LIBRE ALBEDRÍO

Con el objetivo de aprovechar el día y vivir la vida que Dios quiere que vivamos, resulta vital que comprendamos el libre albedrío de los de los seres humanos. Dios creó al hombre con libre albedrío y su deseo fue (y aún lo es) que escojamos usar ese libre albedrío para elegir hacer su voluntad. Dios promete guiar a aquellos que están dispuestos a hacer su voluntad (véase Juan 7:17). Resultará difícil entender el mensaje de este artículo a menos que estemos dispuestos a comprender que somos criaturas con libre albedrío y responsables de las decisiones que hagamos. El libre albedrío es una enorme responsabilidad, así como también un privilegio y una libertad. Dios siempre nos guiará a hacer las elecciones que serán mejores para nosotros y a seguir su plan para nuestra vida, pero nunca nos forzará o manipulará para que tomemos una decisión. 
Cada día que Dios nos da constituye definitivamente un regalo, y tenemos la oportunidad de valorarlo. Una de las formas de hacer esto es usando cada día resueltamente, no desperdiciando tiempo o permitiendo que seamos manipulados por las circunstancias que no podemos controlar. Cada día puede contar si aprendemos a vivirlo «a propósito» en lugar de deambular pasivamente a través del día, permitiendo que el viento de las circunstancias y las distracciones decida por nosotros. Podemos recordar siempre que somos hijos de Dios y Él nos ha creado para que gobernemos nuestros días, enfocando cada jornada en su propósito para nuestra vida. Al principio del tiempo, Dios le dio al ser humano dominio y le dijo que se fructificara y multiplicara, usando los recursos que disponía para el servicio de Dios y la humanidad. ¡Esto suena para mí como si Dios le hubiera dicho a Adán: «Aprovecha tu día»!
C. S. Lewis declaró en cuanto al libre albedrío de los seres humanos: Dios creó seres que tenían libre albedrío. Esto significa criaturas que pueden actuar bien o mal. Algunas personas piensan que es posible imaginar a una criatura que sea libre, pero que no tenga posibilidad de actuar mal, pero yo no. Si alguien es libre para hacer lo bueno, también lo es para hacer lo malo. Y el libre albedrío es lo que hace a la maldad posible. ¿Por qué entonces Dios les dio libre albedrío? Porque a pesar de que esto es lo que posibilita la maldad, también es la única cosa que puede hacer posible que el amor, la bondad y el gozo tengan valor. Un mundo de autómatas —de criaturas que trabajan como máquinas— sería muy poco valioso como para crearlo. La felicidad que Dios designa para sus criaturas superiores es la felicidad de ser libres, de estar unidos voluntariamente a Él y los unos con los otros en un éxtasis de amor y deleite, comparado con el cual el más apasionado amor entre un hombre y una mujer en esta tierra parece débil. Y por eso fueron hechos libres. Por supuesto, Dios sabía lo que sucedería si ellos usaban su libertad de la forma equivocada: aparentemente, Él pensó que valía la pena correr el riesgo [...] Si Dios piensa que este estado de guerra en el universo es un precio que merece la pena pagar por el libre albedrío, es decir, por crear un mundo real en el cual las criaturas sean capaces de hacer un bien y un mal reales y algo de real importancia pueda suceder, en lugar de un mundo de juguete que solo se mueva cuando Él maneje los hilos, entonces nosotros podemos dar por sentado que vale la pena pagarlo.
Dios nos dio libre albedrío, y si tenemos la intención de hacer uso de este para sus propósitos, pagaremos un precio por hacerlo, pero como C. S. Lewis señala, «vale la pena pagarlo». Pagamos un precio no solo por hacer lo que es correcto, sino también si hacemos lo que está mal. Yo le aseguro que el precio que pagamos por nuestras malas decisiones es mucho mayor y nos deja afligidos y llenos de remordimiento y miseria.
Estoy bastante segura de que usted podría pensar en varias personas que conoce que en la actualidad hacen malas decisiones debido a que simplemente encuentran difícil hacer lo correcto, o se engañan pensando que sus malas elecciones podrán hacerlos felices. Es absolutamente sorprendente ver cuántas personas destruyen sus vidas porque no están dispuestas a hacer las cosas difíciles. «Resulta demasiado difícil» es una de las más grandes excusas que escucho cuando exhorto a las personas a transformar su vida al cambiar sus elecciones por otras que correspondan con la voluntad de Dios.
Usted y yo podemos elegir lo que haremos cada día. Escogemos nuestros pensamientos, palabras, actitudes y conductas. No podemos siempre determinar cuáles serán nuestras circunstancias, pero sí podemos decidir cómo responderemos a ellas. ¡Somos agentes libres! Cuando hacemos uso de nuestra libertad para escoger hacer la voluntad de Dios, lo honramos y glorificamos. Podemos elegir hacer que cada día cuente —lograr algo que valga la pena—o podemos elegir desperdiciar nuestro día.
En su libro Los secretos de la dirección divina, F. B. Meyer señala: «Quizás usted vive guiándose demasiado por sus sentimientos y no mucho por su voluntad. No tenemos control directo sobre nuestros sentimientos, pero sí sobre nuestra voluntad. Nuestras decisiones son nuestras, para hacer que ellas sean las mismas de Dios. Dios no nos hace responsables por lo que sentimos, pero sí por lo que decidimos hacer. A su vista, no somos lo que sentimos, sino lo que elegimos. Por lo tanto, no nos permitamos vivir en la casa de veraneo de la emoción, sino en la ciudadela central de la voluntad, completamente rendidos y devotos a la voluntad de Dios». 
La mayoría de nosotros conoce a personas que viven enteramente a partir de sus sentimientos, y el resultado es que están desperdiciando sus vidas. Sin embargo, eso puede cambiar rápidamente si toman decisiones diferentes, unas que estén en consonancia con la voluntad de Dios.
Es maravilloso descubrir que con la ayuda de Dios podemos corregir los errores que hemos cometido. Cuando hacemos malas decisiones, siempre cosechamos el resultado de ellas tarde o temprano, y esto nunca resulta placentero. Cosechar lo que sembramos es una ley espiritual que Dios ha establecido en el universo y que trabaja de la misma manera en cada oportunidad. Si sembramos para la carne, cosecharemos de la carne ruina, decadencia y destrucción. No obstante, si sembramos para el Espíritu, cosecharemos vida (véase Gálatas 6:8). No importa cuánta mala semilla (obstinación y desobediencia) se ha plantado, en el momento que alguien comienza a plantar buena semilla (obediencia a Dios), su vida comienza a cambiar para mejor. La misericordia de Dios es nueva cada mañana... ¡y eso significa que Él ha provisto una manera de que tengamos un nuevo comienzo cada día! 

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