MIEDOS.....



He visto gente que tiene miedo a enfermarse y se enferma más; gente que tiene miedo a desarrollarse y se queda estancada; personas que tienen miedo al abandono y las dejan; gente que por miedo, bebe de más para evadirse de la realidad de no poder enfrentar; gente que la inseguridad producida por el miedo las aísla, las limita, las condiciona. He visto a personas cambiar hábitos saludables por miedo, gente que pierde todo, que olvida sus capacidades, su creatividad y deja a un lado la inteligencia en la toma de decisiones… ¡por el pinche miedo!
¡¿Cuántos casos por miedo?! Me rodean cientos y he sido, igualmente víctima de sentir una parálisis en el cuerpo, que el corazón late fuertemente, que sientes la sangre concentrada en el estómago y la cabeza caliente… ¡y todo por un pensamiento que me genera esa emoción!
Miedo a querer, miedo a dejar de ser, miedo a ser uno mismo, miedo a enfrentar una realidad, miedo a conocer… ¿Te fijas lo que es capaz de hacer el miedo en nuestra vida? Y creo que cuanto más miedo tengas, es más seguro que atraigas lo que no quieres, pero que piensas como posibilidad.
Nuestros miedos resultan ser los peores monstruos que brotan y nos atrapan sin piedad, son nuestros peores enemigos. Por ellos podemos perder salud física, mental y emocional. Si reflexionamos sobre esto, cabe el comentario de ¡qué miedo, el miedo!
Además, en el 90 por ciento de los casos el miedo surge por cuestiones irreales, imaginativas, pensadas, creadas en nuestra cabecita o por huellas del pasado no resueltas. Si así fuera, es nuestra responsabilidad eliminar esos obstáculos que nos limitan, que nos paralizan.
Sería muy duro terminar nuestra vida y que nos recuerden porque tuvimos miedo y no hicimos nada al respecto. Sé que puedo ser muy fatalista con esta posibilidad, pero más vale que pisemos escenarios distintos antes de hacer que esa obra de teatro imaginaria se vuelva realidad.
¡Acabemos con esos monstruos miedosos que nos habitan y vivamos más libremente! De nosotros depende.

NO PUEDO PERDONAR

Éste ha sido un flagelo en mi vida muchas veces. Qué difícil se torna hablar sobre el perdón sin que vengan a nuestra mente frases como “Perdono pero no olvido”, o “cuando me sienta mejor, perdono” o “aunque lo intento, no puedo perdonar…”

Numerosos ejemplos encontramos en la Biblia el acerca del perdón… ¡Cuántas veces perdonó Jehová al pueblo de Israel en el peregrinaje por el desierto! Sin olvidar el padre al hijo pródigo en el Nuevo Testamento. Varios ejemplos de Jesús perdonando pecados, previos a un milagro. Pero no podemos dejar de pensar, al mismo tiempo, “si, pero estamos hablando de Jesús mismo, Dios mismo, y yo nos soy Dios…”

Entonces con cuánta más razón deberíamos poder perdonar, si Dios mismo, en su perfección, en su magnificencia y en su bondad, pu ede hacer a un lado nuestro pecado, nuestra maldad, nuestra iniquidad y nos otorga el perdón, ¿Acaso somos nosotros superiores a Dios, que nuestra medida de valores sobrepasa a la de Dios mismo que no podemos perdonar? Obviamente la respuesta es no, y peor aún, tiene un agregado: es “no puedo”… ¿o no quiero?

Ahora bien, encuentro algo notablemente interesante en los ejemplos bíblicos acerca del perdón, y es que todos, tienen una base que no puede pasar inadvertida, y es el amor. Tanto en los ejemplos de Antiguo, como en los del Nuevo Testamento, observamos que previo al perdón, queda demostrado el amor del perdonador hacia el perdonado, hacia el ofensor. Entonces tengo que remitirme primeramente a mi situación de amor hacia la persona que me ofendió, me agredió, o lo que sea que me haya hecho.

¿Cómo está mi sentimiento hacia esa persona? Seguramente dañado, y el amor, está quebrado. Dos pasajes se vienen al instante a mi cabeza: Levítico 19:18 y 1 Corintios 13.

El 1º expresa: “… y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El 2º, una antología del amor… “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta… el amor nunca deja de ser…” entonces, comienzo a pensar que el perdón, es casi una consecuencia de mi amor hacia el otro.

“Como a ti mismo”, pide el Señor en Levíticos… “Como a ti mismo”, retumba en mi cabeza… ¿realmente me amo lo suficiente a mi mismo como para poder amar al otro y recién afrontar el perdón? Entonces, encuentro algunas razones por las que vale la pena amarnos a nosotros mismos:


  1. Porque Dios nos hizo únicos y a su imagen y semejanza. (Génesis 1:26-27)



  1. Porque Dios me amó primero. (Juan 3:16)



  1. Porque somos privilegiados de ser escogidos hijos del Dios mismo. (Isaías 41:9)

  1. Porque tenemos un propósito en esta vida. (Efesios 2:10)



  1. Porque Dios mismo nos da el amor. (Gálatas 5:22)

  1. Porque tenemos otros a quienes amar. (1 Juan 4:7)

Cuando tengo en claro el porqué soy importante, el porqué debo amarme a mi mismo, entonces recién puedo comenzar a trabajar sobre la frase “ama a tu prójimo”, y allí entra en juego 1 Corintios 13

“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser… Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”

Paso mi amor por el cedazo de este pasaje, ¿Cuánto queda de él? A medida que avanzamos en la lectura, seguramente va cayendo nuestro sentimiento hasta quedar con las manos vacías… Y es en este mome nto, cuando cobra valor la frase: “no puedo perdonarte, porque simplemente no puedo amarte”…

¿Cómo hago para amar? Tengo que mirar a mi hermano, a través de los ojos de Jesús, porque si lo hago a través de los míos, entonces lo más probable es que nunca pueda concretar el perdón.

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. “ (Filipenses 2:7-9)

Jesús siendo Dios mismo se humilló a sí mismo por amor, por mí y por mi hermano también. Entonces debo mirar a mi hermano a través de la cruz, no puedo ignorar que ambos estamos en igualdad de condiciones ante Dios.

Cuando haya “re parado” mi amor hacia el otro, entonces recién puedo retomar el trabajo del perdón. Tanto amar como perdonar, tienen que ser puestos en oración, imposible lograrlos solos, dependemos si o si de Dios para guiarnos.

No existe “no puedo perdonar” en realidad es “no quiero perdonar”, “cuando me sienta mejor, perdono” debe ser sustituido por “ahora comenzaré el proceso del perdón”, y “perdono pero no olvido”, por “perdono, de igual manera que Dios me perdono primero a mí.” Por supuesto que el proceso del perdón es extenso, y demanda mucho de nosotros, a veces no perdonamos porque es más fácil mantenernos igual, bajo la excusa del no poder por plena comodidad.

Tanto el amor, como el perdón, tienen 4 características que los vuelven más importantes y difíciles aún:


  1. No pueden lograrse solos, dependen de un tiempo de oración y búsqueda de Dios para poder llevarlos a cabo.



  1. Si no son logrados provocan lo que conocemos como raíces de amargura que dañan el corazón de múltiples maneras.



  1. Sólo los podemos dar por superados cuando son puestos a prueba.



  1. Una vez superados, son signos de crecimiento y madurez espiritual, y estaremos listos para nuevos desafíos en el camino del Señor.

Y en el punto número III quiero detenerme finalmente: Si tenemos que enfrentar la experiencia del amor y del perdón, el Señor va a ponerlos a prueba en alguna situación, si o si deberemos enfrentar a la persona que nos dañó, y tendremos que demostrarle nuestro amor, y nuestro perdón. No digo que será un momento fácil, pero si de victoria, en dos sentidos, hacia el otro y hacia mi mismo, y el lugar que ocupaba en nuestro corazón el mal sentimiento, será llenado por la bendición de haber perdonado. Es dar sanidad a nuestra propia vida, es dejar de tener el corazón enfermo y herido, es crecer como cristiano, como persona, co mo ejemplo a los demás. Es tener mas para dar y enseñar, es ser, cada día un poquito más parecido a Él, nuestro ejemplo, Jesús. Es morir a nuestra carne para que viva Él en nosotros, es para hacer realidad en nosotros Su Palabra:

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús… Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros.” Filipenses 3:12-14,17.

Que este pasaje del Apóstol Pablo, sea una realidad en nosotros, ojala día a día, el Señor nos vaya perfeccionando en amor, para lograr el perdón que tanta sanidad espiritual brindará a nuestras vidas. ¡¡¡Amén!!!