POR 13 RAZONES: BULLYNG, SUICIDIO Y REFLEXIONES


Resultado de imagen para 13 reasons whyUn microcosmos, el de un centro de secundaria norteamericano, donde las vidas se enredan y la búsqueda del sentido de pertenencia, del amor y de una explicación para la existencia dejan algunas almas heridas por el camino. 

Un microcosmos en el que cualquier referencia a Dios ha sido obviada y en el que la moral predominante se ofrece sin referencias y por tanto resulta más vulnerable y es retada continuamente. De hecho, bajo una apariencia de comunidad feliz la vida se muestra como una batalla carente de sentido en la que hay una élite de triunfadores, una masa de adocenados aduladores y un reducto de lúcidos extraviados. 

Adscrita a este último grupo, Hannah Baker no ha podido soportar la amargura de los abusos sufridos, la generada por sus propios errores y la angustia vital de una edad difícil. Antes de quitarse la vida, grabó 13 cintas donde pone rostro y nombre propio a las 13 Razones que la llevaron a tomar tan drástica decisión. El destinatario de la cinta número 11, Clay Jensen, su mejor amigo es quien mejor parado sale en este relatorio de miserias y se convierte en el hilo conductor de cada capítulo.   Paramount Pictures produjo esta serie en asociación con Netflix, tomando como base un bestseller homónimo de Jay Asher (2007). 

Destaca la banda sonora, con música y letras que parecen creadas para el relato, ampliando la poderosa vertiente emocional de las historias. En ellas vemos a Hannah pintada como una víctima no exenta de culpa, rehén de la autocompasión y del orgullo, de la opinión ajena, de la falta de comunicación con unos padres absorbidos por el cometido de sacar adelante un pequeño negocio amenazado por la competencia con una gran superficie. La estructura narrativa de la serie, como la de tantas en esta época dorada de las producciones para internet, es impecable y sus elementos de intriga están sabiamente escanciados en los episodios. En ocasiones se muestran flashes de escenas que corresponden a una línea argumental aún no desarrollada y constantemente se juega con el presente y el pasado, llevando a los personajes principales de uno a otro de una forma suave y pertinente, al servicio de una historia que se construye como un mecano. 

Igual que en “Crónica de una muerte anunciada” de García Márquez, el suceso clave se muestra al inicio y después se trata de ir desvelando otros sucesos relevantes que lo desencadenaron, así como de ofrecer una radiografía de los personajes principales, el grupo de compañeros y compañeras que frecuentaba Hannah Baker o que había tenido algún contacto sustancial con ella. Y no solamente de ellos, sino también de sus progenitores.   

Los padres de los muchachos son personajes siempre secundarios, con distinto grado de implicación en las vidas de sus hijos y por tanto, distinta influencia en ellas. Constituyen un verdadero mundo paralelo, breve pero muy sintomáticamente reflejado en la serie. Así, los padres del depravado Bryce no aparecen en ningún instante, siempre ocupados o disfrutando de vacaciones. Hay un par de progenitores del tipo sargento, los de Jessica, Zach, Alex (tres de los caracteres más débiles de los mostrados) y otros más empáticos (los del propio Clay, tal vez el más asertivo) mientras que la madre del muchacho en peor situación socio-ambiental (Justin) es aún digna de mayor lástima que él. 13 Razones trata del bullying pero también del fracaso de un colectivo en el cuidado de sus miembros. Esto incluso se verbaliza en uno de los capítulos finales con un “maybe next time” (“tal vez la próxima vez”). 

Es también un alegato contra la tiranía de las redes sociales, una voz de alerta acerca de la vulnerabilidad de los adolescente que se dejan atrapar en ellas, y un toque de atención para quienes deberían estar al tanto de su absorbente mecanismo de dominación. En las propias palabras de Hannah: “Facebook, Twitter e Instagram nos han convertido en una sociedad de acosadores.”   Ella misma escogió grabar sus confesiones en cintas de cassette, forzando a los destinatarios de las mismas a proveerse de reproductores antiguos. Esos que no permiten interacción y que te fuerzan a escuchar con mayor atención que hoy en día. Clay Jensen y el abanico de emociones que experimenta al oír las cintas, la ambigüedad de sus sentimientos cuando sabe que una de las ellas está dedicada a él, nos va conduciendo de un episodio a otro. Pero son las reflexiones de Hannah, su voz en off en cada grabación, lo que se encarga de alimentar el deseo del espectador de averiguar qué ha pasado. Mientras lo vamos haciendo, desfilan ante nuestros ojos todo un apreciable ramillete de temas: una lectura en clave alienante del trabajo adulto, la experimentación sexual, el sufrimiento y las tendencias suicidas en adolescentes sensibles, el brutal acoso que se puede experimentar en esas edades, la mezquindad que exhiben las autoridades educativas para evitarse problemas, los abusos sexuales en los institutos de secundaria. 

Uno de los mayores aciertos de la serie es que no apuesta por mostrar ningún tipo de conducta como ejemplarizante. Conscientes de que la mejor manera de lanzar un discurso pedagógico consiste en ocultarlo, se muestra como obvio que la respuesta a los comportamientos expuestos está en tomar la dirección contraria. “La serie que te enseña a tratar bien a las personas” o “todos deberían ver esta historia para darse cuenta cuánto daño le pueden hacer al otro con solo una palabra” son algunos de los comentarios más repetidos en las redes sociales y en otros medios. Por encima de todo, y si tuviésemos que elevar el tono e intentar una exégesis de mayor calado, podríamos decir que la serie es una historia sobre el arrepentimiento, la culpabilidad y el duelo. Algunos analistas han apuntado que 13 Razones es como una versión agnóstica del Yo pecador o Confiteor católico, una oración que reflexiona sobre lo que hemos hecho y los fallos que hemos tenido. En todo caso, en pocas ocasiones se puede acceder a una ficción audiovisual que rompa la distancia emocional entre el espectador y lo que está viendo en pantalla como esta hace. La indudable química entre los actores que encarnan a Hannah y a Clay es uno de sus puntos fuertes. 

Esa abismal atracción entre dos personas que se niegan a verbalizar sus sentimientos ante el otro y que tanto juego ha dado en el cine, aquí se matiza con el candor adolescente y el conocimiento previo de la tragedia subsiguiente. Como se ha apuntado antes, las escenas correspondientes al presente y las del pasado se mezclan con acierto y elegancia: en un pasillo del instituto vemos a Clay pensando en Hannah y cuando alza la mirada la ve aparecer camino de un aula y la historia continúa entonces en el tiempo en que aún estaba viva. Por supuesto, al principio de la cinta los guionistas se encargan de un modo poco sutil pero efectivo de que distingamos en cada momento si lo que le está pasando a Clay forma parte del presente o del pasado. El deseo de Hannah por ser aceptada y amada por los demás y por experimentar el amor romántico se pinta con una ternura y una fuerza tal que la intensidad de su decepción hace creíble su decisión. Sin olvidar las burlas y afrentas sufridas y el verse relegada al pelotón de los frikis y parias del instituto. Hannah es extrovertida, independiente y tiene unos padres que la adoran. Pero hay algo sobre lo que la serie de Netflix no ha querido pasar de puntillas: también es mujer. Las situaciones a las que se enfrenta Hannah desde el primer episodio funcionan, en su contra, por acumulación. Hay traiciones, comentarios sacados de quicio y grandes y pequeños dramas que la conducen poco a poco a una espiral de depresión. Y dos elementos que se repiten a lo largo de la serie y funcionan como una especie de soga que constriñe a la protagonista: la soledad y el acoso sexual.   

Su infierno personal comienza cuando el capitán del equipo de baloncesto, y por tanto rey del mambo, publica una foto “robada” donde se intuye su ropa interior. Una foto que deriva en encuentros sexuales inventados y un juicio moral por parte de todos los que la rodean. Pero Hannah no explota por eso, lo hace dos capítulos más tarde por algo que parece una nimiedad. “Va a pensar que soy una drama queen, pero esto que hiciste desencadenó el efecto mariposa”. De un día para otro, su mejor amiga deja de hablarle y su presencia despierta cuchicheos en cada pasillo: ha sido nombrada mejor culo del instituto. “¿Cómo puede molestarte? Si es un cumplido”, le repiten todos. Lo que sus queridos compañeros no sospechan es que ese piropo no solicitado “inauguró la temporada de barra libre de Hannah Baker”. 

Los chicos de su clase se aplicaron el derecho de tocar su trasero, de hacer gestos obscenos a sus espaldas y de trepar por su balcón para sacar fotos mientras se cambiaba de ropa. No se olvida en el guión, como hemos dicho arriba, de apuntar también hacia los familiares. Y hacia los profesores. Sus roles son señalados directamente a lo largo de toda la trama. 

Los primeros no están suficientemente formados para tratar con el caballo al galope que es la mente de un adolescente y los segundos pecan con frecuencia de sobreprotectores e intolerantes. Todas las amenazas que acechan en esta edad están presente: alcoholismo, drogas blandas, acoso escolar, presión de grupo. Pero se nos olvida citar a otros importantes personajes en el la historia: Eros y Tanatos, la eterna pareja que se va de baile con los adolescentes a las fiestas a donde van estos. Esta es la cuestión que más polémica ha generado de todas las abordadas, 13 Razones pone a la vista de todos una realidad de la que se huye con demasiada frecuencia: la preocupante tasa de suicidios entre adolescentes.   

Según el INI, el suicidio es la tercera causa de muerte en España entre jóvenes de 15 a 29 años. Y la primera en el mundo si hablamos de mujeres entre 15-19 años, atendiendo al Fondo de Población de la ONU. 

Y convendría también repasar los datos que se tienen sobre acoso en estas edades: dos de cada diez alumnos en el mundo sufren acoso y violencia escolar según la UNESCO, que advierte de que el hostigamiento verbal es el más típico, pero que también ha aumentado el ejercido a través de internet y las redes sociales. Sus estudios calculan que cada año hay 246 millones de niños y adolescentes sometidos a una forma u otra de violencia en el entorno escolar. 13 Razones está generando todo tipo de reacciones en todo tipo de medios: ha echado sal en una herida. 

Uno de sus aciertos ha sido no dirigir su mirada hacia la angustia adolescente desde un ángulo donde la burla y la broma gruesa se entremezclan, ni envolverlo todo en un halo romántico sino en “escuchar” y obligarte a escuchar. Por elevación, encierra también un análisis descarnado de una sociedad que se esfuerza por impostar los signos externos de una excepcionalidad moral de la que carece.

CRISTIANOS Y HOMOFOBIA


Resultado de imagen para ARCOIRISOponerse al activismo gay no es homofobia, sino ejercer nuestro derecho constitucional a no estar de acuerdo con su ideario.


Los cristianos no podemos ser homófobos, pues la homofobia es contraria al espíritu del evangelio. El término “homofobia” en su sentido estricto, implica “miedo, odio, desprecio, o violencia contra las personas de condición u orientación homosexual”. Bajo este punto de vista, la homofobia es tan negativa como la xenofobia o la propia misantropía, y lleva a ignorar derechos humanos fundamentales como la libertad, la dignidad y el respeto. Derechos que el colectivo LGTBI posee como cualquier otra persona, no por el hecho de ser homosexuales, ni que se desprenda de su condición homosexual, sino que derivan de su condición de seres humanos hechos a imagen y semejanza de Dios. 

La iglesia cristiana asume esto y se opone abiertamente a la homofobia y la condena, lamentando igualmente que aquellos que también la condenan, nos acusen de homófobos, por desgracia participando ellos mismos de la misma actitud intransigente. Sin embargo, el hecho de que no se deba odiar o maltratar al colectivo homosexual, no presupone que uno deba compartir como moralmente aceptable su conducta. 

Oponerse al activismo gay no es homofobia, es simple y llanamente ejercer nuestro derecho constitucional y de relaciones humanas básicas, a no estar de acuerdo con su ideario y práctica de vida homosexual. La opinión de cualquier persona en el ámbito de la moral individual o social, religiosa o filosófica, debe ser respetada como parte fundamental del derecho a la libertad de expresión. Y en este ámbito la inmensa mayoría de las confesiones cristianas no estamos de acuerdo con el estilo de vida homosexual ni con su equiparación legal en el mismo status que el del matrimonio heterosexual. 

Por tanto los cristianos no imponemos nuestro criterio ni mucho menos pretendemos que aquellos que no lo compartan, sufran nuestro rechazo. Pero si bien no lo imponemos, sí lo defendemos y por ello exigimos con humildad pero con firmeza, que se respete nuestro posicionamiento a pensar diferente.