LA FE SE ACTIVA EN MI BOCA


Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré. —Salmo 91:2
¿Acaso notó que debe decirle fuertemente y en voz alta que Dios es su esperanza y castillo? Él quiere que usted le diga que confía en Él. No es suficiente con el hecho de pensar en Dios. Cuando usted declara la Palabra de Dios en voz alta y la cree, suceden cosas en el campo espiritual.
Es muy fácil comprender por qué Dios quiere que lo digamos en voz alta. ¿Cómo se sentiría alguien si viviera en la casa con su padre y su madre y los viera todos los días, pero nunca le dijeran nada? No se sentiría bien, ¿verdad? Cuando usted le dice a Dios que cree que él le protegerá, Dios lo oye, sus ángeles lo oyen y también el diablo lo oye. Luego Dios dice: “Diablo, tú no puedes lastimarle. Esa persona confía en mi Palabra y está protegida”, y los ángeles de Dios se ponen a trabajar para protegerle.
Muchas veces hacemos todo lo que está a nuestro alcance para protegernos y, en cierto modo, eso no está mal. Es bueno comer sano y obedecer las leyes de tránsito, o incluso ir al médico cuando uno debe ir. A Dios le agrada cuando hacemos cosas sabias, pero esas cosas no siempre nos protegen. Dios es el único que puede protegernos de cualquier problema.
¿Sabe por qué Dios nos llama sus ovejas? Porque la oveja es el único animal que no tiene protección por sí sola. No es como un perro que puede ladrarle a sus enemigos o como un zorrillo que puede rociar un feo olor para que no lo molesten. Algunos animales tienen dientes filosos para protegerse, pero la oveja no tiene nada para protegerse, excepto por su pastor. Nosotros somos las ovejas de Dios y Jesús es nuestro buen pastor. Él quiere que sepamos que él nos protege. Así como los pastores en las laderas cuidan a sus ovejas, Jesús quiere protegernos a nosotros.
Cuando siento temor de que algo malo va a ocurrir, digo en voz alta: “Jesús, eres mi buen pastor y yo soy tu oveja. Sé que tú me protegerás porque me lo prometiste en el Salmo 91, así que no tendré temor. En el nombre de Jesús, le digo a ese temor que desaparezca ahora mismo”.
Se viene a mi mente una ocasión en la que Dios trajo vida en medio de la muerte. Toda la familia estaba reunida cuando nuestra nuera, Sloan, obtuvo la buena noticia de que estaba en estado y tendría el primer nieto por ambos lados de la familia. Como antes tubo un embarazo ectópico, el doctor ordenó que le hicieran una ecografía como medida preventiva.
El resultado alarmante de la ecografía fue: “No se encuentra ningún feto, hay mucha agua en el útero e indicios de endometriosis”. Con menos de dos horas de aviso, la cirugía de emergencia comenzó para que el doctor hiciera una laparoscopía, drenando el útero y raspando toda la endometriosis. Después de la cirugía, las palabras del doctor fueron: “Durante la laparoscopía miramos por todos lados, y no había ninguna señal de que hubiese un bebé, pero quiero verte de nuevo en mi oficina en una semana para asegurarnos de que este líquido no aparezca de nuevo”. Cuando Sloan argumentó que su prueba de embarazo había salido positiva, él le dijo que había noventa y nueve por ciento de probabilidad de que el bebé fuera abortado naturalmente y que se hubiese absorbido en la membrana uterina.
Aún así, después de que el doctor se fuera de la habitación, Sloan era la única que no estaba incómoda con el informe. Lo que ella dijo a continuación nos sorprendió a todos. Dijo que el doctor le había dejado un uno por ciento de probabilidad, y que ella la tomaría. Desde ese momento en adelante, ningún comentario de sus amigos con buenas intenciones que no querían que ella se desilusionara podía cambiar su parecer. Nunca nos mencionó nada acerca de confesar en voz alta el Salmo 91 u otro pasaje de la Biblia que decía: “No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de JAH ” (Salmo 118:17).
Una extraña mirada apareció en el rostro de la técnica que administraba una ecografía la siguiente semana. Llamó a un doctor de inmediato. Su reacción era algo desconcertante para Sloan, hasta que Sloan oyó: “Doctor, creo que tiene que venir rápidamente, ¡acabo de encontrar un feto de seis semanas!”. No era nada más y nada menos que un milagro, que procedimientos tan invasivos no hubiesen dañado ni destruido esa delicada vida en su etapa inicial de desarrollo. Cuando veo a mi nieto, es imposible imaginarse la vida sin él.
Le agradezco a Dios que mi nuera cree en su pacto y que no tiene temor de confesarlo en voz alta en medio de un informe negativo. Dios quiere que usted crea en su Palabra más que lo que cree en cualquier persona que le dice algo distinto; dejando de lado lo inteligente o importante que esa persona pueda ser. Dios es fiel a su Palabra si confiamos en Él. Note que el versículo 2, en el comienzo del Salmo 91, dice: “Diré yo . . . ”. Marque con un círculo la palabra diré en su Biblia, porque debemos aprender a verbalizar nuestra confianza. En ningún lado de la Biblia dice que debemos pensar la Palabra. Hay algo que sucede cuando la decimos, algo que desata el poder en el campo espiritual. Se nos dice que debemos meditar en la Palabra, pero cuando buscamos la definición de meditar, significa “murmurar”. Le respondemos a Dios lo que nos dice en el primer versículo. ¡Hay poder en declararle su Palabra a Él!
Joel 3:10 le dice al débil que diga: “Fuerte soy”. Vez tras vez encontramos a hombres de Dios como David, Josué, Sadrac, Mesac y Abed-nego haciendo sus declaraciones de fe, en voz alta, en medio de situaciones peligrosas. Note lo que ocurre en nuestro interior cuando usted dice: “Señor, tú eres la esperanza mía, y mi castillo; Mi Dios, en quien confiaré”. Cuanto más lo decimos en voz alta, más seguros nos sentimos de contar con su protección.
Muchas veces, como cristianos, estamos de acuerdo en nuestra mente de que el Señor es nuestro refugio, pero eso no es suficiente. Se desata el poder cuando uno lo declara en voz alta. Cuando lo declaramos y lo creemos, nos ubicamos en su refugio. Cuando declaramos su señorío y su protección, abrimos la puerta del lugar santísimo.
¿Alguna vez intentó protegerse de todas las cosas malas que pueden suceder? Dios sabe que nos es imposible. El Salmo 60:11 nos dice: “ . . . vana es la ayuda de los hombres”. Dios tiene que ser nuestro refugio para que las promesas del Salmo 91 funcionen.
Algunos citan el Salmo 91 como si fuese una especie de “varita mágica”, pero no hay nada mágico acerca de este salmo. Es poderoso y simplemente funciona porque es la Palabra de Dios, viva y activa. Y lo confesamos en voz alta porque la Biblia nos dice que así lo hagamos.
¿Se recuerda cuántas veces dice la Biblia que no tengamos temor? ¡Trecientas sesenta y seis veces! Dios seguramente quería que oyéramos lo que tenía que decirnos cuando dijo: “¡No tengan temor!”. ¿Sabía usted que Dios le dio el nombre de Jesús y las Sagradas Escrituras para usarlas como armas contra el enemigo y los malos espíritus que obran en las malas personas? Pero esas armas no nos sirven de nada si no sabemos cómo usarlas. Casi todos saben cómo usar un arma. Si ahora mismo le diera un cuchillo o un revólver, usted no trataría de usar sus pies para hacerlos funcionar. ¡Claro que no! Usted sabe que debe tomarlos con la mano y utilizar sus dedos para que funcionen. Pero la mayoría de las personas desconocen qué parte del cuerpo se debe usar para hacer que las armas espirituales funcionen. Usted opera las armas espirituales con su boca y con su lengua. Cada palabra que dice es un arma espiritual,  ya sea para bien o para mal.
¿Sabía usted que sus palabras son poderosas? Cada palabra que declara con fe podrán cambiar las cosas para bien o para mal. Por eso es tan importante declarar lo que dice la Palabra de Dios. Si usted dice cosas negativas en contra de la Palabra de Dios, entonces traerá cosas malas a su vida. Por ejemplo, cuando dice: “Siempre me enfermo”, u “Odio a mi hermano [o hermana]”, o “No quiero leer la Palabra de Dios”, o “Dios me defraudó”, usted está usando las armas de Satanás. Lo que sale de su boca dispara un arma de Dios o una de Satanás.
La muerte y la vida están en poder de la lengua. —Proverbios 18:21
Cuando enfrento un desafío, he aprendido a decir: “En esta situación en particular ___________________ [nombre la situación en voz alta] yo elijo confiar en ti, Señor”. La diferencia cuando proclamo en quién confío en voz alta es una cosa maravillosa.
Note lo que sale de su boca en tiempos de problemas. Lo peor que puede ocurrir es que salga algo que traiga muerte. Insultar no permite que Dios pueda obrar. Este salmo nos dice que hagamos exactamente lo opuesto; ¡hablar vida! Nuestra parte en este pacto de protección se expresa en los versículos 1 y 2 del Salmo 91. Note muy bien estas palabras:
“El que habita . . . ” y “Diré yo . . . ”. Estas palabras, las cuales son nuestra responsabilidad bajo los términos de este pacto, desatan el poder de Dios para que cumpla sus promesas de los versículos 3 al 16.

Tomado del libro Salmo 91 para las madres por Peggy Joyce Ruth. 

ACEPTA TU INDIVIDUALIDAD


Hay quien considera que un día tiene más importancia que otro, pero hay quien considera iguales todos los días. Cada uno debe estar firme en sus propias opiniones. Romanos 14:5 (NVI)
Me gusta cada uno de los ingredientes del jugo de verduras: tomates, zanahorias, apio, remolacha, perejil, lechuga, berros y espinacas. Sin embargo, casi no puedo soportar beber ni siquiera el mínimo sorbo de esta mezcla saludable. Por otro lado, si me ofrecen estos mismos ingredientes en forma de ensalada, es probable que pida un segundo plato. ¿Dónde está la diferencia? ¡En la individualidad! En el jugo de verduras, todas han sido mezcladas y han perdido su distinción. Mientras que en la ensalada, están en el mismo plato pero han mantenido su sabor individual. Lo mismo ocurre con las personas emocionalmente seguras. Se sienten cómodas manteniendo su singularidad al tiempo que trabajan en armonía con los que son diferentes.
Algunas personas sienten un verdadero temor de aceptar su individualidad. Preferirían vivir de acuerdo con el “instinto de rebaño”. Todas sus acciones están determinadas por la conducta del grupo. El temor a ser juzgado o rechazado por ser diferente es demasiado grande. No le ocurre eso a las personas emocionalmente seguras. Ellas no sienten la presión de imitar el estilo de otra persona u otro aspecto de su ser.
Las mujeres son famosas por resistirse a la indivi­dualidad. Cuando he participado en actividades en el exterior con otras mujeres, invariablemente recibo una llamada preguntándome qué pienso vestir, a pesar del hecho de que la invitación oficial al evento o de la naturaleza de la salida en sí diera claras indicaciones de qué era lo apropiado. “¿Te pondrás un vestido o pantalones?”. Sé que las mujeres en general han sido socializadas para formar parte de un grupo, pero encuentro pocas cosas más agradables que una mujer que se siente relajada y cómoda con sus propias elecciones.
El apóstol Pablo fue un modelo de individualidad. Nunca intentó emular a los otros discípulos que habían gozado de una estrecha relación con Jesús. De hecho, cuando Dios cautivó su corazón y lo llamó a predicar a los gentiles, él no solicitó ninguna sugerencia ni truco de los discípulos más experimentados que tenían prác­tica en ello y habían andado con Jesús a diario. Piensa en su testimonio:
Cuando él tuvo a bien revelarme a su Hijo para que yo lo predicara entre los gentiles, no consulté con nadie. Tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui de inmediato a Arabia, de donde luego regresé a Damasco. Después de tres años, subí a Jerusalén para visitar a Pedro, y me quedé con él quince días (Gálatas 1:15-18, NVI).
Si bien Pablo no podía alardear de haber tenido una relación terrenal con Jesús, no sentía que no tuviera algo que aportar, incluso a la luz del hecho de que había per­seguido y matado a muchos cristianos. No iba a permitir que su pasado negativo le hiciera sentir incompetente o indigno de su tarea divina. Incluso se sintió lo suficien­temente confiado como para regañar a Pedro por su hipocresía al comer y comulgar con los gentiles y luego ignorarlos cuando llegaban los judíos (ver Gálatas 2). ¿Puedes imaginarte a este recién llegado regañando al gran pilar de la iglesia que tenía tanto poder que hasta su sombra había sanado a personas? Vaya, tendrías que ser el rey de la confianza para hacer eso.
Las personas emocionalmente seguras no solo tie­nen el valor de ejercer su singularidad, sino que también apoyan el derecho de otro individuo a ser diferente. No insisten en el cumplimiento de las normas rígidas que solo tienen como base la tradición o las preferencias personales. No obstante, aceptar la individualidad de la otra persona no significa que deba aceptarse la inmoralidad.
Las personas emocionalmente seguras no creen que diferente signifique inferior o superior. No juzgan a los que visten diferente. Solo para que conste, no apruebo vestimentas raras ni atavíos extraños que deshonran a Dios. Estoy promoviendo una mentalidad de amor y aceptación que trascienda la mera apariencia física.
Las personas emocionalmente seguras no requieren que los demás acepten sin cuestionamientos sus ideas u opiniones, especialmente si se trata de asuntos no esenciales. Tengo dos amigas que emprendieron cada una su camino porque tenían opiniones diferentes acerca de la justicia de un veredicto dado en un asesinato de alto perfil. ¿Qué es lo que pasó con respetar la opinión del otro? Dicho sea de paso, si luchas en contra de que los demás tengan su opinión, una pregunta clave para hacerte a ti mismo es: “¿La postura de esta persona sobre este asunto influirá negativamente en mi vida?”. De no ser así, respeta su opinión y sigue adelante. Si el asunto tiene consecuencias eternas —y la mayoría de los asun­tos no las tienen— ore porque Dios le lleve (o tal vez a ti) hacia la luz de la verdad.
Las personas emocionalmente seguras saben cómo apreciar a alguien “tal como es”. Se dan cuenta de que si los demás hacen “zig” donde ellos hacen “zag”, se producirá una imagen completa en lugar de un rompeca­bezas no resuelto. Aceptar a los demás “tal como son” es a veces un reto para mí porque suelo tener bastantes “reglas” sociales, tales como “no besar sonoramente”, “no usar zapatos blancos después del verano”, “no hablar en voz muy alta en público”, y demás. Con frecuencia debo recordarme que aunque estas puedan ser las reglas de la etiqueta, tengo que aceptar el hecho de que otras personas eligen no cumplirlas.
Muchas mujeres han espantado o han perdido buenas parejas por insistir en amoldarlas a su imagen tallada. Le advertiría a cualquier hombre o mujer que decidiera si él o ella pueden aceptar  verdaderamente a una pareja potencial “tal como es”. Es casi una paradoja universal que cuando una persona sabe que es aceptada incon­dicionalmente, luego desea cambiar para demostrar su  aprecio por tal aceptación. Si estás buscando la perfec­ción, detente. Siempre te eludirá. ¿Hay algún área de tu vida en que temas ser tú mismo? ¿Por qué no das un pequeño paso y ejerces deliberada­mente tu individualidad durante la semana próxima? Además, la próxima vez que alguien exprese una opi­nión que sea contraria a la tuya, simplemente asiente y di: “Respeto tu derecho a diferir”. Resiste el impulso de persuadirlos a que estén de acuerdo contigo