SER COMO NIÑOS

Marcos 10:15 Nueva Traducción Viviente (NTV) 

Les digo la verdad, el que no reciba el reino de Dios como un niño nunca entrará en él.

Hoy en México como en muchas partes del mundo se celebra el día del niño hoy y con ello festejamos a los pequeños entre nosotros y muchos de nosotros pretendemos ser niños de nuevo o al menos recordar esas bellas épocas, pero sabe, hoy es un día importante, porque si lo pensamos detenidamente, lejos de crear un mundo de fantasía y cosas lindas para nuestros pequeños, debemos de crear en ellos una expectativa en Dios y nosotros recuperarla también. 

Para poder entrar en el Reino de los Cielos, dice la palabra que necesitamos hacernos como niños y con ello entiendo que la palabra hace referencia a la inocencia y a la capacidad de asombro y no tanto enfocarnos en cosas lindas, si lo pensamos, los niños dejan de ser felices cuando sus expectativas que se convierten en demandas no se cumplen, y es en ese momento que comienzan los berrinches y los lloriqueos. Un niño pierde su inocencia cuando deja de asombrarse, cuando deja de disfrutar el no saber que va a pasar y cuando le pierde el respeto a sus mayores pues sabe exactamente lo que puede esperar de ellos y el alcance de sus demandas, pero, no es acaso eso mismo lo que hacemos nosotros como adultos con Dios?, no hay quienes incluso se atreven a enojarse con Dios porque no le trata como quiere o no le cumple todo lo que le pide? Creo que el peor de los errores que podemos cometer es el ponerle una medida a Dios y el pretender decir que le conocemos, pues entonces la soberbia nos habrá sobrepasado, ya que ni el universo mismo puede contener a Dios según la Biblia, mucho menos la mente y el corazón de un hombre, no lo cree? Mi Pastor repite constantemente que el hacerse como niño es vivir cada día como si fuera el primero, de manera que siempre estemos preparados para descubrir algo nuevo, para que nada de lo que hagamos o tengamos sea parte de una rutina, para que no pidamos a Dios y estemos expectantes de lo nuevo que hará en nosotros, de esa manera seremos siempre felices. 

El problema es que a las personas les da pereza orar porque han hecho de ello una rutina, se han acostumbrado a ir a pedir algo que quizás no recibirán, pero en pocas ocasiones oran con la intención o con el asombro necesario de recibir una respuesta, esto es, a entrar a la presencia de Dios a descubrir a Dios y no a pasar tiempo pretendiendo ser "buenos", le hace sentido? Hay personas que han dejado de leer la Biblia, o quienes ni siquiera se toman la molestia de leerla, porque tienen la idea que en ella encontrarán una limitante a su felicidad y a su libertad, en vez de leerla con la intención de descubrir a Dios y dejarse cautivar a un Dios polifacético e innovador que a su vez no cambia, que desafía a lo natural, pero lo usa para sus propósitos. 

Lo nota?, el problema radica en que perdimos nuestra inocencia, en que tenemos la idea de que "estamos bien con Dios" y que le conocemos, cuando en realidad nos estamos perdiendo de la mejor parte. Así como debemos de hacer que nuestros hijos no tomen el control de las situaciones y no terminen haciendo de nuestras vidas un infierno, porque están conscientes de sus alcances con nosotros, así debemos de aprender que cuando decimos que Dios tiene el control de nuestras vidas, tener en mente siempre de que habrá constantemente algo nuevo en Él para nosotros y que diariamente nos hará parte de ello y diariamente nos enseñará que no estamos mas que al comienzo de descubrirle por completo. En éste día del niño, le invito no solo a celebrar, sino a ir a la presencia de Dios y a descubrir de nuevo a Dios, cada día, una vez mas, para que podamos crecer como Él crece, pero permanecer inocentes, creyendo siempre en algo mas grande, en algo mejor, en algo mas bueno aún.

DESTELLOS DE SU GLORIA

“Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. “
Juan 13:3-5
Me es difícil encontrar en los relatos bíblicos un episodio más revelador de la gloria de Dios en la vida de Jesucristo, fuera de la crucifixión misma, que el lavamiento de los pies a los discípulos.
Cada movimiento del Señor Jesús, al dejar su manto, tomar la toalla, levantar el lebrillo y poner el agua, en silencio y actitud de servicio, cada detalle me viene a la mente como un destello de la gloria de Dios manifestada en un hombre que sabía muy bien quién era, de dónde venía y hacia dónde iba, Dios mismo en la piel de un esclavo.
En la época de Jesús el lavar los pies del amo y de los invitados que llegaban a una casa era una tarea cotidiana reservada al esclavo de más bajo rango, era un signo tan marcado de esclavitud que este oficio, considerado de los más humillantes, estaba reservado sólo a esclavos no judíos.
Por lo general el anfitrión de un lugar se aseguraba de que el servicio de lavado de los pies fuera provisto, sin embargo, en el aposento alto en donde Jesús y los doce iban a tener su cena de Pascua, no había nadie designado para esta tarea.
Podemos especular que los discípulos llegaron al salón donde cenarían, vieron el agua, el lebrillo y las toallas, pero buscaron en vano al sirviente que lavaría sus pies para poder disponerse cómodamente alrededor de la mesa. De todos modos ocuparon sus puestos.
Sin lugar a dudas muchos de ellos, por no decir todos menos Judas el Iscariote, hubieran lavado con gusto los pies del Maestro. Pero hacerse cargo de ese servicio implicaría también lavar los pies del resto de sus pares. El ánimo de los discípulos no daba lugar a tal gesto de inferioridad, exponerse a ser considerado por debajo del resto no tenía cabida en un grupo que desde hacía un tiempo venía ocupando sus mentes y sus corazones con un interrogante para el que parece aún no habían encontrado respuesta satisfactoria: ¿Quién sería entre ellos, de entre los doce del círculo íntimo de Jesús, el más importante?
El evangelio de Lucas nos relata un altercado, una disputa que habían tenido los discípulos poco antes:
“24 Los discípulos tuvieron una discusión sobre cuál de ellos debía ser considerado el más importante. 25 Jesús les dijo: «Entre los paganos, los reyes gobiernan con tiranía a sus súbditos, y a los jefes se les da el título de benefactores. 26 Pero ustedes no deben ser así. Al contrario, el más importante entre ustedes tiene que hacerse como el más joven, y el que manda tiene que hacerse como el que sirve. 27 Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa a comer o el que sirve? ¿Acaso no lo es el que se sienta a la mesa? En cambio yo estoy entre ustedes como el que sirve.” (Lucas 22:24-27)
Definitivamente este no era un buen momento para dejar el manto, tomar el lebrillo, la toalla y lavar los pies de nadie.
Me pregunto qué pensaría Juan el Bautista, que a sí mismo se había declarado indigno de desprender la correa de las sandalias del Hijo de Dios, de este grupo de hombres, afortunados como pocos por poder ser testigos presenciales del cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, privilegiados por recibir de primera mano las enseñanzas del Maestro, destinados a ser los portadores del mensaje de vida y los pilares de la Iglesia de Jesucristo. ¿Qué pasaba con estos hombres que no se estaban atropellando para tomar el lebrillo y ceñirse la toalla?
Muchas veces nos sucede a nosotros hoy en nuestras iglesias, en nuestros ministerios y en nuestras propias familias que nos perdemos el sumo honor de ser serviciales con nuestro Señor, postrarnos ante los pies del dador de la vida, desprender las sandalias de Aquél al que toda autoridad y poder han sido dados, y lavar los pies del Jesús que nos amó primero y que nos amó hasta fin, por no estar dispuestos en ese mismo acto a hacernos siervos de aquellos a los que no consideramos merecedores de nuestro favor.
Que el Señor nos ayude en su gracia infinita a comprender que lo uno va de la mano de lo otro, constituyen una unidad atómica que no puede dividirse. No podemos lavar dignamente los pies del Rey si no estamos dispuestos a lavar los pies del hermano que tenemos a nuestro lado.
El Señor conocía en detalle a sus doce, la inminente traición de Judas y la necesidad apremiante de anclar la humildad en los corazones de sus discípulos.
No los avergüenza, no los reprende, simplemente los ama, como solo sabe amar un Dios que no ha negado ni a su propio Hijo. Se levanta sin decir palabra, deja su manto, toma el lebrillo, ciñe la toalla y lava los pies de sus discípulos.
No hay corte celestial, ni coro de ángeles, ni majestuoso manto, ni cetro, ni corona que expongan de manera más sencilla y simple la gloria de Dios, que pongan más en evidencia los atributos divinos, que el Rey de Reyes, el creador de todas las cosas, el que es Alfa y Omega, postrado ante sus discípulos, lavando sus pies, dándoles ejemplo y amándoles hasta el fin.
“¿Entienden ustedes lo que les he hecho? 13 Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Maestro y Señor, les he lavado a ustedes los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros. 15 Yo les he dado un ejemplo, para que ustedes hagan lo mismo que yo les he hecho. 16 Les aseguro que ningún servidor es más que su señor, y que ningún enviado es más que el que lo envía. 17 Si entienden estas cosas y las ponen en práctica, serán dichosos.” (Juan 13:12-17)

LOS NUESTROS SE VAN A LEVANTAR

Cuando Jesús resucitó, no fue a aparecérsele a cualquier persona. La idea de resucitar no era hacer un espectáculo y presentarse frente a Pilato. Él se le presentó a gente que el mundo pensaban que era insignificante, como María, a quien se le presentó en la tumba.
Cristo fue, también, a buscar a Pedro, y sabía dónde encontrarlo. Dios siempre sabe dónde encontrarte. Él sabe a dónde vas cuando estás en problemas, Él sabe dónde te encuentras cada vez que entras en tu depresión, en tu tristeza. Él sabe dónde encontrarte, y sabe las palabras qué decir.
La primera vez que se encontró a Pedro pudo haber sido un encuentro casual, pero esta vez Cristo fue a buscarlo. El día que aceptas que Dios tiene algo más grande para ti que simplemente resolver un problema, el día que te atreves seguir a Cristo, desde ese día en adelante ese llamado te va a seguir por el resto de tus días. Cuando regreses al lugar de donde Él te sacó, irá a buscarte para a decirte las mismas palabras: No importa lo que ha pasado, hayas hecho o lo que haya ocurrido, yo he venido a decirte que lo que yo te prometí se va a cumplir.
Cuando no entendemos el poder de la resurrección, el problema no es tan solo que regresamos al lugar de donde Él nos sacó, sino que también nos llevamos a otros que no tienen que ver con eso. ¿A cuántas personas has llevado a la depresión, a la tristeza, a la barca vacía? ¿A cuántos has llevado al desánimo, a la frustración, a tus problemas, al lugar de donde Dios te sacó?
En Hechos 2, cuando la gente comienza a burlarse, la palabra dice que entonces Pedro se levantó con los once. No fue que se levantó solo para predicar y hablar; eran once hablando, declarando la palabra del Señor.
Cuando somos resucitados, cuando tú y yo nos levantamos, es necesario que con nosotros se levanten otros. El día que tú recibas revelación del Cristo resucitado diciéndote que hay propósito para tu vida, en ese mismo momento se levantarán al lado tuyo y se pondrán de pie aquellos que no se atrevían ponerse en pie.
Muchas veces te preguntas: ¿Por qué mi familia, mis hijos, mis vecinos no se levantan? No lo han hecho porque aún no te has puesto tú en pie. El día que entiendas que el Cristo resucitado vive en ti y te atrevas a levantarte, a caminar en fe, vas a ver cómo a tu lado se van a levantar aquellos que también estaban confundidos y en problemas; verás cómo se levantan los once.