LA ESPERA ES PARA CRECER

Cuando entregamos nuestra vida a Dios, decidimos creerle y dejar que actúe en nosotros. Debemos entender que estamos asumiendo un reto y dando el paso hacia algo llamado transformación. 
He estado más de la mitad de mi vida en este hermoso proceso. No ha sido fácil, muchas veces he desmayado, me he cansado, desmotivado, frustrado y, al igual que tú, estoy en la sala de espera. Entiendo perfectamente lo que uno siente. Quizás hayamos recibido una promesa y los años pasan sin que veamos aún lo que tanto anhelamos con nuestros ojos físicos; o, por el contrario, hemos recibido una mala noticia y solo un milagro de Dios puede cambiar la situación. Sin embargo, también puedo dar testimonio que no soy la misma de algunos años atrás. Dios ha venido trabajando en mi vida de manera intensa, progresiva y constante. Debo confesar que también me he rendido a su voluntad y, aunque muchas veces me ha dolido, he permitido que me moldee. Hoy, veo parte de los frutos de esas decisiones.  
El tiempo de espera no es una etapa para frustrarse, amargarse y dejar que el desánimo nos gobierne. Se vale sentirse sin fuerzas o hacer “berrinche”, pero no es permitido quedarnos ahí estancados, hay que crecer y avanzar. De lo contrario, con nuestra actitud estaremos alejando más y más la respuesta a nuestra petición.
Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 Pedro 3:18).
Debemos aprovechar la espera para crecer de manera integral. Es decir, tengo que trabajar para fortalecer mi fe y ser mejor persona. Es realmente hermoso sentarse a conversar con alguien que es feliz, pleno y completo. Aun cuando está esperando en Dios. Pero qué cansado es sentarse con alguien que solo se queja y se siente la persona más desgraciada del mundo solo porque aquello, que tanto anhela, no ha llegado. Más que un deseo, eso ha convertido en una obsesión. Repito, esto hace que nuestra respuesta se tarde más, ya que ese tipo de comportamiento es reflejo de que nuestro carácter y corazón todavía no están listos.
Quiero compartir contigo el proceso de crecimiento del bambú japonés; es maravilloso, y tiene mucha relación con nuestra vida.
No hay que ser agricultor experimentado para saber que toda semilla necesita ser cuidada, abonada y regada. Cuando alguien trabaja en el campo, sabe que toda semilla que se siembra tiene un tiempo específico para crecer y dar fruto. No es un proceso que podamos alterar humanamente, al menos de la forma más saludable posible.
El proceso del bambú japonés no es apto para impacientes; sin embargo, su resultado es sorprendente. Los primeros siete años no hay muestra alguna de que la semilla fuera fértil ni de que algo esté pasando. Podría ser muy fácil para nosotros decir que la tierra no era infértil la adecuada, que la siembra no valió la pena, que la semilla estaba mala y que deberíamos buscar una nueva.
Sin embargo, en secreto, debajo de la tierra, hay un milagro que llevándose a cabo que no es visible al ojo humano. Es, precisamente en ese sétimo año, en un periodo de solo seis semanas, que el bambú crece de manera sorprendente hasta 30 metros de altura. Quizás te preguntes: “¿Duró solamente seis semanas en crecer? La respuesta es no. Exactamente, duró siete años y seis semanas en crecer, ya que durante todos esos años el bambú creció hacia adentro, desarrollando raíces fuertes que lograran sostener todo el peso que iba a generar la altura que alcanzaría.
En la vida cotidiana, muchas veces queremos soluciones rápidas, sin importar si hay o no raíces sólidas que nos mantengan firmes en el momento de las pruebas o de los vientos fuertes.
¿Te logras identificar con este proceso?, Creo que es importante hacer una pausa y darle propósito a la espera. De todos modos, no podrás escapar de ella. Así que hazla tu aliada y colabora con el Espíritu Santo para que la obra de Dios se pueda desarrollar en ti.
Parte de nuestro crecimiento interior es amar a Dios, a los demás y servir. Cuando servimos, algo especial sucede en nosotros, porque nos sentimos útiles y no nos enfocamos solo en lo que estamos esperando. Cada día estamos llamados a crecer y dar un paso más en Dios. Debemos de cultivar: la fe, la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia, la piedad, la fraternidad, la oración y la lectura diaria de la Biblia. Esto nos permitirá echar raíces internas que serán la base para nuestra vida y nos prepararán para recibir nuestro milagro.

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