RELEVANCIA DE ADÁN Y EVA

¿Fueron nuestros primeros padres dos personas de carne y hueso o, por el contrario, sus nombres son símbolos de una presunta población humana primitiva? ¿Descendemos de una sola pareja original, como afirma la Biblia, o de un grupo formado por miles de individuos, tal como propone hoy la genética evolutiva?

Tradicionalmente, la respuesta que se ha dado a esta cuestión ha venido condicionada por el relato bíblico de Génesis y, en general, por la interpretación natural de toda la Escritura. Es impresionante el número de referencias que hay en ella en relación al primer hombre creado. Tanto Moisés como el autor del libro de Crónicas y el evangelista Lucas creen en un Adán histórico y así lo incluyen en sus genealogías como cabeza de la raza humana (Gn. 5:1; 1 Cr. 1:1; Lc. 3:38). Además del testimonio del Antiguo Testamento, los autores del Nuevo fundamentan también importantes doctrinas cristianas sobre la historicidad de Adán y Eva. Y, en fin, el apóstol Pablo llega a comparar el primer Adán con Cristo, “el postrer Adán” (1 Co. 15:45), ligando así la causa de la muerte al primer hombre y la resurrección a otro hombre, el Señor Jesucristo. Quien, al hablar sobre el matrimonio y el divorcio, dirá: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo,..? (Mt. 19:4). 

No obstante, el desafío a tal creencia bíblica no ha surgido de la propia teología sino curiosamente de la cosmovisión evolucionista. Desde que Darwin señalara la idea y, más tarde, Teilhard de Chardin recalcara aquello de que “el hombre ha aparecido exactamente siguiendo el mismo mecanismo (geográfico y morfológico) que cualquier otra especie”1, hasta nuestros días, se ha venido dudando de la historicidad de Adán y Eva. Más recientemente, hace sólo una década, el famoso genetista evangélico, Francis S. Collins, quien había liderado el Proyecto Genoma Humano, se descolgó con su libro ¿Cómo habla Dios?, afirmando que: “estudios de la variación humana, junto con el registro fósil, señalan el origen de los humanos modernos hace aproximadamente cien mil años, y muy probablemente en África occidental. El análisis genético sugiere que cerca de diez mil ancestros dieron lugar a la población entera de seis mil millones de humanos en el planeta. 

¿Cómo mezclar entonces estas observaciones científicas con la historia de Adán y Eva?”.2 Y, en la siguiente página, ofrece su respuesta. Lo de nuestros primeros padres sería “una alegoría poderosa y poética del plan de Dios para la entrada de la naturaleza espiritual (el alma) y la ley moral en la humanidad”.3 De manera que, según Collins y muchos otros evolucionistas teístas, Adán y Eva no serían realmente personajes históricos sino sólo los protagonistas ficticios de una poderosa fábula poética que pretendería ilustrar el origen de la naturaleza espiritual humana. Actualmente puede constatarse que cada vez son más los creyentes que se apuntan a esta idea (hasta el Sumo Pontífice de la iglesia católica lo hace) ya que supuestamente vendría respaldada por la sublime ciencia moderna. Y ya se sabe, “donde hay patrón, no manda marinero”. Si la ciencia lo dice y las autoridades religiosas se lo creen, habría que revisar, adaptar, contextualizar, poner al día o modificar el mensaje de la Escritura. La cuestión es saber si, en verdad, los hechos comprobados por los estudios genéticos actuales, libres de prejuicios darwinistas, contradicen la historicidad de Adán y Eva o, por el contrario, la respaldan. 

Es mucho lo que se ha descubierto desde que Collins escribió su polémico libro y, cuando tales datos se vislumbran juntos, resulta que -como se intentará explicar- apoyan mejor la idea de una pareja original, que la de una población sometida a un supuesto cuello de botella evolutivo. Deseo iniciar una serie de trabajos, que aparecerán D. M. en esta sección de ConCiencia, con el fin de profundizar en dicho tema de los orígenes humanos, desde las perspectivas bíblica y científica, pero mostrando las explicaciones no evolucionistas que se han venido aportando recientemente. Los últimos descubrimientos en el campo de la genómica hacen, a mi modo de ver, que la discusión entre la genética y la historia de Adán y Eva resulten fascinantes. 

Es posible también que muchas de las ideas que se analicen no hayan sido todavía escritas en el idioma de Cervantes (en el de Shakespeare sí, por supuesto). De manera que la historia, la teología, la ciencia y la apologética se entrelazarán para considerar la realidad de un primer hombre y una primera mujer (nuestros primeros padres creados milagrosamente a imagen y semejanza de Dios), según afirma la Sagrada Escritura. Veamos, en primer lugar, la relevancia que le concede la Biblia a esta primera pareja humana, así como los argumentos bíblicos que la sustentan. La historicidad del primer Adán La historia de la creación de Adán y Eva siempre ha sido extremadamente importante como doctrina bíblica fundamental. Sobre ella se sostienen implicaciones teológicas prioritarias como el origen del pecado y el mal en el mundo, así como la naturaleza de la salvación. Si los primeros seres humanos no hubieran sido creados moralmente buenos, como asegura el libro de Génesis, ¿qué sentido tendría la Caída? 

Es más, cuando decimos que Jesucristo es nuestro salvador, ¿de qué nos tiene que salvar? Si somos el resultado de la supervivencia del más apto en la lucha evolutiva e injusta por la vida, ¿no sería Dios el responsable de nuestra maldad natural? ¿No nos habría hecho pecadores por naturaleza? Si se toma literalmente la teoría de la evolución humana a partir de animales carentes de moralidad, ¿acaso no peligra toda la estructura teológica de la Biblia? Son muchos los estudiosos que han intentado responder a tales cuestiones con la intención de hacer compatibles el darwinismo y las Sagradas Escrituras. Sin embargo, las respuestas generalmente aportadas no han sido plenamente satisfactorias y no han logrado convencer a todos los creyentes. Por ejemplo, el conocido pensador cristiano, C. S. Lewis, que no tenía inconveniente en aceptar que el ser humano podía haber evolucionado físicamente a partir del animal, reflexionando acerca de la Caída, escribe: “No sabemos exactamente lo que sucedió cuando cayó el hombre. Mas si se me permite hacer conjeturas, brindo el siguiente cuadro. Se trata de un “mito” en sentido socrático, no de una fábula inverosímil.”4 El mito socrático es el relato de lo que acaso haya podido ser un hecho histórico. Vemos aquí el esfuerzo de Lewis por compatibilizar la evolución con la Caída moral de la humanidad. No obstante, el conocido teólogo y pastor evangélico alemán, Gerhard von Rad (1901-1974), gran especialista en Antiguo Testamento, escribiendo acerca del primer capítulo de Génesis, manifestó lo siguiente: “Cuanto ahí se dice, pretende ser tenido por válido y exacto, tal como ahí está dicho. 

El lenguaje es extremadamente a-mítico; tampoco se dice nada que haya de ser entendido simbólicamente y cuyo sentido profundo tengamos que empezar por descifrar.”5 Después, sigue diciendo que aunque en este relato probablemente se nos ofrece mucho de la ciencia de la época sobre el origen del mundo, no es ésta quien toma aquí la palabra sino que sólo ayuda a formar enunciados concretos sobre la creación hecha por Dios. Esta opinión de von Rad contradice la idea de algunos -como Collins- que creen que los dos primeros capítulos de la Biblia son poéticos y de la misma naturaleza que los cantos de la creación que poseían los antiguos pueblos del Próximo Oriente (como los poemas de Gilgamesh y de Atrahasis). Lo cierto es que el estilo poético, así como las convenciones lingüísticas y el tono doxológico, propio de tales antiguos himnos de las culturas periféricas a Israel, están completamente ausentes del relato bíblico. La poesía hebrea hace servir frecuentes paralelismos o repeticiones de la misma idea, como puede verse por ejemplo en el Salmo 104, sin embargo los primeros capítulos de Génesis presentan una forma narrativa normal que nada tiene que ver con la poesía. No hay paralelismos frecuentes. Además, cuando se deja que la Biblia se interprete a sí misma, es posible comprobar que el Nuevo Testamento entiende la narrativa de Génesis como si se tratara de acontecimientos reales. De manera que estamos ante relatos escritos en prosa narrativa, no en poesía. 

Decidir, de antemano y basándose en fuentes extrabíblicas, que los once primeros capítulos de Génesis no son históricos supone no hacer una buena exégesis del texto inspirado (una interpretación objetiva, crítica y completa) sino una eiségesis (o interpretación subjetiva que introduce alguna presuposición ajena al texto). Por ejemplo, el capítulo 12 de Génesis empieza diciendo: Pero Jehová había dicho a Abram… (Gn. 12:1). Esto significa que todo lo que sigue a continuación -desde el capítulo 12 hasta el 50- es consecuencia de lo que ocurrió antes. Por lo tanto, según la Biblia, los once primeros capítulos deben ser entendidos como históricos, puesto que los restantes también lo son. Toda la estructura del libro de Génesis está conectada por diez frases como las siguientes: estos son los orígenes de los cielos y la tierra (Gn. 2:4); este es el libro de las generaciones de Adán (Gn. 5:1); estas son las generaciones de Noé (Gn. 6:9; 10:1); Sem (11:10); Taré (11:27); Ismael (25:12); Isaac (25:19); Esaú (36:1) y Jacob (37:2). Tales frases son como bisagras que pretenden señalar que todos estos acontecimientos y personajes mencionados fueron realmente históricos. Ya que seis de estas frases se encuentran en los once primeros capítulos de Génesis y cuatro de ellas en los restantes, debe entenderse que ambas secciones del libro son consideradas históricas. Además, estas dos partes están conectadas entre sí por el texto de Gn. 11:27-32, que narra la historia de Abram, Lot y Sara. Una historia que se inicia al final de la primera sección pero finaliza en la segunda sección del libro. De la misma manera, el capítulo 12 tendría poco sentido sin la genealogía preparatoria ofrecida en los once primeros capítulos. Habría que hacer verdaderos malabarismos interpretativos para considerar históricos a personajes como Abraham, Isaac y Jacob pero no hacerlo con Adán, Noé, Sem y Jafet. De hecho, el Nuevo Testamento se refiere indistintamente a ambas secciones de Génesis y las considera históricas. 

Por tanto, rechazar la historicidad de Adán y Eva (Gn. 1-5) equivale a negar también la del resto de los personajes que se mencionan en el libro. Estamos ante un bloque sólido pero que se desmoronaría por completo si le arrancáramos los once primeros capítulos. Y, al revés, aceptar la historicidad de los capítulos posteriores es reconocer que los primeros capítulos nos presentan a un Adán literal. La realidad histórica de Adán y Eva es también la base sobre la que descansan doctrinas evangélicas fundamentales. Jesús y los autores humanos del Nuevo Testamento se refieren a la primera pareja considerándola como formada por personas auténticas. Esto significa que si no fueron reales, la base de tales doctrinas quedaría socavada. Por ejemplo, veamos algunas que son cruciales para la fe cristiana: 

1. La doctrina de la unidad esencial de la raza humana: Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación (Hch. 17:26). Si no existe esta unidad en Adán, las enseñanzas de Pablo sobre la Caída y todas sus consecuencias carecen de sentido. 

2. La doctrina de la Caída de la humanidad: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado. No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir (Ro. 5:12-14). Sin la existencia de un Adán literal del que descenderíamos todos los seres humanos, la unidad y universalidad del pecado no tienen fundamento.

3. La doctrina de la redención: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante (1 Co. 15:45). De la misma manera, si Adán no fue un ser vivo, la comparación con Cristo que hace Pablo sería completamente absurda. 

4. La igualdad y dignidad de hombres y mujeres ante Dios: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn. 1:27). Y también: Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios (1 Co. 11:11-12). La discriminación por razón de sexo -por desgracia tan practicada hasta hoy- no encuentra apoyo en la Escritura, ya que ésta fundamenta la igualdad humana en la creación de la primera pareja. 

5. La doctrina del matrimonio: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? (Mt. 19:4-5). De la misma manera, la unión conyugal del hombre y la mujer descansa en la creación original. Y, por último: 

6. La doctrina sobre la muerte humana: Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gn. 2:7); con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás (Gn. 3:19). Estos textos así como Job 34:15, Eclesiastés 3:20 y Daniel 12:2 se entienden mejor si realmente Adán fue creado sobrenaturalmente, tal como afirma la Biblia, del polvo de la tierra. 

En resumen, si le arrancamos a la Escritura la primera pareja humana creada por Dios, toda su estructura se resquebraja estrepitosamente. ¿Obligan los hechos científicos hoy, libres de prejuicios, a realizar semejante cirugía teológica? Nosotros creemos que no e intentaremos explicar nuestros argumentos en sucesivos trabajos.

PRÓDIGO


El diccionario define pródigo como generosamente abundante, profuso o extravagante. Adicional a eso, el pastor Robert Morris en su mensaje “Lost & Found” [Perdido y hallado] dice: «La definición de pródigo es carente de restricción. Esto significa que todos somos pródigos en algún momento y en algún área de nuestra vida. Todos hemos sido [pródigos] en algún punto y tal vez quizás en este mismo momento».
Al combinar estas dos definiciones podemos concluir que pródigo se refiere a una persona que no tiene restricción en dar, lo hace de manera profusa, extravagante y con generosa abundancia. Guau. ¡Esto no significa para nada estar perdido! Para mí esto describe mejor a Dios que a nosotros. Después de todo fue Dios quien dio tan abundantemente y sin escatimar la vida de su hijo unigénito, Jesucristo, para salvarnos. 
Desde el principio del tiempo, Él no se detuvo ante nada para alcanzarlos. Él es el perfecto ejemplo de carecer de restricción, y su amor, la perfecta evidencia. Nada lo detuvo para cumplir su mayor deseo: estar con nosotros para siempre. A la luz de esto, la historia del hijo pródigo bien pudo haberse llamado «el padre pródigo».
Por esto propongo lo siguiente: si pródigo es carecer de restricción, y nuestro mejor ejemplo de esto es el Padre celestial quien dio todo por nosotros, ¿acaso no debemos entonces devolver ese amor sin restricciones recíprocamente a Él y a su pueblo también? Aun creo que, más que decirlo, debemos hacerlo, en realidad necesitamos hacerlo. Nosotros éramos nada. Estábamos perdidos en nuestros pecados, llevados sin rumbo claro a diferentes direcciones, hasta que el amor extravagante, profuso y generoso de Dios nos encontró. 
De no haber sido por Aquel, el mejor y el perfecto, que dio rienda suelta a todas sus intenciones, esfuerzos, recursos y energías para ayudarnos, todavía estaríamos perdidos, quizás para siempre. Es precisamente por causa de este amor pródigo de Dios que debemos vivir pródigamente, no para nosotros mismos, sino para Él.

MADRES OCUPADAS

Creo que las mamás comparten un lenguaje secreto también: el lenguaje de “ocupado”. Es nuestra propia forma de idioglosia. ¿No me cree? La próxima vez que corra hacia la tienda de comestibles y se tope con una amiga-mamá, la reto a usted a que tengan una conversación sin utilizar esa palabra con la letra “o”. Le apuesto un dólar a que va a decir "ocupada" más de una vez antes de haberse despedido.
No importa con cuántas amigas me encuentre yo en el supermercado, ninguna parece estar teniendo muchas alegrías con sus vidas atareadas. Todavía espero oír que alguien me diga: “Mi calendario está repleto ¡y yo no podría estar más feliz!”.
Los padres aman a sus hijos con pasión. Queremos hacer más por ellos con cada año que pasa y darles mucho más de lo que teníamos cuando nosotros éramos niños. En el Evangelio de Juan, Jesús comparte una advertencia para nosotras las mamás ocupadas que creo tiene un poderoso mensaje: “El ladrón sólo viene para robar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10, LBLA).
Me recuerda una definición que una vez un amigo me dio de la palabra “ocupado”: “agobiados bajo el yugo de Satanás” (‘Burdened Under Satan’s Yoke’, por el original en el inglés para la palabra busy) (N. del T.).
Creo que el primer movimiento del enemigo es robar nuestro tiempo. Todos tenemos ladrones de tiempo en nuestras vidas. ¿Cuál es el suyo? Si se está rascando la cabeza en un intento por resolverlo, la puedo ayudar. ¿Dónde pondría alguien una nota adhesiva si necesitara ponerse en contacto con usted de inmediato? ¿La pondría en su iPhone? ¿Tal vez la pondría en el televisor? ¿O posiblemente en su computadora? ¿O en el volante del carro?
Piense.
El mayor ladrón de tiempo que succiona su tiempo es fácil de detectar cuando se hace este pequeño ejercicio. Si usted es un verdadero buscador de la verdad, trate de preguntarle a alguien de su familia dónde él le dejaría la nota. Debo advertirle, sin embargo, que la respuesta podría ser poco inteligente: es obvia.
El segundo disparo del enemigo es matar nuestra alegría. La autora Beth Moore dijo una vez: “Nadie puede hacer mil cosas para la gloria de Dios y, en nuestro vano intento de hacerlo, corremos el riesgo de perder una cosa preciosa”.
Creo que la alegría es una de esas cosas preciosas. Si desea, asómese a mi mundo como una mamá joven. No estoy segura de que pueda ver mucha alegría en mí cuando gruñí al ir tarde para algún lado.
Cuando la alegría se ha ido, no estamos muy lejos de ese disparo mortal de Satanás que destruirá nuestras relaciones. Estar ocupado es la herramienta que utiliza, en primer lugar, para robar nuestro tiempo y, luego, para matar nuestra alegría. Y él mantendrá su ojo fijado en el premio de aniquilar nuestras relaciones. Jesús nos advierte que el enemigo viene a robar, matar y destruir. ¿Por qué no estaba prestando atención a este consejo? Aquí, hay algo de dura verdad: estar muy ocupados no es algo que pueda tomarse a la ligera. Ya no más.
Jesús nos quiere dar su paz en abundancia a pesar del caos de una vida ocupada. Dice que es por eso que vino, para darnos vida abundante. Yo quiero aceptar esa oferta.

FELICIDAD Y GOZO

“Felicidad” es una palabra curiosa, especialmente en los círculos cristianos. Tiene mala reputación, ya que a menudo se le asocia con las circunstancias en vez de con la fe. Reconocidos escritores cristianos, como C. S. Lewis, hicieron grandes esfuerzos para diferenciar el gozo de la felicidad. El gozo, decía Lewis, es como experimentar un instante de cielo, como una vislumbre en la que las nubes retroceden y se abren durante medio segundo y nuestro corazón se expande para sentir a Dios. Es momentáneo y es grandioso. La felicidad, por otro lado, es pequeña y está asociada con las circunstancias aquí en la tierra.
Otros escritores han subrayado la diferencia entre felicidad y satisfacción. El apóstol Pablo, por ejemplo, no escribió mucho sobre la felicidad, pero sí sobre la satisfacción: “No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:11-13).
Quizás estoy siendo muy sensible en cuanto a las palabras, pero creo que son importantes. Permítame sugerirle esto: el gozo es una emoción que mira hacia arriba; la satisfacción es una emoción que mira hacia adentro; y la felicidad es una emoción que mira hacia afuera. El gozo dice: “¡Cuán grande es nuestro Dios!”. La satisfacción dice: “Es bueno para mi alma”. Y la felicidad dice: “¡Que esposo tan maravilloso tengo!”
La felicidad es importante. Todas queremos disfrutar de nuestro matrimonio. Pero la habilidad de disfrutar el matrimonio depende primera y principalmente de nuestra perspectiva. ¿Y qué determina eso? Nuestra actitud hacia Dios (mirar hacia arriba) y la actitud de nuestro corazón (mirar hacia adentro). Cuando sentimos gozo y satisfacción, la felicidad en el matrimonio se vuelve algo mucho más alcanzable.
Pienso que esto es lo que David prometió en el Salmo 37:4, cuando escribió: “Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón”. Una interpretación rápida de este pasaje pareciera suponer que si nos deleitamos en Dios, tendremos todo lo que queremos. Pero no creo que eso era lo que David quería decir. Creo que lo que quería decir era que cuando nos deleitamos en Dios, Él nos da nuestros deseos. Cambia nuestro corazón para que deseemos las cosas correctas. Nuestra habilidad para ser felices en nuestros matrimonios, entonces depende primeramente de nuestra habilidad de deleitarnos en Dios mismo. Se parece a lo que dice la placa que mi peluquera tiene colgada en su tienda: “Felicidad es tener lo que usted quiere y querer lo que usted tiene”. Cuando buscamos primero a Dios, nos damos cuenta de que realmente queremos lo que Él nos ha dado.

FESTIVIDADES JUDÍAS 2017

Las festividades judías son días muy singulares y especiales del año. No son meras conmemoraciones de acontecimientos pasados, sino que son celebraciones en las que verdaderamente podemos experimentar las ideas que las fiestas mismas representan. Por ejemplo, la fiesta de la Pascua (Pésaj) no es sólo recordar que Di-s nos sacó de Egipto,  más bien es un tiempo en el que somos realmente capaces de experimentar la verdadera libertad.
La fecha judía siempre comienza en el ocaso de la noche anterior. Por lo tanto, todas las fiestas comienzan en la tarde del día anterior del listado.Las fechas de los días festivos judíos en 2017 son:
Purim: 12 de marzo
Pésaj: 10 de abril hasta el 18 de abril
Yom Hashoa: 24 de Abril
Yom Hazikaron: 31 de Abril
Yom Haatzmaut: 1 de Mayo
Lag Baomer: 14 de mayo
Shavuot: 31 de Mayo y 1 de Junio
Tisha BeAv: 1 de Agosto
Rosh Hashana: 20 de Septiembre hasta el 22 de Septiembre
Yom Kipur: 30 de Septiembre
Sucot: 4-12 Octubre
Sheminí Atzeret y Simjat Torá: 12 de Octubre
Janucá: 12-20 de Diciembre

EL MAL RECLAMA SU PRECIO


Al rechazar lo justo o la ley moral, padecemos no sólo porque nos propongamos hacer el mal, sino porque en principio desafiamos a una fuerza superior, la realidad de las cosas.


Que un político o varios políticos, habiendo transgredido unas leyes de un tribunal se excusen diciendo que no habían entendido bien las órdenes ni se les habían explicado las consecuencias del desacato, ¿son tontos de capirote o caraduras contumaces?; ¿de qué cloaca salen tales clases políticas?; ¿dónde queda el pináculo de su soberbia?. Si el gobernar se ata a la justicia, no hay por qué temer a los jueces. Si nuestras voluntades están al lado de los valores del Creador, no desalentaremos nunca. El bando justo elegido siempre saldrá victorioso y dignificado, porque el bien, como Dios, se defiende a sí mismo y el mal así mismo se derrota. La realidad de las cosas está siempre al lado de Dios. El mal es necesariamente inestable, porque va contra la naturaleza de las cosas tal como están hechas. 

Todas las leyes de nuestra naturaleza humana tienden a la integridad y la salud. Si atendemos a nuestro cuerpo adecuadamente, según las leyes de la salud, estaremos sanos; si las quebrantamos, nuestra rebelión nos traerá la enfermedad. Y somos pocos los que cumplimos estas reglas, salvo si el infringirlas nos ocasiona una penalidad, como recuerdo. En este campo y en otros, podemos faltar a las leyes que se nos han dado, pero no eludiremos el castigo que hacerlo comporta. Tirarse por una ventana no destruye la ley de la gravedad, pero sí puede destruir nuestras vidas. La naturaleza está de parte de Dios. No atenderá a nuestros caprichos, pero no desobedecerá al Creador. Esto es tan cierto en la esfera física como en la moral. Si los hombres pecan, no necesita Dios intervenir para castigarlos. Nuestras naturalezas son tales que no podemos oponernos a Él sin entrar en oposición con nosotros mismos. Si faltamos a la templanza, sigue un dolor de cabeza y una resaca que no nos envía Dios por decreto especial, pero Él lo ha organizado todo de manera que a un mal sigan los malos efectos. Cuando al negar Pedro al Señor cantó el gallo, “Desde el Corazón” me permito decir que el Apóstol sintió pena. Hasta las aves del corral se volvían contra Pedro, porque la naturaleza pertenece a Dios. Al rechazar lo justo o la ley moral, padecemos no sólo porque nos propongamos hacer el mal, sino porque en principio desafiamos a una fuerza superior, la realidad de las cosas. 

Al pecar producimos efectos que no buscábamos y aparecen los problemas que no buscábamos, lo que nunca ocurre como resultado de nuestras buenas acciones. Si uno usa el lápiz para escribir, no lo deteriora, pero si lo usa como abrelatas lo partirá en dos. Usando el lápiz con fines contrarios a sus propósitos, lo destruyo. Si desenvolvemos nuestras vidas de acuerdo con sus propósitos superiores y buscamos la Verdad y el Amor, perfeccionaremos nuestra existencia. Si vivimos según nuestros impulsos animales, fracasaremos lo mismo que si usamos una navaja de barbero para afeitar un pedrusco. 

El mal mutila siempre la personalidad. Quien vive con los ideales con los que se debe vivir, llega a ser hombre; quien hace lo que su capricho le dicta, se convierte en una bestia, y en una bestia desgraciada. El hombre que bebe o come con gula no se propone arruinar su salud, pero lo consigue. El que se atiborra de manjares, no piensa en la indigestión, mas la encuentra. El hombre que roba no tiende a buscar la prisión, pero en ella para. El viajero que no sigue los signos indicadores, acaso halle su objetivo… pero al final se encontrará al extremo de un camino equivocado. El desorden es un severo maestro. Hay un refrán español que dice: “el que al cielo escupe, en la cara le cae” El mal triunfa a veces, pero por poco tiempo. Puede ganar la primera batalla, mas pierde el botín y la recompensa. César construyó caminos “Vías Augustas” para llevar por el mundo sus águilas y falanges en plenas victorias militares, pero lo que llevaron Pablo y Lucas fueron los Evangelios. 

Así al final de los tiempos se verá a los hombres de ciencia extraer la sacras y divinas verdades de los contenedores de las basuras a los que creían haberlas arrojado los tiempos de la posverdad y las personalidades líquidas. Porque el bien se defiende a sí mismo y el mal a sí mismo se derrota.   


MALAQUÍAS Y LA CORRUPCIÓN DEL CLERO

El último libro de los profetas –último además del Antiguo Testamento según la clasificación cristiana– es el del profeta Malaquías. Situado también en un regreso del exilio que debía haber implicado un renacimiento espiritual de Israel, pero que dejó al descubierto una crisis de profundas características, Malaquías apuntó de manera fundamental a la corrupción del sistema espiritual. Éste, como sucedería hasta su destrucción por las tropas romanas en el 70 d. de C., giraba en torno al templo de Jerusalén. 

Que así fuera tenía una lógica aplastante. No se trataba sólo del recuerdo de la gloria nacional que fue el reinado de Salomón o de lo que constituía la diferencia esencial en la vida de los reinos ya divididos de Israel y Judá. En el templo, por añadidura, se celebraban los sacrificios realizados para expiar los pecados del pueblo. El mensaje no podía ser más claro: nadie podía obtener la salvación por sus medios, sus méritos o sus obras. Por el contrario, Israel tenía que ser consciente de que sus pecados lo separaban de Dios. La remisión del pecado venía por el sacrificio de alguien que fuera perfecto, sin defecto e inocente. La sangre derramada sacrificialmente era conectada con la expiación (Levítico 17: 11). 

No resulta difícil comprender –los paralelos históricos son notables– que un sistema que operaba el perdón de los pecados ofrecía un flanco importante a la corrupción. Caer en ella era una posibilidad innegable salvo que existiera una voluntad firme de evitarla. En primer lugar, el clero podía aprovechar la situación para desplazar el foco espiritual desde Dios hacia si mismos. La gente no contemplaría la salvación inmerecida de Dios como un regalo de Su misericordia sino que, por el contrario, acabaría llegando a la conclusión de que los sacerdotes ofrecían un perdón que, por supuesto, se podía comprar. En segundo lugar, un clero satisfecho por la fortuna que significaba dispensar mediante pago la salvación experimentaría un proceso creciente de corrupción. Inicialmente, percibiría el dinero por los servicios prestados, pero, con el paso del tiempo, no se conformaría con esos beneficios e iría ideando nuevas maneras de acrecentar esas ganancias. 

Basta analizar la Historia de la iglesia católica a lo largo de la Edad Media para percatarse de que ese proceso de corrupción puede alcanzar una sofisticación escalofriante. Finalmente, la corrupción cúltica se iría extendiendo a otras áreas de la vida. Jesús calificaría unos siglos después el sistema del templo de cueva de ladrones (Lucas 19: 46) repitiendo una acusación que el profeta Jeremías había formulado antes de la destrucción del templo (Jeremías 7: 11). Entre ambas situaciones, Malaquías desarrolló su ministerio. Resulta enormemente significativo que la profecía fuera “contra Israel” (1: 1). No son pocos los que, a lo largo de los siglos, han considerado que Israel constituye una entidad que no puede ser objeto de la menor crítica y que sólo merece un respaldo total y cerrado, acrítico y absoluto. Esa interpretación no puede estar más lejos de la realidad y los distintos profetas son buena prueba de ello. El amor de Dios se manifiesta, entre otras vías, no a través de la tolerancia frente a cualquier conducta de Israel sino mediante mensajes que le advierten de las terribles consecuencias de apartarse de El aunque ese distanciamiento se disfrace bajo una espesa religiosidad. Dios ama a Israel y ese Amor se manifestó desde el principio, desde aquel momento en que decidió elegir a su antepasado Jacob sin ningún mérito y frente a su hermano Esaú (1: 2-4). Posteriormente, Pablo recurriría a este pasaje (Romanos 9: 13) para dejar de manifiesto hasta qué punto la gracia de Dios se manifiesta a través de una elección que no tiene nada que ver con méritos sino con Su sencillo amor. Malaquías insiste en que esa elección es una muestra clara de que Dios ha amado a Israel. A fin de cuentas, ¿no podía haber cumplido la promesa a Abraham a través de otro descendiente suyo llamado Esaú en lugar de hacerlo a través de Jacob-Israel? Sin embargo, rechazó a Esaú y eligió a Israel y lo hizo antes de que ninguno de ellos hubiera dado un solo paso. Lamentablemente, la casta sacerdotal no sólo no respondía en esa época al amor de Dios manifestado a lo largo de los siglos sino que incluso se permitía despreciarlo (1: 6). Debería haber respondido como el siervo al señor y el hijo, al padre, pero su conducta era la del menosprecio. Ese distanciamiento despectivo respecto de Dios se manifestaba en las tareas de culto. Su obligación era ofrecer un sacrificio perfecto que mostrara que sólo alguien así podría en un futuro lavar con su sangre los pecados del pueblo. Sin embargo, lo que ofrecían eran animales baratos, impropios, defectuosos, posiblemente los que les permitían embolsarse una cantidad respetable marcada por la diferencia entre lo que pagaban los fieles y el coste real de la ofrenda (1: 7-8). Frente a esa situación, la única salida era pedir a Dios que se apiadara de ellos por haber actuado así (1: 9) porque por más que se realizara la liturgia del templo de acuerdo a los ritos establecidos, Dios no se complacía en ella (1: 10). No sólo eso. En realidad, lo que sucedía en el templo de Jerusalén resultaba muy inferior espiritualmente al sacrificio que tenía lugar en otros lugares del globo donde se invocaba el nombre de Dios (1: 11). A qué y quiénes se refiere Malaquías sólo puede ser objeto de especulación, pero encierra una realidad espiritual sobrecogedora. En apariencia, el templo de Jerusalén era el único lugar donde se honraba a Dios y las naciones no eran sino un foco de idolatría. La realidad era bien diferente: el templo de Jerusalén había sido profanado por los que deberían servirlo y en lugares desconocidos, entre las naciones, el nombre de Dios era verdaderamente ensalzado con ofrenda limpia. Llama la atención ese aserto de Malaquías y, sin embargo, no debería ser así. A fin de cuentas, ¿quién era ese Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, al que Abraham reconoció una autoridad espiritual (Génesis 14: 17-24)? Ciertamente, no un descendiente suyo. ¿Y Job? No pertenecía tampoco a la estirpe de Abraham, pero sabemos que no había hombre como él en toda la faz de la tierra (Job 2: 1-3). Sí, por mucho que pudiera escocer al clero de Jerusalén, lo que ellos hacían era profanar la santidad del lugar mientras que otros, en absoluto relacionados con Abraham o Moisés, sí honraban debidamente el nombre de Dios. Semejante conducta tendría sus consecuencias porque Dios no lo iba a pasar por alto. Por el contrario, maldeciría las bendiciones que pudieran esperar los sacerdotes (2: 1-4). La expresión es, ciertamente, sobrecogedora y no puede serlo menos porque implica que lo que ha de ser bendición se torna en una maldición. De un sacerdote se espera que enseñe a los fieles lo que Dios ha mandado porque debe actuar como un mensajero de YHVH (2: 7). 

Sin embargo, la experiencia del Israel regresado del exilio era muy diferente. La conducta de los sacerdotes había sido de desprecio por la verdad (2: 8) y el resultado había sido que la gente también había comenzado a despreciarlos a ellos (2: 9). No era sorprendente porque los habían visto tratar a la gente de manera desigual, discriminatoria, favoritista (2: 9). Esa conducta resultaba especialmente odiosa porque todos los judíos estaban unidos por la existencia de un pacto con Dios que excluía, por definición, ese tipo de conductas (2: 10). Pero no se trataba únicamente de la devaluación del culto del templo ni del deterioro de la imagen de los sacerdotes. A decir verdad, todo eso era simplemente el principio. Porque de un sistema espiritualmente corrompido sólo podían derivar frutos malos. El primero es que los judíos habían comenzado a contraer matrimonios mixtos -¿lo llamaríamos hoy multiculturalidad?– con gente que adoraba a otros dioses. De ahí, sólo podían surgir el distanciamiento del verdadero Dios y la idolatría como había acontecido incluso con alguien tan sabio como el rey Salomón, el constructor del primer templo (I Reyes 11: 1-9). La desgracia es lo que esperaría a quien actuara así (2: 12-13). El segundo efecto de aquel deterioro espiritual sería la disolución de la familia (2: 14-26). La estabilidad matrimonial se vería sustituida por la quiebra del vínculo conyugal. No es que, ocasionalmente, tuviera lugar el divorcio que permitía la ley de Moisés sino que aparecería el repudio, es decir, el abandono de una persona sin motivo alguno y sólo por mero capricho (2: 16). 

Finalmente, tras el debilitamiento de la relación con Dios y la disolución de la familia, los judíos llegarían al último escalón. Éste no sería el de negar la existencia de Dios –podían ser malos, pero no necios– sino, de manera bien reveladora, el de pensar que, al fin y a la postre, el Ser absoluto se complace en el que hace el mal y no interviene con justicia en este mundo. Dios existe –sí– pero Su comportamiento hacia el género humano es insoportablemente injusto. 

No se necesita ser especialmente agudo para comprender la situación expuesta por Malaquías ni tampoco para captar paralelos angustiosos a lo largo de la Historia e incluso en la época que nos ha tocado vivir. Mientras la apariencia de vida espiritual se sigue centrando en ritos y ceremonias, por debajo subyace la existencia de un clero no pocas veces inmoral y despegado de la misión que debería cumplir. El resultado es su descrédito, pero también la disolución de una sociedad, la pérdida de su cohesión interna, la mezcla con gentes de otra cultura contraria a la verdadera fe, la destrucción de la familia sin motivo que lo justifique y, por último, la asunción de que Dios existirá, pero que deja de manifiesto, día a día, que ayuda a los que hacen el mal y desprecia la justicia. 

No cabe duda de que muchos pensarán que aquella sociedad de Malaquías era un foco de aspectos positivos. En ella se daban cita una sana secularización, una clara libertad en las relaciones personales, una creciente multiculturalidad e incluso un espíritu crítico sin límites. Sin duda, es una forma de verlo, pero no cabe duda de que no es la de Dios.