DISTRACCIONES Y ENGAÑOS

La publicidad domina nuestro mundo. Estamos esclavizadas al culto de la próxima novedad. A nuestro alrededor, oímos que no podemos estar satisfechas, a menos que tengamos tal producto o tal servicio.

Y con demasiada frecuencia, en vez de solo pensar en esos mensajes, cautivan nuestro interés. La publicidad trata de hacernos sentir insatisfechas con nuestras vidas para que compremos algo que alivie nuestro descontento y llene esa necesidad que acabamos de identificar. 

Este proceso es una parte importante del consumismo, y puede nublar nuestro discernimiento espiritual. Nuestra cul tura, así como nuestros padres, esposos, amigos y jefes, nos envían el mensaje de que nunca estaremos a la altura de sus expectativas, a menos que hagamos esto o lo otro, o que no po dremos obtener la aprobación de ciertas personas si no hacemos lo que quieren (a la perfección). Estos mensajes distorsionan nuestra percepción de la realidad. Las distracciones y los engaños son como lentes gruesos que distorsionan la manera en que vemos a Dios, los problemas, las oportunidades, las emociones y las personas. Algunas mujeres solo necesitan un ajuste pequeño para ver claramente; otras tie nen problemas más serios. Si un amigo o un miembro de la familia sufriera alguna de estas enfermedades, esperaríamos, por supuesto, que consultara a un médico y recibiera la ayuda necesaria. 

De hecho, nos alarmaríamos si no tomara los pasos necesarios para recuperar su visión. Es tan importante para su salud y su felicidad, que cuestionaríamos su cordura si dejara de buscar un tratamiento. Pero, en el mundo espiritual, muchas nos contentamos con una visión borrosa de nuestras emociones, lo cual hace que deambulemos en medio de la con fusión y no disfrutemos de nuestras relaciones más cercanas como deberíamos. Nos conformamos con solo pasar el día, en lugar de disfrutar todo lo que Dios tiene para nosotras. Jesús dijo que si no tenemos entendimiento espiritual, nues tras vidas estarán en tinieblas. ¿A qué se asemeja tal oscuridad? A desesperación, ira, deseos seductores, envidia, desesperanza y agotamiento. Básicamente, lo opuesto al fruto del Espíritu. Juan escribió en su Evangelio: “La luz vino al mundo, y los hombres [y las mujeres] amaron más las tinieblas que la luz” (Jn. 3:19). Esta acusación incluye a las personas perdidas, y hasta los que creen en Cristo se sienten a veces más cómodos escondiéndose en la oscuridad que enfrentándose a la luz de la verdad. Esto se debe a la naturaleza humana. Exponerse da miedo y nos amenaza hasta lo profundo del alma. 

Algunas de las mujeres más valientes que conozco han estado dispuestas a examinarse en profundidad y a enfrentar los hechos de su vida, algunos de los cuales son magníficos y gloriosos; otros son píl doras amargas, difíciles de tragar. Sería más fácil decir: “Esas cosas no me molestan”, “No son verdad” o “Es culpa de alguien más, no mía”. Sin embargo, Jesús siempre invitó a las personas a ser completamente sinceras. De alguna manera, entendieron que Él no los condenaba, sino que los amaba y les ofrecía perdón, restauración y sanidad. 

Contestar preguntas profundas acerca de nuestras ideas puede llevarnos a más libertad, alegría y amor del que nunca imaginamos. Por ejemplo, ¿vemos a Dios como es realmente o hemos creado una imagen de Él buena pero distante, in diferente, débil, inofensiva y equivocada? Cuando leemos las Escrituras, encontramos en Cristo una mezcla de cualidades que no encontramos en ninguna otra persona de la historia. Él es soberanamente poderoso, creó la vasta expansión del universo con una palabra, pero es tierno como una madre que cuida a sus hijos. En Las crónicas de Narnia, C. S. Lewis describe a Aslan, el león noble que representa a Cristo, como un ser bueno y a la vez, aterrador. A menudo, aparece justo en el último minuto, cuando los niños están en problemas; otras veces, desaparece sin dejar rastro. Sin embargo, en cada momento de la historia, siempre sabe lo que sucede y trabaja en sus propósitos grandio sos y misteriosos. La Biblia dice que, además de ser poderoso y bueno, Dios está contigo en cada momento del día. 

¿Tu percepción borrosa hace que te sientas sola? Cuando nos sentimos solas o aban donadas, es fácil encogernos de miedo o atacar llenas de ira. Pero cuando los ojos de nuestro corazón nos dicen que Dios es Emanuel (Dios con nosotros), nos sentimos protegidas, seguras, tranquilas y amadas. Por eso, somos responsables ante Él de tomar buenas decisiones, de confiar en su bondad y fortaleza incluso en los momentos más difíciles, y de pensar y hacer lo correcto. ¿Cómo vivirías si estuvieras completamente convencida de que Dios está contigo en cada momento? Imagina cómo sería tu vida. Probablemente dejarías de murmurar, no te debilitarías de miedo, no estallarías de ira ni te sentirías abrumada por el sufrimiento. En su presencia, te deleitarías mucho más en su amor, confiarías totalmente en su fortaleza y seguirías su sabia dirección con mucho más entusiasmo hacia donde quiere lle varte. Aceptarías su gracia para tus emociones heridas. Los ojos de la fe nos ayudan a encontrar el camino hacia los pies de Jesús para disfrutar de su amor y escuchar sus ense ñanzas. Igual que los hombres y las mujeres que lo siguieron, nos damos cuenta de que su perspectiva sobre las prioridades es opuesta al modo en que el mundo ve las cosas. 

Él enseñó que la manera de alcanzar la grandeza es servir a los demás. El ca mino hacia arriba es hacia abajo, lo interno es más importante que lo externo, y los “hermanos más pequeños” son la principal prioridad de Dios. Estoy segura de que con frecuencia, las personas se alejaban de Jesús sin entender lo que había dicho. Un tema recurrente en sus enseñanzas era que la verdadera realización que deseamos no surge al llenar nuestras vidas de posesiones, posiciones y popula ridad; sino al dedicarle nuestras vidas a Él y a su causa de forma desinteresada. Les dijo a sus seguidores: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:24-25). Los ojos de la fe nos permiten atesorar lo que Dios atesora y seguir sus caminos, aun cuando las personas que nos rodean siguen un rumbo diferente. Solo aquellos con entendimiento espiritual están dispuestos a perder su vida para encontrar verdadero significado y alegría. En vez de reaccionar ante los disgustos con quejas, podemos buscar la mano de Dios, que trabaja tras bambalinas con tenacidad, y cultivar una actitud de agradecimiento. 

En lugar de ceder ante las exigencias de los demás para evitar el dolor del conflicto, podemos decir lo que opinamos con valor y diplomacia. En vez de elegir el camino fácil y tentador de murmurar sobre una amiga, podemos con tener nuestra lengua y proponer la oración como mejor opción. Los ojos de la fe no siempre nos conducen por la senda más fácil, pero identifican el camino que le agrada a Dios y, en Él, encontramos verdadera alegría y paz.