DIOS NO ESTÁ MUERTO: LA EVIDENCIA DE UN DIOS EN UNA ÉPOCA DE INCERTIDUMBRE

El objetivo de Dios no está muerto es sencillo: ayudarle a desarrollar "una fe que es real, creíble y lo suficientemente fuerte, a la vez que asiste a otros a encontrar la fe en Dios". 

Con ese fin, Rice Broocks esboza un mapa que guía a aquellos que buscan respuestas a reconocer las verdades más básicas del cristianismo:

Hay evidencia abrumadora y emocionante sobre la existencia de Dios

El Dios que existe es de hecho el Dios de la Biblia

Dios ha revelado su naturaleza a través de su Hijo, Jesucristo

Argumentos persuasivos trabajados con herramientas tomadas de la lógica, la ciencia y la filosofía, así como de la Escritura, solidifican su fe cristiana y le proporcionan puntos de partida para las discusiones con escépticos. 

Dios no está muerto es la apologética para el siglo XXI, presentada en términos sencillos. Aprenda a hablar de su propia fe con confianza a la vez que guía a otros a una relación personal con Jesús

HACIA DONDE

De las primeras preguntas que se hacen en la biblia, vemos a Dios preguntando: ¿Dónde estás, Adán? Y luego: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? En el Nuevo Testamento, la primera pregunta es: ¿Dónde está el Mesías?
Siempre Dios ha estado buscando dónde está el hombre, y tiene que llegar un momento en que el hombre se encuentre con Dios, que se ubique, que se posicione para experimentar todo lo que Dios tiene para su vida.
Uno de los peores problemas que tiene mucha gente es la falta de ubicación. De tu ubicación depende todo lo que Dios va a hacer contigo. Cuando el hijo pródigo se fue de la casa de su padre, siguió siendo hijo, pero, al estar fuera, lo perdió todo. Cuando regresa, sigue siendo hijo, pero ahora está ubicado. Cuando se desubica, lo pierde todo; cuando se ubica, lo gana todo.
Toda la biblia es ubicación. Jesús fue a buscar a la mujer en el pozo; Jesús se encontró con Zaqueo en el árbol, y entonces le dijo que iría a su casa. Dios ha estado siempre buscando la ubicación del hombre, para darle la experiencia de la nueva vida.
Para poder recibir lo nuevo que Dios tiene, tienes que creer en la posibilidad de que, aun con una vieja historia, Dios puede hacer algo nuevo contigo. Lo único que tienes que hacer es abrir tus ojos a la percepción espiritual, para recibir libertad de tu cautividad.
En Mateo 26:17, en adelante, Jesús está presentando la cena del Señor, la comunión, partiendo el pan y el vino. Los discípulos preguntan a Jesús dónde preparar todo para comer la pascua, pero, dentro del evento de la pascua, Jesús celebró la comunión –no la pascua. La pascua celebraba el día en que Egipto dejó ir al pueblo de Israel. Esa noche, cuando pasó el ángel, tenían que comer el cordero; ahí se instituye la pascua.
Cada cierto tiempo, se celebraba la pascua para recordar la libertad del pueblo de Israel de Egipto. Y Jesús escoge el momento de la pascua para celebrar la comunión. Durante la pascua, se hacía lo mismo que Jesús estaba haciendo: Comer el pan. Pero, Jesús cambió la dirección de aquella celebración, cuando estableció que aquello era su cuerpo. Jesús posicionó aquel mismo evento hacia el futuro, celebrando lo que él haría por nosotros.
Hay que celebrar, pero no la pascua, sino la comunión. Se trata de hacer lo mismo, pero, en vez de recordar que Dios te liberó, recuerda lo que Cristo hizo y lo que va a hacer contigo. Es el mismo evento, en una nueva dirección, que te pone en una proyección de avanzada; porque, si lo único que haces son rituales para recordar lo que Dios hizo, nunca podrás realmente ver lo que Dios va a hacer contigo.
Jesús estaba transicionando a todo el pueblo. Aquel era el mismo acto, solo que, en lugar de realizarlo para recordar el pasado, lo que celebrarían es lo que Cristo haría. Lo que Dios quiere que tengas en tu memoria no es de dónde tú vienes, sino hacia donde tú vas. Él no quiere que recuerdes todos los días de dónde él te sacó, sino para dónde te sacó. Él te sacó de Egipto, pero te sacó para la tierra prometida.
Mientras tú estés recordando que Dios te sacó de Egipto, perderás de vista que te sacó para la tierra prometida. Así que, da gracias a Dios de dónde él te sacó, pero agradece aún más y mantente enfocado en hacia dónde él te lleva.

DIEZ PASOS PARA ROMPER LAS MALDICIONES

Veamos los diez pasos que podemos dar para limpiar nuestras vidas de las maldiciones y de sus consecuencias:

1. Confesar a Jesucristo como Dios y Salvador. Las maldiciones solamente se pueden romper por el poder de Jesús. Ninguna maldición puede ser quitada completa y totalmente de su vida a menos que usted conozca a Jesucristo como su Señor y Salvador personal.

Las maldiciones se pueden aliviar parcialmente con un cambio de conducta. Conozca o no una persona a Cristo, las maldiciones pueden eliminarse hasta cierto punto por un repudio fundamental del mal. Este es un hecho positivo, por supuesto. Pero la ruptura de la maldición nunca se puede finalizar hasta que la persona confiesa a Jesucristo como Señor.


2. Renunciar al diablo. Satanás y todo lo que él representa deben ser repudiados directamente. Nunca es suficiente descansar en el supuesto de que alguien que acaba de aceptar el señorío de Jesús ya no quiere tener nada que ver con el diablo. La gente tiene que decirlo en voz alta.

Para avanzar, la gente no solo debe tomarse de la mano de Jesús, sino que debe soltarse de la mano del diablo, quien lo tira hacia atrás. Un sí a Jesús debe estar seguido por un no al diablo. A lo largo de la historia de la Iglesia, en bautismos, confirmaciones y profesiones confesionales de fe, se ha incluido siempre un repudio al diablo.

3. Renunciar a los votos. Renunciar a todos los votos (citando tantos detalles como sea necesario y factible) es parte de la ruptura básica de la maldición. Yo defino un voto como una solemne promesa por la cual una persona se ata para actuar de una determinada manera. Nuevamente, es bueno que esto se haga en voz alta, aunque nadie en particular esté escuchando. Es más significativo y deliberado hecho de esa manera. Siempre trate de tener otros cristianos presentes como testigos para cumplir con el principio que ya hemos mencionado en este libro (vea Mateo 18:19).

4. Renunciar a los juramentos. ¿En qué difieren los juramentos de los votos? Mi definición de juramento es: “Una solemne confirmación de las consecuencias de guardar o romper un voto”. Cuando un hombre promete mantener los secretos de la membresía de una logia masónica, como señala este juramento:

...me comprometo a una pena no menor a que se desgarre el lado izquierdo de mi pecho y se quiten de allí mi corazón y órganos y de allí sean arrojados sobre el hombro izquierdo y llevados al valle de Josafat, para ser allí presa de las bestias del campo, y del buitre del aire, si alguna vez se comprobara la culpabilidad intencional de violar cualquier parte de este mi solemne juramento u obligación de Masón Compañero de Oficio; que Dios me ayude...

El voto masónico jura lealtad al grupo. Las palabras del juramento representan la ejecución obligatoria del voto.

5. Renunciar a los rituales. Los votos y juramentos suelen hacerse en el contexto de rituales, los cuales pueden ser definidos como un formato prescrito de palabras y acciones que rigen un acto de adoración u obediencia espiritual. Es necesario renunciar también a los rituales, junto con la intención que hay detrás de las palabras y acciones. Los rituales implican una cierta secuencia de movimientos y un conjunto de procedimientos, a veces con canto, abracadabra, encantamiento, u otra confirmación verbal. Cuando una maldición ha surgido de la participación en un ritual (aun cuando ese ritual fuera realizado en el pasado por un ancestro lejano), se debe renunciar al ritual en sí, que fue el punto de partida de la maldición.

6. Renunciar a las ceremonias. Los rituales se realizan en el contexto de ceremonias; son rutinas específicas dentro de un procedimiento formal mayor. Los rituales refuerzan la ceremonia. Por ejemplo, la ceremonia de un pacto de sangre puede implicar ciertos rituales tales como beber sangre, profanar una cruz o una Biblia, o conjurar a deidades específicas. Esto entrelaza la ceremonia en la estructura causante de la maldición, y para sacar completamente la maldición, la ceremonia entera debe ser repudiada.

7. Renunciar a pactos de sangre. Los pactos de sangre son raros en el mundo actual. Pero en el mundo de los antiguos estaban muy generalizados. Sabemos que eran comunes en África, y vemos abundante evidencia de ellos en el Antiguo Testamento en los grupos de pueblos paganos politeístas.

Los pactos de sangre son juramentos sellados con sangre, a veces sangre animal, a veces humana. Muy frecuentemente requieren la muerte del animal o la persona (a menudo un niño), lo cual es mucho más grave que el derramamiento de sangre común.

Al romper las maldiciones de hoy, con frecuencia tenemos que romper las maldiciones antiguas que derivan de pactos de sangre. Es importante saber si un pacto implicó sangre animal, sangre humana, o ambas. Las maldiciones más fuertes, más ejecutables, son resultado de sacrificios de sangre humana.

8. Renunciar a la brujería y la hechicería. La brujería y la hechicería forjan alianzas con espíritus malignos, que son invocados mediante la adivinación para aumentar el poder y el dominio. Para romper todas las maldiciones, una persona debe renunciar a cualquier conexión con la brujería y la hechicería, incluyendo conexiones familiares lejanas.

Debemos recordar además las palabras dichas al rey Saúl después que desobedeció la clara orden de Dios: “La rebeldía es tan grave como la adivinación, y la arrogancia, como el pecado de la idolatría. Y como tú has rechazado la palabra del Señor, él te ha rechazado como rey” (1 Samuel 15:23). La completa ruptura de una maldición incluye una renuncia a la rebelión contra los mandamientos de Dios.

9. Renunciar a los falsos dioses. Junto con la renuncia al modo de acercarse para obtener mayor poder por acceso espiritual, debemos renunciar a los falsos dioses mismos. Debemos rechazar toda obligación con todo demonio de falsa adoración. A veces será necesario, cuando es posible, mencionar deidades demoníacas específicas por su nombre. Aunque nosotros no hayamos adorado a dioses falsos, nuestros ancestros pudieron haber hecho sacrificios o haberse dedicado a poderes malignos invisibles. La posesión demoníaca a menudo ocurre por el espíritu maligno que toma el nombre y la función de alguna antigua divinidad, como Isis u Horus, Astoret o Moloc. Por medio de un tributo, nuestros ancestros pueden haber forjado con esos dioses fuertes relaciones de ligaduras de alma que siguen sin romperse hasta nuestros días. Al romper ese compromiso ahora, se quita el derecho legal reclamado por el demonio que lleva el nombre de un falso dios en particular.

10. Renunciar a las falsas religiones. Para terminar, debemos renunciar y denunciar todo culto o sistema religioso en el que nosotros mismos o nuestra línea ancestral se haya visto enredado. Debemos repudiar cualquier sistema religioso que se oponga a Cristo (incluyendo algunos que mencionan su nombre, aunque no representan su verdad), y debemos reafirmar nuestra lealtad al Señor Jesucristo mismo.

Estos diez pasos reflejan los dos elementos básicos necesarios para romper cualquier maldición: Decirlo y creerlo. Al igual que con la salvación, debemos confesar lo que creemos y realmente creer lo que confesamos.

EL ESPIRITU SANTO ES DIOS

Comienzo con esta impactante verdad porque es lo más importante que se puede decir acerca del Espíritu Santo: que Él es Dios. Plenamente Dios. El Espíritu Santo es completamente Dios, así como el Padre es Dios y Jesús, el Hijo, es Dios. Sabemos que el Padre es Dios; esta es la suposición que aceptamos sin sentido crítico; es como decir que Dios es Dios. Y como cristianos igualmente creemos y confesamos que Jesús es Dios. “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). La Palabra se hizo carne (v. 14) y aun así permaneció siendo completamente Dios. Jesús fue (y es) Dios como si no fuera hombre, y es al mismo tiempo hombre como si no fuera Dios. Dios mismo llama a Jesús Dios, porque le dijo al Hijo: “Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos” (Hebreos 1:8). Como Juan resumió en su epístola general: Jesucristo “es el Dios verdadero” (1 Juan 5:20).

Por lo tanto en la misma exacta manera el Espíritu Santo es verdaderamente, totalmente y plenamente Dios; como Dios es Dios.

Cuando Ananías le mintió al Espíritu Santo le mintió a Dios. Pedro le dijo a Ananías: “¿Cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo [...]? [...] ¡No has mentido a los hombres sino a Dios!” (Hechos 5:3-4). Como consecuencia, Ananías (y luego su esposa, Safira) murieron de inmediato. El Espíritu Santo estaba presente en la primera iglesia en un nivel sumamente alto. Estaban en una “situación de avivamiento” que es algo que la iglesia tristemente no está experimentando en el momento. Así que cuando Dios se manifieste con tanto poder como en esa época, se volverá peligroso mentir en su presencia. Mentirle al Espíritu Santo era como jugar con electricidad de alto voltaje con las manos mojadas.

Pablo también demostró la deidad del Espíritu Santo cuando dijo que somos el “templo” de Dios. El templo es el lugar donde Dios mismo mora. “Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios” (1 Corintios 3:17). Además: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios?” (1 Corintios 6:19). Esta es otra manera de declarar que el Espíritu Santo es Dios. Pablo también dijo: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu” (2 Corintios 3:17).

Por lo tanto, debemos hablar de la deidad del Espíritu Santo —de que Él es Dios— porque lo es. No sentimos la necesidad de hablar de la deidad del Padre, ¿o sí? Parecería redundante. ¡Y aun así algunas veces pienso que me gustaría predicar sobre la divinidad de Dios! El miembro de la Trinidad más descuidado en estos días es Dios el Padre. Hay más libros escritos por autores cristianos sobre Jesús y el Espíritu Santo que sobre Dios Padre. 

Dicho lo cual, jamás subestime o dé por sentada la deidad del Espíritu Santo. El Espíritu Santo que está en usted es Dios en usted. Usted puede adorar al Espíritu Santo; usted puede orar al Espíritu Santo; usted puede cantar al Espíritu Santo. Y aun así hay algunos cristianos sinceros que no sienten la libertad de orar o de cantarle al Espíritu Santo. Esto es a causa de una traducción defectuosa de Juan 16:13, lo cual examinaré adelante. Tales cristianos bien intencionados no tienen problemas con cantar los primeros dos versos de un conocido coro que habla de glorificar al Padre y al Hijo, pero cuando llega el momento de glorificar al Espíritu, ¡algunos temen continuar cantando! ¡Como si el Espíritu no quisiera ser adorado o venerado! ¡O como si el Padre y el Hijo no quisieran que lo hiciéramos!

Estos cristiano se sienten incómodos de cantar sobre adorar y venerar al Espíritu porque la versión Reina-Valera Antigua tradujo Juan 16:13—en referencia al Espíritu Santo—como: “Porque no hablará de sí mismo”, un versículo que debería haber sido traducido como: “Porque no hablará por su propia cuenta”, como muestro más adelante en este libro. No obstante, yo de hecho me identifico con estas personas. Sé por lo que están pasando. Yo solía tener el mismo problema hasta que vi lo que el griego decía literalmente. Y aún así los himnarios tradicionales durante muchos años han incluido, sin vergüenza alguna, himnos con letra como: “Espíritu Santo, Verdad divina, amanece sobre esta alma mía”, “Espíritu Santo, disipa nuestra tristeza”, “Señor Dios, el Espíritu Santo, en esta hora aceptado, como en el día de Pentecostés, desciende con todo tu poder” o “Espíritu de Dios, desciende sobre mi corazón”. Me encantan las palabras del siguiente himno:

Te adoro, Oh Espíritu Santo,

Me encanta adorarte;

Mi resucitado Señor, porque estaríamos perdidos

Sin tu compañía.

Te adoro, Oh Espíritu Santo,

Me encanta adorarte;

Contigo cada día es Pentecostés,

Cada noche Navidad.

Uno no podría dirigirse al Espíritu Santo de esa manera si no fuera Dios. No tenga miedo de hablarle directamente al Espíritu Santo. O de cantarle. No hay celos ni rivalidad en la Trinidad: el Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre está feliz y el Hijo está feliz cuando usted se dirige al Espíritu Santo en oración. Después de todo, el Espíritu de Dios es Dios el Espíritu. ¡Lo que es más, la Trinidad no es Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios la Santa Biblia! Que esto se apodere de usted.

Jamás lo olvide: el Espíritu Santo es Dios. Por lo tanto, piense en esto: usted puede ser lleno de Dios. Quiero ser apasionado por Dios. Considere todos los atributos de Dios. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos” (Salmos 19:1). Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?»” (Salmos 8:3-4). Medite en esto: ¡Dios su Creador y Redentor está en usted! Usted puede ser lleno de Él. Y esto sucede porque usted puede ser lleno del Espíritu Santo, que es Dios.

Para mayor estudio: Hechos 5:1-13; 1 Corintios 3:16-17; 1 Corintios 6:19-20; 2 Corintios 3:12-18

Ven, Espíritu Santo, ven. Ven como viento. Ven como fuego. Que seamos llenos, facultados y limpiados. En el nombre de Jesús, amén.

EL SHEMITÁ

Es bien sabido que, para la nación de Israel, cada séptimo día era denominado “el Sabat”, o día de reposo. Se le ordenó a los israelitas que lo mantuvieran separado y distintivo de los otros seis días de la semana. Era santo. En el Sabat, todo trabajo regular y toda tarea mundanal debían cesar para ser dedicado únicamente al Señor.

Pero lo que no se conoce bien es que el Sabat no era solamente un día, sino también un año. Al igual que cada séptimo día era el día de reposo, así también cada séptimo año era el año de reposo. “Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová. Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña” (Levítico 25:1-4).

El año de reposo de igual manera debía ser apartado y distintivo de los seis años que lo precedían. Había de ser un año santo, un año dedicado especialmente al Señor. Durante el año de reposo no debía hacerse trabajo alguno en la tierra. Toda siembra y cosecha, todo arado y plantado, toda recogida y cosecha tenían que cesar al final del sexto año. “Seis años sembrarás tu tierra, y recogerás su cosecha; mas el séptimo año la dejarás libre” (Éxodo 23:10-11).

Durante el año de reposo tenían que descansar no sólo las personas, sino también la tierra. Los campos se dejaban libres, los viñedos desatendidos, y no se mantenían los huertos. La tierra misma observaba su propio reposo para el Señor.

Durante el año de reposo, el pueblo de Israel debía dejar sus campos, viñedos y huertos abiertos para los pobres. Durante la duración de este año la tierra pertenecía, en efecto, a todo el mundo. Y todo lo que creciese por sí solo se denominaba hefker, que significa “sin dueño”. Por tanto, durante el año de reposo la tierra, en efecto, pertenecía a todo el mundo y a nadie al mismo tiempo.

Igual de sorprendente que lo que sucedía a la tierra durante el año de reposo era lo que le sucedía a la gente el último día de ese año:

 “Cada siete años harás remisión. Y esta es la manera de la remisión: perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, con el cual obligó a su prójimo; no lo demandará más a su prójimo, o a su hermano, porque es pregonada la remisión de Jehová” (Deuteronomio 15:1-2).

 “Cada siete años” se refiere al último día del año de reposo. Elul era el último día del año civil hebreo y el día veintinueve era el último día de Elul. Por tanto, el 29 de Elul, el último día del año de reposo, se producía una generalizada transformación en la esfera económica de la nación. Todo aquel que tenía una deuda quedaba liberado. Y todo acreedor tenía que liberar la deuda que se le debía. Por tanto, el 29 de Elul todo el crédito era borrado y toda deuda era cancelada. Las cuentas económicas de la nación eran, en efecto, canceladas. Era el día de anulación y remisión económica de Israel.

En la forma hebrea de considerar el tiempo, cada día comienza no con la mañana sino en la noche. Esto se remonta a Génesis 1, cuando el relato de la creación registra que hubo primero oscuridad, noche, y después el día. Por tanto, cada día hebreo comienza con la noche anterior a ese día. Y como la noche comienza con la puesta de sol, cada día hebreo comienza en la puesta de sol. Por tanto, el momento en que todas las deudas habían de ser o eran canceladas era la puesta de sol del 29 de Elul.

En español, el mandato del 29 de Elul ordena que todo acreedor “otorgue una remisión”. Pero el hebreo original ordena que todo acreedor haga un “shemitá”. En estos dos primeros versículos de Deuteronomio 15 la palabra shemitá aparece no menos de cuatro veces. Al final del segundo versículo está escrito: “porque es pregonada la remisión de Jehová”. En hebreo se denomina el “Shemitá” del Señor.

La palabra shemitá se traduce con mayor frecuencia como “la liberación” o “la remisión”. La palabra española remisión se define como “la cancelación o reducción de una deuda o un castigo”. El Shemitá de la antigua Israel se refiere no sólo a la liberación de la tierra, sino también a la anulación de la deuda y el crédito ordenada por Dios y realizada a escala masiva y nacional.

Shemitá llegó a ser el nombre del último día del año de reposo, 29 de Elul, el día de Remisión; pero también llegó a ser el nombre del año de reposo en su totalidad. El séptimo año llegaría a conocerse como el año del Shemitá, o simplemente el Shemitá. El año del Shemitá comenzaba con la liberación de la tierra y terminaba con el día de Remisión, cuando las personas mismas eran liberadas.

Por tanto, la palabra shemitá cubre tanto el séptimo año como el último día de este año. Hay motivo para eso. Ese último día, el 29 de Elul, es el crescendo del año, su cúspide y culminación: la remisión del año de Remisión. En cierto sentido, todo acerca del año del Shemitá se desarrolla hacia ese día final, cuando todo es liberado, remitido y cancelado en un día; o más concretamente, el anochecer de este día, la última puesta de sol.

La idea de que una nación cese todo el trabajo en su tierra durante un año entero es una proposición radical. No menos radical es la idea de un día en el cual todo el crédito y la deuda son cancelados. Las repercusiones de estos dos requisitos son tan grandes, que surgieron preocupaciones en generaciones posteriores en cuanto a las consecuencias económicas y financieras del Shemitá. Esas preocupaciones fueron intensificadas cuando el pueblo judío regresó a la tierra de Israel en tiempos modernos.

A fin de resolver esas preocupaciones, los rabinos buscaron idear maneras de evitar los requisitos más radicales del Shemitá. Una de ellas estaba basada en la idea de que el Shemitá se aplicaba principalmente a tierras cuyos dueños eran judíos. Por tanto, en el año del Shemitá, los agricultores judíos vendían sus tierras a personas no judías y seguían trabajando. La venta se hacía bajo un acuerdo en el cual la tierra regresaría al agricultor judío al final del año del Shemitá.

De la misma manera, los rabinos idearon maneras de evitar la cancelación de deudas. El sabio rabínico Hillel desarrolló un sistema mediante el cual las deudas podrían ser transferidas a un tribunal religioso. Ya que un tribunal no es un individuo, la deuda sobrevivía al año del Shemitá. Otros idearon otras estrategias igualmente. Por tanto, el Shemitá se seguía observando, de una forma u otra, pero esas formas llegaron a ser cada vez más simbólicas.

No todos aceptaron esos métodos. Judíos ortodoxos en Israel cuentan historias de agricultores judíos que fielmente guardaron el requisito del Shemitá sin ninguna alteración y terminaron con una cosecha extra abundante al año siguiente. Independientemente de la controversia que les rodeaba, el hecho de que esos métodos fuesen ideados por rabinos revela dos cosas que demostrarán su importancia a la hora de desentrañar el misterio del Shemitá:

1. El Shemitá tiene consecuencias que afectan concretamente el ámbito financiero y económico.

2. Los efectos del Shemitá tienen similitudes clave con los efectos de un desplome económico y financiero.

 ¿Cuál fue el motivo del Shemitá en un principio? Hay varias respuestas, y todas ellas tocan el ámbito espiritual.

El Shemitá da testimonio de que la tierra y, efectivamente, el planeta tierra, le pertenece a Dios y sólo le es confiado al hombre como mayordomo. Dios es soberano. Su soberanía se extiende también a los ámbitos del dinero, las finanzas, la economía y las posesiones. Esas cosas son confiadas al cuidado del hombre pero en definitiva pertenecen a Dios.

El Shemitá declara que Dios es primero y está sobre todos los ámbitos de la vida y, por tanto, debe ser situado primero y por encima de cada ámbito. Durante el Shemitá, Israel era, en efecto, impulsado a alejarse de estos ámbitos terrenales y acercarse a lo espiritual.

El Shemitá limpia y elimina, pone fin a desequilibrios, equilibra cuentas y anula lo que ha sido edificado en los años anteriores: una limpieza masiva de la situación financiera y económica. Pone fin a los compromisos y trae liberación. Su liberación se aplica no sólo a la tierra y a las cuentas financieras de la nación, sino también a algo mucho más universal. El Shemitá requiere de las personas que liberen sus apegos a la esfera material: sus posesiones, sus finanzas, sus bienes y sus deseos y búsquedas con respecto a tales cosas. Es romper vínculos. Y quienes liberan son de igual manera liberados, al no ser ya poseídos por sus posesiones, sino libres.

El Shemitá es un recordatorio de que Dios es la fuente de todas las bendiciones, espirituales y físicas igualmente. Pero cuando Dios es apartado de la escena, finalmente seguirá la eliminación de bendiciones. Así, el Shemitá aborda un defecto en particular de la naturaleza humana: la tendencia a divorciar las bendiciones de la vida del Dador de esas bendiciones, divorciar el ámbito físico del espiritual. Entonces busca compensar la pérdida de lo espiritual aumentando sus deseos sobre el mundo físico, persiguiendo así cada vez más cosas, aumento, ganancias: materialismo. Este aumento de cosas, a su vez, deja aún más apartada la presencia de Dios. El Shemitá es el antídoto para todas esas cosas: la eliminación de afectos materiales para permitir que entren la obra y la presencia de Dios.

La observancia del Shemitá es un acto de sumisión y humildad. Es el reconocimiento de que todo lo bueno proviene de Dios y en última instancia no puede ser poseído, sino sólo recibido como una encomienda. Las posesiones son soltadas, las cuentas son canceladas, aquello que se ha acumulado es eliminado. El Shemitá humilla el orgullo del hombre.

Por último, el Shemitá comparte los atributos del día de reposo, todo un año dado a reposar y dejar reposar, a liberar y ser liberado, a descargar a otros y dejar las cargas propias, a hacer borrón y cuenta nueva con los demás y con uno mismo, el tiempo designado por Dios para el reposo, la renovación y el avivamiento.