REFLEXIONES




Desde niñas vamos siendo formadas para postergarnos a nosotras mismas y proteger o sostener a los demás. El principio de amar y servir es maravilloso porque Dios mismo es lo que nos pide hacer y no solo a las mujeres sino a los hombres también, pero no sé porque razón este principio tan noble, para el hombre según la sociedad en que vivimos es una opción pero sin embargo para nosotras las mujeres es una obligación. Las dos palabras comienzan con “o” y terminan con “n” pero son tan diferentes una de la otra en concepto y realidad.
Yo misma soy producto de esta formación y conociendo y amando a Dios acepto en mi corazón que como mujer y como cristiana es lo que debe de ser mi testimonio de vida pero también a medida que conocía y experimentaba el amor del Señor descubría que para Él hombres y mujeres son iguales y que de los dos espera el mismo testimonio de vida. Después de plantear esta realidad me gustaría enfocar un punto muy importante para nosotras como mujeres y es que si bien tenemos muchas obligaciones tenemos una no menos importante: buscar tiempo para estar a solas con nuestro Dios y también con nosotras mismas.
Cada amanecer nos levantamos (en muchos casos nos “lanza-mos” de la cama ¡como bólidos!) para vivir un día sin estrenar, nos colocamos nuestra vestidura de madres, empleadas del hogar, choferes a toda maquina, esposas que cooperan con la economía del hogar, etc. y en medio de tantos papeles que nos toca vivir, y todos casi al mismo tiempo. ¿Dónde hemos dejado el tiempo para estar con nuestro Padre Celestial?
Dónde queda aquella joven ilusionada con metas y aspiraciones propias?, y esa vida interior propia, aparte de ser esposas y madres es la que no debemos dejar morir y nadie más que a
nosotras mismas nos compete oxigenarla, desempolvarla y volver a la vida!
Creo firmemente que cada una de nosotras tenemos un talento, una ilusión propia que Dios siembra en nuestro interior y que cuando no desarrollamos esta aspiración vamos muriendo poco a poco cada día y es a detener este funeral que yo la estoy invitando hoy.
Todo ser humano en la faz de la tierra tiene deberes y tiene derechos, y por la gracia de Dios nosotras también estamos incluídas! Y uno de esos derechos es a tener nuestro propio espacio para orar, descansar, leer, escribir, crear, soñar y tener hasta nuestro propio proyecto de vida aparte de nuestro proyecto de familia sin que este choque o afecte nuestros deberes de esposas y madres. Todo lo contrario, cuando aprendemos a vernos por dentro y descubrimos la riqueza interior que Dios ha puesto en nosotras descubriremos
el talento o la gracia interior que Él ha depositado en nosotras.
Estoy convencida de que si un ser humano, en este caso, la mujer, no descubre, alimenta y desarrolla una vida interior propia no podrá ser plenamente feliz porque ese interior agonizante, ese talento sin desarrollar, ese espacio clausurado poco apoco la minaran y ese tóxico que genera la amargura contaminara su acción de amar, servir y de dar.
Hoy Xochitl le ha permitido vivir y disfrutar a Xochitl, la joven a quien le gustaba escribir desde niña, dando lugar a una escritora observativa y más madura conservando la sencillez de aquel joven corazón. Esta gracia que el Señor le regaló de poder expresarse a través de la palabra escrita ha revitalizado su vida de madre, hermana, amiga y de hija de Dios.
Mujer solo has un alto en tu agitado vivir, invítate a ti misma a un “té espiritual”contigo misma y poco a poco verás los lindos resultados por apartar un espacio para buscar el rostro de tu Creador, los anhelos de tu corazón y la realización de metas que te permitan vivir plenamente sin alterar el proyecto familiar.
Claro que se puede! Cierro este espacio con un pensamiento que una amiga me dio escrito en un papelito y que me ha ayudado tanto para buscar esa vida interior en mi. ”No permitas que nadie te quite el canto de tus labios. Pablo el Apóstol demostró que si tienes un canto, tu canto puede propiciar tu salida de la cárcel”
Piensalo!

LA FE: UNA REALIDAD


Nada hay tan peligroso como dudar de Dios. Quien duda de Dios tenderá naturalmente a desconfiar de Dios. Y si no puede confiar en Dios, ¿en quién podrá depositar su esperanza?

Ese es el riesgo o la ambivalencia de la fe. Quien la tiene, vive, vive de ella y con ella. Por contraste, si la pierde, la atrofia o la contamina, en esa medida prepara y adelanta su propia muerte. El hombre no puede vivir sin amor, pero para amar es indispensable y previo creer. Uno aprende a am

ar cuando se sabe amado primero. Dios nos amó primero.

No solemos tomar conciencia de los bienes que se nos regalan junto con la fe y que, obviamente, se pierden cuando ella se extingue o desvirtúa. La fe, en efecto, nos da la certeza de nuestra propia identidad y valer: Soy hijo de Dios, soy miembro de la iglesia de Cristo, soy templo del Espíritu Santo, soy persona en la iglesia y en el mundo. Por mí, por todos, ha muerto Cristo; yo valgo la sangre de un Dios; yo participo del sacerdocio y de la realeza de Cristo acorde a lo que expresan las Escrituras. Todos los cristianos somos la luz del mundo y la sal de la tierra. Yo participo de la naturaleza divina. Nuestro espíritu es creación de Dios, espíritu inmortal; y hasta nuestros cuerpos son obra también del Creador divino.

Nuestra fe nos da también una luz, una óptica para penetrar los misterios de la existencia y percibir en su trama dolorosa y con frecuenci

a incomprensible, una sabia intencionalidad y pedagogía de amor. Con esa luz se nos regala fuerzas, energías más que humanas para superar los más formidables obstáculos, sin detenernos siquiera ante el riesgo o el temor de la muerte, porque aun y sobre todo en la muerte, la fe descubre el camino que lleva a la plena posesión de la vida.

Creer es descansar, apoyarse con todo el ser e ilimitada confianza en Jesucristo, en su palabra, en su corazón, en la realidad que él es el Camino, la Verdad y la Vida del hombre. Nuestra fe es virtualmente todopoderosa siempre, y finalmente victoriosa. Es la “fe que vence al mundo”. Quienes la poseemos, la cultivamos y la ponemos en práctica, y con ello somos sobremanera dichosos e inagotablemente fecundos.

El justo vive de la fe. Si pierde la fe, muere. Todo el impresionante listado de valores que acompañan a la fe se vuelve en contra nuestra cuando dudamos y desconfiamos de Dios.

Recordemos: por la duda empezó el pecado. La primera pareja humana aceptó jugar con la duda y desconfianza en Dios. Hasta antes de escuc

har el susurro hipócrita del sembrador de cizaña, del envidioso, mentiroso por naturaleza, Adán y Eva vivían en la fe ingenua que caracteriza a los niños: mi padre me quiere, y quiere mi bien. Todo lo que él hace lo hace por mí y por mi bien. Esta fue precisamente la convicción fundamental que Satanás procuró destrozar, sabiendo que sobre ella está construido todo lo demás. Si uno duda y desconfía de quien, por definición es el más llamado a amarlo a uno ya no habrá quien sea merecedor de confianza.

Y si nadie es digno de crédito, si de nadie se puede esperar nada que sea gratuito y favorable a nosotros, la única conducta congruente será considerar a todo el mundo como enemigo potencial y dedicarnos fríamente a salvaguardar nuestros propios intereses. Todo quiebre en la fe y confianza en Dios repercute de inmediato en la fe y confianza en el hombre. La guerra, la violencia y el odio homicida son la trágica documentación de un naufragio de la fe en Dios. Cuando Caín dudó de que Dios le amaba, su primera reacción fue matar a su hermano.

Diversas son las razones o circunstancias capaces de inducir un debilitamiento de la fe o una duda corrosiva de ella. Puede ser la deficiente o nula formación recibida, o la negligencia en complementar y perfeccionar la que se r

ecibió. El mal ejemplo de los testigos de la fe contribuye, por cierto, a desorientar a los creyentes que se miran en ellos. Muchos de ellos, “predicadores”, han dejado tras de sí almas totalmente desprovistas de fe alguna en Dios y en Cristo.

La propaganda, insidiosa y persistente de quienes se interesan en divulgar que la iglesia de Cristo es una “creación” de los norteamericanos, quienes llegan a los países a “enriquecerse” predicando y a “dogmatizar el gobierno de su país” sin dejar que los naturales puedan tomar el control del “negocio”, no deja de cobrar víctimas en los menos fuertes o menos hábiles en discernir. El espectáculo de las injusticias que claman al cielo, la brutalidad de la guerra y el terrorismo, la tremenda desigualdad social entre los menos y los más, favorecen la duda sobre la bondad, el poder y aun la existencia de Dios.

El misterio del dolor, sobre todo cuando asume formas en extremo crueles y

absurdas, se clava como espina porfiada en el corazón del hombre y le hace gemir de miedo y angustia, hasta preguntar: ¿Dónde estás. Señor, y si estás ahí, por qué no respondes?” A la propaganda atea y corrosiva, hábilmente disfrazada de humanismo y hasta de teología, se debe responder con una inalterable fidelidad a Dios y fe en Cristo como Salvador.

En la pesadilla de los problemas humanos inherentes a la vida, a la pesadilla de la violencia descubriremos siempre, como raíz, el olvido y desprecio a Dios: así cada injusticia, cada desprecio, cada día nos urgirá a respetar y hacer respetar, como sagrada, toda vida humana rescatada por la sangre de Cristo.

Por medio de las Escrituras podemos entender que tres simples miradas pueden ayudar al diario ejercicio y perfeccionamiento de nues

tra fe.

La primera se vuelve hacia el pasado. Todo lo que ocurrió, y en especial lo más doloroso e incomprensible, se nos aparece hoy en una nueva perspectiva. Ahora, como cristianos, más serenos, más maduros espiritualmente, descubrimos que Dios tenía la razón; que él es sabio y bueno, y todo lo hace bien. Es decir, pensando en nosotros quiere nuestro provecho y que logremos la vida eterna. Mirar el pasado desde esta perspectiva nos ayudará mucho a creer en la bondad y sabiduría de Dios.

Lo mismo ocurre cuando miramos el presente, si es que lo hacemos con objetividad y ecuanimidad (justicia). Nos faltan cosas; no nos res

ultan nuestros planes; pero las que tenemos y disfrutamos, y las que sí resultan bien superan en mucho a las anteriores. Cuando nuestra fe se ejercita en valorizar rectamente el presente, culmina siempre en un “gracias a Dios”.

¿Y el futuro? La fe nuestra se debe ejercitar atreviéndose, imaginando. Esto es en el sentido de lo que sabemos que es Dios para nosotros.

Un cristiano hace con gusto tareas que para otros parecen imposibles, pone en ellas cuanto está de su parte; y el resto se lo deja a Dios.

Hay que darle a Dios un espacio, un tiempo, una oportunidad. Si él nos invita a caminar sobre el agua de las dificultades, caminemos y no dudemos. Pocas cosas ofenden tanto a Dios como que se desconfíe de él. “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mateo 14.31). La primera verdad, el primer grito de nuestra fe, es y debe ser: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20.28).

MAS VALE SOLO, QUE MAL ACOMPAÑADO


“Mejor solo que mal acompañado” es una frase usada con frecuencia, por quienes, luego de iniciar una relación, se desilusionan de su pareja. Lo más preocupante es que esto suele suceder tanto antes como después del matrimonio; y digo preocupante porque las consecuencias a nivel emocional y espiritual de un sentimiento de esta índole, después de haber contraído un vínculo tan fuerte como el matrimonio, podrían ser devastadoras.

Cuando una persona que ya se ha unido a otras, experimenta estos sentimientos, deberá buscar ayuda con el fin de encontrar una solución acorde a su situación. Sin embargo, justo para evitar una amarga experiencia que lleve a tales sentimientos, se debe entonces dimensionar la trascendental importancia que tiene el noviazgo, como etapa para llegar a conocer, a profundidad, a la persona que hemos elegido para compartir, entre otras cosas, tiempo, cariños y experiencias.

Aún, aquellas parejas que no están pensando en el matrimonio al establecer una relación sentimental, deben buscar este objetivo, tanto por el bienestar actual de ambos como porque eventualmente la relación podría llevar al matrimonio.

Las razones por las que hombres y mujeres buscan establecer vínculos afectivos románticos son variadas, como también son las características o atributos que buscan en una posible pareja. Tratar de establecer cuáles razones son las correctas o el tipo de características “recomendables” sería obviar la individualidad y complejidad del ser humano. Sin embargo, lo que si podemos hacer es tratar de establecer algunas de las motivaciones, patrones y elementos que pueden resultar en dinámicas y vínculos poco saludables en el desarrollo de las relaciones románticas.

Naranjas completas
Entre algunas de las motivaciones poco saludables para el establecimiento de relaciones románticas, se encuentran la búsqueda de alguien que nos haga feliz, que nos “complete” porque en cierta forma nos sentimos incompletos y no hemos podido encontrar la felicidad en nosotros mismos. Sin embargo, la felicidad y la plenitud tienen que ver con nuestra realización personal.

Cuando se le da a alguien, por más buena persona que sea, la responsabilidad de hacernos felices, estamos destinados a la desilusión. La plenitud como personas es responsabilidad nuestra, debemos procurar una sana autoestima, la madurez emocional y espiritual a través de valores y principios bien definidos, así como también, en lo posible, el desarrollo de habilidades y conocimiento que nos permita el sostenimiento personal. Depender de otra persona en cualquiera de estos ámbitos es dejar ir de nuestras manos nuestro bienestar personal.

Este tipo de actitud hacia las relaciones crea codependencias que en última instancia terminarán siendo fuente de dolor, sufrimiento e inclusive de depresión. Es usual escuchar a mujeres y hombres decir que tal o cual persona no “me llena”, “no me hace feliz” o bien “no es mi media naranja”. Ante todo, y sin tener que depender de si tenemos o no una pareja, debemos procurar ser “naranjas completas”, que se preocupan por alcanzar una alta autoestima, madurez emocional y espiritual y el sostenimiento propio. De esta forma, las relaciones interpersonales, ya sean románticas o no, se convierten en una forma de compartir nuestra propia plenitud con otros, sin que busquemos en ellas lo que debemos hurgar en nuestro interior.

Si bien es cierto, podemos buscar en una relación romántica la compatibilidad y entendimiento, es definitivamente erróneo buscar ser completados por alguien más, como se dijo anteriormente, por más buena o “perfecta” que esa persona sea o parezca. Así también, la propia búsqueda de la plenitud, nos facilitará descubrir en los otros, si ponemos la suficiente atención, esa misma plenitud; y esto nos lleva al otro punto importante de tocar, cuando hablamos de relaciones románticas, esto es, la búsqueda de la persona ideal.

Buscando otra naranja completa
Entre otras cosas, es posible que por razones culturales, de historia de vida, o bien emocionales, busquemos características poco sanas en las personas con las que deseamos establecer una relación romántica. “A mí me gustan los hombre de verdad”, podría decir la mujer que busca al macho estereotipado, fuerte, controlador, sobreprotector, experimentado…, este es el concepto que por generaciones una cultura patriarcal nos ha hecho creer que es un “hombre de verdad”, o bien buscan al eterno conquistador, que con sus palabras dulces y “embaucadoras” despiertan sueños que se vuelven pesadillas con el pasar del tiempo. De la misma forma, un hombre podría considerar como posible compañera sentimental únicamente a aquellas mujeres con poco criterio, sumisas y fáciles de controlar. La búsqueda de estos estereotipos, o bien de otras características que se derivan de la inseguridad, baja autoestima, problemas emocionales no resueltos, arraigos culturales que desdeñan los valores esenciales del respeto, la honestidad, la equidad y la tolerancia, etc., con seguridad conducen a relaciones problemáticas que terminan desgastando a ambos miembros de la pareja.

Por lo anterior, es esencial buscar en el otro esa plenitud que hemos identificado a través de procurar alcanzar nuestro propio desarrollo integral. Algunas de las características que podrían servir como señales de alerta en la escogencia de pareja podrían ser:

•Baja autoestima, la que se puede manifestar en una constante necesidad de halago y reafirmación, celos, necesidad de controlar e imponer el propio criterio u opinión.

•Poca valoración del ser humano, expresado en actitudes de menosprecio hacia otros, especialmente de personas en condiciones de vulnerabilidad.

•Carácter explosivo, poco control de las emociones, especialmente cambios abruptos de estado de ánimo, como períodos de ira luego de una hilaridad excesiva.

•Desdeño de valores y principios universales como son: la fidelidad, el respeto, la tolerancia, la colaboración y la equidad.

•El ensimismamiento excesivo, dificultad para compartir con otros los propios sentimientos y una tendencia a mantener en secreto aspectos de la historia de vida o experiencias personales pasadas.

•Tendencia hacia una continua demanda del otro en términos de tiempo, atención y cuidado.

•Inmadurez emocional en relación a la etapa de vida por la que se transita.

Si reconocemos al menos una de estas características en la persona con la que tenemos o pensamos tener una relación sentimental, es importante reflexionar sobre las consecuencias que continuar, o iniciar, esta relación podría traernos en el mediano y largo plazo, nunca es demasiado pronto para evitar involucrarse en una relación dañina; y si ya se está involucrado en una relación poco saludable, es recomendable que busque ayuda y alternativas a seguir.

Así las cosas, al gusto hay que añadirle inteligencia, la atracción física, el deslumbramiento pasajero o bien el “amor a primera vista” como elementos únicos en la escogencia de pareja, aún en una relación de noviazgo, podrían tener consecuencias lamentables en términos de nuestro propio bienestar y construcción de nuestro proyecto de vida.

Las relaciones interpersonales, y en especial las relaciones sentimentales deben tener como premisa que su dinámica impulse aún más nuestro desarrollo y bienestar integral. Esto nos lleva a plantearnos cuales deberían ser las características de una relación de noviazgo saludable.

Dos naranjas completas rodando juntas
Esta frase bien puede describir, a manera de analogía, las relaciones que podrían llegar a ser constructivas. Dos personas plenas compartiendo con miras al crecimiento personal, son el principio de una relación que bien podría deparar mucha satisfacción y plenitud a ambos miembros de la pareja. Algunas de las características que bien describen una relación de noviazgo saludable son:

•Una excelente comunicación. Ambos miembros se sienten en libertad de expresar sus sentimientos, aspiraciones y expectativas sin ningún temor. No se hacen presuposiciones sobre las actitudes, reacciones o formas de expresarse del otro, hay una tendencia a aclarar las dudas e inquietudes que pueden surgir en el trato diario y en temas o asuntos de mayor trascendencia.

•La relación está caracterizada por la libertad de acción. No se limita o restringe la actividad del otro, por ejemplo, interacción con familiares y amigos, práctica de deportes u otras actividades de interés o esparcimiento que no necesariamente se realiza en conjunto con el otro.

•Se comparten valores y principios similares como guía de la actitud con que se enfrenta la vida.

•Los proyectos de vida de ambos no son diametralmente opuestos, hay al menos algunos puntos de coincidencia sobre los cuales se podría eventualmente construir un proyecto de vida conjunto.

•La relación está mediada por los valores fundamentales de: la fidelidad, el respeto, la consideración, la tolerancia y la equidad, entre otros.

Si usted es una persona que ha decidido estar mejor sola o solo que mal acompañado, ¡felicidades! Usted está bien ubicado en el camino de la realización personal y del establecimiento de relaciones sentimentales sanas.