SOMOS CUALQUIERA: UN MANIFIESTO ABIERTO DE LO QUE (NO) SOMOS

Personas comunes y ordinarias. Algunas más ordinarias que otras (como quien escribe)…
Algunos estudiantes de secundaria, otros universitarios. Algunos sin terminar la preparatoria o con muchas carreras inconclusas, otros con licenciaturas y doctorados.
Algunos alumnos, otros profesores…
Algunos felizmente en iglesias, otros felizmente por fuera de ellas. (No vamos a explicar aquí que una comunidad de fe no se reduce a una iglesia y que con frecuencia —ser comunidad de fe— no tiene nada que ver con lo institucional).
Personas normales (bueno, no tanto) con sus trabajos y responsabilidades. Algunos empleados y operarios, otros jefes o emprendedores.
Una lista cada vez más amplia, pero, sobre todo: NUNCA ESPECTACULAR.
No nos espera un jet privado para ir a predicar a “algún” lado. No estamos corriendo ese avión destino a humolandia para la mega conferencia de líderes evangélicos. No estamos obsesionados por retiros espirituales ni por traer ningún “avivamiento” mágico.
Aunque si de “despertar”, concientizar, pluralizar y empoderar se trata, cuenta con nosotros.
No estamos casados con el hijo o la hija de tal pastor. No somos amigos ni hijos “de” con ciertos beneficios, accesos y posibilidades. O que gracias a los “frutos” de ese “ministerio” “bendecido” de… contamos con ciertas necesidades económicas resueltas como para jugar el juego de quién puede ser más progrealternativodisidente o activista revolucionario virtual…
A estas alturas, es obvio decir que no tenemos un “ministerio a las naciones” ni hacemos lo que hacemos o decimos lo que decimos porque “vivimos” del “ministerio” (ni nos interesa).
Tampoco nos dedicamos full-time a esta actividad (aunque esto último sería maravilloso que suceda…).
¿Qué es eso de vivir del “ministerio”? ¿Qué es eso de vivir del diezmo y las ofrendas? ¿Qué es eso del mercado editorial/musical/eclesial cristiano como únicos espacios de éxito y realización personal?
Esto se trata de personas reales. Personas a las corridas para tomar el bus con destino laboral. Colgados y apretados en ese tren/metro o subterráneo que nos llevará a cumplir rutinas y obligaciones.
Enojados por ese embotellamiento que retrasa el preciado retorno al hogar o porque ese viejo automóvil —que apenas podemos mantener— se ha vuelto a descomponer.
Preocupados porque nunca llegamos económicamente bien a fin de mes, por la incertidumbre laboral, o por la enfermedad de un hijo o hija. Por esa estabilidad que nunca llega. Con las angustias y alegría normales de la soledad, la pareja, la familia y ¡la vida misma!
Mujeres y hombres de cualquier parte del mundo; de una ciudad o de un pueblo con escaso acceso a la tecnología, pero con algo diferente para decir sobre la fe y la espiritualidad. Entusiasmados con una fe más humana, real y, sobre todo: SALUDABLE.

Incluso este mismísimo intento de editorial comenzó a escribirse por un cualquiera en el café de una gasolinera.  Aprovechando al máximo un breve espacio —libre— de la jornada laboral.

Esto -al igual que muchos de nuestros escritos- no surge de un encierro académico, ni de la lírica poética ni mucho menos de un retiro espiritual. Tampoco como consecuencia de un largo rato de oración… ¡Surge de la espontaneidad! De alguna manera, expresa ideas y deseos que van surgiendo mientras estamos realizando las distintas tareas mencionadas.

Somos como somos. Nuevos, novatos, ordinarios, sin grandes pretensiones planificadas. Vamos paso a paso. Viviendo y disfrutando la experiencia del compartir. No queremos ser tendencia mundial de nada, ni la nueva moda evangélica. No tenemos ningún plan. Nuestro propósito es algo que vamos descubriendo y resignificando paso a paso. Golpe a golpe. Entre aciertos y muchos desaciertos…

Tenemos más deudas que dinero. Siempre con más ganas que logros.
Con demasiado por aprender y más errores por cometer. Con más amistades por hacer que “contactos” por lograr…
Somos los cualquiera de cualquier parte del mundo que se comienzan a encontrar y a organizar…
De verdad; no esperes “grandes cosas” de nosotros. Ni grandes conferencias, ni grandes respuestas, ni grandes definiciones. Somos cualquiera, simplemente una multiplicidad de borradores en acción.

QUIEN NOS TIENE EN SU MANO

Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.
--Romanos 11:36
Resultado de imagen para en manos de diosEl orgullo es algo atemorizante. Prefiere matar la verdad que considerarla. ¿No nos toma por sorpresa? Comenzamos el viaje espiritual como personas pequeñas. El acto de la conversión es uno de gran humildad. Confesamos nuestros pecados, rogamos misericordia, doblamos nuestras rodillas. Niños tímidos que extienden sus lodosas manos a nuestro Dios libre de pecado.
Venimos a Dios humildemente. Sin fanfarrias, sin presunción, sin declaraciones de “todo por mí mismo”. Y Él nos sumerge en misericordia. Vuelve a coser nuestras almas desgarradas. Deposita su Espíritu e implanta dones celestiales. Nuestro gran Dios bendice nuestra pequeña fe.
Nosotros entendemos los papeles. Él es la galaxia de la Vía Láctea. Nosotros somos una nigua. Necesitamos un gran Dios porque hemos hecho un gran desastre de nuestras vidas.
Gradualmente nuestro gran Dios nos cambia. Y, gracias a Él, codiciamos menos, amamos más, criticamos menos, vemos más hacia el cielo. La gente nota la diferencia. Nos aplauden. Nos promueven. Nos admiran. Ya no nos sentimos tan pequeños. La gente nos habla como si fuéramos algo especial.
Se siente bien. Las felicitaciones se convierten en escalones de una escalera y comenzamos a elevarnos a nosotros mismos. Olvidamos quién fue el que nos trajo aquí.
Tomemos tiempo para recordar. “Recuerden lo que ustedes eran cuando Dios los eligió” (1 Corintios 1:26, TLA). Recuerde quien lo sostuvo al principio. Recuerde quién lo tiene en su mano hoy. 

MANTEN EL RUMBO

Podemos estar absolutamente seguros de algunas cosas en nuestro caminar con Dios, pero no de todo. Cuando nos fijamos en la inmensidad del espacio, sabemos que Dios es mucho más poderoso y majestuoso de lo que nuestra mente puede entender. Cuando consideramos la cruz, nos damos cuenta de que su amor es más profundo que el océano más profundo. En estas dos cosas, podemos asegurar nuestras vidas y nuestro futuro. He aprendido que todo lo demás se compone de detalles. Para ser honestos, yo no me preocupo más por la voluntad de Dios porque confío en que la voluntad de Dios me guiará y, si me salgo del camino, Él ha prometido que trabajará en todo lo que haga falta para el bien de los que confían en Él: personas como usted y como yo.
Ahora, paso mi tiempo preparándome para escuchar la voz de Dios para poder obedecer tan pronto como tenga la sensación de su guía. Después de que Pablo explicó las maravillas del evangelio de la gracia, les dijo a los creyentes de Roma: “Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:1-2, NVI).
Este pasaje es muy fuerte y claro. Para ayudar a que las personas experimentaran la voluntad de Dios, ¿cuáles fueron los consejos de Pablo?
  • Reflejar lo más posible la grandiosa misericordia de Dios. Comprender y experimentar la gracia de Dios produce humildad y coraje. A causa de la cruz de Cristo, somos amados, perdonados y aceptados, por lo que no tenemos nada que temer cuando nos enfrentemos a los retos de la vida y cuando Dios nos llame a ser obedientes.
  • Ofrecernos a Dios cada momento de cada día sin ocultar nada, estando siempre listos para responder a su invitación y a su mandato. Pertenecemos a Él, esta es una verdad que nos conforta y nos llama a responder con fe. Una vida de servicio es verdadera adoración.
  • Reconocer ese atractivo, ese encanto, de nuestra cultura de valorar éxito, placer y aprobación, y no caer en esa trampa, no morder ese señuelo. El patrón de nuestras vidas no es compatible con lo que el mundo valora. Estos mensajes atractivos, pero venenosos, nos confunden, nos hacen criticones y arruinan nuestras relaciones. Esas voces negativas no pueden ser completamente calladas porque vivimos “en el mundo”, pero no somos “del mundo”.
  • Estar en la presencia de Dios todos los días para alabarle, confesar nuestros pecados y pedirle sabiduría y provisiones. Si lo hacemos muy deprisa, podemos poner una marca a todas nuestras peticiones en la lista, pero vamos a perder la fuerza y ​​el ánimo de lo que significa estar realmente en la presencia de Dios.
  • Obedecer. Cuando Él llama, respondamos tomando pasos de fe. En cada punto, sigamos escuchando su suave voz cuando nos diga: “Dobla aquí”, “Di esto a esa persona” o “Ve para allá”. Al tomar estos pasos, el camino de Dios se hace más claro.
Cuando vea una oportunidad para tocar vidas, vaya por ella. Algunas personas oran por meses antes de decir “sí” a una oportunidad. Por el amor de Dios, ore y, luego, ¡simplemente, vaya! Deje que el amor de Jesús lo llene y fluya a través suyo y verá lo que Dios hace en la vida de aquellos que usted toca. Y seamos claros: nuestro servicio a Dios no es siempre dentro de las paredes de una iglesia. Nosotros le pertenecemos a Él cada minuto de cada día y podemos tener un mayor impacto en nuestros barrios, tiendas, escuelas, empresas y organizaciones que el que tenemos en la estructura organizacional de la Iglesia. Apoye a la Iglesia, pero esté abierto a ser usado por Dios donde quiera que vaya.

EL PODER DE LA GRATITUD

Resultado de imagen para GRATITUDEl antídoto infalible contra el temor al rechazo, al futuro, la soledad y la falta de perdón no es una fórmula mágica, no es una pócima que se bebe, no es un rezo u oración que se hace, ni algo por el estilo. El antídoto infalible contra estas cosas, que son representaciones actuales de la lepra, es una actitud y una decisión.
Cuando los diez leprosos escucharon que Jesús pasaba por su aldea, salieron a encontrarlo para pedir misericordia. Hicieron lo posible para que Jesús notara su presencia y se apiadara de ellos. El Maestro no solo se identificó con su necesidad, sino que además les otorgó la sanidad. Los envió a los sacerdotes como un acto de fe, pero también como una prueba. Mientras los leprosos iban a ver a los sacerdotes, fueron sanados.
Lo interesante de esta historia es lo siguiente: mientras los diez leprosos tuvieron la fe suficiente para ir a ver a los sacerdotes, solo uno tuvo la cortesía de regresar para dar las gracias. Siempre me ha llamado la atención por qué Jesús no sanó directamente a los leprosos allí mismo. Por qué no extendió Su mano hacia ellos y ordenó que la lepra se fuera, o por qué simplemente no les dijo: “Listo, chicos, por haber creído en mí todos son sanos. Váyanse en paz”. En vez de usar una de Sus ya conocidas maneras de sanar, hizo algo diferente; los envió a ver a los sacerdotes del pueblo.
¿Por qué lo hizo así? Creo de todo corazón que la razón por la cual el Maestro mandó a los leprosos a ver a los sacerdotes fue para dejar manifiesto que existe una lepra mucho más profunda y dañina que la lepra física: la lepra de la ingratitud. Solo uno de los diez tuvo el valor de regresar para decir: “¡Gracias!”. ¡Qué fácil es mover la boca para pedir un favor o una bendición! Pero ¡cuán difícil es hacer lo mismo para agradecer!
Espero que comprendas lo que trato de decir. La gratitud no es una acción momentánea, no es una palabra dicha al furor de una emoción, ni es una expresión que viene y se va. La gratitud es una actitud y una condición permanente del corazón.
Creo que si Jesús hubiese sanado a los leprosos ahí mismo, en el acto, a los diez les hubiera resultado muy cómodo decir: “Mil gracias, ¡qué felicidad! Jesús, eres lo máximo”. Sin embargo, esa gratitud quizás hubiese sido una mera expresión, relacionada más con la emoción y la sorpresa que con una auténtica actitud del corazón. En cambio, hacerlos ir hasta donde estaban los sacerdotes implicaba acción y movimiento. Quien quisiera regresar a dar las gracias debía hacer un mayor esfuerzo, debía caminar o correr. Implicaba una acción que involucraba todos sus sentidos. La verdadera gratitud es eso: una actitud que involucra la mente, la voluntad y las emociones. Aunque los diez leprosos fueron sanados de la lepra física, solo uno recibió más que eso. Recibió el favor de Dios y una dimensión de bondad mucho más grande que la de una simple sanidad. Eso es justamente lo que hace la gratitud en nuestras vidas: nos da una dimensión más amplia del favor de Dios, es decir, una especie de pasaporte para vivir en un nivel más alto de la gracia divina. Los diez leprosos recibieron curación de su lepra física, pero tuvieron que seguir soportando el peso destructivo y humillante de una lepra aún mayor: la lepra de la ingratitud.
El único antídoto verdadero para no caer en el temor al rechazo, al futuro, la oscura prisión de la soledad y el triste y putrefacto lodazal del odio y el resentimiento es cultivar una actitud de gratitud, es conocer y experimentar diariamente el poder sanador e inmunizante de la gratitud. Cuando comprendes la importancia de ser agradecido, aprendes a ver los beneficios o bendiciones en su verdadera dimensión, aprendes a vivir en la realidad de Dios. La gratitud agudiza todos los sentidos para que veamos la realidad con claridad y no seamos engañados, confundidos o intimidados por las circunstancias o las personas.

CIRUGÍA DE LA MENTE

Resultado de imagen para CIRUGÍA DE LA MENTEEn mi caminar con el Señor he descubierto que uno de los mayores obstáculos para mantener un estilo de vida puro, es mi propia mente. Si dejo de pensar en cosas que me acercan a Dios y persisto en tener una mentalidad negativa, fácilmente puedo sentir una lejanía en mi comunión con el Espíritu Santo. Hay un pasaje en Romanos 12:2 que he aprendido a atesorar en mi corazón y dice: «Y no adopten las costumbres de este mundo, sino transfórmense por medio de la renovación de su mente, para que comprueben cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto» (RVC). Cuando mi proceso de pensamiento se aleja de la voluntad de Dios, también lo hago yo. Como dice en Proverbios 23:7, versión Reina Valera Revisada de 1960: «Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él». Curiosamente, la versión Reina Valera Actualizada de 2015 dice: «Porque cual es su pensamiento en su mente, tal es él».

Una de mis expertas favoritas en este tema es la Dra. Caroline Leaf, una neurocientífica quien ha dedicado su vida al estudio e investigación del cerebro humano, y cuyos hallazgos brindan evidencia de cómo la ciencia valida la Palabra de Dios. En su libro Switch on Your Brain [Prende tu cerebro] da explicaciones detalladas del proceso de pensamiento y sus efectos en nuestro cuerpo, alma y espíritu. Se ha hallado evidencia de que los pensamientos literalmente forman materia física en el cuerpo. También explica cómo el tener pensamientos positivos dirigidos, ayuda a construir un cuerpo mejor y más saludable, mientras que tener pensamientos negativos recurrentes causan un declive en nuestra salud.

La Dra. Leaf dice que nuestra mente es la que controla nuestro cuerpo, y no vice versa. En sus palabras: «La materia no nos controla; nosotros controlamos la materia mediante lo que pensamos y escogemos. No podemos controlar los eventos y las circunstancias de la vida, pero sí podemos controlar nuestras reacciones». Ella también establece que cuando se trata de sanar patrones de pensamiento para vivir un estilo de vida saludable, nosotros juntamente con Dios, somos creadores de nuestro destino y «Dios guía, pero nosotros debemos escoger permitir que Dios dirija». Al hacer esto, adoptar buenos patrones de pensamiento y enfocarnos en cosas buenas, verdaderas, honestas u honorables, justas, puras, amables, de buen nombre, virtuosas, y dignas de alabanza» (Filipenses 4:8), en esencia nos convertimos en nuestros propios «microcirujanos» cambiando los circuitos de nuestro cerebro a través del pensamiento. Aquí hay una cita maravillosa la cual ciertamente cambió mi manera de pensar al respecto:

«Nuestras elecciones, las consecuencias naturales de nuestros pensamientos e imaginación, se meten “bajo la piel” de nuestro ADN y pueden prender o apagar ciertos genes cambiando la estructura de las neuronas en nuestro cerebro. Así que nuestros pensamientos, imaginación, y elecciones pueden cambiar la estructura de nuestros cerebros en todos los niveles: moleculares, genéticos, epigéneticos, celulares, estructurales, neuroquímicos, electromagnéticos, y hasta subatómicos. A través de nuestros pensamientos, nosotros podemos ser nuestros propios neurocirujanos y tomar decisiones que cambian los circuitos de nuestros cerebros. Estamos diseñados para hacer nuestra propia cirugía cerebral». 

Ella más allá expone que esta creación de material genético que se forma con nuestros pensamientos es pasada a través de nuestro ADN, ¡impactando las próximas cuatro generaciones! De esta manera afectamos a nuestro linaje, y a su vez también somos directamente afectados por los procesos de pensamiento repetitivo, y la acciones que estos causaron, que adoptaron nuestros antepasados, ¡desde nuestros tatarabuelos! Esto es un hecho ciertamente muy sorprendente y revelador.

Al saber esto, podemos ver que hay un mayor nivel de responsabilidad sobre cada uno de nosotros, de acercarnos más a Dios mediante la renovación de nuestra mente, y enfocarnos en Dios, su Palabra y su voluntad para nuestra vida, no sólo por nosotros mismos, sino por aquellos que vendrán más adelante en nuestro linaje.

Tal vez te estarás preguntando, ¿cómo entonces puedo arreglar mis pensamientos? Bueno, la respuesta es simple. Se logra al enfocar nuestros pensamientos en Jesucristo, orar, reflexionar, y sostenernos de la Palabra de Dios. Cada vez que sentimos que un pensamiento contrario o malo llega a nuestra mente, debemos entonces llevar «cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo» (2 Corintios 10:5) y orar, pidiendo a Dios que llene nuestra mente con su presencia. Adicional a eso, la mejor manera de tener una abundancia de pensamientos buenos y puros es leer y estudiar la Biblia regularmente.

Créeme, puedo decirte por experiencia que cuando mi mente lucha para mantenerse en el camino correcto, el Espíritu Santo siempre trae a mi memoria una Palabra de la Biblia en el momento justo y perfecto para ayudarme a enfocarme en lo correcto. Al atrapar nuestros pensamientos y someterlos a Jesucristo, podemos traer paz a nuestros espíritus y así poder sintonizarnos con la voz de Dios.

Por último, mantente lejos de las cosas que alimenten los malos pensamientos, y por ende malos comportamientos. Si estás pasando por un proceso de restauración, mantente alejado de gente, relaciones, objetos, hábitos, y lugares que te hagan propenso a caer de nuevo. Por ejemplo, alguien que se encuentre en el proceso de ser restaurado de una adicción a la pornografía no debe frecuentar sitios de internet o canales de televisión que presenten ese tipo de contenido; de hecho, lo mejor sería bloquearlos del todo. Si por ejemplo, alguien está en proceso de restauración de la adicción a las drogas o al alcoholismo, no debe frecuentar lugares ni personas que lo habiliten para hacerlo; más bien, debe enfocarse en tomar tiempo buscando a Dios, orando, y leyendo su Palabra para fortalecerse contra la tentación.

No hay mejor lugar para estar que la presencia de Dios. Cuando nos acercamos a Dios, Él se acerca a nosotros (Santiago 4:8). La clave para la restauración y la sanidad interior es mantenerse cerca de Dios, reconociendo que somos débiles y Él es fuerte. Sólo Él nos puede hacer de nuevo si se lo permitimos.

¿CUÁL CAMINO?


En los veintiséis años desde 1968 hasta 1994, unas doscientas mil personas han estudiado ¿Cuál camino? en centenares de iglesias e institutos bíblicos de varias denominaciones. Con el surgimiento de nuevos movimientos religiosos, la actividad creciente de otros en Latinoamérica, los cambios en algunas de las religiones y ciertas tendencias peligrosas en algunas iglesias evangélicas, se ha visto la necesidad de revisar ¿Cuál camino? y añadir varios capítulos.

El estudio de varias religiones con la refutación bíblica del error prepara a los lectores de tres maneras:

    Los defiende contra doctrinas falsas.
    Los prepara para el evangelismo con personas de otros fondos religiosos.
    Les advierte respecto a tendencias peligrosas que pueden surgir en su iglesia.

Se han hecho varios cambios para facilitar el estudio. Se han organizado los capítulos en una secuencia lógica para un estudio sistemático y comprensivo. Se indica con negrillas - precedidas del símbolo CJ- la doctrina de la religión que se considera. De ese modo el lector podrá identificar con facilidad las creencias de cada grupo.
Las preguntas y sugerencias al final del capítulo sirven de repaso y ayudan al maestro a escoger actividades que harán la enseñanza interesante y eficaz.
Hay una lista de libros para cada capítulo en la sección Obras de consulta. Muchos de los libros recomendados están agotados, pero se incluyen en las listas por si acaso los tienen las escuelas teológicas en su biblioteca.

Se espera que este libro llene una necesidad en muchas iglesias, que guíe a algún viajero indeciso en el camino de la vida y que ilumine los pasos del que busca a los que se han extraviado de la verdad.

LIBRE ALBEDRÍO

Con el objetivo de aprovechar el día y vivir la vida que Dios quiere que vivamos, resulta vital que comprendamos el libre albedrío de los de los seres humanos. Dios creó al hombre con libre albedrío y su deseo fue (y aún lo es) que escojamos usar ese libre albedrío para elegir hacer su voluntad. Dios promete guiar a aquellos que están dispuestos a hacer su voluntad (véase Juan 7:17). Resultará difícil entender el mensaje de este artículo a menos que estemos dispuestos a comprender que somos criaturas con libre albedrío y responsables de las decisiones que hagamos. El libre albedrío es una enorme responsabilidad, así como también un privilegio y una libertad. Dios siempre nos guiará a hacer las elecciones que serán mejores para nosotros y a seguir su plan para nuestra vida, pero nunca nos forzará o manipulará para que tomemos una decisión. 
Cada día que Dios nos da constituye definitivamente un regalo, y tenemos la oportunidad de valorarlo. Una de las formas de hacer esto es usando cada día resueltamente, no desperdiciando tiempo o permitiendo que seamos manipulados por las circunstancias que no podemos controlar. Cada día puede contar si aprendemos a vivirlo «a propósito» en lugar de deambular pasivamente a través del día, permitiendo que el viento de las circunstancias y las distracciones decida por nosotros. Podemos recordar siempre que somos hijos de Dios y Él nos ha creado para que gobernemos nuestros días, enfocando cada jornada en su propósito para nuestra vida. Al principio del tiempo, Dios le dio al ser humano dominio y le dijo que se fructificara y multiplicara, usando los recursos que disponía para el servicio de Dios y la humanidad. ¡Esto suena para mí como si Dios le hubiera dicho a Adán: «Aprovecha tu día»!
C. S. Lewis declaró en cuanto al libre albedrío de los seres humanos: Dios creó seres que tenían libre albedrío. Esto significa criaturas que pueden actuar bien o mal. Algunas personas piensan que es posible imaginar a una criatura que sea libre, pero que no tenga posibilidad de actuar mal, pero yo no. Si alguien es libre para hacer lo bueno, también lo es para hacer lo malo. Y el libre albedrío es lo que hace a la maldad posible. ¿Por qué entonces Dios les dio libre albedrío? Porque a pesar de que esto es lo que posibilita la maldad, también es la única cosa que puede hacer posible que el amor, la bondad y el gozo tengan valor. Un mundo de autómatas —de criaturas que trabajan como máquinas— sería muy poco valioso como para crearlo. La felicidad que Dios designa para sus criaturas superiores es la felicidad de ser libres, de estar unidos voluntariamente a Él y los unos con los otros en un éxtasis de amor y deleite, comparado con el cual el más apasionado amor entre un hombre y una mujer en esta tierra parece débil. Y por eso fueron hechos libres. Por supuesto, Dios sabía lo que sucedería si ellos usaban su libertad de la forma equivocada: aparentemente, Él pensó que valía la pena correr el riesgo [...] Si Dios piensa que este estado de guerra en el universo es un precio que merece la pena pagar por el libre albedrío, es decir, por crear un mundo real en el cual las criaturas sean capaces de hacer un bien y un mal reales y algo de real importancia pueda suceder, en lugar de un mundo de juguete que solo se mueva cuando Él maneje los hilos, entonces nosotros podemos dar por sentado que vale la pena pagarlo.
Dios nos dio libre albedrío, y si tenemos la intención de hacer uso de este para sus propósitos, pagaremos un precio por hacerlo, pero como C. S. Lewis señala, «vale la pena pagarlo». Pagamos un precio no solo por hacer lo que es correcto, sino también si hacemos lo que está mal. Yo le aseguro que el precio que pagamos por nuestras malas decisiones es mucho mayor y nos deja afligidos y llenos de remordimiento y miseria.
Estoy bastante segura de que usted podría pensar en varias personas que conoce que en la actualidad hacen malas decisiones debido a que simplemente encuentran difícil hacer lo correcto, o se engañan pensando que sus malas elecciones podrán hacerlos felices. Es absolutamente sorprendente ver cuántas personas destruyen sus vidas porque no están dispuestas a hacer las cosas difíciles. «Resulta demasiado difícil» es una de las más grandes excusas que escucho cuando exhorto a las personas a transformar su vida al cambiar sus elecciones por otras que correspondan con la voluntad de Dios.
Usted y yo podemos elegir lo que haremos cada día. Escogemos nuestros pensamientos, palabras, actitudes y conductas. No podemos siempre determinar cuáles serán nuestras circunstancias, pero sí podemos decidir cómo responderemos a ellas. ¡Somos agentes libres! Cuando hacemos uso de nuestra libertad para escoger hacer la voluntad de Dios, lo honramos y glorificamos. Podemos elegir hacer que cada día cuente —lograr algo que valga la pena—o podemos elegir desperdiciar nuestro día.
En su libro Los secretos de la dirección divina, F. B. Meyer señala: «Quizás usted vive guiándose demasiado por sus sentimientos y no mucho por su voluntad. No tenemos control directo sobre nuestros sentimientos, pero sí sobre nuestra voluntad. Nuestras decisiones son nuestras, para hacer que ellas sean las mismas de Dios. Dios no nos hace responsables por lo que sentimos, pero sí por lo que decidimos hacer. A su vista, no somos lo que sentimos, sino lo que elegimos. Por lo tanto, no nos permitamos vivir en la casa de veraneo de la emoción, sino en la ciudadela central de la voluntad, completamente rendidos y devotos a la voluntad de Dios». 
La mayoría de nosotros conoce a personas que viven enteramente a partir de sus sentimientos, y el resultado es que están desperdiciando sus vidas. Sin embargo, eso puede cambiar rápidamente si toman decisiones diferentes, unas que estén en consonancia con la voluntad de Dios.
Es maravilloso descubrir que con la ayuda de Dios podemos corregir los errores que hemos cometido. Cuando hacemos malas decisiones, siempre cosechamos el resultado de ellas tarde o temprano, y esto nunca resulta placentero. Cosechar lo que sembramos es una ley espiritual que Dios ha establecido en el universo y que trabaja de la misma manera en cada oportunidad. Si sembramos para la carne, cosecharemos de la carne ruina, decadencia y destrucción. No obstante, si sembramos para el Espíritu, cosecharemos vida (véase Gálatas 6:8). No importa cuánta mala semilla (obstinación y desobediencia) se ha plantado, en el momento que alguien comienza a plantar buena semilla (obediencia a Dios), su vida comienza a cambiar para mejor. La misericordia de Dios es nueva cada mañana... ¡y eso significa que Él ha provisto una manera de que tengamos un nuevo comienzo cada día! 

UN REINO ÚNICO

Cuando Jesús dijo que el Reino de los cielos se había acercado, dio a entender que Él mismo era la manifestación plena de ese Reino, de manera palpable. Por esa razón, todas las acciones de poder y autoridad que Él realizó, mostraron cómo se vive en el Reino. Aquellos que percibieron la grandeza del Reino reflejada en Jesús, pudieron decidir sujetarse voluntariamente al gobierno de Dios.
Las señales y los milagros, aunque tienen relación con el Reino, podrían ser realizados por personas que no pertenecen a él (vea Mateo 7:21-23). Esto significa que el fundamento para manifestar el Reino no es la realización de obras milagrosas. Jesús mostró el Reino no solamente por sus obras, sino también por vivir sujeto al Padre, a su gobierno y a su voluntad. El efecto transformador que Jesús produjo en las personas se debió a que expresó el Reino en su manera de vivir, y no solamente a través de prodigios.
El Reino de los cielos expresa el cumplimiento pleno de la voluntad, el propósito, el designio y la determinación de Dios. Ahora bien, que el Reino de los cielos venga a la Tierra no se debe confundir con el establecimiento de ese Reino de manera global y absoluta en el presente, ni con la erradicación del pecado en el mundo. El Reino llega a la Tierra cuando se hace real en la vida de las personas que deciden entregarse a Cristo y vivir bajo su gobierno.
Quienes nacen de nuevo y son salvos, entran al Reino. Pero eso no garantiza que los creyentes experimenten la perfecta voluntad de Dios en todo. El creyente tiene su propia voluntad de Dios en todo. El creyente tiene su propia voluntad y, a su vez, debe hacer la voluntad de Dios. En tal caso, ¿qué ocurre cuando hay dos voluntades en juego? Una de ellas debe ceder. Si en el Reino se hace exclusivamente la voluntad de Dios, entonces es indispensable que el creyente renuncie a su propia voluntad.  Siendo así, la manifestación del Reino de Dios en la Tierra no depende de la cantidad de personas salvadas, sino de que la voluntad de Dios sea la única voluntad en la vida de quienes pertenecen al Reino.   
Cuando todo quede bajo el dominio de Cristo, el Hijo se someterá a Dios Padre, de quien recibió la autoridad. Hay que recordar que Dios es uno solo, y se expresa en tres manifestaciones, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada una de esas manifestaciones de Dios tiene asignada una función. Así que el sometimiento está relacionado con la función y no con jerarquías en la divinidad, porque si las hubiera, entonces Dios no sería uno. En definitiva, el Hijo se someterá al Padre para que se cumpla un objetivo supremo: que Dios sea todo en todos.  

EL MIEDO Y TÚ

El miedo es una emoción que sirve para establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno y a nosotros mismos. Actúa como depósito de influencias innatas y aprendidas, y posee ciertas características invariables y otras que muestran cierta variación entre individuos, grupos y culturas.
En el ámbito de las emociones, Jesús ha producido el reconocimiento en el pensamiento humano, de que es un gran Maestro en el arte de su manejo efectivo. Aun en el campo de la psiquiatría y la psicología, las palabras de Jesús han sido validadas. Y debo afirmar, por experiencias compartiendo con colegas en congresos educativos, que cada vez hay más apertura y simpatía dentro de los campos de las ciencias de la conducta en cuanto a las enseñanzas del mayor terapeuta de los siglos. En sus millones de seguidores, ha resultado una transformación probada en lo que se refiere a la superación de temores. La forma en que Jesús se refirió y manejó el miedo puede crear una revolución favorable en la psiquis humana.
Algunos de los comportamientos emocionales que están asociados con el miedo son:
  • Agresividad: Complejos e inseguridades
  • Ira: Miedo a que me venzan
  • Envidia: Miedo a ser superado
  • Celos: Miedo a ser abandonado
  • Orgullo: Miedo a la crítica
“No tengan miedo”
En Lucas 12:6-7 se revelan las siguientes palabras pronunciadas por Jesús:
 “¿No se venden cinco gorriones por dos moneditas? Sin embargo, Dios no se olvida de ninguno de ellos. Así mismo sucede con ustedes: aun los cabellos de su cabeza están contados. No tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones” (NVI).
En este pasaje, el Señor enseñó sobre desarrollar tres conciencias que sirven como antídoto para el miedo:
  • Dios no se olvida de nosotros.
  • Dios está en control.
  • Valemos mucho para Dios.
Dentro de estas tres verdades, el Padre Celestial nos recuerda cada día que no debemos tener miedo. Esto es así porque la frase “no temas”, curiosamente, aparece 365 veces en la Biblia. Es como si cada día del año, Dios nos dejara una nota aclaratoria de que no tenemos por qué temer. En el texto citado anteriormente, vemos un mandamiento categórico de Jesús: NO TENGAN MIEDO.
¿Por qué aun personas que tienen este conocimiento se aferran al miedo? ¿Por qué aun gente que ha tenido experiencias personales con Jesús viven atadas a los temores? Hay gente que ha vivido tanto tiempo con un temor, que ese temor ya es parte de su vida. Es lamentable que el miedo se haya hecho tan parte de ellos que han aprendido a disfrazarlo. Puedes tener la falsa idea de que es más fácil permanecer asustado que enfrentarte al origen de tus temores. O sea, le tienes miedo a encarar el miedo. Para superar el miedo, debemos arriesgarnos y enfrentarnos a su causa. Reconocemos que esto puede ser complejo para algunas personas, ya que destapar miedos emocionales es abrir un baúl que muchos prefieren dejar cerrado. Reflexionando en los miedos emocionales más comunes por los que la gente busca ayuda terapéutica, identifiqué los siguientes:
Desde antes de ser concebidos, la vida a favor de nosotros comienza a tener desafíos. De millones de espermatozoides, solo uno llega al óvulo para darse la concepción. Me parece que, a partir de ese momento, ya somos triunfadores. Luego superamos el desafío de crecer en el vientre de nuestra madre, y que cuando llegue el momento preciso nos acomodemos para el alumbramiento. El acto de nacer es un triunfo gigante. De haber estado en un lugar “calientito”, con la luz apagada y total sensación de seguridad, hasta que de pronto… ¡me halan!, me sacan a un lugar frío, con muchas luces potentes, me estrujan, me meten algo por la nariz, la boca, me voltean y hasta me dan nalgadas. Así mismo, todos los días de la vida traerá sus retos, pero quien se rehúsa a enfrentar situaciones de cambio, retos o asuntos complejos, puede estar presentando un temor a vivir.
El miedo a vivir puede manifestarse de diferentes maneras. Algunos las manifiestan con acciones aparentemente sin importancia, y otros con comportamientos más trascendentes. Cuando se padece este tipo de miedo, lo que se teme primordialmente es a lo desconocido. Este miedo es el que tiene mayor contenido de inseguridad personal. ¿Cuánta gente se queda en el mismo trabajo aunque no le guste? Las personas no se quedan en ese empleo porque tengan que hacerlo, sino por miedo a la gran incógnita que significa un nuevo trabajo. Gran cantidad de personas se quedan dentro de una relación matrimonial no satisfactoria, que obviamente no funciona, por temor a lo desconocido. No saben cómo les irá en ese nuevo estilo de vida y les da pánico la soledad. Piensan que es “mejor malo conocido, que bueno por conocer”.
Incluso, tú podrías tener miedo a probar una nueva actividad, porque crees que no la vas a poder hacer bien, y esto contribuye a tu estancamiento. Tal vez siempre estás con la misma gente, sin arriesgarte y explorar el conocer otras personas que pueden aportar grandemente a tu crecimiento intelectual y espiritual. Vivir libre de temores, sin preocupación, se hace mirando el momento presente como un tiempo para vivir, en vez de obsesionarse por el futuro. Cuando temes a lo que “va a suceder”, estás sufriendo anticipadamente.
Existen personas que tienen el temor a vivir bien definido, e inclusive, cuando van a terapia, pueden explicarlo con toda claridad. Sin embargo, entiendo que la mayoría de las personas que lo tienen no se han dado cuenta o no lo tienen claramente definido. No es hasta que entran en procesos de consejería que lo pueden comprender. Por ejemplo, hay quienes cuando les proponen matrimonio comienzan a sentir que esa no es la persona que desean y le encuentran mil defectos. Unos pueden estar próximos a recibir un aumento o una mejor posición en el trabajo y comienzan a boicotearse el éxito. Algunos nunca terminan los proyectos que comienzan o los siguen posponiendo. No se ilusionan con nada para no tener luego que enfrentar, según ellos, la desilusión. Le temen tanto al fracaso, que mejor no intentan hacer nada. No les gustan las sorpresas, aun cuando éstas pueden ser muy buenas. Otros prefieren aislarse y encerrarse en lugar de ir a actividades sociales en las que puedan conocer personas del sexo opuesto o les cuesta mucho trabajo entregarse afectivamente. En estos casos y en otros, lo que está detrás es el miedo a vivir.
Para vencer el miedo a vivir es importante no perder de perspectiva que la vida está llena de riesgos y eso es parte de la aventura de nuestra existencia. Precisamente esto es lo que hace a la vida interesante, misteriosa y hasta divertida. Los riesgos de ciertas decisiones y acciones se pueden estimar, pero no siempre se pueden medir con exactitud. Así que no siempre lograremos lo que perseguimos, pero no debemos permitir que esto nos frustre. Esas experiencias son lecciones que abonan muy favorablemente a nuestro crecimiento emocional y espiritual. Que las cosas no nos salgan como esperamos, ni aun cuando enfrentamos pérdidas, no tiene que ser algo catastrófico que promueva el temor a vivir. Si de algo estoy convencida es que cada día es una oportunidad para comenzar otra vez, y que todas las pérdidas pueden ser transformadas en ganancias.
Para vencer el miedo a vivir, es fundamental disminuir ciertas expectativas y el nivel de autoexigencia. En la vida no siempre los finales tienen que ser totalmente exitosos, sobre todo, en asuntos que no están en nuestro control total. Claro está, siempre debemos conducirnos al mayor éxito posible, aspirar a la superación y tener mucha fe. Pero el éxito más grande no necesariamente está en el tope de la montaña, sino en haberse disfrutado el camino y atreverse a escalar. Algunos no se lanzan, porque su miedo a vivir es el temor a “fracasar”. Este concepto, para mí, no debiera estar en el diccionario, porque nunca realmente fracasamos. El verdadero fracaso es no intentar, no arriesgarse y no creer.
El temor a vivir puede también estar asociado a una cuestión de pobre autoestima, en el sentido de que te sientas con menos potencialidades que otros para enfrentar los desafíos. ¡Tú tienes todo para vencer! ¡Dios está contigo y Él cuida de ti! Cuando la autoestima no está fortalecida, puedes frustrarte fácilmente. En lugar de frustrarte, toma cada experiencia como una oportunidad para aceptar el dulce riesgo de vivir.
¿Qué dijo Jesús?
 “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?” (Mateo 6:26, LBLA).

PUEDES SER UN FACTOR DE CAMBIO

Este libro presenta pautas bíblicas para el liderazgo, a partir del libro de Nehemías. Este hombre hizo grandes cosas para Dios. Exhibió pautas que le permitieron lograr mucho. No era perfecto. Pero podemos aprender de sus fortalezas y sus debilidades, de sus éxitos y sus fracasos.

Mi oración es que este estudio te motive y te capacite para ser un factor de cambio para la gloria de Dios y el beneficio de muchos que forman parte de tu vida. Pon en práctica estas pautas bíblicas para el liderazgo. Estoy seguro de que Dios te utilizará para hacer que las cosas sucedan en favor de su causa.

Contenido:

Capítulo 1. Cómo tomar la iniciativa
Capítulo 2. La perseverancia creativa
Capítulo 3. Cómo reaccionar ante la intimidación
Capítulo 4. Celebra los logros
Capítulo 5. Cómo manejar sabiamente los tiempos de clímax espiritual

PERDER PARA GANAR

Muchos dicen que a veces se gana perdiendo. En este contexto, perder suena positivo, especialmente si es que yo misma, libre y conscientemente, elijo enfrentarme o provocar  una pérdida. En la mayoría de los casos no logramos ver las pérdidas como algo bueno que nos sucede sino más bien como algo negativo. La Real Academia Española define la palabra “pérdida” como “carencia, privación de lo que se poseía, cantidad o cosa perdida”.
Algunos ejemplos de una pérdida positiva pueden ser el elegir perder peso, el terminar la amistad con una persona que es mala influencia, romper con una relación de codependencia y de maltrato que nos estaba haciendo daño. Todas estas son pérdidas provocadas por una necesidad o por conveniencia, de las cuales se obtienen resultados positivos a corto o a largo plazo. Pero no es así en todos los casos. Hay pérdidas que pueden impactarnos negativamente, al punto que llegamos a sentir que rompen nuestro mundo interior. El perder el hogar, la inocencia por abuso sexual o la orfandad, son algunos ejemplos de este otro tipo de pérdida. Si permitimos que Dios trabaje con nuestro corazón, de las llamadas “pérdidas negativas” ganamos una enseñanza. Hay grandes lecciones de vida que pueden surgir de estos procesos de dolor. Muchas veces el beneficio de la pérdida no se experimenta de  inmediato. En otras ocasiones ni siquiera somos nosotros mismos quienes nos beneficiaremos de la enseñanza que nos dejó esta privación. Pueden ser que otros a nuestro alrededor serán los bendecidos, los restaurados y hasta los inspirados. Se animarán a tomar decisiones importantes o a vivir de manera diferente. Algunos simplemente aprenderán a apreciar más lo que tienen sin tener que experimentar una situación similar a la nuestra.
A lo largo de mi vida he experimentado muchas pérdidas negativas que en la mayoría de las ocasiones, las he visto convertirse en ganancias. Hay otras que aún no acabo de digerir y por las cuales oro para que el Señor les dé propósito. En el caso de que mi vida pueda ser de testimonio para otros, entonces mi dolor cobra sentido. Dios en su soberanía no tiene que rendirme explicaciones, eso lo entendí aunque me costó mucho aceptarlo. Gracias a esta aceptación he decidido ser feliz poniendo mi confianza sólo en Él. La carta de Pablo a los filipenses dice: “No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez” (Filipenses 4:11-12).
Al igual que el apóstol Pablo, yo también he aprendido a contentarme cualquiera sea mi situación. De todo lo vivido he sido enseñada. He comprendido que no todo lo tengo que entender y tal como nos dice el mismo apóstol en la epístola a los romanos: “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”  (Romanos 12:2).
Comprender que la voluntad de Dios es “agradable y perfecta”. Me ha dado muchos dolores de cabeza por demasiado tiempo. Por momentos me he desgastado mental y emocionalmente tratando de entender el porqué y el para qué de muchas cosas. Llegué a la conclusión de que no hay nada más agotador que tratar de comprender las decisiones de Dios con nuestra mente finita. Es aún más difícil cuando lo intentamos hacer teniendo el corazón roto y la mente aturdida por el impacto de una mala noticia. Pienso que para aquel que no cree en Dios, debe ser hasta un poco más fácil. Puede tal vez llegar a la conclusión de que sólo “le tocaba”, o de que “ese era su destino”. Pero al menos a mí se me complica mucho porque tengo expectativas de cosas sobrenaturales. Entro en conflictos porque eso negativo que viví, pudo haber sido diferente si Él así lo hubiese querido. Pero a la vez, sé que nuestro Dios es intencional. Nunca improvisa ni deja librado a la suerte. Que independientemente de la crisis por la que esté pasando, conozco la capacidad del Señor para transformar cualquier panorama triste en uno de fiesta y celebración. El salmista dice: “Convertiste mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta” (Salmo 30:11).
En la Biblia se nos narra varios milagros que Jesús realizó. Son ejemplos claros de situaciones adversas tornadas en júbilo. ¡Qué alegría, cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo y sanó a la mujer con el flujo de sangre! (Marcos 5:21-43). Estoy segura de que Jesús pudo haber cambiado muchas de las situaciones difíciles que me ha tocado enfrentar, en momentos de gozo para mí. La Palabra es clara cuando lo señala en Hebreos 13:8: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos”. Creo firmemente en lo que dice la Palabra. Su poder no ha variado, sin embargo, por alguna razón, me ha permitido experimentar dolores y quebrantos. Aquí es donde muchos creyentes nos confundimos y entramos en conflictos espirituales muy serios. Nos confronta el hecho de que por  alguna razón que no conocemos, que de seguro si llegáramos a saber, no la entenderíamos, a Él le ha placido dejarnos carecer.

OJOS QUE NO VEN

Cuando nos miramos en nuestro propio espejo, si somos honestos, hemos de reconocer que, ciertamente, tenemos dos ojos en la cara, pero que no siempre nos sirven para ver lo que tenemos delante de nosotros. 

En esa complejidad con la que hemos sido creados, pero sobre todo en nuestra infinita tendencia a complicar las cosas (eso es, sin duda, cosa nuestra), la cuestión de ver es mucho más que que nos funcionen los ojos. 

Vemos muchas cosas de las que ni siquiera somos conscientes, porque a nivel puramente nervioso no podemos atender a todos los estímulos que pasan por delante de nuestra vista. Están, y nuestros ojos las captan, pero no las retenemos porque nuestra atención consciente no se ha fijado en ellas. ¿Quedarnos con todo lo que nuestros ojos ven? 

Eso nos volvería locos, simplemente. Más bien atendemos selectivamente a aquellos elementos que resultan más relevantes y es por ello que lo que percibimos alrededor nuestro no es una fotografía de la realidad, que captaría visualmente todos los detalles, sino que es lo que llamamos en psicología una “representación” de la realidad. Es decir, una composición simplificada que nos hacemos en nuestra mente usando algunos elementos que hemos captado con nuestros sentidos, pero que quedan, en la comparación, muy lejos de ser lo que la realidad nos muestra. 

Ésta es siempre mucho más compleja que lo que nosotros percibimos en el mejor de los casos. Ahora bien, cuestiones orgánicas y neurológicas aparte, más allá de lo que nuestro sistema nervioso es capaz de captar y procesar, hay otros elementos implicados. Nuestra atención suele centrarse en aquello que más nos motiva o nos interesa, dejando de lado aquellas cosas que, a nuestro criterio, más o menos de forma consciente o inconsciente, nos resultan irrelevantes. Y tanto es así que podemos tener delante cuestiones importantísimas, pero que no veremos (u oiremos, que no percibiremos, en definitiva) a no ser que despierten un interés en nosotros o que procuremos, con diligencia, ver o escuchar. 

De ahí la tan contundente llamada, no solo de profetas como Isaías o Ezequiel , sino del propio Señor Jesús cuando decía “El que tenga oídos para oír, oiga”, refiriéndose a Sus cosas. Era una llamada clara no tanto a una reacción orgánica para percibir, sino a una actitud espiritual para atender a lo realmente importante, que eran las cosas del Reino. Esta ceguera y sordera selectivas, cuando se producen de forma consciente, se llaman rebeldía. 

El Señor decía sobre Su pueblo, tal cual recoge Ezequiel 3:27, “El que oye, oiga; y el que no quiera oír, no oiga, porque casa rebelde son”. En otras ocasiones, aunque no estamos exentos de responsabilidad, esas cegueras y sorderas tienen más que ver con nuestra torpeza, con nuestra mente limitada, con no estar del todo alineados con lo importante, con haber dejado que la inercia de la vida nos lleve hacia delante, simplemente, pero sin captar tanto de lo que alrededor nuestro se mueve y que nos habla, constantemente, de Dios y de Su obra con nosotros. Faltaría la inclinación espiritual necesaria para poder captar lo esencial a los ojos de Dios: Sus cosas, Su mensaje para nosotros. Al no estar en la sintonía suficiente nos perdemos bendiciones y también la capacidad de percibirlas. No lo hacemos quizá de forma consciente, pero sucede y somos responsables de ello. Quizá tiene que ver con esos pecados que nos son ocultos, como el mismo David decía. Pero estamos perdiendo riqueza, veámoslo como lo veamos. La cuestión es que, dicho de una forma simplona, quizá, pero gráfica, estamos como expresa Philip Yancey, rodeados de maná por todas partes, pero muriendo de hambre porque no lo vemos. 

Dios nos habla constantemente. Nos hace llegar de Su amor y Su mensaje en cada respirar, en cada peligro de que somos librados, a través de cada persona que se acerca a nosotros para ayudarnos… todas y cada una de las situaciones que suceden alrededor nuestro están regidas por la mano de un Dios que lo controla todo y que no se cansa de hacernos bien. Y aunque el mal cohabita en este mundo con todo ello, aunque nuestro alrededor esté gobernado por el Príncipe de este mundo, hay un Dios soberano que sigue manifestándose a cada paso que damos. 

Las cosas no son todo lo malas que podrían ser porque Su gracia tiene a bien seguir manifestándose hacia este mundo que le rechaza y también hacia nosotros, que aunque le hemos conocido, a menudo vivimos como habiéndole incorporado a nuestra vida como un objeto decorativo más, pero que no resulta en vidas renovadas de forma significativa. No ver lo que aún funciona, no ser agradecidos con el maná que recibimos cada día, no ser capaces de poder reconocer que “hasta aquí nos ayudó el Señor”, tiene más que ver con nuestra ceguera y sordera que con la supuesta realidad de un Dios callado o que no tiene nada que decirnos. Quizá, simplemente no le oímos siquiera (no solo no le escuchamos). 

A esa dureza puede llegar nuestro ser: no solo no escucharle, sino ser incapaces hasta del acto involuntario en sí que puede ser a menudo oír. Dios, aún en el día de hoy, sigue sin estar callado. ¿Nos hemos acostumbrado demasiado quizá a tomarle simplemente como un ruido de fondo, como a algo o alguien que sabemos que está ahí y a quien damos simplemente por supuesto? A veces grita, terrible, y nos obliga a escuchar a pesar de nuestra rebeldía. Otras veces, habla alto y claro, pero en nuestra torpeza, lo dejamos pasar porque Su voz ya no nos impacta. 

Quizá Su voz es a veces un susurro que nos tendremos que predisponer a poder escuchar. Pero no podemos conformarnos con ser ojos que no ven, o corazón que no siente. Viviremos, si así fuera, una realidad empobrecida, bien diferente a la que el Señor nos proporciona y que está, en Su misericordia, tantas veces al alcance de nuestros sentidos.

ATANDO AL HOMBRE FUERTE

29 Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa.”  Mateo 12:29   
21 Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. 22 Pero cuando viene otro más fuerte que él y le vence, le quita todas sus armas en que confiaba, y reparte el botín.”  Lucas 11:21   
Nosotros debemos conocer aquellas cosas que Jesús hizo énfasis en que eran primero.  Si has estudiado la palabra, sabes que hubo varios momentos en que Jesús utilizó la palabra primero.  El orden es importante en nuestra vida.  Tú tienes que saber qué va primero, qué va segundo, y qué va tercero.  Y lo contrario al orden es caos.  En cualquier área de tu vida en la que tengas caos, ya sea en el garaje de tu casa, en el baúl de tu auto, en el cuarto al que nadie puede entrar, en tu salud, en tu matrimonio, en la relación con tus hijos; cualquier área de tu vida que tenga caos, no es complicado resolverlo; lo que necesitas es hacer lo contrario al caos, que es orden.   
Jesús dijo, en Mateo 6:33-34: Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia.  Ahora, otra ocasión en que Jesús hace referencia a algo que debe ser primero, fue hablando acerca del hombre fuerte, enseñando que, una de las cosas que tenemos que hacer primero es atar al hombre fuerte.  Estos versos están cargados de mucha revelación de parte de nuestro Señor Jesucristo, e iban dirigidos específicamente a combatir religiosidad.   
Lo primero que Jesús establece, y la razón por la cual comienza a hablar al hombre fuerte, es porque se estaba cuestionando el poder que tenía Jesús para sanar a los enfermos; se le estaba adjudicando que no hacía aquellas cosas en nombre de Dios, sino en nombre de Belcebú.  Es entonces que Jesús comienza a establecer este principio del hombre fuerte, diciendo que primero era necesario atar al hombre fuerte, para que entonces hubiera manifestaciones sobrenaturales.   
Los que servimos a Dios, tenemos acceso al poder sobrenatural de Dios.  En la Biblia, vemos a un hombre que estaba ciego, y que Jesús lo sana.  Ese es uno de los incidentes que crea murmuración entre aquellos fariseos, escribas, religiosos, que no estaban de acuerdo con nada, pero sí estaban de acuerdo en que había algo diferente operando en la vida de aquel hombre.  Y, como ellos no podían entender aquello, lo identificaron atribuyéndole poder a Belcebú.  Entonces, Cristo comienza a hablar y a enseñar, explicando lo que tenemos que hacer en nuestra vida, para que comience a suceder lo sobrenatural.  Porque uno de los trabajos que nuestro Señor Jesucristo hizo en la cruz del Calvario es precisamente que nos dio libre acceso al nivel espiritual, a lo sobrenatural de él.   
La gente comenzó a murmurar, dándole más poder al enemigo, que al poder de Dios.  Y en el día de hoy, una de las cosas que la iglesia tiene que entender es que Cristo venció al enemigo en la cruz del Calvario.  El enemigo no tiene poder sobre tu vida.   
Jesús lo que estaba explicando primeramente era quién tenía la autoridad, y por qué él tenía la autoridad, y cómo había obtenido la autoridad.  Y estas son las cosas que es necesario que tú entiendas: El poder sobrenatural de Dios, la autoridad que Dios te ha dado a ti también para atar al hombre fuerte, la autoridad para echar fuera demonios, para echar fuera la enfermedad, para echar fuera los problemas matrimoniales, los problemas de las drogas, los problemas financieros, porque ciertamente Dios te ha dado poder sobre las tinieblas, y esta escritura te enseña lo primero que tienes que hacer; te enseña el orden de aquellas cosas que necesitas para que puedas entender la autoridad, ejercer la autoridad, y explicar cómo has obtenido la autoridad.   
Muchos, en algún momento, nos encontramos en un lugar, y sentimos en nuestro corazón que hay una persona que necesita una oración, una palabra de Dios, pero nos detenemos porque comenzamos a cuestionarnos.  Pero hoy tú necesitas desatar ese poder en tu vida.   
Cuando seguimos leyendo, vemos que, cuando se ata al hombre fuerte, tenemos acceso a todo.  En tu tiempo de oración, si oras por sanidad sobre tu cuerpo, cuando tú atas al hombre fuerte, tú tienes acceso a la sanidad de Dios.  Si tú oras por las finanzas, atando al hombre fuerte, el poder financiero de Dios se desata sobre tu vida.  Si tienes alguna situación familiar, tú tienes que atar al hombre fuerte, para liberar el poder sobrenatural de restauración divina sobre tu familia.   
Ahora, el principio es muy sencillo.  Si hay enfermedad en tu vida, la enfermedad no es de Dios; la sanidad es de Dios; si hay problemas de escasez en tu vida, la escasez no es de Dios; la abundancia es de Dios; si hay problemas en tu familia, los problemas familiares, los desacuerdos, las peleas, no son de Dios; cuando hay paz, prosperidad, felicidad, eso es de Dios.  En cualquier territorio que el enemigo haya ocupado en tu vida, lo primero que tú tienes que hacer es atarle.   
Hay territorios en nuestra vida que son ocupados por pensamientos incorrectos, por cosas que no le pertenecen a Dios; y tenemos que aprender a disfrutar de todas las bendiciones que Dios tiene para nosotros.  Dios te quiere sano, Dios quiere suplir todas tus necesidades, conforme a sus riquezas en gloria.   
No te quedes pensando en lo bueno que sería si tu cónyuge y tú pudieran ser felices; ustedes pueden ser felices.  No te quedes pensando en lo bueno que sería si Dios verdaderamente pudiera sanarte; Dios puede sanarte.  No te quedes pensando en lo bueno que sería si pudieras salir de tus problemas financieros de una vez y por todas; Dios tiene el poder para suplir todo, y para que tú puedas vivir en abundancia.  Dios te da el poder para hacer las riquezas.  Entiende que Cristo nos enseñó cómo hacerlo, y que, lo primero que tú tienes que hacer, es atar al hombre fuerte.