CAMBIOS


Todos hemos pasado por algún cambio en nuestra vida. Cambio de trabajo, de lugar o de estado civil; cambios en la familia, en las finanzas o la salud. Cambios externos que inciden en algún aspecto de nuestra vida o cambios internos que lo modifiquen todo. Cambios pequeños o radicales. Cambios esperados, ansiados, buscados, provocados o espontáneos, sorpresivos. Buenos, malos o regulares. Beneficiosos o aplastantes. Sin duda todos hemos sufrido alguno.

Sea de cualquiera que se trate, siempre nos sacude de nuestro lugar, es algo así como un movimiento en un tablero de ajedrez que nos obliga a rever la estrategia inicial…y eso muchas veces nos molesta, nos sacude, nos perturba. Pensemos en algún cambio que hayamos pasado y tratemos de recordar las circunstancias que lo rodearon. Cómo modificó nuestro pensamie nto o nuestras acciones. Cuando los cambios son grandes siempre trazan una línea: la del antes y el después.

Siempre hemos oído que una crisis es un cambio necesario y constructivo. Y las pruebas en la vida cristiana suelen ser cambios difíciles de afrontar pero que debemos hacerlo siempre sin sacar nuestros ojos de lo que realmente significa: “En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas” (1° Pedro 1: 6) , porque sabemos que nuestra fe crece en las pruebas.

Yo he pasado por muchos (e interesantes) cambios en mi vida porque he tenido que mudarme a lugares extraños a mi procedencia. Este traslado sin duda acarrea miles de transformaciones desde la vida diaria, el ánimo, la casa, la salud, hasta el paisaje, los amigos. No puedo decir que no hayan sido provechosos y constructivos, como tampoco puedo decir que hayan dejado, por eso, de ser difíciles.

Recuerdo siempre que un amigo de la adolescencia me decía que yo era una persona estructurada y me resistía a los cambios; yo lo negaba y le decía que me consideraba una persona fuerte y abierta… ¡pero hasta eso he tenido que cambiar! La opinión de mi misma.

Personalmente las transformaciones perturban mi comodidad, mi seguridad. Muchos los ven como una posibilidad de desafío, un lienzo en blanco para empezar algo diferente o mejor. Muchas veces he logrado planteármelo así y muchas otras he fracasado.

Sin dudas el problema está en mi manera de pensar.

Yo no he podido. Dios sí.

Cansada de luchar buscando mi destino, simplemente abandoné mi juego, mis estrategias y dejé de pensar en tácticas. No quería seguir frustrando jugadas. Enojada, agotada, le dije a Dios: “ganaste”. Y Él me respondió que ahora que había abandonado mi juego Él iba a mostrarse en mi vida.

Lo que me está llevando años de lograr decir son estas dos simple s palabras:
“Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios” (…) “Entonces María dijo: He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fue de su presencia.”

Dos palabras : He aquí.

Todo el despojo de egocentrismo está resumida en estas palabras de total disposición. Miles de cambios le esperaban a María, empezando por tratar de explicar lo inexplicable. Sin embargo no hubo un “pero” o “yo había planeado otra cosa”, “lo que pasa es que”, “no podría ser después” o “ahora qué hago”.


Escuchó y obedeció. Un inmenso cambio de planes


y dos palabras para eso.


Será hora de patear mi tablero, entregar las fichas a Dios


y dejar que Él prepare mi próxima jugada…