PIENSA EN LO QUE PIENSAS

La Biblia presenta instrucciones detalladas sobre la clase de cosas en las que debemos pensar. Puede ver en Filipenses 4:8 que se nos enseña que debemos pensar en cosas buenas y edificantes, y no en cosas destructivas. Nuestros pensamientos sin duda afectan nuestras actitudes y nuestro estado de ánimo. Todo lo que el Señor nos dice es para nuestro propio bien. Él conoce qué es lo que nos hace felices y lo que nos pone tristes.

Cuando las personas se llenan de malos pensamientos, se sienten mal, y he aprendido por experiencia personal que las personas deprimidas terminan deprimiendo también a los demás. Haz en forma regular un inventario personal y preguntate: "¿En qué he estado pensando?". Tómate un tiempo para examinar los pensamientos que ocupan tu mente habitualmente.
Pensar acerca de lo que se está pensando es muy valioso, porque Satanás suele engañar a las personas para que crean que el origen de su tristeza o problema es algo que en realidad no es. Él quiere que piensen que son infelices por lo que ocurre a su alrededor (sus circunstancias), pero su malestar se debe en realidad a lo que está ocurriendo adentro de la persona (sus pensamientos).

Durante muchos años, verdaderamente creí que era infeliz debido a lo que los demás hacían o dejaban de hacer. Culpaba a todos por mi tristeza. Pensaba que sería feliz si ellos fuesen diferentes, si fuesen más atentos para con mis necesidades, si ayudaran más en la casa. Al principio, era una cosa, y luego otra, durante años. Finalmente, enfrenté la verdad, y era que ninguna de esas cosas podría hacerme infeliz si yo adoptaba la actitud correcta. Eran mis pensamientos los que me hacían sentir miserable.
Te aliento a que piense acerca de lo que está pensando. Cuando cambies las cosas en las que permites que tu mente piense demasiado, estarás en camino de lograr una gran libertad, plenitud y victoria.

VIVIR O EXISTIR











¿Tan solo vas a vivir? ¿O vas a vivir tus sueños? Estas son preguntas que cada mujer debe preguntarse y responderse en algún momento de su vida. Si no te has formulado estas preguntas, este es el momento. Tu manera de responder determinará cómo será el resto de tu vida, a partir de hoy.



La diferencia entre tan solo vivir y vivir tus sueños es más grande de lo que puedas llegar a imaginar. La persona que tan solo vive tiene conductas como las siguientes:




  • Hace las cosas por inercia, sin pensar o preocuparse mucho por el futuro.


  • Pasa el día sin prestar atención a cómo invierte su precioso tiempo.



  • Culmina con pesadez cada semana y cada mes sin nada de gozo o paz.


  • Ignora las áreas de su vida que le causan dolor.

  • Supone que en realidad no depende de ella cambiar su vida.La persona que

  • vive sus sueños actúa mucho más intencionalmente

  • Se toma tiempo para identificar lo que Dios quiere que haga y luego hace planes para hacerlo.Programa su tiempo de modo que pueda suplir sus necesidades así como las necesidades de los que la rodean.

  • Acepta el gozo y la paz que ofrece una relación con Cristo.Reconoce y aborda los asuntos que le causan dolor.



Aprende cómo dejar que el Espíritu Santo obre en y a través de ella para que pueda vivir más abundantemente.







Cada día tengo la oportunidad de conocer, hablar y trabajar con mujeres excepcionales de toda condición social. Algunas están casadas, y otras no. Algunas son madres, y otras no. Algunas trabajan fuera del hogar, y otras son amas de casa. Algunas corren en maratones, y otras sufren alguna dolencia o enfermedad crónica. Algunas han conseguido todo lo que querían en la vida, y otras no. La mayoría encajan dentro de más de una de estas categorías. Pero todas han tomado la misma decisión: vivir la vida plena y abundante que Jesús quiere que vivan. Jesús dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).

Algunas personas podrían decir que las circunstancias determinan si pueden vivir sus sueños, pero yo no estoy de acuerdo. He conocido mujeres que se han visto impedidas por las situaciones más difíciles, y sin embargo, se las ingeniaron para vivir una vida abundante. Joni Eareckson Tada es un gran ejemplo. Ella ha aprendido a vivir la vida al máximo a pesar del accidente que experimentó al zambullirse, el cual la dejó paralizada y totalmente confinada a una silla de ruedas.

Y he conocido mujeres que lo tienen todo, y sin embargo, viven una vida insignificante e infeliz. La diferencia no está en las circunstancias. La diferencia está en la actitud. Y la única diferencia entre una actitud positiva y una actitud negativa es la decisión de elegir una en lugar de la otra.

Las mujeres extraordinarias deciden que vivirán sus sueños y se aferrarán a estos, a pesar de sus circunstancias. Para vivir tus sueños, cada día tienes que tomar la decisión de hacerlo. No puedes tomar esta decisión una vez y para siempre. Cada día debes decidir; y luego, conscientemente, debes volver a tomar esta decisión cada vez que la vida te depare algo inesperado. Por eso creo que la vida plena se vive en el momento de la decisión.Déjame explicarte.



Las mujeres extraordinarias deciden que las contrariedades de la vida, ya sea el desempleo, la propuesta de matrimonio que nunca llega o el ascenso que nunca se alcanza, no apagarán su entusiasmo. Ellas deciden seguir dando cada día lo mejor de sí, en vez de amargarse.





Las mujeres extraordinarias deciden que la muerte, discapacidad o infidelidad de su esposo no harán que se rindan. Ellas deciden valientemente enfrentar sus circunstancias.




Las mujeres extraordinarias deciden que la enfermedad, las limitaciones físicas o emocionales, o la rebeldía o la tozudez de un hijo no sepultarán completamente su don de ser madre. Ellas deciden perseverar en amor y oración por cada uno de los hijos que se les ha confiado.





Las mujeres extraordinarias deciden que las limitaciones físicas o enfermedades no les robarán el gozo. Deciden encontrar el lado bueno (por pequeño que pueda ser) a las cosas malas.



Las mujeres extraordinarias deciden que el dinero o la falta de este no determinará su nivel de felicidad. Deciden que el dinero es simplemente un medio para un fin y no un fin en sí mismo.



Las mujeres extraordinarias deciden no obsesionarse por lo que no tienen. Reconocen lo que tienen y están agradecidas por ello.


Las mujeres extraordinarias deciden que no se dejarán abatir por las decisiones difíciles y trascendentales que tengan que tomar. Y oran para que el Espíritu Santo con su poder les ayude a tomar decisiones sabias.



En resumen, las mujeres extraordinarias deciden. La vida se vive en el momento de la decisión. ¿Qué clase de decisiones has tomado últimamente? Más importante aún, ¿qué clase de decisiones necesitas tomar? ¿Necesitas romper con una mala relación? ¿Necesitas ponerle límites a tus amistades y familiares? ¿Necesitas comenzar hábitos nuevos o deshacerte de otros antiguos? ¿Necesitas cambiar de trabajo? ¿Tus hijos necesitan más (o menos) disciplina? ¿Se ha vuelto monótono tu matrimonio?



La vida es más que simplemente subsistir. Las mujeres ordinarias subsisten. Las mujeres extraordinarias tienen una vida plena, como Jesús quiere.



Jesús vino para que tú también puedas ser una mujer extraordinaria.

FORTALECER LO DEBIL

¿Se da cuenta de lo que dice Proverbios 18:14? Sea lo que fuere que sobrevenga en la vida de una persona, ella podrá resistirlo si tiene dentro un espíritu fuerte que la sostenga en esos tiempos difíciles. Pero si su espíritu es débil o está herido, tendrá dificultades para resistir las cosas de la vida.

¿Usted sabe que hoy en día muchos en el Cuerpo de Cristo tienen dificultades porque no saben manejar sus problemas? No es porque sus problemas sean peores que los de otros. Es porque son débiles de espíritu. La Biblia dice que debemos soportar las fallas y fragilidades de los débiles (vea Romanos 15:1). Debemos levantarlos y sostenerlos (vea 1 Tesalonicenses 5:14).


Romanos 12:8 nos dice que uno de los dones dados por Dios a la iglesia para ministrar es el de animar o exhortar. Tales personas son usualmente fáciles de reconocer, porque cada vez que estamos alrededor de ellas, nos hacen sentir mejor por las cosas que dicen y hacen. Parece que en ellos fuera natural levantar, animar y fortalecer a otros por su sola presencia y personalidad.


Si usted es como yo y no puede considerarse a sí mismo un alentador naturalmente dotado, fórmese el hábito de ser más alentador. Es lo que yo he hecho, y no sólo hace que otros se sientan mejor, sino que también aumenta mi nivel de gozo. Todos podemos dar saludos y todos podemos decir “gracias”. Todos podemos rehusar ser difamadores. Todos podemos rehusar permitir que salgan de nuestra boca cosas malas que abaten a las personas. Todos podemos fortalecer, edificar, levantar y hablar vida a otros.

RUT, EL CARACTER DE UN SIERVO

El libro de Rut es uno de mis libros preferidos de la Biblia. Creo que se debe a que es una historia parecida a la Cenicienta porque es la de una mujer que ha sufrido tanto y ha sido víctima de circunstancias muy fuera de su control, pero llega a tener un final feliz. Al leer su historia, puedo ver algunas cualidades que podría decir que fueron claves para que experimentara tanto éxito, si se puede llamar así, al final de su vida.


La primera cualidad fue un espíritu servicial. Es un elemento muy importante en la historia de Rut y en su relación con Noemí. Siendo viuda, la costumbre dictaba que debía quedarse con la familia de su esposo. La Biblia nos dice que hubo dos nueras que habían enviudado, pero sólo Rut decidió acompañar a Noemí cuando regresó a su país natal Israel. El servicio de Rut fue desempeñar funciones y cumplir con deberes, pero también fue un obrar a favor de alguien. Cuando llegaron a Israel, Rut demostró un servicio sacrificial al salir a los campos para recoger alimento para ella y Noemí. Su servicio tuvo algunas características muy especiales.
Primero fue un servicio lleno de lealtad y constancia (1:16-17). Rut tuvo que escoger quedarse con Noemí y servirle aunque no fuera fácil. Somos libres para servir o no según nuestra decisión, como Orfa que decidió regresar a la casa de su padre (Gal 5:13). Todos hemos vivido o viviremos momentos en los que tendremos que escoger si vamos a servir o no, ya sea a nuestra familia, esposo, iglesia o comunidad.
Otra cualidad del servicio de Rut fue su deseo de trabajar. No era perezosa (2:2). Rut vio una necesidad y estuvo dispuesta a suplirla. Esto muchas veces implica un sacrificio de nuestro tiempo, esfuerzo y deseos. Cuando llegó al campo para recoger trigo, dijo claramente que no había descansado (2:7). De hecho, esta cualidad fue lo que causó que Booz, el dueño del campo, se fijara en ella. Qué interesante que Dios muchas veces usa nuestras cualidades para traernos a la atención de las personas que Él puede usar para llevarnos al lugar que Él tiene para nosotros.
Cuando Booz la ayuda fuera de lo normal, Rut demuestra una profunda humildad y gratitud: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos… siendo yo extranjera?” (2:10). Rut no daba por sentado la ayuda de los demás. Es fácil acostumbrarnos a las bendiciones que Dios nos ha dado y dejar a un lado un espíritu de agradecimiento y asombro. Si nos mantenemos en un espíritu servicial y humilde, podremos reconocer la mano de Dios en todas las áreas de nuestra vida.

Por último, me encanta el espíritu enseñable de Rut (3:1-15). Esto lo demuestra cuando Noemí le explica el proceso por el cual pedirá que Booz la tome como esposa: “Haré todo lo que tú me mandes”. Se me hace increíble porque lo que le estaba diciendo sería algo que yo no podría hacer. Seguramente para ella se trataba de costumbres muy extrañas y desconocidas. Aparte, se podría malentender (3:14) su presencia en el granero durante la noche. Proverbios 20:12 nos dice que el oído que oye y el ojo que ve, son hechura de Dios. Permite que Dios te ponga oídos que oyen y ojos que ven lo que Él trata de enseñarte.



Pienso que hay tres beneficios que se produjeron en la vida de Rut por las cualidades de su servicio:




Primero, sus pasos fueron guiados por el Señor (2:3). “Aconteció que aquella parte del campo era de Booz… de la familia de Elimelec”. Dios te llevará a donde tienes que estar para recibir toda la bendición que tiene para ti. Probablemente no veas cómo Dios estará guiando tus pasos, pero sí lo hará cuando nos disponemos a servirle a Él y a los demás.




Otro beneficio es que al suplir la necesidad de otro, las de ella fueron suplidas: “Ni pases de aquí… porque yo he mandado a mis criados que no te molesten. Y cuando tengas sed… bebe agua que sacan los criados” (2:8-9). Ella tenía necesidad de alimentarse y Dios se la suplió. Sabía que Rut y Noemí necesitaban que alguien las ayudara y protegiera, y gracias a la disposición y servicio de Rut, pudo suplir esa necesidad.




El último beneficio es que Rut pudo alcanzar todo lo que Dios ya tenía preparado para ella (4:13-22). El Señor la colocó como la matriarca de la familia mesiánica ya que fue bisabuela del rey David. Cuando tenemos un corazón dispuesto, Dios guiará nuestros pasos, suplirá cada necesidad y nos llevará a donde tenemos que estar en el momento indicado. Él tiene todo planeado, pero tenemos que dar los pasos correctos para llegar a nuestro destino final.

ORAR EN EL DOLOR


Al comienzo de 1 Samuel, la Palabra de Dios nos presenta a una mujer llamada Ana. Ella vivía en Israel casi a finales de la época de los jueces. Estos jueces eran héroes nacionales, hombres y mujeres que Dios levantaba para liberar a su pueblo del peligro y guiarlo. Ana se convertiría en la madre de Samuel, el último gran juez de Israel y el primer profeta del reino. De hecho, Dios utilizó a Samuel para ungir a los dos primeros reyes de Israel.

Pero cuando comienza 1 Samuel, ese nacimiento era solo un sueño para Ana. La conocemos como una mujer angustiada porque no había podido tener hijos. El deseo incumplido de tener un hijo al cual abrazar, alimentar y amar es una fuente de tristeza para muchas mujeres, como lo ha sido a lo largo de la historia. En la Biblia, encontramos varias mujeres con problemas de fertilidad, entre ellas: Sara, Rebeca, Raquel y Elisabet.

Para los judíos, que una mujer fuera incapaz de tener hijos era una señal de que Dios no estaba complacido con ella. Ana acudió orando a Jehová con el corazón roto y una necesidad profunda. Puede que su necesidad más profunda no fuera la de tener un hijo, pero Dios se ocupa de sus angustias. Sea lo que fuese que necesitara, el Señor lo sabe y es capaz de conseguirlo. Entiende qué le duele más y lo invita a que acuda orando a Él para pedir por ello. Al principio de la historia de Ana, vemos los problemas familiares y los tormentos interiores que la llevan a buscar a Dios en oración. Estaba casada con un hombre llamado Elcana. Sabemos poco de él, excepto que era un hombre comprometido con Dios. Un miembro de la línea sacerdotal, que llevaba a su familia todos los años a orar y ofrecer sacrificios al Señor en el tabernáculo de Silo (1 S. 1:3).

La casa de Elcana en la región de Efraín estaba al menos a veinticuatro kilómetros de Silo. Era un viaje largo para hacer andando, incluso aunque solo fuera una vez al año, pero ellos empleaban el tiempo y la energía necesarios para reunirse con Dios. La diligencia mostrada por Elcana, Ana y el resto de la familia nos hace plantearnos cuestiones sobre nuestra propia vida:

• ¿Cuán comprometidos estamos a reunirnos con Dios?

• ¿Cuánto esfuerzo empleamos en ir a la casa de Dios para adorarlo?

• ¿Con qué frecuencia nos acercamos a Dios en oración?

El predicador Robert Murray M’Cheyne murió a los treinta años. No obstante, en su breve carrera, su vida ardió con fuerza por Cristo. El hambre de Dios lo hizo arrodillarse. Su deseo de conocer a Dios y reunirse con Él es evidente por algo que escribió en su diario un sábado de febrero: “Me levanté temprano para buscar a Dios y encontré a Aquel a quien ama mi alma. ¿Quién no se levantaría pronto para reunirse con alguien así?”.

El tiempo de oración de M’Cheyne era algo más que una rutina; era su fuente diaria de vida espiritual. Ese tiempo de comunión con el Padre no era una tarea para él, era un gozo, porque sabía que Dios estaba con él en esos momentos especiales. Igual que estaba con Ana cuando ella iba a Silo. Ella esperaba y deseaba reunirse con Dios.

Ana llevaba sobre sí la carga de una familia rota. Aunque Elcana amaba a Ana y aunque llevaba a su familia a rendir culto al Señor, dentro de su casa había un gran conflicto. El problema fue su propia decisión irreflexiva: “Tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía… Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos” (1 S 1:2, 6).

Elcana, como los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, tenía una primera esposa que era estéril. Así que para poder tener un heredero, tomó una nueva esposa. Cuando Elcana tomó por esposa a Penina, estaba siguiendo una práctica cultural, pero la poligamia siempre ha sido un acto de desobediencia al plan de Dios. Tras instituir el matrimonio en el huerto de Edén, Dios dijo: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gn 2:24). Dios nunca pretendió que el hombre tuviese más de una esposa. Elcana hizo las cosas a su manera en lugar de a la manera del Señor. Dios dijo: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr 14:12).

La manera de actuar de Dios es siempre la mejor. Cuando nos alejamos de su camino, nos perdemos lo mejor que Él tiene para nosotros. Eso es lo que ocurrió en la casa de Elcana. En un hogar que debería haber estado lleno de paz de Dios, había gran discordia. Solo podemos imaginarnos la pena de Ana al tener que compartir su casa con Penina. Ver cómo esta presentaba sus bebés recién nacidos a su esposo solo intensificaba su tristeza.

Ana no era la única que sufría con esta situación. Penina veía que su esposo amaba más a Ana. Su sufrimiento emocional le provocaba celos que la llevaban a ridiculizar a su rival y reírse de ella por no poder tener hijos. Tal vez Penina pensaba que se ganaría la atención plena de su esposo poniendo en ridículo a Ana. La Biblia nos ofrece una imagen de conflicto constante: “Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, [Penina] la irritaba [a Ana] así…” (1 S 1:7). Penina no quería otra cosa que romper el corazón de Ana. Ella encontraba placer causando la aflicción y el llanto de Ana.

Piense en el carácter y las emociones de estas mujeres cuando hacían el largo viaje a Silo cada año:

• Penina: se sentía poco amada por su esposo; probablemente llena de amargura hacia él, mostraba odio hacia Ana. Cuando Penina iba al tabernáculo de Dios, supuestamente para orar,

sus manos estaban manchadas por su deliberado y habitual pecado contra Ana.

• Ana: abrumada por los problemas en su casa, pero desesperadamente deseosa de la liberación de mano del Señor.

Ahora piense en su manera de acercarse a Dios en oración y adoración. ¿Ha intentado alguna vez alabar al Señor con un corazón sucio y manchado? No debería sorprendernos tanto no conseguir nada del culto cuando nuestras vidas están en estas condiciones. Para alabar a Dios completamente, nos acercamos a Él con las manos y el corazón puros. O, al igual que Ana, ¿ha orado alguna vez sintiendo el gran peso de los problemas personales y buscando la solución de Dios para ellos? Con el corazón abrumado por la carga, Ana presentaba su freudiana y disfuncional familia a Dios en oración. Ella encontraría en Él todo lo que necesitaba, y nosotros también lo haremos.

Muchos hogares son lugares de sufrimiento y miseria en lugar de refugios de felicidad. Esto es así incluso entre las familias cristianas. El conflicto y la aflicción pueden proceder de distintas fuentes. Una casa se puede ver trastocada por la muerte de una esposa o un hijo. Los esposos y esposas chocan entre sí. Los hijos y los padres no se comunican. Las familias sufren cuando se produce un divorcio. Después de este, hombres y mujeres tratan de buscar la felicidad casándose de nuevo, y surgen nuevos problemas cuando dos familias tratan de mezclarse.

La oración puede transformar nuestras vidas. Cuando oramos por nuestras familias, hay dos peticiones que Dios siempre honrará: Primero, podemos pedir mas amor por nuestras familias. Necesitamos pedir a Dios que nos ayude a amar al resto de los integrantes de nuestra familia de la misma manera que Dios los ama y nos ama a nosotros.

Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Jn. 13:34). Dios quiere que nos amemos unos a otros, no importa lo que ocurra en nuestras familias. La Palabra de Dios nos dice: “…amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro” (1 P. 1:22). A veces tenemos conflictos en casa simplemente porque no nos amamos con un corazón puro. Dios quiere que busquemos lo mejor para todos, poniendo las necesidades de los demás primero. Si empezamos a amarnos como Dios nos dijo que lo hiciéramos, ¡qué diferente será todo!

Segundo, podemos pedir un espíritu de perdón para con nuestras familias. Dios nos ha pedido que perdonemos (Col. 3:13). A veces en nuestros matrimonios, queremos ganar la batalla o estamos tan ansiosos de tener la razón que no nos importa lo que dice Dios. Una esposa puede decir: “Me ha herido tanto que no puedo perdonarlo”.

Un esposo puede pensar: Ha dicho algo tan odioso que no puedo perdonarla. Con demasiada frecuencia, nos agarramos muy fuerte a nuestras heridas y decepciones para poderlas utilizar como munición en una pelea. Padres, hijos y cónyuges se sienten tentados a guardar todos los fracasos de los demás para poder echárselos en cara en el momento oportuno. Queremos herirlos tal como ellos nos hirieron a nosotros. Pero Dios nos pide que nos renovemos teniendo corazones capaces de amar y perdonar. Pregúntese: “¿Cuántas veces me ha amado y perdonado Dios? ¿Cuántas cosas hirientes y odiosas he dicho a otros y a Dios, y Él todavía me perdonó cuando se lo pedí?”. El salmista escribe: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Sal 103:12). Dios puede transformar nuestros corazones amargados y doloridos en corazones capaces de amar y perdonar, solo tenemos que pedirlo.

Cuando Ana vino ante el Señor en el tabernáculo de Silo, también estaba luchando con la realidad del plan de Dios para su vida. Ella conocía el poder divino lo suficiente como para discernir que su infertilidad era debido a algo más que una causa física. Su incapacidad para tener hijos era obra del Señor: “…Jehová no le había concedido tener hijos” (1 S 1:5).

¿Por qué el Señor le haría algo así a Ana? Después de todo, Dios había ordenado a su pueblo que fructificara y se multiplicara. Este es el primer mandamiento que Él dio a la humanidad (G. 1:28). En el caso de Ana, si seguimos leyendo, sabemos que Jehová le concedió tener un hijo al que llamó Samuel. Conocemos el papel crucial que el hijo de Ana tuvo en la historia del pueblo de Dios, Israel. Por lo tanto, ¿por qué retrasó Dios el momento de darle hijos a Ana? Podemos sugerir varias razones:

• El Señor estaba obligando a Ana a acercarse más a Él. Año tras año, ella aprendió a confiar en Él al exponerle sus necesidades.

• La carga que soportaba Ana la convirtió en una mujer con una fe más fuerte. Tras experimentar la respuesta milagrosa de Dios a una situación imposible, la confianza de Ana en Él siguió siendo profunda.

• La desesperación de Ana contribuyó a amoldar el carácter de Samuel. Cuando Ana dio a luz a Samuel, le dedicó su pequeño al Señor, lo cual probablemente no hubiera hecho en otras circunstancias.

Este niño fue educado tanto por la madre como por el sumo sacerdote para su tarea de profeta y juez. Sean cuales fuesen las razones de Dios, retrasó el momento de concepción en Ana porque formaba parte de su plan. No siempre sabemos por qué Dios hace lo que hace. Pero siempre podemos confiar en que su plan es el mejor posible. Él dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:11-13).

Los problemas a los que nos enfrentamos nos llevan a Dios o nos alejan de Él. Cuando confiamos al Señor nuestras cargas, Él las utiliza para hacernos más fuertes en la fe y la oración. Cuando ore, lleve sus cargas al Señor. ¡Él puede ayudarle!