EL VERDADERO DESCANSO

¿Cuándo fue la última vez que descansó? No me refiero a la última vez que logró irse a la cama antes de la medianoche. Me refiero al descanso verdadero.

Vivimos en una cultura que no favorece el descanso. Incluso en la iglesia, podemos comprometernos a hacer más cosas de las que podemos manejar, porque aceptamos hacer demasiadas cosas. Después de todo, es más fácil decirle que no a una fiesta del vecindario que a un estudio bíblico. Si algo suena espiritual, es fácil pensar que debemos hacer fila detrás de todos los demás y tomar un boleto. Pero ocuparse en las cosas de Dios y conocer a Dios son dos cosas muy diferentes. Y con frecuencia no están en armonía.

Un día Jesús le habló directamente al cansancio extremo de una multitud: “Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso” (Mt.11:28). Él no hablaba de la clase de cansancio que tanto usted como yo sentimos al final de un buen día de trabajo, cuando lo único que queremos es hundirnos en una silla y no movernos hasta Navidad. No, Jesús les hablaba a aquellos que estaban desgastados tratando de actuar bien para complacer a Dios y ganarse la salvación. Recuerde que esto fue antes de la crucifixión y la resurrección, así que si usted era un judío temeroso de Dios, todavía se levantaba en las mañanas con la carga de 613 leyes sobre sus hombros. Nosotros conocemos los “10 grandes”, los mandamientos que Dios le dio a Moisés en el Monte Sinaí; pero los judíos debían seguir 603 leyes adicionales. Súmele además la realidad de que los líderes religiosos de aquellos días no aliviaban la carga de la gente. Jesús habló directamente de eso: “Los maestros de la ley religiosa y los fariseos son los intérpretes oficiales de la ley de Moisés. Por lo tanto, practiquen y obedezcan todo lo que les digan, pero no sigan su ejemplo. Pues ellos no hacen lo que enseñan. Aplastan a la gente bajo el peso de exigencias religiosas insoportables y jamás mueven un dedo para aligerar la carga” (Mt. 23:2-4).

Jesús le ama, y eso resume todo. No hay un si condicional al final de ella. Es tan simple como eso. Jesús nos ama tal y como somos ahora. A pesar de las incontables sombras de luz y oscuridad que habitan en nuestro interior, Dios nos ama por completo. Es difícil de creer, ¿verdad? Pero ese tipo de amor solo existe en Dios, y es difícil de entender cuando estamos corriendo de una actividad a la otra.

Ese tipo de amor nos llama a descansar —descansar de verdad— en la presencia del Único que nos creó, que nos conoce y que nos ama.

El descanso verdadero proviene de conocer la gracia de nuestra salvación en Jesús. No tenemos que hacer nada para ganárnosla.

Tome unos minutos para meditar en estas Escrituras:

“Luego dijo Jesús: ‘Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso.  Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma.  Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana’” (Mateo 11:28-30).

“Que mi alma descanse nuevamente,  porque el Señor  ha sido bueno conmigo.
Me rescató de la muerte,  quitó las lágrimas de mis ojos,  y libró a mis pies de tropezar” (Salmo 116:7-8).

“El Señor es mi pastor; tengo todo lo que necesito. En verdes prados me deja descansar;  me conduce junto a arroyos tranquilos. Él renueva mis fuerzas. Me guía por sendas correctas, y así da honra a su nombre” (Salmo 23:1-3).

PRINCIPIOS DE LA LEY DE LA SIEMBRA Y LA COSECHA

Existen tres principios básicos que gobiernan la ley de la siembra y la cosecha:

1. El resultado de la ley es multiplicativo. Aunque parezca lógico, no deseo asumir que todos tenemos claridad respecto a este punto. El resultado multiplicativo de esta ley está demarcado en el hecho de que una persona siembra una semilla, pero como cosecha no se obtiene otra semilla, sino que el resultado de dicha siembra será un árbol, una planta o un arbusto que tiene muchos frutos y muchas semillas dentro de esos frutos. La Biblia dice:

“Porque siembran viento, y recogerán tempestades...” (Oseas 8:7).

Todo agricultor conoce este principio. Es más, vive por la operación de este principio. Es de allí de donde proviene su utilidad.

2. El proceso tiene un orden lógico. Es muy simple, nadie puede pretender obtener una cosecha sin haber sembrado antes. Si volvemos al caso del agricultor, es imposible que él pretenda recoger una cosecha si algún tiempo atrás no sembró su campo. Esto parece muy lógico y claro, pero usted se asombraría de la cantidad de gente que he encontrado que espera obtener cosechas sin haber sembrado. Más adelante lo explicaré en detalle.

3. El tipo o género de la cosecha está determinado por el tipo o género de semilla. Es factible que a usted le parezca muy elemental lo que le estoy compartiendo en este capítulo, pero se sorprendería al saber la cantidad de personas que no tienen claro este principio y su operación.

En el ámbito natural, es muy lógico llegar a la conclusión de que si se siembra una semilla de naranja, se va a tener como cosecha un árbol que va a producir muchas naranjas y dentro de cada naranja tendremos muchas semillas de naranja. Sin embargo, muchas personas se olvidan de que en lo espiritual sucede exactamente lo mismo; por ejemplo, hay personas que siembran semillas de chisme y creen que no van a tener como cosecha mucho chisme (subrayo la palabra “mucho” porque recuerde que el resultado de la ley de la siembra y la cosecha es multiplicativo). Entendemos, pues, que en el ámbito espiritual va a suceder lo mismo que en el ámbito natural: de cualquier tipo de semilla que usted siembre, recogerá una cosecha multiplicada del mismo género. Veamos lo que dice la Biblia respecto a este principio:

“Y dijo Dios: ‘Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semilla, y árboles frutales que den fruto sobre la tierra según su género, con su semilla en él’. Y fue así. Y produjo la tierra vegetación: hierbas que dan semilla según su género, y árboles que dan fruto con su semilla en él, según su género. Y vio Dios que era bueno” (Génesis 1:11-12).

Sobre la ley de la siembra y la cosecha, debo informarle que hay elementos que deben estar presentes para la actividad normal de esta ley. Veamos:

El sembrador. Se requiere de una persona que inicie el proceso, alguien que esté dispuesto a dar algo que posee y sembrarlo con el propósito de obtener fruto a cambio de su siembra.

El terreno. Este es el lugar en el cual vamos a depositar la semilla. Para obtener una buena cosecha necesitamos escoger un lugar adecuado para sembrar nuestra semilla pues nadie siembra en el desierto esperando tener una gran cosecha a cambio.

Abono. Son los nutrientes que le voy a echar a la tierra para enriquecerla, para que, así, produzca una mejor cosecha.
Estación o el clima. Debo sembrar en el tiempo correcto del año para que la semilla germine. Si siembro en el invierno, posiblemente la semilla se va a quemar y no dará fruto.

Semilla. Es aquello que voy a sembrar. En este punto hay que tener en cuenta que la calidad de la semilla determina la calidad de la cosecha, lo que quiere decir que usted puede sembrar buenas o malas semillas y eso determinará la calidad de la cosecha.

Para este momento, algunas personas podrán preguntarse: “¿No es este un libro sobre finanzas? ¿Por qué toda esa explicación sobre la agricultura?” Recuerde: la ley de la siembra y la cosecha es una ley espiritual, así que está presente en todo lo que usted hace. Es más, quiero dejarle saber que por eso llamo a esta “la ley más poderosa del universo”, pues TODO lo que usted hace, dice y piensa es una semilla, así que usted obtendrá una cosecha multiplicada del mismo género. Si tenemos claro lo expuesto anteriormente, entonces sabremos que esta ley también está activa sobre el área financiera. El problema es que muchas personas no lo sabían. Déjeme explicarle cómo opera esta ley en sus finanzas.

Algunas personas dicen que el tema de la administración del dinero es muy espiritual. Yo también lo creo, pero más que espiritual, considero que el dinero solo muestra la condición del corazón de la persona que lo administra. Esto quiere decir que el dinero es como los explosivos: usted los puede utilizar para construir represas, excavar minas, en el proceso de construcción de carreteras o también los puede utilizar en las guerras o en el terrorismo para asesinar personas.

De la misma manera, puede usar el dinero para alimentar niños, educarlos, ayudar a los necesitados, construir hospitales, apoyar iglesias, pero a la vez ese mismo dinero se podría utilizar para financiar guerras, producir narcóticos, para el pago de adicciones o cualquier cosa incorrecta. El dinero no es bueno, ni malo en sí mismo; solo muestra lo que hay en el corazón de la persona que lo posee. La Biblia nunca dice que el dinero sea malo, sino que nos habla de lo que causa en el hombre que lo ama y lo busca con codicia:

“Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores” (1 Timoteo 6:10).

Jesús también dijo:

“Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Mateo 6:21).

De nuevo, el tema no es el dinero, sino la posición que le podemos dar en nuestra vida. Jesús dijo que en el lugar en el que nosotros tengamos nuestro tesoro, es decir, nuestros intereses, sueños y anhelos, allí también pondremos nuestro corazón, es decir, nuestro esfuerzo, trabajo y pensamientos.