NO OLVIDES LA PROMESA QUE DIOS TE HIZO


Es triste cuando pensamos que hemos perdido los mejores años de nuestra vida, cuando piensas que perdiste aquellas cosas que Dios te había entregado, y que no tendrás una nueva oportunidad. Es triste cuando cargas con la culpa de que, por tus decisiones, tu familia está sufriendo las consecuencias de momentos difíciles, momentos duros.
Por un momento, ponte en la posición de Eva. Eva tuvo que cargar con ella la culpa de haber sacado a toda su familia de un paraíso.
Mucha gente vive frustrada, cargando con la culpa del pasado, la culpa de lo que pudo ser, pero no fue. Tomaron malas decisiones y, hoy, en vez de vivir en un paraíso, viven en un infierno. Pero Dios nunca ha dejado sin cobertura a alguien que comete un error.
La religión ha predicado por mucho tiempo la reacción incorrecta de Dios ante el pecado y las fallas del hombre. Se ha predicado a un Dios que acusa, un Dios que juzga, un Dios que condena, un Dios que culpa, un Dios que te hace sentir mal. Lo curioso es que el Dios que podemos conocer a través de la palabra es muy diferente; reacciona muy diferente a la forma en que han dicho que reacciona.
La biblia dice que, donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia; no sobreabunda el juicio, ni la condenación. Cuando abunda el pecado, lo que sobreabunda es la gracia de Dios. La reacción de Dios ante el pecado no es enojo, no es coraje, no es condenar.
Cuando la maldad del hombre llegó a su máximo nivel, Dios estuvo cuatrocientos años sin hablar con el hombre. Sin embargo, su reacción no fue darnos la espalda, sino que, lo próximo que hizo fue enviar a su Hijo, para que muriera por nosotros en la cruz del Calvario, para que comenzara un nuevo paraíso en tu vida.
Curiosamente, a la única persona a la que Dios le dio una promesa en el huerto del Edén fue a aquella a la que siempre le iban a echar la culpa. Dios no le dio una promesa a Adán. En Génesis 3, Dios le dice a la mujer que, de su simiente, de adentro de ella, saldría uno que le aplastaría la cabeza al enemigo.
Aquella que cargaría con la culpa, tenía la promesa de libertad. Aquella que sería señalada por su esposo, aquella que tendría que cargar con la culpa de que uno de sus hijos mató al otro por haber salido del huerto del Edén, aquella que tendría que vivir con la culpa de que, por causa de ella, todo estaba mal en el mundo, era aquella que tenía la promesa.
Quizás tú piensas que, por ti, todo está mal en tu familia. Quizás te han acusado de que, por tu culpa, está pasando lo que está pasando, pero Dios sabía de antemano que, el que cargara con la culpa, necesitaría una palabra de libertad.
El libertador que tú esperas no viene de afuera, sino de adentro de ti. La culpa que tú has estado cargando toda tu vida se puede ir, si tú entiendes que hay una palabra para darte una segunda oportunidad.
Eva recordó la promesa que Dios le había dado, y dio a luz otro hijo, Set. Y Set tuvo un hijo, Enós. Y añade la palabra, en Génesis 4:26, que entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová. Cambió el lenguaje de toda aquella época. Ya no condenaban a Eva, ya no la culpaban; ahora, clamaban a Jehová.
A tu vida vendrá algo en lugar de lo que se ha perdido. Dios va a ordenar toda tu vida, y tus generaciones clamarán a él.

CRECE EN FE


¿Te ha pasado alguna vez que cuando hablas con ciertas personas, después de un ratito parece que se te abre el horizonte, que hay un nuevo amanecer, la
vida se ve bonita y parece que todo es posible? Nos da la impresión de que nos están inyectando vida y visión por medio de la conversación. Siempre es interesante estar con gente que se atreve a ir por más en sus vidas. Son personas de quienes uno dice: “¡Qué valioso es estar con ellos! Cada vez que pasamos tiempo juntos salgo enriquecida después de hablar con ellos”. ¿Por qué será?
 Yo creo que es porque son personas de fe que viven bajo la bendición de Dios. A veces lo expreso como vivir en el “fluir del río” porque sentimos que el propósito de Dios nos lleva y simplemente nos dejamos llevar por él. Es muy lindo vivir así aunque tengamos que aprender a navegar en el río de Dios, pero contamos con el Espíritu Santo, quien es el guía perfecto y desea enseñarnos cómo hacerlo. Seguro que a lo largo del río nos encontraremos con muchas aventuras y circunstancias desconocidas, pero Él siempre estará en control. ¡Cuando encomiendas a Él tu vida, Él cuidará de ti! “Porque así dijo Jehová el Señor, el Santo de Israel: En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza” (Isaías 30:15).
 Para que el río del propósito de Dios te lleve con facilidad, tendrás que aprender a confiar en Dios. Eso es lo que experimentamos cuando hablamos con una persona de fe. Mientras ella habla, parece que llenara nuestro tanque espiritual. Es como si estuviéramos sedientos de beber agua fresca porque nuestro espíritu tiene sed de fe. Al escuchar fe, notamos la atmósfera de Shalom, de plenitud. La persona comunica una gran perspectiva de la vida, de Dios, del futuro, de sus sueños. Percibimos su nivel de confianza en Dios y en sí misma, como resultado de caminar con Dios y vivir una vida de fe. No te desesperes si no ves ahora en ti el nivel de fe que te gustaría tener. Todos sentimos que necesitamos mucho más. Cree a Dios en las cosas pequeñas de la vida cotidiana. Con el tiempo verás que Dios es fiel y te atreverás a extender tus alas en desafíos más grandes. Creer a Dios es un estilo de vida. Él tiene grandes planes para ti y te invita a que colabores en ellos para que se hagan realidad. Dios te dice: “Aprende a confiar en mí porque conmigo harás grandes cosas”. 

LA REGLA DE LA EXCELENCIA


“Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia . . . ” (Colosenses 3: 23-24).
Escuché a alguien decir en una ocasión: “El trabajo es honra”. Y bien que lo es. Hay una extraordinaria satisfacción en realizar una tarea productiva a cambio de la cual ganamos nuestro sustento y el de nuestra familia. El sentirnos productivos nos causa una agradable sensación de bienestar que nos motiva a hacer un mayor esfuerzo para realizar nuestros sueños. Nos hace sentir capaces. ¿Recuerdas tu primer empleo? Haz un esfuerzo y recuerda el momento cuando recibiste la paga por tu primera semana de trabajo. Aquellos de ustedes para quienes eso fue hace más de veinte o treinta años atrás, recordarán lo poquito que les pagaron. ¿Pero recuerdas lo contento que estabas aún con lo poco que era? Fue así porque te sentías productivo y motivado. Estabas haciendo algo nuevo. Te estabas relacionando con nuevas personas. Posiblemente al principio, estabas algo temeroso o tímido, pero una vez tomaste confianza y dominio de tu trabajo, estoy segura de que te sentías muy bien.
¿Cuánto te duró esa sensación de bienestar? ¿Seis meses? ¿Un año? Lamentablemente a algunos les dura menos que eso. La realidad es que eso depende de la actitud que demuestres hacia ese trabajo. Es un hecho que existen trabajos más simples y otros más complejos o de mayor concentración; unos con más remuneración y otros menos remunerados. Erróneamente, la mayoría de las personas piensan que los trabajos de mayor remuneración económica son los que nos causan mayor satisfacción, pero esto no necesariamente es así.
Nuestra actitud hacia las tareas que tenemos que hacer como parte de nuestro trabajo, es vital para sentirnos contentos y motivados en todo momento. Si miramos ese trabajo como una bendición que no todos tienen, lo valoraremos mejor. En estos tiempos, donde el por ciento de desempleo es tan alto, hay cientos de personas pretendiendo la misma posición que tú ocupas. Sin embargo, es muy normal que con el pasar de los años, al mantenerte en un mismo trabajo, caigas en un estado de aburrimiento o desmotivación por las tareas que realizas. Posiblemente los conflictos laborales que enfrentas diariamente te han causado un sentimiento de frustración tal, que no te permite demostrar entusiasmo por lo que haces. Es muy posible que el desánimo se apodere de ti. Si por el contrario aplicas a tu vida el consejo de Pablo a los Colosenses y comienzas a interiorizar que haces lo que haces para Dios y no para los hombres, verás una gran diferencia. Si comienzas a ver tu trabajo como un acto de complacer a Dios y los problemas laborales que enfrentas a diario como parte del adiestramiento que viene de Él para formar tu carácter, realizarás las tareas con una actitud positiva, no importa cuáles sean.
Esto no significa que tienes que quedarte en ese empleo para siempre aunque no estés totalmente satisfecho con el mismo. No hay nada de malo en aspirar a cosas mejores. Si no estás satisfecho con las tareas que realizas o con la compensación económica que recibes, pero no tienes el valor de decirlo a tu jefe para ver si las circunstancias pueden cambiar o ya se lo hiciste saber y no ha pasado nada, no te desesperes. Llénate de la paz de Jesús y actúa con discreción y prudencia. No es saludable comenzar a divulgar tu insatisfacción entre tus compañeros, ni tampoco murmurar y conspirar en contra de tu patrono. Al fin y al cabo, mucho o poco, él te brinda la oportunidad de ganarte el sustento para ti y tu familia. Como dice un viejo refrán: “No muerdas la mano del que te da de comer”. Eso no es sabio. Mejor aún, mientras buscas otro empleo, posiblemente más cercano a su hogar o con mejor remuneración económica, desempéñate en el que ahora tienes como si fuera para Dios.
Oración
Padre bueno que estás en los cielos, tú eres mi proveedor. Me dispongo, con tu ayuda, a encontrar motivación en toda tarea que se me asigne en mi área de trabajo. Lléname de tu paz ante las situaciones adversas que me puedan llegar dentro del área laboral. Me esforzaré por desempeñarme de manera que te sientas orgulloso.