UN ESCUDO MAS PODEROSO QUE EL ORO


Hay cosas más valiosas que el dinero. El apóstol Pedro nos dice que la fe es una de ellas y realmente es más poderosa que todo cuanto puedas tener en este mundo. No hay problema sin solución cuando creemos y confiamos en el Señor. Perder nuestro negocio, casa o trabajo nos hace sentir inseguros, por el contrario, el dinero nos da seguridad porque pensamos que tendremos la capacidad de afrontar cualquier situación. 

Si tu esposo te dice que lo despidieron, sabrás que tu familia se enfrentará a una seria dificultad, más aún sin ahorros, pero toda incertidumbre se disipa con la fe en Dios. No es bueno casarse por interés pero sí hay que tener la sabiduría de escoger como pareja de vida a alguien responsable y trabajador con quien podamos construir una familia estable.

Buscar al Señor en medio de una dificultad no es malo, al contrario, Él anhela ayudarte y ser tu seguridad en medio de la crisis. Pero no lo busques solamente por eso porque el mensaje que le envías es “necesito que me bendigas solamente cuando estoy mal”. Asegúrate de buscarle siempre para que el mensaje sea “bendíceme en todo momento”. No debe haber problema o prosperidad que te aparten de Su lado.

Escudos poderosos

Eclesiastés 7:12 dice: Porque escudo es la ciencia, y escudo es el dinero; mas la sabiduría excede, en que da vida a sus poseedores.

Eclesiastés 7:12-14 (Biblia al día) dice: Todo se puede obtener con sabiduría o con dinero, pero en ser sabio hay muchas ventajas. Observa los métodos de Dios, y ponte en armonía con ellos. No vayas en contra de la naturaleza. Disfruta de la prosperidad siempre que puedas, y cuando lleguen los malos tiempos, reconoce que la una y los otros proceden de Dios, para que todos se den cuenta de que no hay nada seguro en esta vida.

Es cierto que debemos estudiar y tener dinero para defendernos en la vida. La Biblia no lo niega pero también dice que más vale ser sabio que rico e inteligente. Conozco un abogado brillante que tiene varias maestrías y negocios prósperos pero también tiene cuatro matrimonios frustrados. Poseer conocimiento no te hace el mejor padre, esposo o administrador. Sólo Dios puede darte esa sabiduría que va más allá de cualquier inteligencia humana. Si eres sabio y tienes fe recuperarás cualquier cosa.

También es cierto que nuestros fracasos pueden convertirse en aprendizaje para alcanzar sabiduría. Si perdiste a tu familia por edificar una empresa que al final también fracasó, preocúpate por recuperar primero a tus seres queridos y aprende a valorar lo realmente importante. Es más sabio dedicar tiempo a tu familia y salud que a un negocio. Aprende a establecer prioridades y a disfrutar de lo que Dios te da, de lo contrario alguien más lo hará. Recuerda que al morir nada nos llevamos. Cuando estábamos recién casados, Sonia y yo ahorrábamos para comprar nuestra primera casa. Nos sacrificábamos tanto que incluso cada fin de semana comprábamos un menú de pollo para los dos. Entonces mi suegro, sabiamente me dijo: “te felicito porque eres un hombre responsable que provee a mi hija, pero te encargo que también disfrutes con ella de lo que puedan. Si te limitas tanto, puede que la lleves a la playa cuando ya no se puedan poner un traje de baño”. Encuentra el balance entre la sana prosperidad y la avaricia. Recuerda que no hay nada seguro en la vida más que el Señor y lo que tienes hoy puede perderse mañana.

La verdadera esperanza

En 1ra. a Timoteo 6:17-19 leemos: A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna.

La riqueza luce mejor en los humildes y la pobreza luce mal en los orgullosos. No pongas tu esperanza en la prosperidad incierta. Dios es el único que nos da en abundancia para que disfrutemos. Hay personas que compran cosas y no las usan. Tienen un carro nítido en el garage, una bonita parrilla con la que nunca cocinan para su familia y ropa nueva en el clóset. Un amigo guardaba muy bien sus joyas en casa y nunca las usaba por temor a que se las robaran. Entonces, le dije que incluso donde las tenía podían llevárselas. Cierto día me contó que se puso un anillo y cuando volvió a casa se encontró con que los ladrones se habían entrado y robado muchas cosas incluyendo sus joyas. El anillo que usaba fue lo único que le quedó.

No pongas tus esperanzas en las cosas materiales; no eres mejor persona por tener una casa grande o un buen carro, mucho menos si lo que posees te roba la paz. Enfócate, lo único que te hace una mejor persona es vivir en comunión con Dios y compartir lo que tienes. A través del apóstol Pablo, Dios dice que nos provee para que disfrutemos y seamos generosos, pero no para atesorar y depositar nuestras esperanzas en el mundo y sus banalidades.

Roca y fortaleza

Salmo 144:1-2 nos comparte: Bendito sea Jehová, mi roca, Quien adiestra mis manos para la batalla, Y mis dedos para la guerra; Misericordia mía y mi castillo, Fortaleza mía y mi libertador, Escudo mío, en quien he confiado; El que sujeta a mi pueblo debajo de mí.

Dale gloria a Dios por Su promesa de ser tu escudo. La ciencia y el dinero son “un” escudo, pero Dios es “tu” escudo. Pon atención y nota la diferencia, no es lo mismo protegerse con cualquier escudo que con Dios que es el escudo por excelencia. Él es tu defensor personal. Puede faltarte el dinero y la plata, pero tu escudo siempre estará contigo, así que no temas. No es lo mismo tener un líder que tener el líder correcto, así como es preferible tener a “tu padre” que a “un padre” que no está comprometido contigo ni puede apoyarte en las dificultades. Créele y será “tu escudo”, entonces podrás decir que no has visto justo desamparado ni a su simiente que mendigue pan, porque Dios es refugio en tiempos de angustia.

Misericordia y sabiduría para el justo
En Proverbios 2:6-7 encontramos: Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. El provee de sana sabiduría a los rectos; Es escudo a los que caminan rectamente.

Para que Dios sea tu apoyo debes buscarle y ser una persona digna. No puedes servir al mundo y al mismo tiempo clamarle por misericordia. Cuando te sientas inseguro de la situación que te rodea, confía en Él pero antes asegúrate de hacerlo con un corazón limpio y renovado.

1ra. de Pedro 1: 17-19 recuerda: Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación.

Dios envió a Su hijo a derramar Su sangre para rescatarnos. Nos compró con algo que no se corrompe y es más valioso que el oro y la plata. Así que no pretendas lograr la salvación haciendo obras con dinero. Si ofrendas para tranquilizar tu conciencia, te equivocas. Fuiste salvo para caminar en buenas obras pero no hay obra que pueda darte la salvación que sólo la sangre de Jesús otorga. En cualquier situación, es la misericordia del Señor lo que te ayuda, no hay nada material que sustituya Su gracia y poder. Si caminas en Su presencia no temas porque la sangre de Cristo continúa protegiéndote. Busca la estabilidad y seguridad que sólo Dios provee.

A veces dudamos porque la vida es difícil y debemos satisfacer muchas necesidades, especialmente si hay personas que dependen de nosotros, pero no olvides que Dios es nuestro escudo y fortaleza. Si tienes fe, sabiduría y confías en Su promesa de salvación, podrás recuperar todo lo que hayas perdido. Tu Padre es bueno y aunque andes en valles de sombra te protegerá para que reposes con tranquilidad.

Entrégale tu corazón y pídele que perdone tus pecados. Pon tu esperanza en Él y agradécele la capacidad de considerarte una nueva persona en Su nombre. Él nunca te abandonará porque es tu escudo y estabilidad en medio de cualquier tormenta.

Dios nos compró con algo que no se corrompe y es más valioso que el oro y la plata. Así que no pretendas lograr la salvación con tus ofrendas.
En cualquier situación, es la misericordia del Señor lo que te ayuda, no hay nada material que sustituya Su gracia y poder. Busca la estabilidad y seguridad que sólo Dios provee.

HASTA QUE EL MINISTERIO NOS SEPARE


Dieciocho meses después de nuestra boda nació nuestro primer hijo. Un mes más tarde entramos a un seminario, anhelando una vida de servicio en el ministerio. Después de diez años, sin embargo, nuestros sueños ministeriales se habían convertido en pesadillas matrimoniales. Ministrábamos a otros matrimonios mientras que nuestra propia relación se había quebrado.

Aunque nunca mencionamos la palabra «divorcio», ambos sabíamos que nuestro matrimonio se hundía. Al igual que dos personas que se ahogan, peleábamos continuamente, buscando con desesperación el aire que tanto necesitábamos, hasta que casi era demasiado tarde.

Esta es la historia de nuestro naufragio, pero también es la historia de nuestra sorprendente experiencia con la gracia de Dios, que sanó y restauró nuestro matrimonio.

Sueños de servicio

Julia: Luego de cuatro agotadores años en el seminario —padeciendo la lucha de mi esposo con el griego y la hermenéutica, viviendo con un presupuesto ajustado, dando a luz dos hijos, trabajando hasta la medianoche como mesera— Matías finalmente se graduó. Habíamos obtenido el premio, y ahora la vida mejoraría, pues creíamos que sería más fácil y «normal».

Estas experiencias afianzaron en mí un sentimiento: no me sentía aceptada ni valorada en la iglesia. No encontraba mi lugar en la congregación. En junio de ese año nos mudamos a nuestra primera congregación, una pequeña iglesia rural. Yo tenía expectativas y sueños para esta pequeña congregación. En lo práctico, tomé por sentado que ellos cubrirían adecuadamente nuestro salario. En lo espiritual, me entusiasmaba acompañar con orgullo a mi esposo, compartiendo mis dones, mis ideas y mi pasión por el ministerio.

La realidad de la iglesia, sin embargo, rápidamente echó por tierra nuestros sueños.

En la primera Navidad programé un encuentro especial para la congregación, una reunión en la casa pastoral. Durante días preparé el hogar para este encuentro de amor, decorando con cuidado la casa y preparando deliciosos bocadillos para compartir con aquellos que decidieran acompañarnos. Cuando llegó el día, no apareció nadie. Luego de esperar una hora llegó solo una visita. Me sentí profundamente desilusionada.

Cuando llegó el verano, sin embargo, quise volver a intentar. Tomé la lista de miembros de la iglesia y me propuse invitar a cada familia a compartir un helado en nuestro hogar. Comencé con la letra «A» e invité a los Andersons, una familia con tres varones salvajes. En lugar de disfrutar el helado lo chorrearon por toda la casa, arruinando mis sillones y la alfombra, rompieron todo lo que tocaron y se quedaron hasta la medianoche. Me di por vencida, ¡sin siquiera haber llegado a la letra «B»!

Estas experiencias afianzaron en mí un sentimiento: no me sentía aceptada ni valorada en la iglesia. No encontraba mi lugar en la congregación. Creo que ellos tampoco sabían de qué forma conectarse conmigo. Al vivir en un pequeño pueblo con una cultura que no entendía, me sentía como si alguien me hubiera echado en medio de un lago rodeado de una densa bruma. Necesitaba encontrar la forma de nadar hasta la orilla, pero no tenía idea de cómo lograrlo.

Mientras que Matías se entregaba cada vez más de corazón a la congregación, yo comencé a construir un muro de protección alrededor de mis sentimientos. Cuanto más avanzaba mi esposo, más me refugiaba en mi propia caparazón.

Matías: Yo no tenía grandes expectativas de la iglesia, ni tampoco de mi matrimonio (por lo menos así lo creía), pero sí esperaba grandes cosas de mí mismo.

Desafortunadamente no me daba cuenta cuán profundamente estaban vinculadas estas expectativas a las heridas no sanadas de mi alma. Soñaba con ser un pastor «fiel», que amaba a las personas, predicaba sermones inspiradores y desarrollaba una nueva visión para la congregación. Y por supuesto que esperaba que Julia me ayudara en esto, pues esta siempre había sido «nuestra» visión.

Me tomó por sorpresa cuando Julia compartió su frustración y el dolor que sentía como esposa de pastor. Me repetía que sentía «que en la iglesia todos son más importantes que yo». Yo no conseguía entender la profundidad de su angustia. Pensaba que lo que necesitaba era solamente resolver el tema de su desconsuelo y enojo, por lo que minimicé sus sentimientos y me entregué con aún más fervor a la tarea de edificar al cuerpo.

Luego, poco tiempo después del nacimiento de nuestro cuarto hijo, mi hija me llamó a la iglesia y me dijo: «Papá, será mejor que vengas a casa. Mamá se ha desplomado sobre el piso y dice que de allí no se mueve. ¡Creo que está muerta!» Di un suspiro y volví a casa para revivir a mi melodramática esposa. Estaba convencido de que yo era un buen pastor y esposo. ¿Acaso no me tomaba un día de descanso por semana? Claro, el tema de la iglesia era para mí una obsesión, pero al menos estaba en casa.

Cuando miro hacia atrás me doy cuenta de que atesoraba a la iglesia y atesoraba a mis hijos, pero no tenía idea de cómo valorar a Julia —y mi excesiva ocupación y arrogancia no me permitían aprender.

Hacia el desprecio

Julia: Hice un voto de no convertirme en una esposa de pastor amargada, por lo que desarrollé una vida por fuera de la iglesia y del sueño que alguna vez habíamos compartido. Si Matías no estaba disponible para mí ni la iglesia mostraba interés en aprovechar los dones que yo tenía —razonaba—, entonces no veía por qué debía pasarme la vida sola y triste.

Su esfuerzo permitió que nuestra frágil unión sobreviviera un tiempo más, pero yo no me veía como pecadora en esta situación. Terminé un título en consejería y me lancé a un ministerio paralelo en un centro de consejería. Me obligaba a asistir a las reuniones de la iglesia, pero a mis ojos «la congregación era de Matías». Yo había organizado reuniones sociales, estudios bíblicos, grupos caseros, reuniones de oración y seminarios —pero todos terminaron en un aparente fracaso, así que me di por vencida. La congregación y yo no congeniábamos.

Además, desde mi perspectiva, Matías había permitido que la congregación se devorara su vida personal y nuestro matrimonio. No había sabido establecer límites, animando a las personas a que invadieran nuestra vida personal cuando lo quisieran. En su día de descanso el cuerpo de Matías estaba presente en casa, pero su mente y corazón seguían con la congregación.

Había una persona en la congregación que sí conocía la profundidad de mis luchas, una mujer sabia llamada Nancy. Ella se convirtió en nuestro mentor y mediadora. Ocasionalmente ella nos acompañaba hasta tarde, escuchando atentamente mientras le relataba mi agonía y enojo. Compartía la desilusión que sentía hacia Matías. Ella me confrontaba tiernamente con mi pecado, mi necesidad de entender la perspectiva de quienes pertenecían a la congregación. Me animaba a perseverar en la tarea de lentamente producir cambios en un entorno resistente a ellos.

Luego Matías compartía su fastidio con mi persona. Nancy también lo confrontaba con su pecado y lo animaba a invertir más en nuestro matrimonio. Ella estaba llevando a cabo un proceso extraordinario de consejería, intentando desesperadamente tender puentes que cerraran la brecha entre nuestro mutuo desprecio.

Su esfuerzo permitió que nuestra frágil unión sobreviviera un tiempo más, pero yo no me veía como pecadora en esta situación. Resultaba conveniente echarle la culpa a Matías por todo, pero parte de mi soledad y angustia no tenían nada que ver con él ni con la congregación. Las propias heridas de mi niñez impedían que confiara en otros. También me costaba aceptar a las personas buenas de la congregación por lo que eran. En lugar de esto, cerré mi corazón incluso a los que intentaban amarme, aun cuando fuera a su propia manera.

Matías: Yo sentía que estaba logrando mis ansiados sueños para el ministerio: «sermones transformadores», un grupo de jóvenes revitalizado, una congregación que crecía y un liderazgo de impacto en la comunidad. No obstante, acarreaba aún una profunda herida en mi corazón. Necesitaba con desesperación la afirmación de la gente. Su aprobación me resultaba más importante que la aprobación de mi esposa. Me estaba sacando un «diez» en el ministerio, pero un «cero» en mi propio matrimonio.

La ira me llevaba a buscar la forma de controlar a Julia, y cuanto más intentaba controlarla más se alejaba de mí. En lugar de sanar esta herida el éxito pastoral simplemente la abrió mucho más. Buscaba los aplausos de la congregación, pero el enojo de Julia convirtió el reconocimiento de la gente en algo amargo y barato. Sentía que constantemente debía cubrirla. Las personas en la congregación preguntaban: «¿Dónde está Julia hoy?» y yo continuamente presentaba excusas para ella, pues pasaba cada vez más tiempo en el centro de consejería.

Solamente Nancy conocía la verdadera historia que vivíamos, pues yo me esforzaba por esconder nuestros conflictos matrimoniales. La necesidad de estar escondiendo me produjo profundos sentimientos de tristeza e ira. La ira me llevaba a buscar la forma de controlar a Julia, y cuanto más intentaba controlarla más se alejaba de mí.

Ocasionalmente veíamos alguna nueva chispa del amor entre las cenizas del desprecio. Un año, en nochebuena, por ejemplo, estábamos sentados solos entre papel de regalos, cajas y envoltorios. Los niños habían abierto sus obsequios y jugaban felices. Le tomé la mano a Julia y le confesé: «Este año ha sido muy duro. No sabes cuánto lo lamento», le declaré con ternura: «realmente te amo». Julia estalló en llanto. Nos abrazamos, entre papeles, y lloramos juntos. Fue un momento de ternura, un momento que volvió a encender nuestro anhelo de intimidad y compañerismo.

Claro, no se puede sanar un matrimonio quebrado en un solo instante, y yo no sabía cuán profundamente Dios quería transformar mi propia vida. Aún no lograba comprender el corazón herido de Julia. Ella estaba enojada conmigo y con la congregación. Nuestros sueños habían degenerado en desdeño. Ella solía llegar tarde del centro de consejería y acabábamos discutiendo. Yo regresaba tarde de las reuniones de la iglesia y acabábamos discutiendo.

Tratamiento de Shock

Matías: No lograba entender el profundo resentimiento de Julia. El ministerio pastoral no era malo. Yo trabajaba menos horas que muchos de mis colegas. Yo pasaba más tiempo con mis hijos en comparación a la mayoría de padres de la congregación. ¿Qué más podía querer ella?

Durante tres años ella me dijo que se sentía sola, herida, ignorada y poco valorada. Yo escuchaba las palabras pero no comprendía su corazón. Consideraba que este era un problema de ella, no un problema mío. Lentamente vi cómo ella se alejaba de la congregación y de mi vida. Finalmente, en el verano del 95, mientras yo participaba de un viaje misionero con los jóvenes, Julia me llamó para compartirme una noticia devastadora. Mientras hablábamos yo percibía que ella ya no estaba enojada; su voz se había tornado desganada e indiferente. «Ya no sé si te amo —me confesó—. La verdad es que me siento muy confundida, porque pienso que amo a otra persona».

Julia: No tenía idea de cuán profundamente me había hundido en mi propio pecado. Luego de cuatro embarazos me sentía gorda y fea. La atención que me prestaba este hombre en el centro de consejería me hacía sentir hermosa y atractiva. En lugar de buscar que Dios llenara el vacío en mi corazón comencé a coquetear con el interés que me mostraba esta persona.

No llegamos hasta una relación física, pero mis emociones estaba completamente enfocadas en él. Sentía como si viviera una doble vida: era la esposa del pastor, la madre de cuatro hijos y la amante del hombre más atractivo que había conocido. El poder seductor de esta «vida escondida» comenzaba a consumir mis pasiones.

Matías: Yo tenía mis sospechas acerca de la relación entre Julia y este compañero de trabajo, pero cada vez que preguntaba ella me aseguraba que no eran más que colegas en el ministerio. Yo pensaba que solamente necesitaba estar lejos de mí, la congregación y nuestros hijos. Ahora, sin embargo, había conseguido atrapar mi atención. ¡Estaba escuchándola con todo mi corazón!

Dios expuso, con feroz e insistente misericordia, las capas de pecado en mi vida Durante los próximos seis meses entré en un tiempo de arrepentimiento y profunda tristeza. Me di cuenta de lo que estaba perdiendo a causa de mi negligencia y afán ministerial. Me arrepentí por la forma en que había tratado a Julia. Sabía que tenía que volver a conquistar sus afectos, tal como lo había hecho durante nuestro noviazgo.

Dios expuso, con feroz e insistente misericordia, las capas de pecado en mi vida: mis erradas prioridades, mi frialdad hacia Julia, mis ídolos arraigados. Había estado disponible para la iglesia, pero ausente para mi esposa. Durante cinco años había utilizado las demandas del ministerio para ignorar el corazón de mi compañera de vida.

También comencé a entender que mi afán de éxito en el ministerio tenía mucha relación con mis propios conflictos; mi falta de intimidad, mi anhelo de reconocimiento, mi deseo de conquista. Ahora, sin embargo, anhelaba profundamente acercarme a Dios y a mi esposa. Impulsado por el quebrantamiento, deseaba aprender a valorar a Julia.

Tiempo de arrepentimiento

Julia: Cuando Matías comenzó a cambiar mi sorpresa fue profunda. Por primera vez en el ministerio comenzó a establecer límites y a negarse a algunas de las demandas de la gente. Más que esto, sin embargo, él comenzó a buscar mi corazón. Cuando se tomaba un día de descanso realmente se desvinculaba del ministerio. Cuando nos íbamos de vacaciones realmente dejaba atrás a la iglesia para enfocarse exclusivamente en mí y nuestros hijos. No llamaba a la oficina para saber cómo estaba todo. No leía libros relacionados con el ministerio.

Aunque yo veía que él buscaba la forma de valorarme, yo no estaba lista para entregarle mi corazón. Sentía demasiados temores y, además, aún seguía vinculada emocionalmente al hombre que trabajaba conmigo en el centro de consejería.

En el verano de 1996 trasladaron a Matías a una iglesia a 120 kilómetros de dónde estábamos, una congregación tres veces mas grande que la nuestra. Yo tomé por sentado que las demandas del ministerio volverían a devorarse a mi esposo y sus esfuerzos por volver a amarme. Matías, sin embargo, no permitió que eso ocurriera. Fue fiel a los límites que había establecido, asistía a dos reuniones nocturnas por semana. En raras ocasiones estaba dispuesto a aceptar una tercera reunión.

Mientras tanto la aventura emocional que yo estaba viviendo salió a la luz. El director del centro de consejería me confrontó: «Estás pasando demasiado tiempo con este hombre. ¿Estás enamorada de él?» Confesé que tenía fuertes sentimientos hacia él, pero que no habíamos tenido relaciones. El director me comunicó que esta era una situación que el centro no podía tolerar y me despidió. Eventualmente el hombre que amaba también se tuvo que ir y ya no volvimos a tener contacto.

Hice duelo por la pérdida de amigos y un medio de apoyo, pues la gente del centro de consejería habían sido como una familia para mí. Cuando perdí mi trabajo en el centro de consejería me tocó entrar en un período de arrepentimiento y dolor. A pesar de la forma en que lo había racionalizado, esta relación no era la forma correcta de responder a la falta de felicidad que experimentaba en mi matrimonio. ¡Era un pecado! Otros me habían descubierto. Me sentí expuesta, llena de vergüenza y remordimiento. Me desgarraba saber que había lastimado a Matías y a nuestros hijos. También comencé a enfrentarme a algunas de las heridas que aún arrastraba de mi niñez, asuntos que tenían que ver con la traición, el abandono y la soledad.

Hice duelo por la pérdida de amigos y un medio de apoyo, pues la gente del centro de consejería habían sido como una familia para mí. Repentinamente estas relaciones desaparecieron. Caí en depresión, perdí mucho peso y comencé a trabajar como mesera en un puesto de comida. Matías, sin embargo, jamás me dio la espalda.

Perdí todo lo que yo valoraba como importante —mi carrera, mi éxito, mi fantasía emocional— y comencé a recuperar todo lo que Dios valora.

Reconstruir

Matías: Cuando Julia perdió su trabajo en el centro de consejería y me di cuenta de cuán profundos eran sus sentimientos por la otra persona, nuestro matrimonio comenzó a sanar, a pesar del profundo dolor que sentía. Era como escuchar las palabras de un médico luego de una cirugía de cáncer: «Creo que lo pudimos agarrar a tiempo».

Pequeños incidentes detonaban reacciones airadas y fustigaba a mi esposo. Julia me dijo que la relación con el otro hombre se había acabado, que se había equivocado y que estaba comprometida con volver a construir una relación conmigo. Por mi parte, yo estaba decidido a no permitir que regresaran las condiciones que la habían llevado a buscar los afectos de otro hombre.

Durante este tiempo también comenzamos el proyecto de construir nuestra propia casa. Elegimos juntos el terreno, el diseño, los detalles. Durante los cinco meses que duró la construcción a menudo comentábamos que la casa se parecía a nuestro matrimonio. Al comienzo lo único que veíamos era el terreno pelado, pero lentamente se convirtió en la hermosa casa que compartíamos juntos. Nos inundó el deseo y la esperanza de un futuro mejor que el camino que ya habíamos transitado.

Julia: Luego de cuatro años de reconstruir la confianza y establecer nuevos patrones para nuestra relación, Matías aceptó ser el pastor principal de una congregación en otro estado. Aunque en el fondo yo sabía que esto era la voluntad de Dios para nuestras vidas, no pude evitar un sentimiento de temor que invadió mi ser. ¿Qué pasará si Matías me vuelve a abandonar? ¿Qué ocurrirá si esta congregación acaba acaparando su voluntad y su agenda? ¿Qué será de nosotros si nuestro matrimonio vuelve a desintegrarse? Los fantasmas del pasado, que yo pensaba ya habían sido derrotados, comenzaron otra vez a atemorizarme.

El temor se convirtió en ira, y con frecuencia la ira iba dirigida contra Matías. Pequeños incidentes detonaban reacciones airadas y fustigaba a mi esposo. Sabía que necesitaba consejería, y nuestro matrimonio también.

Matías: Durante el tiempo de transición un sabio consejero nos ayudó con el proceso. Por ejemplo, una noche que estábamos parando en un hotel Julia me pidió que bajara a la recepción para pedir una toalla adicional y más jabón. Cuando regresé con la toalla, pero sin el jabón, ella explotó.

Cuando le expliqué al consejero lo «ridículo» que me parecía hacer tanto «escándalo» por apenas un jabón, el me señaló: «Su ira no tenía que ver con el jabón, Matías». Me mostré confundido, por lo que añadió: «Julia siente miedo de mudarse. Se enoja porque teme que no la escuches, que no la tomes en cuenta. Ella es el jabón. ¿La dejarás atrás cuando te vayas?»

Sus sabias intervenciones nos ayudaron a prepararnos para la mudanza. Dejamos de enfocarnos en los detalles y comenzamos a escuchar lo que estaba diciendo cada uno. Yo busqué mejorar mis capacidades para escuchar su corazón.

Gracia para el futuro

Matías: En el 2001 nos mudamos a nuestra nueva congregación. Nuestra hija ahora asiste a la Universidad y tenemos tres preciosos adolescentes en casa. Julia y yo nos hemos unidos, como íntimos aliados, en el servicio a Cristo. ¡Qué aventura! ¡Qué privilegio!

Julia: No ha sido fácil. Mudar a toda la familia y acostumbrarla a una nueva cultura resultó, en ocasiones, bastante doloroso. Luego, a pocos meses de habernos mudado, dos aviones se estrellaron contra las Torres Gemelas, a apenas 80 Km. de nuestra congregación. Aunque no perdimos a ningún miembro de la congregación, la angustia provocada por la pérdida de amigos, hermanos y compañeros duró muchos meses.

El año pasado me diagnosticaron cáncer de tiroides. Este tipo de cáncer es fácilmente tratable, pero aún mi cuerpo no se recupera del golpe y del temor que me causó la noticia. La presión que siento por tantas situaciones complicadas ocasionalmente me perturban y agotan. No obstante, en medio de las necesidades de mis hijos, una nueva carrera en consejería, sesiones de quimioterapia, cientos de nuevas personas en la congregación, Matías ha sido fiel en acompañarme. La iglesia me ha rodeado de amor. Durante el tratamiento para el cáncer frecuentemente nos proveían de todas las comidas del día. Algunos miembros de la Iglesia son ahora también mis compañeros de ministerio.

Hace un año me encontré con el cuerpo ministerial de la iglesia para compartir mis sueños y anhelos para el ministerio, pidiendo que me rodearan con oración. Ellos se mostraron ¡tan cariñosos! Y, lo mejor de todo, es que en la congregación he encontrado personas que considero verdaderos amigos.

Matías: Estoy tan agradecido a Dios por sus «severas misericordias». ¡Cuán doloroso ha sido nuestro peregrinaje! Ambos tuvimos que enfrentarnos, una y otra vez, a nuestro pecado y fragilidad. Pero de las cenizas de nuestra vida Dios ha vuelto a reconstruir nuestro matrimonio.

El mes pasado, mientras Julia limpiaba el horno, la cocina se llenó de humo. Llamó a los bomberos para que la aconsejaran, pero en pocos minutos dos camiones, la camioneta del jefe de bomberos y un auto de policías habían llegado a nuestra casa, sirenas encendidas y luces tintineando. Nueve bomberos irrumpieron en nuestra cocina con máscaras de humo y hachas en las manos. Nuestro perro salió corriendo al jardín mientras que nuestro hijo más pequeño se subió a uno de los camiones hidrantes.

Los vecinos y miembros de la congregación rodearon la casa para ver que pasaba. Julia y yo nos sentamos en la galería para reírnos. Esta escena era un retrato de nuestras vidas, la abundante gracia de Dios que ha permitido que resurja la alegría del caos y la tristeza.

CCONFESIONES DE UNA MUJER CONTENCIOSA...


Iba en el carro con mi esposo en camino a encontrarnos con nuestra familia para almorzar con ellos. Mi esposo optó por cierta ruta al restaurante que, en mi opinión, nos tomaría más tiempo en llegar a nuestro destino. Estábamos apurados, porque después del almuerzo teníamos que reunirnos con unos amigos. Yo iba sentada en el carro echando chispas. «Después de haber andado por esa área por más de veinte años, ¿por qué insiste en tomar la misma ruta? ¿Acaso soy yo la única que piensa en esta casa?» No tardé mucho para enfrascarme en mí misma para alimentar una actitud de enojo por algo tan absurdo como la ruta para llegar a un restaurante.

Mientras tanto, mi esposo y mis hijos sabían que «mami» estaba de un humor de aquellos… Ni siquiera tenían idea de si ellos habían provocado mi actitud; solo sabían que necesitaban ser muy cuidadosos al respecto. Me acababa de convertir en «una fastidiosa gotera», y mi familia estaba viviendo arrinconada en el patio.


«Más vale vivir en un rincón del patio,

que dentro de un palacio con una [mujer] peleonera.»

Proverbios 21.9 LBA (1)

«Vale más la soledad que una vida matrimonial

con una [mujer] peleonera y de mal genio.»


Proverbios 21.19.


«El hijo necio es ruina de su padre,

y gotera continua las contiendas de una esposa.»


Proverbios 19.13 LBLA (2)


Meditar en estas palabras me ofrecía una clara imagen de quién era yo. Presté atención a esos versículos y se agolparon en mi memoria escenas en el trabajo o en la casa en las que alguien alrededor de mí había susurrado: «Ella está de un humor…», y podía sentir que los demás hubieran preferido estar en cualquier otro lugar menos a mi lado. Mi familia y amigos frecuentemente caminaban de puntillas alrededor de mí, siempre con temor de decir o a hacer algo que despertara mi mal genio.

El orgullo vagaba por mi corazón con toda libertad y sin control alguno. El veredicto: Culpable. Era una mujer peleonera y de temperamento débil. Incluso yo misma odiaba estar conmigo. Clamé, entonces: «Señor, ¿por qué soy así? Ayúdame. Cámbiame».

Dios me mostró tres problemas de mi persona con los cuales debía trabajar: orgullo, insatisfacción, y búsqueda de placer.


Orgullo

Proverbios 21.4 señala: «Hay tres cosas que son pecado: ser orgulloso, creerse muy inteligente y vivir como un malvado».

Mi orgullo me hacía querer controlarlo todo. Pensé que yo sabía bien cuál era la ruta que deberíamos tomar. Y mi afán por tener todo bajo mi control me llevó a creer que mi razonamiento siempre era más acertado que el de mi esposo. Este es un error muy común entre esposas, aun cuando nuestros esposos han mostrado ser hombres responsables, reflexivos e inteligentes. ¿Por qué otra razón nos habríamos casado con ellos? Y aún así decidimos pensar que nosotras lo sabemos todo.

Insatisfacción

La insatisfacción es una actitud de la que debemos cuidarnos. Irrumpe en nuestros pensamientos sin previo aviso. Yo estaba descontenta con la ruta que él había elegido para llegar al restaurante. ¿Qué tan ridícula resulta esa actitud? Aun así, fue tan poderosa que arruinó la cita familiar que teníamos para comer.

Una mujer peleonera que se refugia en el enojo nunca quedará satisfecha. Quiere que su esposo le traiga flores. Un día él se las trae y… «Oh, pero no son rosas rojas». Nunca es suficiente. Siempre se le antoja algo más.

Pero la verdad es que «todo el día codicia, mientras el justo da y nada retiene». (Pr 21.26 LBLA). ¿Por qué no dejamos de pensar en lo que podemos recibir en vez de enfocarnos en lo que podemos dar?

La búsqueda de placer

Proverbios 21.17 advierte: «Quien solo piensa en fiestas, en perfumes y en borracheras, se queda en la pobreza, y jamás llega a rico». Me encanta sentir placer. ¿A quién no? ¿Es esa la meta de tu vida? ¿Estás constantemente planeando y pensando en tus próximas vacaciones? ¿El placer es tu enfoque? Y si no te dan lo que tu corazón quiere, ¡que el mundo se cuide!

No pudiste ver tu programa favorito de tele o no pudiste ir al gimnasio o tomar tu almuerzo. De inmediato asomas tu cara enojada y ya nadie puede soportar estar cerca de ti. ¡El mundo tiene la culpa!

Esta búsqueda de placer puede llevarnos a que nos convirtamos en lo que la Biblia llama un vago (Pr 21.25). Nos volvemos perezosas. No queremos limpiar, cocinar, enseñar, estudiar o asistir a la iglesia. Ansiamos solamente placer y convertirnos en perezosos con nuestras responsabilidades. Todos debemos cumplir tareas que Dios nos ha dado en su perfecta sabiduría. Con un corazón abierto y agradecido debemos realizar el trabajo que él confía a diario en nuestras manos.

¿Qué es lo que debo hacer para librarme de esta mujer peleonera?

Ya que me había dado cuenta de que era una mujer peleonera y estos tres problemas estaban acabando con mi vida, decidí cambiar y convertirme en una mujer que complace a Dios. El Espíritu Santo me ayudó a enfocarme en la humildad, el contentamiento, y la confianza

Humildad

«El orgullo acaba en fracaso, la honra comienza con la humildad» afirma Proverbios 18.12. «Humíllate y obedece a Dios, y recibirás riquezas, honra y vida» (Pr 22.4).

Me cuesta ser humilde. Es muy fácil creer que somos algo más de lo que en verdad somos. ¿Cómo podemos perseverar en ser humildes? Me di cuenta de que para ello me ayudaría elaborar una lista de lo que Dios me ha dado. Cuando veo la magnitud de los regalos que Dios me ha dado, me siento humilde. Puedes escribir una lista así sobre las personas que son clave en tu vida. Cuando veo las bendiciones que esta gente trae a mi persona, mi actitud cambia en un instante.

Contentamiento

Interpreto la satisfacción como conformarnos con lo que Dios nos ha dado. «Nadie sabe cuál será su futuro. Por eso debemos dejar que Dios dirija nuestra vida» (Pr 20.24). Si crees en su Palabra, ¿por qué tanto escándalo? Es tiempo de probar la Palabra de Dios. Deja de alarmarte y desear más, y empieza a darte cuenta de lo que sí tienes.

Quédate quieta y date cuenta de que tu vida está en las manos de Dios, y regocíjate. Regocíjate en lo que él te ha dado. Regocíjate por el lugar en el que estás. Regocíjate si tienes un trabajo. Regocíjate si cuentas con una familia que te ama —a pesar de que los tienes viviendo arrinconados en el patio. Regocíjate si tienes vida. Regocíjate en el Dios maravilloso al que sirves. Regocíjate en la tarea que te ha dado —es un privilegio.

¿Eres una mujer peleonera?

¿Estás contenta?, ¿o quejumbrosa?

¿Te sientes gozosa?, ¿o miserable?

¿Estás confiando?, ¿o jugándotela sola?

¿Estás dando?, ¿o ansiando más?

¿Estás encargándote de cumplir tus responsabilidades ante Dios?, ¿o buscando tu propio placer?

Decide hoy ser la clase de mujer que Dios quiere que tú seas. Entonces da los pasos necesarios para convertirte en una mujer que complace a Dios. Medita y piensa en estos versículos:


¡Qué difícil es encontrar una esposa extraordinaria! ¡Hallarla es como encontrarse una joya muy valiosa! Quien se casa con ella puede darle toda su confianza; dinero nunca le faltará. A ella todo le sale bien; nunca nada le sale mal..... Es mujer de carácter; mantiene su dignidad, y enfrenta confiada el futuro. Siempre habla con sabiduría, y enseña a sus hijos con amor.

Proverbios 31.10–12, 25–26.


Confía

Deposita toda tu confianza en Dios, y no en tu propia inteligencia. Date cuenta hasta dónde me dejé llevar por mis pensamientos. No te fíes de tus sentimientos, opiniones, o derechos. Confía en Dios y en su Palabra. Aun, este sufrimiento que ha entrado a tu vida, Dios lo ha dispuesto. Acéptalo y avanza apoyada en su fortaleza.

¿Qué tan alentador resulta eso? ¡Qué fundamento tan sólido en el cual se puede permanecer! Confiar en Dios te llevará a obedecer su Palabra. La obediencia a su Palabra te ayudará a ser humilde y a encontrar satisfacción. La mujer peleonera se habrá esfumado.

La siguiente vez que mi esposo tomó el camino largo a algún lugar, respiré profundo y disfruté el precioso panorama que el camino nos ofrecía —¡un panorama que jamás había notado! Elegí no estar tratando de controlar cada detallito y acepté la libertad de no tomar cada decisión. ¡Qué notable diferencia!

SENADORA CRISTIANA INICIA RED DE ORACION POR MEXICO


Blanca Judith Díaz Delgado, Senadora de la Republica, por el estado de Nuevo León, México, hace un llamado a la comunidad cristiana para iniciar una cadena de oración por su país.

Delgado, quien es hija de pastor y además es miembro de la iglesia Comunidad Cristiana Internacional, ha enviado una carta abierta expresando su preocupación por la crisis actual de México y convocando a la oración como hermanos en Cristo.

La red de oración ya ha iniciado en Puebla, Oaxaca, Chiapas, Monterrey, Cancún; D. F. y se espera contar con el apoyo del resto del país.

En su carta, la senadora expresa:

Hoy nuestro país se encuentra en una situación de crisis política podría decir que sin precedente alguno, las dos Cámaras tanto la de Diputados como la de Senadores están tomadas por algunos legisladores que no desean que la legislación en materia de hidrocarburos prospere.

No todos tenemos que estar de acuerdo en todo, podemos disentir, para eso es el espacio de las Cámaras, para dialogar y parlamentar; pero esta legislación en especial ha esperado por muchos años y es necesaria y urgente en nuestro país.

Aunque esta legislación ha sido muy discutida por mucho tiempo, a quienes pidieron que se debatiera, ayer se les abrió el espacio de 50 días para discutir y fundamentalmente tener la posibilidad de escuchar a los expertos en el tema; por lo que ya no hay razón para seguir teniendo tomadas las tribunas.

Quienes tomaron las tribunas no son la mayoría, es absurdo que quieran actuar como mayoría sin serlo y más aun pretender secuestrar los espacios que existen para el dialogo y “clausurar” uno de los poderes de la unión.

Hay algo que el PUEBLO DE DIOS, EL CUERPO DE CRISTO SABE HACER y es ORAR!!, por eso me dirijo a todos ustedes.

Los CONVOCO a todos a que nos sumemos a interceder por nuestro país; que se oiga en nuestra patria la oración del pueblo que cree en la intervención sobrenatural de QUIEN TODO LO PUEDE, DE JEHOVA DE LOS EJERCITOS.

Además les pido que hagamos una red tan grande como podamos hacerla; para que en cada hogar, en cada iglesia, en cada rincón del país exista un intercesor.

Nosotros sabemos el resultado que tenemos cuando clamamos a Dios, sabemos que somos escuchados y sabemos y conocemos de la justicia de Dios.

Unámonos en oración, porque LA ORACION EFICAZ DEL JUSTO; PUEDE MUCHO.

Oremos porque se restablezca el orden y la paz en el Poder Legislativo y por nuestro Presidente Felipe Calderón.

Su hermana en Cristo

Senadora Blanca Judith Díaz Delgado

UN MEXICO, UNA ORACION....

El pasado 12 de mayo se dieron cita en conocido hotel de la Ciudad de México más de 250 pastores de toda la nación para atender a la convocatoria de prominentes líderes cristianos evangélicos para generar una sinergia, es decir un movimiento inclusivo de oración que afecte a todo el país. La visión es, establecer a México como un solo altar de oración.



Los objetivos a lograr son:
a) Generar un impacto espiritual y social de carácter trascendental.
b) Movilizar al pueblo de Dios a la oración a distintos niveles; individual, familiar, congregacional, ciudad y región.
c) Organizar, promover y desarrollar reuniones masivas de oración por México, en estadios, parques, zócalos, auditorios y todo lugar que se preste para tal fin. Coordinar las reuniones masivas para que produzcan el mayor impacto posible.
d) Permitir al Espíritu de Gracia y Oración derramarse en esas concentraciones.
Próximamente los líderes de este esfuerzo de oración estarán visitando ciudades estratégicas del país para dar a conocer los avances de este proyecto nacional que seguramente marcará la historia moderna de la Iglesia en México.