PRIORIDADES

Resultado de imagen para PRIORIDADESLas frases que algunos entrenadores de fútbol dicen a sus jugadores rayan con lo increíble: uno de ellos dijo al explicar el trabajo que deberían hacer sus delanteros: "Si estás en el área y no sabes qué hacer con la pelota, métela en la red y ya discutiremos las alternativas más tarde” Así de simple, porque la prioridad en este deporte es el gol. Cada año se editan cientos de libros sobre las prioridades en la vida, cómo aprovechar bien el tiempo y cómo tomar decisiones que merezcan la pena. Hay muchos autores que se han hecho millonarios al hablar de esos temas, porque a millones de personas les preocupan. 

Parecen situaciones trascendentales, y en cierta manera lo son, no voy a decir lo contrario. Lo que sí me gustaría recalcar es que seguimos siendo especialistas en complicar las cosas.  En primer lugar, nosotros decidimos lo que es importante, porque el tiempo que le dedicamos a una actividad o a una persona define nuestras prioridades. Si quieres saber qué es prioritario para ti, haz un ejercicio muy sencillo: mira hacia atrás (quizás solo un par de meses) y anota el tiempo que le dedicaste a cada actividad y a cada persona durante las últimas semanas. No te engañes ¿vale? No se trata de lo que querrías hacer, sino lo que estás haciendo. ¿Ya lo tienes? Puede que te lleves una gran sorpresa. 

Cuando alguien hace este sencillo ejercicio, inmediatamente decide dedicar menos tiempo a la televisión, a internet, a algunos juegos pasivos... ¡Incluso a "dejar pasar el tiempo" como a veces nos sucede! Aunque sea difícil explicarlo aquí en un par de párrafos, lo material no debe gobernar nuestra vida. Tenemos que trabajar, estudiar, llevar a cabo actividades diferentes, etc. pero eso no debe llenar nuestra existencia por completo.  A veces sólo nos preocupa lo que vamos a ganar cuando tenemos que tomar una decisión. Medimos todo en términos de dinero, posesiones materiales o posición, y esa no es una buena motivación. 

Si tenemos que escoger entre dos trabajos, ¿Cuál sería el elegido? ¿El que nos da más dinero, o aquel en el que podemos desarrollar nuestra cualidades? ¿El que nos hace mejorar nuestra posición o el que nos permite tener más tiempo para nuestra familia? Son preguntas muy personales, todos tenemos que responderlas, porque normalmente, a quién más engañamos cuando no hacemos lo que debemos hacer es a nosotros mismos. En último término, lo que llegamos a ser es, en parte, la suma de todas las decisiones que tomamos. Esa es la razón por la que siempre tenemos que preguntarnos, ¿Cuáles son nuestras prioridades?  El profeta Isaías comprendió perfectamente cuál debería ser la motivación principal en la vida: "Yo esperaré en El, pues en El tengo puesta mi esperanza” (Isaías 8:17)". La mejor decisión es vivir siempre en la Presencia de Dios. 

La prioridad número uno debe ser estar de acuerdo con la Palabra de Dios y buscar su Voluntad. La motivación perfecta es que el Espíritu Santo nos llene, y nos enseñe a ser nosotros mismos en el lugar en el que estamos. Disfrutando con nuestro trabajo y con las personas que tenemos a nuestro alrededor.  Lo demás ya lo "discutiremos" más tarde.

VIENDO HACIA ADELANTE

La humanidad de Jesús es algo curioso y fascinante. Él se siente frágil, pero al mismo tiempo sabe lo poderoso que es. Sabe que le van a matar, y seguramente lo tiene en mente mientras escucha y recibe las alabanzas, las palmas y los honores. Su sabiduría eterna cabe en esa mirada que lo observa todo y no dice nada, ni siquiera tras la entrada triunfal más famosa e impactante de toda la historia. Ningún rey, emperador, césar o gobernante entró jamás en una ciudad con tanto esplendor. Ningún desfile triunfal se puede comparar a aquel acto espontáneo, verídico y profundo. 

Creo que, aunque los mismos que alababan hoy a Jesús en pocos días decidirán matarle, en este momento su alabanza es sincera. Quizá eso también sea fascinante: nuestra capacidad para cambiar de rumbo casi en un suspiro, frente a la permanencia eterna del hijo de Dios. Estamos antes de Pentecostés, antes de la muerte y la resurrección. Nosotros sabemos ahora al leer este texto quién es Jesús, pero ellos solo ven a alguien a quien felicitar por las cosas asombrosas que hace. 

Supongo que la parte importante de este relato es señalar, de manera sutil pero firme, que Jesús podía haberse dejado embaucar. Ya estaba, ya tenía el éxito que se esperaba de él. No había más honores. ¿Qué más pedir? Y, sin embargo, Jesús entra a Jerusalén con la firme idea de que le van a matar, que él lo va a permitir, y que nada es lo que parece. Más allá de la hermenéutica acostumbrada para este texto, hay algo que me dice a mí en este momento de mi historia vital: que me olvide de los éxitos que celebra y reclama el mundo. Olvídate de lo que debe ser, de lo que se debe esperar. Sé que es contrario a todos los gurús del marketing y la emprenduría, a todos los coaches y talleres que se ofertan. 

Los éxitos no son lo que parece. Los fracasos tampoco. Aprecio el trabajo de todos los que nos quieren hacer la vida más ventajosa y aprovechable, pero nunca todo ese esfuerzo puede ir por delante de la convicción del camino estrecho por el que irremediablemente nos llevará la buena fe. Nunca el buscar hacer las cosas bien, triunfar, en cierto modo, en lo nuestro, puede ir por delante de aquel que en un primer momento nos llamó a trabajar en ello.  He comprendido que hacer las cosas para el Señor y no para los hombres conlleva la aceptación de que gran parte de la gente que nos rodea verá nuestras acciones como fracasos. 

Quizá lo explique más adelante, pero a mí hoy me sirve de consuelo. Jesús, en el momento de mayor esplendor humano de su ministerio, se quedó callado y observó, y se marchó sin querer celebrar ni aprovecharse de la gloria humana. Lo hizo mal, a los ojos de cualquier experto en branding y marketing. No aprovechó el momento, y esos momentos, sencillamente, son tan pasajeros que no aprovecharlos es casi una falta moral. 

Todos los días, en todo lo que me rodea, se me recuerda que en cuanto consiga un poco de gloria (una plataforma de seguidores, un post viral, unos cuantos likes, alguna reseña de mis libros…) debo exprimirle el máximo posible o pasará el momento y si no lo he aprovechado, habré fracasado. Jesús, sin embargo, me dice que él renunció a hacer precisamente eso en su momento de gloria. 

Es más: nadie nunca ha tenido un momento de gloria igual. Y no solo no pasó nada, sino que hizo bien. Él fue consecuente con las verdades de su reino, con la convicción de que nuestro tesoro no estará nunca sobre esta tierra.

EL TRATO DE JESÚS HACIA LAS MUJERES

Jesús fue perseguido por “La Iglesia oficial” de su tiempo. Es decir, por los escribas y fariseos. El concepto que estos profesionales del Templo y de la religión tenían acerca de las mujeres no era el mismo que tenía Jesús, y esto alimentaba el odio hacia él. La dignificación que Jesús muestra hacia ellas constituiría una de sus confrontaciones públicas con los religiosos más repetidas del evangelio. 

Cualquier cultura de hace miles de años resulta evidentemente misógina para nuestros ojos occidentales actuales. Pero el trato favorable de Jesús hacia las mujeres rompió la norma social de las relaciones entre hombres y mujeres en aquel tiempo. De algún modo, este escandaloso trato de igualdad fue parte del proceso que lo llevaría a la cruz. 

Pero ¿Cómo fue esta actitud de Jesús? Veamos algún ejemplo concreto:   

La mujer encorvada En Lucas 13, 10-17 se relatan varios desafíos simbólicos respecto a la doble moral de algunos rabinos contra las mujeres. Ellas eran relegadas a la parte posterior de la sinagoga, así que la invitación que Jesús realiza a una mujer encorvada para pasarla al frente suponía una provocación necesaria. Él la sitúa en el centro de atención. No se dirige hacia el lugar donde está ella sino que la llama (v.12) a la zona privilegiada de los hombres. Para Jesús, aquella “hija de Abraham” merecía ser libre de su aflicción incluso en sábado, un día en el que estos intérpretes religiosos también prohibían ayudar a alguien que lo necesitara. 

Tampoco era en absoluto habitual el uso de la expresión “hija de Abraham” para dirigirse a una mujer. Éste era un título de privilegio para los hombres[1]. Con todos estos ingredientes por medio y desafiando los códigos de impureza, Jesús toca a esta mujer para sanarla. En una cultura simbólica como la judía, todo aquello eran señales que anunciaban el escandaloso amanecer a una nueva era de igualdad entre hombres y mujeres. Y esto era intolerable, algo que enfurecía a los rabinos que más tarde pidieron crucificar a Jesús. 

Estremece imaginar a aquella mujer de cabeza gacha que de repente se levanta de su encorvamiento físico y moral para, poco a poco, mirar cara a cara a aquellos hombres desde el milagro y la zona privilegiada del lugar santo. Jesús no solo estaba sanando su cuerpo sino su sentimiento de indignidad.   

La genealogía de Jesús en el evangelio de Mateo (algo muy importante para la identidad de los hebreos) incluiría a mujeres en lugar de sus maridos. Y no solo se omitiría el nombre de ellos sino que se nombra a señoras y señoritas de muy dudosa reputación, lejos del estereotipo de mujer adiestrada para la casa y el silencio. Pero nada de esto es casual. Ungiendo al rey A los elegidos para una misión divina se le aplicaba una simbólica unción con aceite. Hasta el siglo uno, esto solo lo oficiaban hombres. 

El gran profeta Samuel, por ejemplo, tiene el honor de ungir a David para proclamarle rey de Israel. Comprendida esta potente simbología de la unción los evangelios recogen a dos mujeres ungiendo a Jesús con sus lágrimas. Cuando Judas trata de impedir que María unja a Jesús, el Señor le dice “¡Déjala!” (Juan 12, 1-2). Días después es otra mujer quien derrama sobre Jesús un frasco de alabastro para ungirle. 

En esta ocasión Jesús le dice a esta mujer que su acto sería conocido allí donde fuera predicado el Evangelio. Una vez más, el Mesías pone a las mujeres en el centro del protagonismo religioso universal (Mateo 26, 6-13). Ninguna de estas mujeres estaría ungiendo a un rey cualquiera sino al Rey de Reyes.    

¡Ha resucitado! Tras la resurrección Cristo, él vuelve a honrar atípicamente a las mujeres al darles las primicias de anunciar el levantamiento del Hijo de Dios entre los muertos (Mateo 28, 10; Juan 20, 17). Las mujeres fueron las primeras evangelistas de las Buenas Noticias. Las apóstoles enviadas a los apóstoles.   Las demás mujeres ¿Y qué de la mujer adúltera que iba a ser apedreada?: “Quien no tenga culpa que tire la primera piedra” (Juan 8, 7) ¿Y de la mujer del flujo de sangre que no cesaba? (Lucas 8, 43-50). Jesús permitió que aquella mujer le tocara a pesar de que, de nuevo, se consideraba algo impuro. Otra vez Cristo otorga a la mujer un lugar central para sanarla. Son solo unos ejemplos de esta maravillosa revolución comenzada por Cristo. Él nos dejó estos referentes de justicia restaurativa como semillas para ser plantadas y regadas por los cristianos siguientes. Por ti y por mí. 

El apóstol Pablo definió esta nueva libertad en Cristo como un espacio comunitario en el que ya “no hay esclavo ni libre, ni mujer ni hombre” (Gálatas 3, 28) a pesar de que aún no se asumió la idea de abolir la esclavitud. Serían siglos más tarde cuando los cristianos se movilizarían para la liberación de los esclavos en países de occidente. En muchos lugares ya no hay esclavos. Pero esto aún no ha ocurrido con la igualdad plena entre hombres y mujeres. Y quizás sean estos caminos que aún quedan por recorrer a lo que Jesús se refería cuando dijo que sus seguidores harían, en un futuro, “cosas mayores” que Él (Juan 14, 12) Pues venga ¡Vamos adelante!   

[1] Juan Driver, afirma que “Hija de Abraham era una expresión inaudita en la antigua literatura judía”. La Mujer y Jesús, el testimonio de los evangelios. Congreso Anabautista del Cono Sur. Enero, 2007