PROMESAS DE DIOS

Lamentablemente, en nuestra vida como cristianos, muchas veces, le servimos a Dios únicamente por nuestras necesidades. Curiosamente, cuando Jesús llamó a cada discípulo, ninguno de ellos estaba en necesidad. Hubo quienes se acercaron al Maestro necesitando algo; pero, ninguno de aquellos que recibió un milagro, le siguió. Pedro, por ejemplo, sí recibió un milagro, y le siguió; pero Pedro no pidió aquel milagro. No es que esté mal acercarse pidiendo un milagro, pero veamos la diferencia de conciencia. Para aquellos que fueron buscando un milagro, buscando que el Señor supliera una necesidad, Jesús se convirtió en Aquel que suple esa necesidad, y se identificaron con él en esa necesidad, y eso fue todo. Pero, desde el primer día que Jesús habló a cada discípulo, no le habló de su necesidad, de su problema, sino del plan que él tenía para cada uno de ellos.
Cuando Jesús llega donde Pedro, le llena las barcas. Aquello sí fue un milagro. Pedro estaba frustrado porque, en toda la noche, no había pescado nada; pero él sabía que había días buenos y días malos; él, simplemente, saldría a pescar nuevamente al día siguiente. Cuando llega Jesús, pidió las barcas prestadas para predicar la palabra y, cuando se baja, le dice que lance la red. ¿En qué momento Pedro pidió el milagro? En ningún momento. Lo que pasa es que Jesús no iba a tomar algo de Pedro, para devolvérselo de la misma manera. Jesús nunca llega a un lugar y lo deja de la misma forma.
Cuando Pedro recibe la pesca milagrosa, deja allí las barcas y se tira de rodillas delante de Cristo, quien no hizo referencia al milagro, ni le dijo: Yo te puedo suplir por el resto de tus días; sígueme, porque siempre tendrás las barcas llenas. Cristo le dijo: Sígueme, y te voy a hacer pescador de hombres. Así que, desde el primer día que Pedro siguió a Cristo, no le siguió por un milagro; los milagros le siguieron a él, por seguir a Cristo, pero él no siguió un milagro, sino que él buscaba lo que Jesús le prometió que iba a hacer con él, y no por él.
Tú no puedes servirle a Dios, meramente, por lo que él puede hacer por ti. Sí, Dios te va a suplir, él te quiere sanar, te quiere prosperar; pero él quiere hacer contigo algo más poderoso de lo que tú jamás has pensado. El problema es que se nos hace difícil ver a Dios más allá de nuestra primera experiencia con él. Si tú te identificas con él por un milagro, por una necesidad, Dios será entonces el Dios de tus necesidades. Y Dios sí suple tus necesidades, pero él quiere ser más que el Dios que suple tus necesidades; él quiere ser el que transforme tu vida, y te lleve a ser todo lo que él te ha prometido que vas a ser. Cuando él te llama, lo hace, no de acuerdo a tu necesidad, sino de acuerdo a su plan para tu vida.
Los grandes hombres de Dios lo que siguieron fue el plan de Dios para sus vidas. El problema de muchos es que tratan de meter a Dios en sus planes, en vez de ellos meterse en el plan de Dios. Hay quienes diezman, por ejemplo, para que Dios bendiga sus planes, pero el diezmo va más allá de que Dios bendiga tus planes; diezmar se trata de estar dentro del plan de Dios.
Hebreos 7 nos habla acerca del encuentro de Abraham con Melquisedec, rey de Salem. Luego de derrotar a cinco reyes, rescatando así a su sobrino, Lot, Abraham entrega los diezmos del botín a Melquisedec. Y, dice el verso 6, que el rey tomó de Abraham los diezmos, y bendijo al que tenía las promesas. Abraham diezmó porque tenía grandes promesas. Sale de casa de su padre porque tenía una grande promesa; él sabía que Dios haría con él algo más grande y poderoso. Cuando entiende eso, al encontrarse con alguien que podía desatar aquella promesa, su reacción fue diezmar, no porque fuera un necesitado o un mendigo, sino porque tenía promesas para su vida.
Tú no eres un necesitado o un mendigo; eres persona de esfuerzo. Si no pescaste hoy, lavas las redes, y mañana vuelves a pescar. Le crees a Dios, y sales a trabajar y haces lo que tienes que hacer. No buscamos ser mendigos de Dios, no buscamos de él meramente para que resuelva nuestros problemas, sino que le buscamos para entrar dentro de su plan para nuestras vidas y, cuando le servimos, cuando diezmamos y ofrendamos, lo hacemos porque sabemos que cargamos con promesas más grandes que nuestra situación presente. Lo que haces cuando diezmas es reaccionar a la palabra que está activando lo que está dentro de ti.
Tienes promesas. Cuando decides salir de casa de tu padre y de tu parentela, lo haces porque tú sabes que Dios te dijo que lo hicieras. Dios te ha dicho que tiene algo más grande para tu vida, un llamado más grande. Los que creemos, no podemos caminar en esta vida faltos de identidad, pensando que somos mendigos. Tú fuiste llamado, y hay una grande promesa en tu vida. Tú cargas algo dentro de ti, que nadie más puede cargar, y que solo Dios puede desatar en tu vida.
Tú no necesitas estar enfermo para orar, no necesitas estar en una situación difícil para ir a la casa de Dios, sino que vas a la casa de Dios, porque sabes que es el lugar donde va la gente que tiene promesa. Tengas o te falte, vas a la casa de Dios, porque tú sabes que hay promesas que solamente se desatan, cuando estás delante de él.