JESUS NOS COMPRENDE


Hebreos 4:15 afirma que Jesús experimentó cada emoción y sufrió cada sentimiento como usted y yo, pero lo hizo sin pecar. ¿Por qué Él lo hizo sin pecar? Porque no tenía sentimientos erróneos. Él conocía las Escrituras en cada área de su vida, porque pasó años estudiándolas antes de comenzar su ministerio.

Usted y yo nunca seremos capaces de decirles no a nuestros sentimientos si no tenemos dentro un fuerte conocimiento de la Palabra de Dios. Jesús tenía los mismos sentimientos que tenemos, pero nunca pecó por ceder a ellos.

Cuando estoy dolorida por alguien y me siento enojada o disgustada, me conforta mucho levantar mi rostro, mis manos y mi voz al Señor y decir: "Jesús, me alegra tanto que tú comprendas lo que siento en este momento y que no me condenes por sentirme así. No quiero ventilar mis emociones. Ayúdame, Señor, a superarlas. Ayúdame a perdonar a quienes me han juzgado mal y a no desairarlos, evitarlos o buscar devolverles el daño que me han hecho".

¿Por qué no inclina su cabeza usted también y le agradece al Señor por entenderlo? Ore conmigo: "Gracias, Señor, por entenderme y no condenarme. Gracias por no dejarme. Te pido ayuda, que yo pueda ser más comprensivo como tú lo eres".

FAVORITISMO ENTRE HIJOS


¿Puede haber algo peor para una madre que tener un hijo, a quien ha amado y acariciado a lo largo de sus años de crecimiento, que se mude muy lejos, y que nunca más vuelva a verlo ni a oír de él? Creo que sí. Saber que ella era la causa de la partida de ese hijo empeoraba mucho más el dolor de su ausencia. Eso es lo que le ocurrió a Rebeca, la madre cuyos sueños para su hijo favorito, Jacob, la movieron a tomar decisiones necias y cosechó trágicas consecuencias. Veamos cómo sucedió esto.

En los tiempos bíblicos, los nombres significaban algo. Había una razón por la cual los hijos de Isaac y Rebeca tenían los nombres Esaú y Jacob. En verdad, existía más de una razón, como usualmente sucede. El razonamiento obvio fue lo que sus padres vieron cuando sus hijos nacieron: Esaú tenía mucho pelo y era, probablemente un bebé muy agresivo, así que el nombre Esaú era adecuado. Jacob, por supuesto, nació asido con la mano del tobillo de su hermano, así que "el que toma por el calcañar" lo describía perfectamente. Pero a menudo los nombres se vuelven proféticos, como vemos en la vida de estos gemelos cuando llegaron a ser hombres. Esaú era sin duda el más agresivo físicamente de los dos, mientras que Jacob siempre estaba buscando una manera de detener a Esaú en su camino y tomar de él algo de valor sobre lo cual pudiera poner sus manos, aunque eso implicara artimañas y engaño.

¿De dónde heredaron estos muchachos esas características? Esaú era inclinado a las actividades al aire libre, tal vez muy semejante a su padre Isaac. Jacob, por su parte, mostraba muchos de los rasgos de su madre, incluyendo el uso de artimañas y engaño para salirse con la suya. Rebeca -hermosa y casta virgen como era cuando se casó con Isaac- tenía el primer premio en cuanto se refiere a engaño. No le bastaba que Jacob hubiera procurado la primogenitura de su hermano; ella quería que su preferido lo tuviera todo, incluyendo la parte del león de las bendiciones patriarcales, que eran lo mismo que profecías para el futuro de los hijos. Rebeca estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para ver que Jacob obtuviera esa bendición.

¿Qué movió a Rebeca a estar dispuesta a recurrir a esos medios tan arteros? ¿Podría ocurrir que, como muchas madres, su amor por su hijo a veces anulara su buen criterio? Posiblemente. Sin embargo, creo que fue más que eso. Rebeca había permitido que su amor por su hijo sobrepasara no sólo al amor por su otro hijo, Esaú, y aún por su esposo Isaac, sino también su amor por Dios. Y ésa es una situación muy peligrosa.

Jesús advirtió acerca de esto cuando dijo: "Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14:26). Obviamente, Jesús no estaba diciendo que teníamos que odiar o despreciar a los integrantes de nuestra familia, ni siquiera a nosotros mismos, para ser sus discípulos; lo que estaba diciendo es que Él debe estar primero. En la vida de Rebeca, esto no sucedía. La honorable posición de maternidad, a la cual había sido llamada por Dios, fue deshonrada por sus prioridades equivocadas.

Rebeca, por su desordenado amor por su segundo hijo, consiguió su ayuda para engañar a Isaac, que ya era anciano y ciego, como si estuviera yaciendo en el lecho de muerte, a merced de una familia en la que él debería haber podido confiar. Rebeca había oído al pasar que Isaac le pedía a Esaú algo de su comida favorita como parte de la ocasión en que daría su bendición al hijo mayor. Sabiendo que a Esaú le llevaría bastante tiempo cazar, aderezar y preparar la caza, ella intervino sustrayendo dos cabritos del rebaño y cocinándolos antes de que Esaú pudiera regresar. Luego envió a Jacob -disfrazado como Esaú y llevando la comida- a engañar a su padre.

Aunque Isaac sospechó al principio, el engaño funcionó, y la bendición dispuesta para Esaú le fue otorgada, en cambio, a Jacob. Cuando Esaú regresó con la carne que había cazado y preparado para su padre, se dio cuenta que ya era demasiado tarde. Aunque lloró y rogó a su padre que también lo bendijera, Isaac rehusó revocar la bendición original. Aunque había sido otorgada mediante artimañas, no sería retirada. En el camino había quedado poco de bendición para Esaú.

No hace falta decirlo, esto hizo escalar la rivalidad entre los hermanos hasta que llegó a ser un profundo odio dentro de Esaú y un peligro para Jacob.

"Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob" (Génesis 27:41).

Aparentemente, aunque hablaba consigo mismo, pronunció esas palabras en voz alta porque el versículo siguiente nos dice que cuando Rebeca supo lo que había dicho Esaú, envió a llamar a Jacob y le dijo: "...Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán, y mora con él algunos días, hasta que el enojo de tu hermano se mitigue; hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti, y olvide lo que le has hecho; yo enviaré entonces, y te traeré de allá" (Génesis 27:42-45).

Luego Rebeca aumentó el engaño al mentirle a Isaac, diciendo que ella deseaba enviar a Jacob a la familia de su hermano para encontrar una esposa a fin de que no eligiera casarse con una de las mujeres paganas de donde vivían. Isaac estuvo de acuerdo y "así envió Isaac a Jacob" (Génesis 28:5).

Qué trágico. Como resultado del engaño de Rebeca, su amado Jacob fue obligado a huir por su vida. La pobre Rebeca seguramente subestimó la medida del enojo y el resentimiento de Esaú hacia su hermano porque le dijo a Jacob que una vez que el enojo de Esaú se acabara y olvidara lo que le había hecho, ella le avisaría para que regresara. Lamentablemente, Rebeca murió antes de que ese día llegara. Cuando Isaac "envió... a Jacob" (Génesis 28:5), fue la última vez que esta madre anciana vio a su hijo favorito. En cambio, terminó sus días con un esposo que había perdido mucho la confianza en ella, debido a su participación en el engaño de Jacob. Luego, una vez que Isaac murió, todo lo que le quedó a Rebeca fue Esaú, un hijo que siempre recordaría la participación de su madre para ayudar a Jacob a robarle la bendición del padre. Para cuando Jacob regresó al hogar veinte años más tarde, Rebeca también había muerto.

Y sin embargo, antes de condenar tan duramente a Rebeca, ¿no fue Dios mismo quién declaró que "el mayor servirá al menor"? ¿Rebeca no habrá estado simplemente "ayudando" a Dios al asegurarse de que su voluntad y sus propósitos se cumplieran?

Cierto, Dios en verdad había declarado exactamente eso, y fue a Rebeca a quién Él habló esas palabras. El mismo hecho de que Rebeca haya ido a Dios cuando estaba embarazada muestra que se había unido a Isaac en su fe y en la adoración al Dios verdadero. El hecho de que haya creído lo que Dios le dijo acerca del futuro de los hijos que estaban en su vientre, y haya empezado a pensar en Jacob como el favorecido por Dios puede haber afectado sus propios sentimientos hacia ambos hijos. Donde ella cometió el error y su fe titubeó fue cuando permitió que su apego a Jacob sustituyera su relación con Dios y con los otros miembros de la familia. Como resultado comenzó a maquinar, manipular y tratar de "ayudar" a Dios a cumplir su promesa, en oposición a la advertencia y la enseñanza de Dios: "La mujer sabia edifica su casa; mas la necia con sus manos la derriba" (Proverbios 14:1).

La mujer sabia edifica, la necia derriba. Edificamos nuestra casa cuando edificamos sobre el fundamento de la obediencia reverente a Dios y la fe en su capacidad para hacer lo que ha prometido; la derribamos cuando recurrimos a nuestros propios recursos, más allá de nuestras intenciones. Nuestra desobediencia y necedad no invalidan la capacidad de Dios para cumplir sus propósitos o incluso usar nuestras acciones, ni tampoco invalidan el honor y la dignidad de la maternidad. Sin embargo, ciertamente acarrean consecuencias trágicas.

¿Puede identificarse? ¿Alguna vez se ha encontrado a sí misma tratando de "ayudar "a Dios, especialmente cuando se trata de una situación muy cercana a usted -particularmente si involucra a sus hijos? Todos lo hemos hecho, en mayor o menor grado. Y tratamos de convencernos de que está bien porque, después de todo, nuestras intenciones son buenas y la voluntad de Dios y sus propósitos son siempre buenos, así que ¿por qué iba a estar mal un poquito de manipulación para que se cumpla su voluntad?

Si el ejemplo de Rebeca no es suficiente advertencia, recuerde a Sara, la suegra de Rebeca. Dios había prometido un hijo -finalmente Isaac- a Abraham y a Sara, pero ellos eran ancianos y nada ocurría. Así que Sara decidió ayudar a Dios dando su sierva, Agar, a Abraham para que tuvieran juntos un hijo. De esa unión vino Ismael y más problemas de los que Sara jamás hubiera podido imaginar. Los descendientes de Isaac e Ismael siguen luchando hasta este día, todo porque Sara se impacientó y decidió tomar el problema en sus propias manos.

Entonces, ¿estaba Rebeca fuera de la voluntad de Dios cuando ayudó a Jacob a robar la bendición de Esaú? ¿No debería haber sido suya de todos modos si él iba a regir sobre su hermano mayor? Contestemos esas preguntas planteando otras:

* ¿Era Dios capaz y fiel para cumplir la promesa y el propósito sin el engaño ni la manipulación de Rebeca? Absolutamente. El engaño y la manipulación no son de Dios, nunca. Son características que lisa y llanamente no están presentes en el carácter de Dios.
* ¿Usó Dios las situaciones creadas por engaño y manipulación para cumplir sus propósitos? Otra vez, absolutamente no. Los planes y los propósitos de Dios nunca se desvían por nuestra debilidad y pecado. Dios puede cumplir y cumplirá sus propósitos, a pesar de nuestras elecciones (vea Job 42:2; Romanos 8:28). Sin embargo, no necesariamente invalida las consecuencias de esas decisiones.

Trágicamente, la madre que comenzó su vida con tanta pureza e inocencia acabó sus días esperando a su amado hijo, agonizando por volver a tenerlo en sus brazos y sin vivir lo suficiente para verlo regresar en triunfo con sus esposas, sus hijos, sus rebaños, sus manadas y sus riquezas. El futuro de Jacob como padre de las doce tribus de Israel estaba asegurado, pero los últimos años de la vida de Rebeca -que podría haberlos pasado con los hijos de Jacob en su regazo- fueron vacíos y tristes. Fue un gran precio a pagar, pero la declaración profética de Dios se cumplió, como siempre, se cumple y siempre se cumplirá.