LA CRUZ COMO ESPADA

Cuando usted piensa en la cruz de Cristo, sin duda le llegarán muchas palabras a la mente, pero espada seguramente no es una de ellas. Sin embargo, creo que la cruz tiene el poder de hablarle de manera diferente a cada una de nosotras a medida que atravesamos por las diferentes etapas de la vida. Así que paremos un momento y pensemos en lo que la cruz significa en este momento para usted.
Una Pascua planteé la siguiente pregunta en las redes sociales en las que hago presencia: “En una palabra, ¿qué significa la cruz para ti?”. 
Fui bendecida con un caudal de respuestas. Entre la plétora de palabras usadas para describir la cruz, estaban: amor (la respuesta más popular), gracia, libertad, perdón y redención; además de: Jesús, vida, misericordia, sacrificio, etcétera. Se contaban muchas muestras de enorme gratitud entre las hermosas definiciones, aparte de las que puse aquí.
Permítame aclarar rápidamente que no hay una sola palabra que defina de manera única y completa a la cruz. La cruz vino a cerrar la brecha que había entre el cielo y la tierra para reconciliar a Dios y la humanidad; y transformó lo que parecía ser una terrible derrota en un asombroso triunfo. Esta fortalecedora esperanza de transformación ha permanecido a lo largo de los años. Ninguna otra victoria fue lo suficientemente decisiva como para abarcar a toda la humanidad e iluminar su oscura historia, y al mismo tiempo extender sus rayos hacia el futuro. Así que dudo que la amplitud y el significado de lo que ocurrió en la cruz pueda ser captado y plasmado en palabras humanas. La conquista de la cruz es más que perdurable. Es eterna.
Cierre sus ojos un instante e imagine una cruz de madera. Quiero que visualice aquello que en el pasado fue un hermoso árbol lleno de vida, ahora convertido en un inerte instrumento de muerte. Despojado de su corteza y de todas sus ramas, la madera muerta es toscamente tallada y astillada. Las ásperas piezas son unidas artificialmente para formar una cruz de madera, que cuando es levantada, luce curiosamente como una espada con su punta clavada en la tierra.
Imagine ahora a Jesús, la Palabra hecha carne, y el glorioso Hijo de Dios, con su cuerpo desnudo y magullado, estirado a lo largo de esta horrible espada. Unos clavos de veintidós centímetros mantienen sus manos pegadas a la cruz de la espada, y detrás de la cabeza del Maestro está la empuñadura de madera. Tal vez en el cielo las cruces y las espadas son una misma cosa.
Así como Adán robó el fruto del árbol prohibido, causando que todo adentro de él muriera; Jesús murió en un árbol estéril y se convirtió en su fruto, para que todos en Él puedan vivir.
Hace poco estudiaba el libro de Hebreos, y me topé con unas palabras familiares que cobraron nuevo significado después de mi corta expedición en el mundo de las espadas:
“Cuando Dios hizo la promesa a Abraham, este la apoyó hasta la empuñadura, poniendo su propia reputación en riesgo. […] Cuando Dios quería respaldar sus promesas, daba su palabra, una garantía sólida. Dios no puede romper su palabra. Y como su palabra no puede cambiar, la promesa es inmutable” (Hebreos 6:13, 17–18, traducción libre de la versión de la Biblia en inglés “The Message”, aún sin una traducción oficial en español, itálicas añadidas).
Al leer este pasaje, llegó de repente una imagen vívida a mi mente. Dejé de ver la cruz como un seco árbol de muerte, y comencé a verla como una espada de madera con su cruel punta clavada en la maltrecha tierra. Vi el cuerpo de Jesús a lo largo de la hoja de la espada. Sus brazos abiertos abarcaban toda la cruz de la espada, como dándonos la bienvenida incluso en la agonía de la muerte.
Lo que cambió la imagen que tenía de la cruz fue mi estudio de las espadas y su terminología, lo cual me hizo entender de manera diferente la frase “hasta la empuñadura”. Antes de mi investigación, yo pensaba que esta frase tenía un sentido figurado, significando: “completamente, hasta el límite”, o “sin que falte nada”. Pero ahora entiendo que hay un sentido literal en ella, porque la empuñadura es una de las partes de la espada.
La empuñadura es la pieza por donde se toma la espada, y comienza donde termina la hoja. La empuñadura incluye la cruz de la espada, el pomo, la guarnición.
Cuando una espada es impelida “hasta la empuñadura” sobre el oponente, hay muy pocas posibilidades de que la víctima escape de la muerte. La espada es solo retraída cuando el atacante siente que su victoria es segura. Atravesar a alguien hasta la empuñadura es un movimiento cruel realizado por oponentes agresivos que disfrutan el contacto directo con el dolor de la víctima. El agresor está seguro de su victoria porque ha cerrado completamente la distancia entre ellos. No hay un espacio seguro entre él y el enemigo.
Al ofrecer a su Hijo Jesús, Dios usó la cruz como una espada para acabar con la hostilidad entre Dios y el hombre.

DOS DIMENSIONES DE LA IDENTIDAD

La identidad que hemos recibido del Señor tiene dos dimensiones: una que es interior e invisible, lo que somos; la otra que es exterior y visible, lo que hacemos. Tanto lo que somos como lo que hacemos debe estar en armonía, complementarse y también evidenciarse en nuestras vidas. No podemos esconder lo que somos ni avergonzarnos de lo que hacemos. Cuando escondemos lo que somos o nos avergonzamos de lo que hacemos, algo está mal dentro de nosotros. No tenemos bien afirmada nuestra identidad.
La Biblia dice en Efesios 5:2 cómo debemos vivir en acorde con lo que Dios ha establecido como nuestra identidad; que andemos en amor, en el fruto del Espíritu que “es en toda bondad, justicia y verdad” (v. 9). El fruto del Espíritu es: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre.
Vivir en el Espíritu es vivir en sintonía con nuestra verdadera identidad, la que Dios diseñó originalmente para nosotros y que está vigente hoy por la obra de Jesucristo.
Sugerencias para mantenerte viviendo en el Espíritu:
1. Ten una vida de devoción. Entra en intimidad con Dios. Allí donde nadie te ve y donde eres tú sin máscaras.
2. Afianza la paz interior. Busca la paz y síguela.
3. Reorganízate en forma más armónica por dentro y por fuera. En tu alma y en tu cuerpo.
4. Renuncia al materialismo: que el materialismo no sea tu dios.
5. Utiliza un lenguaje de bendición, como que ya eres una mujer bendecida.
6. No entres en luchas con cosas que ya están vencidas.
7. Vive sin miedo.

LA CASA FAVORITA DE DIOS


¿Acaso tiene usted agradables recuerdos de la casa en que nació? ¿Cómo son esos recuerdos?. Recordar los cálidos acontecimientos sucedidos en ese hogar, no es el edificio en si, lo que hace que uno añore el hogar donde creció. 

Si acaso Dios llegara a añorar algunos de los lugares en que le adoraron aquí en la tierra. ¿Cuál seria ese lugar? ¿Qué pudo haber sucedido, que impulsara a la eterna mente Divina, a colocar sobre ese lugar un rótulo que lo señale como su favorito, para mantenerlo en esa categoría para siempre? El ser humano busca encuentros con Dios, en la llamada Casa de Dios. 

Pero Dios busca encuentros con el hombre en lo que él llama la casa del hombre. ¿Recuerda los nombres? El Tabernáculo de Moisés; el Tabernáculo de David; el Templo de Salomón. Desde el tiempo del Edén, Dios ha estado escudriñando la tierra en busca de alguien que le rinda una íntima adoración. 

¿Qué sucedería si los antiguos patrones se descubrieran? 
¿Qué acontecería si las prácticas llevadas a cabo bajo la unción fueran restauradas por medio de una renovación? 
¿Si acaso pudiéramos reconstruir esa casa vendría El a morar en ella? 

Mientras que el panorama se cubre con las costosas cúpulas de las Iglesias que irrumpen en la atmósfera de Dios y vitrales que añaden colorido al sol que Él creo, entonces se pensaría que escoger su casa favorita debería ser cuidadosamente planeado. Prepárese para llevarse una sorpresa, cuando descubra cuál es La casa Favorita de Dios. ¡Si usted la edifica, El la habitará!

EL GRAN TEJEDOR DE VIDAS

LOS HILOS DE NUESTRA VIDA, ¿SON UNA MARAÑA ACCIDENTAL O ESTÁN INTENCIONALMENTE ORDENADOS?

¿Viviríamos de otra manera si creyéramos que todo lo que nos sucede en la vida, desde los momentos felices hasta las tragedias cotidianas, son parte de un diseño meticuloso y con propósito, donde todos los elementos se entretejen con precisión milimétrica? Esa es la pregunta que el doctor Ravi Zacharias, el escritor popular y orador de fama internacional, plantea y responde en este libro.

Es común creer que los grandes acontecimientos de la vida como una muerte o un nacimiento son guiados por la mano de Dios. Sin embargo, es fácil dejarse llevar por la idea de que nuestra vida cotidiana no está dirigida por el Dios soberano, sino que es simplemente producto de nuestro propio esfuerzo. Este libro rebosa de historias que nos demuestran lo contrario. 

Desde un encuentro casual en un partido de críquet hasta las últimas palabras de un padre, desde una llamada telefónica imprevista hasta una línea en la lectura de las Escrituras, el doctor Zacharias nos revela cómo cada detalle de su vida está tejido en su lugar perfecto. Luego nos anima a examinar nuestros orígenes, desilusiones, triunfos y nuestras creencias bajo otra luz, y nos explica cómo todos formamos parte de la obra intencional y perfecta de El gran tejedor.