RENDIRSE A LA VOLUNTAD DE DIOS

Por lo general, cuando se habla de adoración, pienso en las canciones que cantamos en la iglesia, pero la realidad es que la adoración a Dios tiene que ver con la rendición. Rendirnos a la voluntad de Dios cuando no se ajusta con la nuestra o cuando somos demasiado impacientes para esperar en Él. Rendir lo más importante que tenemos, y rendir nuestra historia personal para ser parte de los propósitos mayores de Dios. Adorar significa rendir todo a Dios; amar a Dios tanto como para estar dispuestos a renunciar a todo lo demás.
La historia de Abraham refleja una vida llena de enseñanzas sobre rendición. Fue elegido para guiar al pueblo escogido y amado por Dios; pero para que Abraham se convirtiera en aquel líder, Dios le pidió que dejara su país, su pueblo y su familia. En ese momento, confió en Dios e hizo como Él le ordenó. No mucho tiempo después, cuando Abraham y su esposa, Sara, habían emprendido su viaje, le preguntaron si Sara era su esposa. “No, es mi hermana”, dijo. Si bien técnicamente era cierto que tenían el mismo padre, Abraham mintió para protegerse. Dejó de rendirse. 
A pesar del pecado de Abraham, Dios aún prometió protegerlo y recompensarlo por su fe. No obstante, a Abraham lo consumía el hecho de que él y Sara no podían tener hijos. Sabía que Sara era ya de edad avanzada para dar a luz, así que cuando ella sugirió que fuera a ver a su sierva para tener un hijo con ella, Abraham estuvo de acuerdo en ayudar a Dios, al ayudarse a sí mismo. Una vez más, a pesar del pecado de Abraham, Dios fue fiel a su promesa, y Sara dio a luz a un hijo llamado Isaac. Entonces, cuando Dios le pide a Abraham que sacrifique al hijo de la promesa, Isaac (Génesis 22:2), era su oportunidad para demostrarnos lo que había aprendido.
En Génesis 22:3, vemos que Abraham se levantó muy de mañana. Se fue al monte que Dios le mostró y se preparó para sacrificar a su hijo a quien amaba. Después de toda una vida de aprender quién es Dios, Abraham finalmente se rindió ante Él en obediencia. Dejó de insistir en escribir su propia historia de vida; en cambio, sacrificó sus deseos para Dios. Estaba dispuesto a obedecer, porque había entendido que adorar al Dador era mayor que adorar el regalo que le había concedido. Su momento de mayor fe implicó tener que entregar algo en rendición.
¿Qué ha tenido usted que rendir?
Quizás fue algo tangible, como su auto soñado o esa casa en el vecindario ideal en donde todas las personas felices organizan fiestas entretenidas. Tal vez, anhelaba tener hijos y no pudo; o imaginó quedarse en el hogar con sus hijos, pero finalmente tuvo que salir a trabajar. Quizás renunció a su carrera por alguien más. Tal vez alguien lo decepcionó —un esposo engañador, una esposa apartada, un hijo rebelde— y teme que nunca alcanzará la vida que deseó tener. Quizás su matrimonio no es como lo imaginó y ha tenido que sacrificar los sueños que tuvo en el día de su boda; o tal vez sea la opinión que tiene sobre usted mismo, tiene tanto miedo al fracaso que ha dejado de vivir.
¿Cuál es su Isaac que Dios le está llamando a sacrificar?
Todos luchamos por renunciar a algo. Dios está despertando nuestros corazones y animándonos para que confiemos en Él. Tal vez, Él quiere que rindamos nuestro Isaac, que dejemos de aferrarnos al mismo y permitamos que Él lo tome.
Estoy aprendiendo a seguir el plan de Dios para mi vida, tuve que renunciar a muchos sueños. No obstante, creo que los planes de Dios son mejores, que su tiempo es perfecto; y con esa confianza y seguridad, quiero sacrificar mis sueños cuando Él lo requiera, incluso aquellos más dolorosos.
No obtenemos las bendiciones de Dios cuando nos aferramos a nuestros deseos, sino cuando los rendimos.
Y cuando recibimos sus bendiciones es cuando podemos usarlas para bendecir a otros.
No importa lo que Dios me pida, oro para que mis manos sean abiertas y poder cederle el control. Toma todo lo que quieras, y las bendiciones que tú derrames en mi vida, las usaré para bendecir a otros.
Esa oración también la hago por usted.

EL ÚNICO TIPO DE TEMOR CORRECTO

¿Alguna vez ha sentido miedo? ¿Alguna vez ha escapado de algo, ha desobedecido a Dios, o ha iniciado algo para luego echarse para atrás por temor?
Si le ha pasado eso, usted no ha podido experimentar toda la confianza que Dios ha puesto a su disposición en Él, ni las bendiciones que Él desea darle. Pero usted no es el único.
A pesar de que ahora me considero una persona valiente, hubo un tiempo en el que yo no experimentaba la confianza y la bendición que Dios tenía para mí. Con el tiempo Dios me ayudó comprender la forma en que la atadura del miedo se apoderó de mi vida, y me mostró cómo liberarme.
Solo hay un tipo de temor correcto descrito en la Biblia, y es el temor reverencial y de admiración a Dios. Temer a Dios no significa tenerle miedo o creer que Él va a hacernos daño. Tenerle miedo a Dios o a lo que Él pudiera hacernos es una perversión de la clase de temor de Dios que usted debería tener.
El temor de Dios del que habla la Biblia es el tipo de temor que usted podría tenerle a cualquier persona en autoridad. Es la clase de temor que los niños deberían tener de sus padres, las esposas de sus maridos, y los estudiantes por sus profesores. Es un tipo de respeto santo que implica temor reverencial y admiración.
Ahora, es obvio que Satanás está haciendo un excelente trabajo derribando toda esa estructura. En nuestra sociedad se ha venido perdiendo gradualmente el respeto a la autoridad, y en su lugar, hay mucha rebelión.
Proverbios 14:26 es un pasaje interesante: «En el temor de Jehová está la firme confianza». ¿Por qué? Si usted tiene un temor reverente y de adoración, obedecerá. Va a hacer lo que Dios le pida que haga, y su confianza en Él seguirá creciendo.
Tener un temor reverencial de Dios tiene un efecto positivo en nuestras relaciones con otras personas. W. E. Vine dice que esto “inspira un esmero constante en el trato hacia los demás en el temor a Dios”.
Pero me he dado cuenta de que cuanto más temor reverencial y admiración tengo hacia Dios, y más aprendo sobre Dios, más cuidadosa soy en mi trato hacia otras personas. Sé que soy responsable ante Dios por mis acciones, y las demás personas son tan valiosas para Él como lo soy yo.

LA ESPERA ES PARA CRECER

Cuando entregamos nuestra vida a Dios, decidimos creerle y dejar que actúe en nosotros. Debemos entender que estamos asumiendo un reto y dando el paso hacia algo llamado transformación. 
He estado más de la mitad de mi vida en este hermoso proceso. No ha sido fácil, muchas veces he desmayado, me he cansado, desmotivado, frustrado y, al igual que tú, estoy en la sala de espera. Entiendo perfectamente lo que uno siente. Quizás hayamos recibido una promesa y los años pasan sin que veamos aún lo que tanto anhelamos con nuestros ojos físicos; o, por el contrario, hemos recibido una mala noticia y solo un milagro de Dios puede cambiar la situación. Sin embargo, también puedo dar testimonio que no soy la misma de algunos años atrás. Dios ha venido trabajando en mi vida de manera intensa, progresiva y constante. Debo confesar que también me he rendido a su voluntad y, aunque muchas veces me ha dolido, he permitido que me moldee. Hoy, veo parte de los frutos de esas decisiones.  
El tiempo de espera no es una etapa para frustrarse, amargarse y dejar que el desánimo nos gobierne. Se vale sentirse sin fuerzas o hacer “berrinche”, pero no es permitido quedarnos ahí estancados, hay que crecer y avanzar. De lo contrario, con nuestra actitud estaremos alejando más y más la respuesta a nuestra petición.
Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 3:18).
Debemos aprovechar la espera para crecer de manera integral. Es decir, tengo que trabajar para fortalecer mi fe y ser mejor persona. Es realmente hermoso sentarse a conversar con alguien que es feliz, pleno y completo. Aun cuando está esperando en Dios. Pero qué cansado es sentarse con alguien que solo se queja y se siente la persona más desgraciada del mundo solo porque aquello, que tanto anhela, no ha llegado. Más que un deseo, eso ha convertido en una obsesión. Repito, esto hace que nuestra respuesta se tarde más, ya que ese tipo de comportamiento es reflejo de que nuestro carácter y corazón todavía no están listos.
Quiero compartir contigo el proceso de crecimiento del bambú japonés; es maravilloso, y tiene mucha relación con nuestra vida.
No hay que ser agricultor experimentado para saber que toda semilla necesita ser cuidada, abonada y regada. Cuando alguien trabaja en el campo, sabe que toda semilla que se siembra tiene un tiempo específico para crecer y dar fruto. No es un proceso que podamos alterar humanamente, al menos de la forma más saludable posible.
El proceso del bambú japonés no es apto para impacientes; sin embargo, su resultado es sorprendente. Los primeros siete años no hay muestra alguna de que la semilla fuera fértil ni de que algo esté pasando. Podría ser muy fácil para nosotros decir que la tierra no era infértil la adecuada, que la siembra no valió la pena, que la semilla estaba mala y que deberíamos buscar una nueva.
Sin embargo, en secreto, debajo de la tierra, hay un milagro que llevándose a cabo que no es visible al ojo humano. Es, precisamente en ese sétimo año, en un periodo de solo seis semanas, que el bambú crece de manera sorprendente hasta 30 metros de altura. Quizás te preguntes: “¿Duró solamente seis semanas en crecer? La respuesta es no. Exactamente, duró siete años y seis semanas en crecer, ya que durante todos esos años el bambú creció hacia adentro, desarrollando raíces fuertes que lograran sostener todo el peso que iba a generar la altura que alcanzaría.
En la vida cotidiana, muchas veces queremos soluciones rápidas, sin importar si hay o no raíces sólidas que nos mantengan firmes en el momento de las pruebas o de los vientos fuertes.
¿Te logras identificar con este proceso?, Creo que es importante hacer una pausa y darle propósito a la espera. De todos modos, no podrás escapar de ella. Así que hazla tu aliada y colabora con el Espíritu Santo para que la obra de Dios se pueda desarrollar en ti.
Parte de nuestro crecimiento interior es amar a Dios, a los demás y servir. Cuando servimos, algo especial sucede en nosotros, porque nos sentimos útiles y no nos enfocamos solo en lo que estamos esperando. Cada día estamos llamados a crecer y dar un paso más en Dios. Debemos de cultivar: la fe, la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia, la piedad, la fraternidad, la oración y la lectura diaria de la Biblia. Esto nos permitirá echar raíces internas que serán la base para nuestra vida y nos prepararán para recibir nuestro milagro.