ESPERANZA

[Esperanza:] Una expectativa firme y segura de que Dios es real, está presente y obra para mi bien, aun cuando la vida parece estar fuera de mi control. 

La escritora norteamericana Jean Kerr llegó a captar la esencia de la esperanza al decir: “Esperanza es sentir que lo que sientes no es permanente”. La esperanza es tan esencial para la vida como el aliento". Podemos existir sin esperanza, pero no podemos estar realmente vivas a menos que estemos convencidas, en lo profundo de nuestro corazón, de que se avecina algo bueno. 

Del mismo modo, George Iles observó: “La esperanza es la fe que extiende su mano en la oscuridad”. La esperanza es poderosa y necesaria, pero puede ser muy escurridiza. Las falsas esperanzas destruyen nuestros sueños, y la falta total de esperanza da lugar a una constante apatía y un perpetuo aislamiento.

¿Qué podemos esperar? ¿Qué nos ha prometido Dios? En este artículo veremos la vida de Ana, una mujer que mantuvo su esperanza durante muchos años de desilusiones en los cuales no recibió lo que esperaba. Finalmente, nuestra suprema esperanza no está en las cosas que vemos, gustamos y sentimos. Nuestro anhelo más profundo es encontrar significado y paz en nuestra relación con Dios. 

Si no mirara con ojos de esperanza... no sabría nada del amor del Calvario. AMY CARMICHAEL 

No hay nada como un buen llanto, pero para Ana las lágrimas eran una realidad diaria. Durante años, esta mujer de Dios había estado orando por un hijo, pero sus brazos seguían vacíos. Cuando Dios no “cumple” de la manera que pensamos que debería, es fácil cansarse, amargarse, rendirse. Sin embargo, Ana decidió aferrarse tenazmente a la esperanza de que Dios era real, estaba presente y obraría para su bien. 

En la Palabra Lee 1 Samuel 1 y presta especial atención a los versículos 10-11: Ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza. Muchas de nosotras vivimos tan extenuadas como madres que anhelamos tener algunos minutos de paz y quietud para alejarnos de todo el ruido y las demandas de nuestros hijos; ¡un baño caliente y relajado es como el cielo! Pero he hablado con mujeres que harían cualquier cosa para enfrentar esas demandas. Se sienten terriblemente vacías, porque no pueden tener hijos. Cada día, despiertan a la realidad del vacío de su corazón que simplemente ninguna otra cosa puede llenar. 

Ana se sentía exactamente así. En una historia que nos recuerda a otras que hemos leído, su esposo Elcana tenía dos esposas, y su otra esposa, Penina, tenía varios hijos e hijas. En su cultura, la incapacidad de concebir de la mujer no solo le causaba un daño psicológico, sino que era considerada una señal del desagrado de Dios. Elcana, su esposo, era un hombre bueno y sensible. Amaba a Ana con todo su corazón, y la honraba en todo lo que podía. Cuando vio que lloraba, porque estaba muy afligida, le preguntó: “¿Por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?”. (¡Ni más ni menos, un hombre!). Su intención era buena, pero Elcana simplemente no entendía la profundidad de su dolor y vergüenza. La otra mujer de la familia no igualaba el consuelo y comprensión del esposo de Ana. Los celos incitaban a Penina a burlarse de Ana, y estoy segura de que Penina aprovechaba cada oportunidad de hablar de sus hijos frente a ella. Ana pudo haber abandonado su sueño de tener un hijo, pero no lo hizo. 

En medio de su aflicción, a pesar del ridículo que soportaba en su propia casa cada día y ante la vergüenza que sentía cuando estaba en público, ella seguía pidiéndole a Dios que respondiera su oración. Y después de años de oración, ruegos y espera, Dios le dio un hijo; pero no cualquier hijo. El pequeño Samuel llegó a ser un profeta poderoso y ungió al primer rey de Israel. El nombre de Ana significa “gracia” o “favor”. Ciertamente, Dios recompensó la esperanza persistente de Ana con su favor. Hazlo realidad en tu vida A la mayoría de las mujeres les cuesta aferrarse a la esperanza. ¿Deberíamos acaso abandonar nuestra esperanza? Nadie puede respondernos esto. La novelista Pearl Buck comentó una vez: “La vida sin idealismo es en realidad una vida vacía. Debemos tener esperanza igual que debemos tener pan; comer pan sin esperanza aún así es morirse poco a poco de hambre”. La demora de Dios no es necesariamente un “no” definitivo. Se requiere de sabiduría para notar la diferencia entre su voz y nuestros anhelos personales. A veces, Dios quiere darnos una respuesta milagrosa. El proceso de demora y espera, purifica nuestras motivaciones, fortalece nuestra fe y nos prepara para aceptar la respuesta de Dios con gratitud. 

Una de mis citas favoritas sobre la esperanza es de Anne Lamott: La esperanza comienza en la oscuridad, la persona tenaz cree que si tan solo va y trata de hacer lo correcto, llegará el amanecer. Espera, observa y trabaja: no se rinde. Ir a Dios con un espíritu de expectativa nos da la libertad de vivir delante de Dios y de otros con profundo gozo, no con enojo, resentimiento o amargura... no importa cuál sea el resultado, no importa cuán largo sea el camino. Esta es una de las travesías más difíciles en el corazón de una mujer. Nuestro reto es aferrarnos tenazmente a la esperanza igual que Ana, pero al mismo tiempo reconocer que Dios a veces dice “no” en lugar de “sigue confiando y esperando”.

Señor, dame esperanza en áreas de mi vida donde he dejado de creer que las cosas podrían ser diferentes. Dame sabiduría para reconocer la diferencia entre la esperanza de mi corazón y tus planes para mí. Incluso cuando tú dices “no”, Dios, quiero confiar en ti. 

DISCERNIMIENTO Y ORACION

¿De qué trata la intercesión? ¿Tiene que ver solo con orar? Bueno, yo creo que la intercesión siempre debe comenzar con oración; pero la verdadera intercesión rara vez termina allí. Algunas palabras que podrían describir intercesión son: intervenir, mediar, negociar, y arbitrar; pero mi descripción favorita es “levantarse por algo o alguien”. Entre las maneras de interceder están: hablar por otro para defenderlo como un abogado, hablar en un conflicto que necesita ser resuelto, y levantarse en favor de los oprimidos y sin voz. 

La Palabra nos muestra en qué momento debemos involucrarnos, dónde encontrar respuestas, y cómo arreglar lo que está dañado. Nos dirige hacia la luz al final del sendero. “Dios no nos ha dado discernimiento para condenar, sino para que podamos interceder”.—Oswald Chambers Ahora que sabemos en qué consiste la intercesión, podemos entender mejor lo que significa interceder. Es común que haya intercesión en los casos en que la luz y la oscuridad se encuentran. Jesús vino a mediar entre Dios y la humanidad, e intervenía cada vez que encontraba las oscuras fuerzas de la enfermedad, posesiones demoníacas, distorsión religiosa y opresión. Rebatió el doble discurso religioso de los maestros de la ley, arbitrando de manera brillante y con una sabiduría asombrosa. 

Antes de levantarse del sepulcro, se levantó muchas veces para defender a otros. Cuando le trajeron a una mujer acusada de adulterio, Jesús intercedió por ella al discernir que los líderes religiosos la habían traído solo para tratar de entramparlo y atraparlo. Estaban utilizando la Palabra de Dios como un instrumento de juicio. Ante este desafío intercesor, Cristo discernió la verdadera intención de los líderes religiosos y pronunció palabras de luz hacia sus oscurecidos corazones. “Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Jesús se agachó y esperó que se fueran los acusadores. Luego se levantó otra vez, y dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (vers. 10–12). Jesús le concedió el privilegio de llevar una vida sin pecado a la luz de su futuro, algo que ella jamás pudo disfrutar mientras estuvo atada a la oscura condena de su pasado. ¡Las piedras ya no podrían enviar al sepulcro a esta mujer sin nombre! Hermanas, soltemos las piedras de condenación y tomemos la espada de la luz. El discernimiento tiene el poder de iluminar el mundo para otros. 

Jesús intercedió también cuando se paró frente a un sepulcro de piedra y levantó a Lázaro de los muertos. Jesús lloró por el dolor de la pérdida del amigo. “Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:41–44). Lázaro abandonó la oscuridad del sepulcro y encontró liberación en la luz de un nuevo día. El discernimiento y la verdadera intercesión tienen el poder de liberar a los cautivos retenidos hacia un nuevo destino. A lo largo de su recorrido espiritual, Jesús fue capaz de discernir la obra del maligno e interceder para traer verdad, luz, y sanación a una tierra ensombrecida. En mi opinión, su mayor muestra de discernimiento ocurrió cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). 

El discernimiento identifica cuándo alguien está cegado, e intercede fijándose más en la ignorancia que en sus actos. La cruz acabó con nuestra separación de Dios, pero su intercesión no terminó allí. Jesús no solo se levantó de los muertos; también ascendió al cielo: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:33–34). 

Gracias a este discernimiento eterno, se nos ha prometido: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? [ . . . ] Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (vers. 35, 37). 

Querida amiga, es hora de fortalecernos en la Palabra, iluminar este mundo con el verdadero discernimiento, y levantarnos e iluminar a otros a través de nuestros actos de intercesión.