¿COMO RESPONDES A LA ACUSACION?


Es importante que seas establecido en la justicia de Cristo, porque eso determinará cómo vas a responder a la voz acusadora cuando estés creyendo a Dios en cuanto a grandes cosas y confiando que responderá tus oraciones.
“¿Quién te crees que eres?” 
“¿No recuerdas cómo le gritaste a tu esposa esta mañana? 
¿Por qué debería Dios darte favor para tu importante presentación en la oficina hoy?”
 “Mira cuán fácil pierdes la calma conduciendo. 
¿Cómo puedes tener la pretensión de esperar que te sucedan cosas buenas?” “¿Tú te llamas cristiano?
¿Cuándo fue la última vez que leíste la Biblia? 
¿Qué has hecho para Dios? ¿Por qué debería Dios sanar a tu hijo?” 
¿Te parecen estas acusaciones terriblemente familiares? 
Ahora bien, la forma en que respondas a esa voz acusadora mostrará lo que realmente crees. Esa es la prueba determinante de lo que crees. ¡Este es el momento de la verdad! Una persona puede pensar: “Sí, tienes razón. Yo no merezco esto. ¿Cómo puedo esperar el favor de Dios en mí para la presentación que debo hacer en la oficina cuando fui tan duro con mi mujer esta mañana?” Esa es la respuesta de alguien que cree que necesita ganarse su propia justicia y lugar de aceptación delante de Dios. Esa persona cree que puede esperar de Dios el bien sólo cuando su conducta sea buena y su propia lista de verificación de requisitos impuestos por él mismo se cumpla al máximo.
Probablemente entre en su oficina como un torbellino, todavía  ardiendo de cólera con su esposa. Lo peor de todo es que se siente aislado de la presencia de Jesús a causa de su enojo y piensa que no es digno de solicitar el favor de Dios para su presentación. Entra a la sala de reuniones desaliñado y desorganizado. Se olvida de sus puntos y habla torpemente, haciendo que su compañía pierda esa cuenta tan importante. Sus jefes se decepcionan de él y le dan una enorme reprimenda. Frustrado y avergonzado, se dirige a casa como un loco, sonando la bocina a cada automóvil que no se mueva al instante que el semáforo cambia a verde. Cuando llega a casa, se molesta con su esposa porque le echa la culpa por ponerlo de mal humor por la mañana, por su terrible presentación y por la pérdida de la cuenta principal. ¡Todo es por culpa de ella! Ahora, observa la diferencia si esa persona piensa: “Sí, tienes razón. No merezco tener el favor de Dios en absoluto porque perdí los estribos con mi mujer esta mañana. Pero, ¿sabes qué? Yo no estoy mirando lo que me merezco. Veo lo que Jesús se merece. Incluso ahora, Cristo, te doy gracias porque me ves perfectamente justo. Debido a la cruz y a tu sacrificio perfecto, puedo esperar el favor inmerecido de Dios en mi presentación. Cada uno de mis defectos, aun el tono que utilice esta mañana, está cubierto por tu justicia. Puedo esperar algo bueno, no porque yo sea bueno, sino porque ¡Tú lo eres! ¡Amén!”.
¿Ves la asombrosa diferencia? Esa persona está establecida sobre la justicia de Jesús y no en su actuar correctamente ni en su buen comportamiento. Va a trabajar dependiendo del favor inmerecido de Jesús, tiene éxito en la presentación y gana una cuenta importante para su empresa. Sus jefes están impresionados por su rendimiento y lo anotan para la próxima ronda de promociones. Él conduce a casa con paz y gozo, sintiendo el amor y el favor del Padre. En consecuencia, es más paciente con los demás conductores.
Ahora bien, ¿significa eso que esconde todos sus defectos y se hace el desentendido? ¡De ninguna manera! Este hombre, plenamente consciente de que el Señor está con él, encontrará la fortaleza en Cristo para pedir disculpas a su mujer por el tono que usó con en ella. Como ves, un corazón que ha sido tocado por el favor inmerecido no puede mantenerse con falta de perdón, ira y amargura. ¿Cuál de las narraciones anteriores muestran la verdadera santidad? Por supuesto, la segunda. El depender del favor de Dios resulta en una vida de santidad práctica. ¡Creer correctamente siempre conduce a vivir correctamente!
Oración de hoy
Padre, establéceme en la justicia de Cristo para que pueda responder con gracia cuando llegue el momento de la verdad. Aun cuando sé que he fallado, decido verme como tú me ves, en la justicia de Jesús, y espero que tu favor inmerecido trabaje por mí a pesar de mis fracasos. Gracias por el don de la justicia, que me hace reinar sobre todo en mi vida.
Pensamiento de hoy
El depender del favor de Dios y experimentarlo conduce a una santidad práctica.

EL PRIVILEGIO DE LA ORACION


La oración es algo interesante. En principio, debido a que Dios es todopoderoso, puede hacer lo que quiera en cualquier momento sin que nos involucre en ello. Sin embargo, el autor y líder de oración Bob Willhite afirma: “La ley de la oración es la ley más alta del universo, puede vencer las otras leyes al hacer posible la intervención de Dios”.
Dios estableció la ley de la oración como la fuerza que promueve que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo y, por tanto, decidió compartir con nosotros las condiciones para que esta se hiciera. No tenemos que preguntar si Dios quiere que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo porque sabemos al leer Mateo 6:10 que así es.
¿Por qué orar si simplemente le estamos pidiendo a Dios que haga lo que ya sabemos es su voluntad? Tal pregunta, por supuesto, trata de descifrar el misterio de la soberanía divina y de la responsabilidad humana. No obstante, a pesar de que no somos capaces de resolver este misterio, podemos responder la interrogante que esta encierra. La respuesta es relativamente directa: Dios en su soberanía ha escogido hacer su voluntad a través de la oración de los seres humanos. Parece ser que Dios ha escogido no hacer lo que con gusto podría hacer si los seres humanos se niegan a orar por ello. Por una parte, mezcla la oración con el privilegio. Los cristianos están invitados a trabajar junto con el Creador del universo. Si un creyente no percibe correctamente la voluntad de Dios, Dios no está obligado a contestar esa oración.
Aquí hay algunas cosas que sabemos con certeza que Dios quiere cumplir en la Tierra:
1. Quiere que las naciones sean instruidas de acuerdo a los principios bíblicos.
2. Quiere que nosotros enseñemos a las naciones según su Palabra revelada. (Mateo 28:19-20)
3. Quiere que cumplamos el papel para el cual fuimos creados y para esto ha limitado su participación en la Tierra; en vez de ello, requiere nuestra intercesión para que se haga su voluntad.
Dutch Sheets explica esto acertadamente en su excelente libro Authority in Prayer (La autoridad en la oración): Lo que Dios tenía planificado para Adán lo ha planificado también para todos los adanes, incluyendo la autoridad en el ámbito terrenal. Es por esto que Génesis 1:26 afirma: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree”. Todos los adanes, la raza humana completa, recibieron autoridad sobre la tierra.
El Salmo 115:16 confirma la intención original de Dios con respecto al mandato de dominio de la humanidad: “Los cielos son los cielos de Jehová; y ha dado la tierra a los hijos de los hombres (adanes)”. La palabra “dado” proviene de un término hebreo que puede significar posesión pero también significa “dar en el sentido de una tarea”, significa “poner a cargo de”.6 Dios nos estaba diciendo a nosotros los adamitas: “Yo me voy a encargar de las estrellas, los planetas y las galaxias, pero la tierra es de ustedes, están a cargo de ella”. Es por eso que James Moffat, en su traducción de las Escrituras, añade esta porción: “la tierra que Dios ha asignado a los hombres”. Dios no abandonó el liderazgo de la tierra, pero sí asignó a los humanos la responsabilidad de gobernarla o ser los mayordomos de ella, comenzando con nuestro propio mundo privado y continuando con nuestros alrededores y el universo.
Puse en cursiva las palabras “comenzando con nuestro propio mundo privado” porque es ahí donde nosotros, como creyentes, tenemos que empezar en nuestro camino de fe a medida que aprendemos a ejercitar nuestra autoridad en oración. Volviendo al título de este capítulo, la primera premisa sobre la que necesitamos estar completamente claros es que Dios quiere que reclamemos las promesas que ya nos ha dado y que oremos por ellas con confianza.