LUCAS EL FEMINISTA

Aunque conocemos, muy poco, acerca de Lucas, tenemos la seguridad de que él era un médico, no judío, que vivió en el primer siglo de la era cristiana.

Este hombre, inspirado por el Espíritu Santo, escribió el evangelio que lleva su nombre, y el libro de los Hechos de los apóstoles. Él tenía un excelente manejo del idioma griego, clásico, y era un escritor muy instruido, y minucioso.

Su vocabulario es extenso, y rico; y su estilo es bastante claro, directo y ameno. Lucas estaba muy familiarizado con la vida del Hijo del hombre, y tenía un talento, muy especial, para registrar detalles históricos, y geográficos, bastante precisos.

Él reportó, por ejemplo, que Jesús, y Sus discípulos, se dirigieron, alguna vez, al pequeño pueblo de Naín (ubicado al sur de Galilea, muy cerca de Nazaret). Una gran multitud, de Sus seguidores, Lo acompañaban -como siempre- en Su recorrido.

Cuando se acercaron a la entrada, de la ciudad, vieron a una comitiva, fúnebre, que iba a enterrar a un difunto. Se trataba del hijo, único, de una viuda. Mucha gente los escoltaba. Apenas vio, el Mesías, que la madre estaba tan desconsolada, y triste, Su Espíritu Se conmovió, profundamente, y sintió una tremenda compasión por ella. Luego Le pidió, con delicada dulzura, que no siga llorando. Después de tomarla de la mano, y de sonreírle, tiernamente, Se acercó y tocó el féretro. Los que llevaban el cadáver se detuvieron; y Jesús le dijo al difunto: Joven, te ordeno que te levantes, ahora mismo. El muchacho, que ya estaba muerto, se incorporó, y comenzó a conversar. El Príncipe de paz, entonces, llevó al joven hasta donde estaba su madre (Lucas 7:11-15).

Cuando el Autor de la vida resucitó al hijo de esta señora, en la antigua ciudad de Naín, manifestó, con hechos, la bondad, y la misericordia, y la solidaridad, que el Todopoderoso tiene a favor de las viudas, y de las damas atribuladas, y desamparadas. Jesús está muy interesado en bendecir, perpetuamente, a las mujeres atrapadas, y esclavizadas, por la pobreza (y a las que son atormentadas, continuamente, por la prepotencia, y por el abuso, de los hombres, impíos).

La vida, y la situación, de las mujeres, en los días de Jesús, era bastante triste, patética e incómoda. El matrimonio, para ellas, era la única salida, disponible, para sobrevivir, mediocremente, en medio de la miseria, y del abandono. Cuando se casaban, sin embargo, llevaban, siempre, la peor parte, ya que el marido se convertía, comúnmente, en su amo, y en su señor. La esposa era, en la práctica, una sirvienta, sin sueldo, y sin descanso, de toda la familia. Ella tenía que lavarle la cara, y las manos, y los pies, al cónyuge. Esta misma labor la cumplían los esclavos que no eran judíos.

La postura del Buen pastor, frente a la tiranía, y a la insolencia, moral, de la sociedad, en contra de la dignidad de las mujeres, es contundente, y drástica. Jesús llegó a dar, inclusive, hasta Su propia vida, a favor de la libertad de ellas. 

JESÚS Y LAS MUJERES

Resultado de imagen de jesus y las mujeresLas mujeres, judías, que vivían en la antigua palestina, en los días de Jesús, han sido consideradas como las más desamparadas, y pobres, de todos los tiempos; ya que no tenían derechos familiares, ni de protección social, ni económicos. 

Ellas estaban impedidas de divorciarse (y aunque llegaran a tener un millón de razones, bastante sólidas, para hacerlo). Los hombres, en cambio, sí podían separarse, de sus parejas, argumentando cualquier pretexto. Si la comida que preparaba, alguna de ellas, por ejemplo, no era del agrado, y satisfacción, completa, del marido, él tenía la facultad, y el respaldo popular, para solicitar el divorcio. Las mujeres hebreas, sin embargo, no estaban autorizadas, legalmente, para pedir el divorcio a sus maridos, por ningún motivo, y aunque él hombre hubiera cometido adulterio. Abandonar al esposo tenía consecuencias catastróficas.

Al menos que las mujeres fueran parte de un hogar, patriarcal, la supervivencia, para ellas, era muy complicada, y difícil.

Los derechos de propiedad de las mujeres judías eran, realmente, inexistentes. Ellas podían heredar algún terreno, en teórica; pero, en la práctica, los descendientes varones, de los padres, tenían la prioridad. Si alguna mujer lograba heredar, finalmente, una propiedad, su esposo tenía la facultad, y el privilegio, de utilizar, y de disfrutar, del patrimonio de la cónyuge. La esfera social, más importante, de las mujeres, era el hogar.

Desde una perspectiva religiosa, y moral, también eran marginadas, y discriminadas, brutalmente. A los rabinos no les interesaba enseñarles los principios, ni las normas, de la ley, porque decían que harían un mal uso de lo que aprenderían. Las mujeres estaban separadas, de los hombres, en las sinagogas, por una barrera. El servicio religioso empezaba cuando había diez hombres, por lo menos, dentro de los locales de culto (no se contaba a las mujeres, para nada); a ellas no se les permitía opinar, ni hablar; tenían que limitarse, tan solo, a escuchar a los hombres. Las mujeres no conocían, puntualmente, los preceptos de la ley; pero eran sometidas, injustamente, a las penas más drásticas, y violentas, si los quebrantaban.

En medio de un conjunto, espeluznante, y aterrador, de diferencias jurídicas, culturales, sociales y económicas, por cuestiones de sexo, y rodeado de miles de hombres, abusivos, que se creían superiores a las mujeres, Jesús decretó leyes innovadoras, y muy precisas, para proteger a las hijas de Eva.
El Maestro trataba con cortesía, y con respeto, impresionante, y persistente, a todas las mujeres de Su entorno. Sus expresiones, hacía ellas, estaban impregnadas de amor, y de gentileza. Sus actitudes, santas, derrochaban simpatía. El Buen pastor no maltrató, jamás, ni con palabras, ni con hechos, a una sola mujer.

La introducción, y la incorporación, tan radical, y contundente, de las mujeres, en los planes, y en los proyectos, divinos, fue iniciada por el Hijo de Dios.