dios y otro líder que fue a lo seguro y no confió en la Palabra de Dios. Dios había dicho claramente que entregaría a Sísara en manos de Barac. La función de Barac era creer que lo que Dios decía era verdad, dar el paso y correr el riesgo. Aquí se revela el verdadero carácter de Barac, él no solo tenía miedo, no tenía fe. Su enfoque estaba en el enorme ejército enemigo y no en el Dios todopoderoso.
Así se describe la batalla en Jueces: “Ante el avance de Barac, el Señor desbarató a Sísara a filo de espada, con todos sus carros y su ejército, a tal grado que Sísara saltó de su carro y huyó a pie”. ¿Lo leyó? Barac avanzó, no obstante, Dios escogió el camino. Todo el tiempo la batalla fue de Dios, lo único que Barac tuvo que hacer fue avanzar según la dirección de Dios. Lo que parecía un riesgo en realidad era un paso de fe basado en lo que Dios dijo que haría.
¡Y una mujer fue la que se llevó el reconocimiento! No fue Débora, sino otra mujer llamada Jael. Cuando Sísara huía, llegó al campamento de Jael con la esperanza de encontrar refugio. El esposo de Jael tenía una relación amistosa con el rey Jabín, así que Sísara supuso que allí podría encontrar ayuda. Pero Jael era leal a Israel. No solo era valiente, era ingeniosa. Sísara le pidió agua pero ella le dio leche. La leche tibia fue una merienda excelente para la hora de dormir y Sísara se quedó dormido pronto. En ese momento Jael actuó y le enterró una estaca que le atravesó la frente. ¡Cielos! Todo eso para decir que el premio a la jugadora más valiosa le correspondió a una mujer.

COMO EVITAR LA FRUSTRACIÓN Y TRISTEZA


1. Siempre cree en ti misma. Dios te ve como una persona fuerte y valiente, no le lleves la contraria.  Es normal que hayan días en que nos dan deseos de abandonarlo todo. Pero, indiscutiblemente, hay que aprender a superar los obstáculos sin perder de perspectiva quiénes somos y el poder que el Señor nos ha dado sobre las dificultades.  No te canses de creer en ti.  No te rindas y sé valiente.
2. Aprende que tú puedes cometer errores.  Los errores, no son errores, son lecciones dentro de la escuela de la vida.  La vida es un constante fluir y los errores son parte de la experiencia cotidiana.  Esto es algo que debes saber y aceptar: ¡no eres perfecto!  Todos estamos en ese proceso de alcanzar la estatura de Cristo.  El mismo apóstol Pablo decía que no pretendía haberlo alcanzado, pero que una cosa hacía, se extendía al blanco y todos sus errores los estimaba como basura.  En las escrituras originales de la Biblia no se usa la palabra “basura”, sino “estiércol” que quiere decir fertilizante.  Si algún uso le damos es porque hemos aprendido que de los errores hemos sacado mucho más provecho que de los aciertos.
3. Mírate como un ser humano, no como una máquina. ¡Cuánta gente se siente fracasada y triste por la sobrecarga!  Penosamente, son cargas que nadie les exige, sino que son autoimpuestas.  Trátate con amor y con mano suave.  
4. Deja de rescatar a todos todo el tiempo.  No es justo tomarle prestado los problemas a los demás. No, no es justo, no es justo para ti.  La gente necesita aprender a manejar sus propias situaciones y mientras tú estés rescatándolos no van a aprender a hacer nada.
5. Cierra las gavetas abiertas.  No revivas el ayer a menos que sea para derivar un fruto de armonía y gozo.  De otra forma, trabaja el ayer como algo que se ha ido para siempre.  Concéntrate en las cosas buenas que están pasando AHORA  en tu vida.
6. Puede ser que alguien te haya hecho sufrir mucho, pero no tienes por qué seguir perpetuándolo en tu mente.
7. Comprende que el desierto es un lugar de transformación.  Solemos asociar el desierto con crisis.  En el dialecto chino mandarín la palabra “crisis” es sinónimo de oportunidad.  El desierto es el lugar donde nos dan forma, no sólo para el Cielo, sino para nuestra travesía aquí en la Tierra.  En mi experiencia, Dios no ha desperdiciado ni un día que yo haya estado en Horeb para hacerme crecer.
8. No esperes mucho de la gente. Explora todas las posibilidades, no te amedrentes ante ningún reto, dale la cara, ponte a la altura de la situación. Así, la vida será como el fuego o como la primavera.  Considera las dificultades como un desafío y no te dejes vencer por nada, ni por nadie.  Cuando esperamos mucho de la gente podemos recibir desilusiones. “No puedes esperar que el árbol de limones te dé  naranjas”. Ante el árbol de limones tenemos dos alternativas,  o lo cortamos de raíz porque lo que necesito son naranjas, o decido que me encanta la limonada.
9. Cree que el tiempo de Dios, siempre es mejor.  Cuando somos desesperados y no vemos resultados en el momento en que los queremos, invitamos a la frustración y a la tristeza a que se sienten con nosotros en la sala de la casa a tomarse un chocolate caliente. Sin embargo, Dios tiene un tiempo perfecto para ti para la contestación de tu oración y para el cumplimiento de tus sueños. En Habacuc 2:3 dice: “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, más se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”.  ¿Puedes escuchar lo que Dios te dice hoy?: “Reposa y observa lo que estoy haciendo, vigilante, sin ansiedad, te quiero así, mirando y caminando en paz”.
10. Concéntrate en las soluciones.  Preocuparte no hace que las situaciones que te entristecen o te frustran cambien.  No te dejes arrastrar por el dolor. Actúa aunque tengas miedo, así como lo hizo Moisés frente al mar Rojo para cruzar al otro lado.  Aunque te dé miedo, la única manera de encontrar una solución es darle la cara al problema.