SANO EN TODOS LOS ASPECTOS


¡Jesús puede sanarnos dondequiera que estemos heridos! Desea ayudarnos mental y emocionalmente, así como también espiritual y físicamente. Durante mucho tiempo, no supe eso, y mi falta de conocimiento hizo que llevara una vida disfuncional. El abuso y el rechazo me habían dejado emocionalmente herida, hasta que descubrí que Jesús quería darme -y darnos a todos- hermosura en lugar de cenizas.

Cuando aceptamos a Jesús como Señor y Salvador, ocurre un gran intercambio en el reino del espíritu. Él nos da todo lo que tiene y es, y se espera que nosotros le demos no sólo todo lo que somos, sino también lo que no somos. Él toma nuestra debilidad y nos da su fortaleza. Toma nuestra enfermedad y nos da sanidad y salud. Le damos nuestro pecado, y Él nos da su justicia. Nos da hermosura, en lugar de cenizas, pero debemos renunciar voluntariamente a nuestras cenizas. No podemos vivir en el pasado y adentrarnos en el futuro al mismo tiempo. Deje ir lo que queda atrás y comience a disfrutar la nueva vida que Jesús tiene para usted.

Cuando aceptamos a Jesús, nuestras vidas llenas de pecado, miserables y sin esperanzas, son absorbidas por su bondad, misericordia y gracia. Si tiene problemas, usted es precisamente la persona por quien Jesús murió. Él vino para los enfermos y los necesitados, no para quienes no necesitan nada. No es una vergüenza ser necesitado. ¡La mayor necesidad que tienen muchas personas es admitir que tienen una necesidad!

Es tiempo de que disfrute del favor de Dios (vea Isaías 61:2). Eso significa que Él lo bendecirá aunque usted no lo merezca, si deposita su fe en Él. Dios quiere que usted disfrute de sí mismo y de la vida. ¡Desea sanarlo dondequiera que esté herido! Quiere sanarlo espiritual, mental, emocional, física, económica y socialmente. No cierre ninguna parte de su vida a su toque sanador. Invite a Jesús a cada área de su vida y pídale que la sane.

SER DIFERENTE NO ES MALO


Todos somos diferentes. Como el sol, la luna y las estrellas (vea 1 Corintios 15:41), Dios nos creó para ser diferentes los unos de los otros, y lo hizo a propósito. Cada uno de nosotros satisface una necesidad, y todos somos parte del plan general de Dios. Cuando nos esforzamos por ser como los demás, no sólo nos perdemos a nosotros mismos, sino que también entristecemos al Espíritu Santo. Dios desea que encajemos en su plan, no que tratemos de presionar para tratar de encajar en los planes de otro. Ser diferente está bien; está bien ser diferente.

Todos nacemos con diferentes temperamentos, diferentes características físicas, diferentes huellas digitales, diferentes dones y capacidades, etc. Nuestro objetivo es descubrir lo que se supone que debemos ser como individuos, y después, triunfar en eso.

Romanos 12 nos enseña que tenemos que ser dados a nuestros dones. En otras palabras, tenemos que averiguar en qué somos buenos y después lanzarnos totalmente al ejercicio de nuestros dones.

Descubrí que disfruto al hacer lo que puedo hacer bien. Algunas personas sienten que no son buenas en nada, pero eso no es verdad. Cuando hacemos un esfuerzo para hacer aquello en que los demás son muy buenos, solemos fallar, porque no estamos dotados para esas cosas; pero eso no significa que no somos buenos en nada. Debemos buscar qué es lo que hacemos bien y desempeñarnos en eso.

Todos tenemos limitaciones, y debemos aceptarlas. Eso no es malo; es sólo un hecho. Es maravilloso ser libre para ser diferente, no sentir que algo está mal en nosotros porque somos diferentes.

Debemos ser libres para amar y aceptarnos el uno al otro, así como a nosotros mismos, sin sentir presión para comparar o competir. Las personas seguras que saben que Dios las ama y tiene un plan para ellas no se sienten amenazadas por las capacidades de los demás. Lo animo a ser lo suficientemente seguro para disfrutar lo que otras personas pueden hacer y también lo que usted puede hacer. Diga cosas positivas acerca de usted mismo en vez de negativas, porque eso ayudará a liberar los dones que Dios ha colocado en usted.

¡VIVE!


Dios desea llevarnos mucho más allá de la simple supervivencia. ¡Vive!
¿Tú qué haces cuando te encuentras con algo feo o incómodo? La tendencia humana es huir cuando nos enfrentamos con algo así; pero Dios no se va a la otra acera cuando nos ve sufriendo, sino que pasa junto a nosotros. A Dios no le incomoda nuestro dolor, malestar o sufrimiento. El Salmo 34:18 nos lo describe de esta manera: Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. El hombre se aleja cuando confronta algo doloroso; Dios, en cambio, se acerca.

Desde Génesis, vemos que a Dios le gusta estar con su creación. Salía a pasearse por el jardín del Edén. Él siempre llegará hasta el lugar en donde te encuentres. Dios siempre se paseará por dónde estés y pasará junto a ti.

¿Cuántas veces hemos pasado junto a alguien, sin fijarnos? Seguimos de largo, cada día, fingiendo ignorancia ante situaciones y personas que están "tiradas"—digamos—en la suciedad de su vida, en los problemas que viven, en las experiencias que desean olvidar, en el abuso y daño que sufren. Pero Dios no hace eso, porque cuando Él pasa junto a alguien—junto a ti—la ve y toma nota de quién es y de cuáles son sus necesidades. Ezequiel 16:6 dice: "Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres...". Él te ve como eres realmente. Dios no percibe sólo el lado que presentamos al mundo, sino la cruda realidad de nuestra situación.

Me quiero detener en el verbo "vio". En su significado original, lleva consigo la idea de "aprobar de" o "poner su marca sobre" una persona u objeto. En el momento en que Él vio su grave condición, la marcó. Cuando Dios vio tu triste condición, no se espantó, no se avergonzó. Él te marcó para algo muy especial.

Cuando Dios pone su mirada sobre una persona, primero, la ve como realmente es y, segundo, la marca para algo. Tú has sido vista por Dios: Él te aprueba, te acepta tal como te encontró. Pero también has sido marcada, apartada para algo especial. Dios tiene un plan maravilloso para ti.

Después de haberte visto, su reacción no fue decirte: "¡Lávate esa sangre de encima! ¡Qué vergonzosa tu situación! ¡Escóndete de la vista de todos!" No. Dios pronuncia palabras muy distintas sobre ti: ...y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! Él no llega con condiciones ni estipulaciones, sino con vida. Quizá, tú también llegaste al borde mismo de la muerte espiritual, emocional, mental o física. Sin embargo, Dios tiene otros planes para ti: ¡Vida!

No es un accidente de la naturaleza el que hayas sobrevivido a los peligros del abuso, el abandono y el rechazo. Ezequiel 37:5 dice que Dios puede producir vida aun de la muerte: He aquí, yo hago entrar espíritu en vosotros, y viviréis. En tus momentos de sufrimiento, Dios pasó junto a ti y te dijo que sobrevivirías, e hizo que entrara vida en tu cuerpo. Yo creo que este proceso sucede, incluso, a pesar de nuestra ignorancia o falta de relación personal con Dios. Él no nos pide permiso, sino que lo hace.

El hecho de que estés viva para contar tu historia, de que hayas llegado hasta este punto, no es una casualidad. Estás aquí por mandato y deseo de Dios mismo. Estoy convencida de que la razón por la que tantas mujeres han salido adelante, a pesar de las horripilantes circunstancias de su vida, es que Dios mismo así lo ha ordenado. La mujer ha sufrido, soportado, sobrellevado tanto a través de la historia, que sería imposible ignorar el rol que ha desempeñado el designio y voluntad de Dios en todo ello. Mujer, tú has sobrevivido porque Dios así lo ordenó, pero Él desea llevarnos mucho más allá de la simple supervivencia. Él quiere darnos una vida que nunca nos habíamos imaginado que existiera.

Dios ha llegado a ti y a mí con vida, no con muerte. La palabra de vida que Dios habló sobre tu vida y corazón también producirá esta misma fortaleza y poder en ti. Aquella virtud es lo que nos levanta durante las noches más oscuras y dolorosas en los tiempos de mayor soledad y confusión. Las palabras de Dios han retumbado a través de todos los siglos y han causado la supervivencia y prosperidad de las mujeres en todo el mundo.

LAS OFENSAS


Al viajar por razones de ministerio a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, he podido observar una de las más mortales y engañosas trampas del enemigo. Es una trampa que atrapa a innumerable cantidad de cristianos, corta las relaciones y abre aún más las brechas que existen entre nosotros. Es la trampa de la ofensa.
Muchas personas no logran cumplir en forma efectiva su llamado debido a las heridas y los dolores que las ofensas han causado en sus vidas. Ese obstáculo los incapacita para funcionar en la plenitud de su potencial. La mayoría de las veces es otro creyente quien los ha ofendido, y esto hace que la persona que sufre la ofensa la viva como una traición. En el Salmo 55:12-14, David se lamenta:"Porque no me afrentó un enemigo, lo cual habría soportado; ni se alzó contra mí el que me aborrecía, porque me hubiera ocultado de él; sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, y andábamos en amistad en la casa de Dios".

Estas son las personas con las que nos sentamos y con quienes cantamos, o quizá sea el que está predicando desde el púlpito. Pasamos nuestras vacaciones juntos, asistimos a las mismas reuniones sociales, y compartimos la misma oficina. O quizá sea algo aún más cercano. Crecemos con ellos, les confiamos nuestros secretos, dormimos con ellos. Cuanto más estrecha es la relación, más grave será la ofensa. El odio más intenso se encuentra entre las personas que alguna vez estuvieron unidas.

Los abogados pueden hablar de los peores casos que han manejado, y en su mayoría son los juicios de divorcio. Los medios nos informan continuamente sobre asesinatos cometidos por personas de una misma familia que han llegado a la desesperación. El hogar, que supuestamente debe ser un refugio para protección, provisión y crecimiento, donde aprendamos a dar y recibir amor, muchas veces es la raíz misma de nuestro dolor. La historia nos demuestra que las guerras más sangrientas son las guerras civiles. Hermano contra hermano. Hijo contra padre. Padre contra hijo.

Las posibilidades de ofensas son tan infinitas como la lista de relaciones existente, sean éstas sencillas o complejas. Esta antigua verdad aún es válida: sólo las personas a quienes amamos pueden herirnos. Siempre esperamos más de ellos, más grandes son las expectativas, más profunda es la caída.
En nuestra sociedad reina el egoísmo. Hombres y mujeres buscan hoy sólo lo que ellos desean, desatendiendo e hiriendo así a quienes los rodean. Esto no debe sorprendernos. La Biblia dice claramente que en los últimos días los hombres serán "amadores de sí mismos" (2 Timoteo 3:2). Es de esperar que así sean los no creyentes, pero Pablo aquí no está refiriéndose a quienes están fuera de la iglesia sino a quienes forman parte de ella. Muchos están heridos, lastimados, amargados. ¡Están ofendidos! Pero no comprenden que han caído en la trampa de Satanás.

¿Es nuestra la culpa? Jesús dijo muy claramente que es imposible vivir en este mundo sin que exista la posibilidad de ser ofendidos. Pero la mayoría de los creyentes se sienten conmocionados, asombrados y atónitos cuando esto sucede. Creemos que somos los únicos a quienes les ha sucedido. Esta actitud nos hace vulnerables a que crezca en nosotros una raíz de amargura. Por lo tanto, debemos estar preparados y armados para enfrentar las ofensas, porque la forma en que respondamos a ellas determinará cómo será nuestro futuro.

La trampa del engaño

La palabra griega que se utiliza en el texto de Lucas 7:1 para aludir al tropiezo (ofensa) se deriva de la palabra skandalizo. Esta palabra se refería, originalmente, a la parte de la trampa en la que se colocaba la carnada. De allí que la palabra signifique algo así como colocar una trampa en el camino de una persona. En el Nuevo Testamento muchas veces se la utiliza para referirse a una trampa colocada por el enemigo. La ofensa es una herramienta del diablo para llevar cautivas a las personas. Pablo instruía al joven Timoteo, diciéndole: Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a la voluntad de él (2 Timoteo 2:24-26, itálicas agregadas).

Aquellos que luchan o se oponen caen en una trampa y son hechos prisioneros de la voluntad del diablo. Lo más alarmante es que no son conscientes de su estado. Como el hijo pródigo, deben volver en sí mismos y despertar para poder comprender cuál es su verdadera situación. No comprenden que están vertiendo agua amarga en un lugar de agua pura. Cuando una persona es engañada, cree que tiene la razón, aunque no sea así.

No importa cuál sea la situación, podemos dividir a todas la personas ofendidas en dos grandes categorías: 1) quienes han sido tratados injustamente, y 2) quienes creen que han sido tratados injustamente. Los que corresponden a esta segunda categoría creen con todo su corazón que han sido tratados en forma injusta. Muchas veces han sacado sus conclusiones basándose en una información inexacta. O su información es exacta, pero la conclusión está distorsionada. Sea cual sea el caso, están heridos, y su entendimiento está oscurecido. Juzgan basándose en presunciones, apariencias, y comentarios de terceros.

El verdadero estado del corazón

Una forma en que el enemigo mantiene a la persona atada a su estado es guardando la ofensa escondida, cubierta por el manto del orgullo. El orgullo impide que uno admita cuál es la verdadera situación.

Cierta vez, dos ministros hicieron algo que me hirió mucho. La gente me decía: "No puedo creer que te hayan hecho esto. ¿No te lastima lo que hicieron?"

Y yo respondía rápidamente: "No, estoy bien. No me causa dolor". Yo sabía que no era correcto sentirme ofendido, por lo cual negaba mi estado y lo reprimía. Me convencía a mí mismo de que no estaba ofendido, pero en realidad sí lo estaba. El orgullo cubría lo que verdaderamente sentía en mi corazón.

El orgullo impide que enfrentemos la verdad. Distorsiona nuestra visión. Cuando creemos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece la visión de nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (ver 2 Timoteo 2:24-26).
El orgullo hace que nos consideremos víctimas. Nuestra actitud, entonces, se expresa así: "He sido maltratado y juzgado injustamente; por lo tanto, mi comportamiento está justificado". Creemos que somos inocentes y hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. Aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferrarnos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta!

La cura

En el libro del Apocalipsis, Jesús se dirige a la iglesia de Laodicea diciéndole, en primer lugar, que ella misma se considera rica, poderosa, como si no necesitara nada; pero luego deja al descubierto cuál es su verdadera situación: un pueblo "desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo" (Apocalipsis 3:4-20). Habían confundido su riqueza material con fortaleza espiritual. El orgullo les ocultaba su verdadero estado.

Hoy en día hay muchas personas así. No ven cuál es el verdadero estado de su corazón, de la misma manera que yo no podía ver el resentimiento que sentía hacia esos ministros. Me había convencido a mí mismo de que no estaba herido. Jesús le dijo a los de Laodicea cómo salir de ese engaño: comprar oro de Dios y ver cuál era su verdadera situación.

Comprar oro de Dios

La primera instrucción que les dio Jesús para ser libres del engaño fue: "...yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego" (Apocalipsis 3:18).

El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.). se vuelve duro, menos maleable, y más corrosivo. Esta mezcla se llama "aleación". Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro.

Inmediatamente vemos el paralelo: un corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Hebreos 3:13 dice que los corazones son endurecidos por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta producirá más fruto de pecado, como amargura, ira y resentimiento. Estas sustancias agregadas endurecen nuestros corazones de la misma manera que una aleación endurece el oro. Ello reduce o quita por completo la ternura, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz Dios se ve obstruida. Nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño.

El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite a fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas, o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinado con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. Observemos lo que dice Dios: "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción" (Isaías 48:10). También dijo: "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo,..." (I Pedro 1:6,7).

Dios nos refina con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas tales como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia, y otras similares, del carácter de Dios en nuestras vidas.
El pecado se esconde fácilmente cuando no está al calor de las pruebas y las aflicciones. En tiempos de prosperidad y éxito, aun un hombre malvado parece amable y generoso. Pero bajo el fuego de las pruebas, las impurezas salen a la superficie.

Hubo un tiempo en mi vida en que pasé por pruebas intensas, como nunca antes había enfrentado. Me volví rudo y cortante con las personas que más cerca de mí estaban. Mi familia y mis amigos comenzaron a evitarme.
Entonces clamé a Dios: "¿De dónde sale toda esta ira? ¡No estaba aquí antes!"

El Señor me respondió: "Hijo, es cuando el oro se derrite que brotan las impurezas". Entonces me formuló una pregunta que cambió mi vida. "¿Puedes ver las impurezas en el oro antes de que sea puesto al fuego?" "No", respondí. "Pero eso no significa que no estén allí", dijo él. "Cuando te tocó el fuego de las pruebas, estas impurezas salieron a la superficie. Aunque estaban ocultas para ti, siempre fueron visibles para mí. Ahora tienes que tomar una decisión que afectará tu futuro. Puedes continuar enfadado, culpando a tu esposa, tus amigos, tu pastor y todas las personas con las que trabajas, o puedes reconocer la escoria de este pecado como lo que es y arrepentirte, recibir el perdón y tomar mi cucharón para quitar todas esas impurezas de tu vida".

Ver cuál es nuestro verdadero estado

Jesús dijo que nuestra capacidad para ver correctamente es otro elemento clave para ser liberados del engaño. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, el enojo, la envidia y el resentimiento que surgen. Algunas veces hasta nos resentimos con quienes nos recuerdan a otras personas que nos han herido. Por esta razón, Jesús aconsejó a la iglesia: "unge tus ojos con colirio, para que veas" (Apocalipsis 3:18). ¿Ver qué? ¡Ver cuál es nuestro verdadero estado! Esa es la única forma en que podemos ser celosos y arrepentirnos, como Jesús ordena a continuación. Nos arrepentimos sólo cuando dejamos de culpar a los demás.

Cuando culpamos a los demás defendemos nuestra posición, estamos ciegos. Luchamos por quitar la paja del ojo de nuestro hermano mientras tenemos una viga en nuestro ojo. La revelación de la verdad es la que nos trae libertad. Cuando el Espíritu de Dios nos muestra nuestro pecado, siempre lo hace en una forma que parece separada de nosotros. De esta manera nos trae convicción, no condenación.

Mi oración es que la Palabra de Dios alumbre los ojos de su entendimiento para que pueda ver cuál es su verdadero estado y sea libre de cualquier ofensa que esté guardando en su interior. No deje que el orgullo le impida ver y arrepentirse. *

-- Extracto tomado del libro, ahora también disponible en tamaño bolsillo, La trampa de Satanás de John Bevere. Una publicación de Casa Creación.