EL ESPIRITU SANTO ES DIOS

Comienzo con esta impactante verdad porque es lo más importante que se puede decir acerca del Espíritu Santo: que Él es Dios. Plenamente Dios. El Espíritu Santo es completamente Dios, así como el Padre es Dios y Jesús, el Hijo, es Dios. Sabemos que el Padre es Dios; esta es la suposición que aceptamos sin sentido crítico; es como decir que Dios es Dios. Y como cristianos igualmente creemos y confesamos que Jesús es Dios. “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). La Palabra se hizo carne (v. 14) y aun así permaneció siendo completamente Dios. Jesús fue (y es) Dios como si no fuera hombre, y es al mismo tiempo hombre como si no fuera Dios. Dios mismo llama a Jesús Dios, porque le dijo al Hijo: “Tu trono, oh Dios, permanece por los siglos de los siglos” (Hebreos 1:8). Como Juan resumió en su epístola general: Jesucristo “es el Dios verdadero” (1 Juan 5:20).

Por lo tanto en la misma exacta manera el Espíritu Santo es verdaderamente, totalmente y plenamente Dios; como Dios es Dios.

Cuando Ananías le mintió al Espíritu Santo le mintió a Dios. Pedro le dijo a Ananías: “¿Cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo [...]? [...] ¡No has mentido a los hombres sino a Dios!” (Hechos 5:3-4). Como consecuencia, Ananías (y luego su esposa, Safira) murieron de inmediato. El Espíritu Santo estaba presente en la primera iglesia en un nivel sumamente alto. Estaban en una “situación de avivamiento” que es algo que la iglesia tristemente no está experimentando en el momento. Así que cuando Dios se manifieste con tanto poder como en esa época, se volverá peligroso mentir en su presencia. Mentirle al Espíritu Santo era como jugar con electricidad de alto voltaje con las manos mojadas.

Pablo también demostró la deidad del Espíritu Santo cuando dijo que somos el “templo” de Dios. El templo es el lugar donde Dios mismo mora. “Si alguno destruye el templo de Dios, él mismo será destruido por Dios” (1 Corintios 3:17). Además: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios?” (1 Corintios 6:19). Esta es otra manera de declarar que el Espíritu Santo es Dios. Pablo también dijo: “Ahora bien, el Señor es el Espíritu” (2 Corintios 3:17).

Por lo tanto, debemos hablar de la deidad del Espíritu Santo —de que Él es Dios— porque lo es. No sentimos la necesidad de hablar de la deidad del Padre, ¿o sí? Parecería redundante. ¡Y aun así algunas veces pienso que me gustaría predicar sobre la divinidad de Dios! El miembro de la Trinidad más descuidado en estos días es Dios el Padre. Hay más libros escritos por autores cristianos sobre Jesús y el Espíritu Santo que sobre Dios Padre. 

Dicho lo cual, jamás subestime o dé por sentada la deidad del Espíritu Santo. El Espíritu Santo que está en usted es Dios en usted. Usted puede adorar al Espíritu Santo; usted puede orar al Espíritu Santo; usted puede cantar al Espíritu Santo. Y aun así hay algunos cristianos sinceros que no sienten la libertad de orar o de cantarle al Espíritu Santo. Esto es a causa de una traducción defectuosa de Juan 16:13, lo cual examinaré adelante. Tales cristianos bien intencionados no tienen problemas con cantar los primeros dos versos de un conocido coro que habla de glorificar al Padre y al Hijo, pero cuando llega el momento de glorificar al Espíritu, ¡algunos temen continuar cantando! ¡Como si el Espíritu no quisiera ser adorado o venerado! ¡O como si el Padre y el Hijo no quisieran que lo hiciéramos!

Estos cristiano se sienten incómodos de cantar sobre adorar y venerar al Espíritu porque la versión Reina-Valera Antigua tradujo Juan 16:13—en referencia al Espíritu Santo—como: “Porque no hablará de sí mismo”, un versículo que debería haber sido traducido como: “Porque no hablará por su propia cuenta”, como muestro más adelante en este libro. No obstante, yo de hecho me identifico con estas personas. Sé por lo que están pasando. Yo solía tener el mismo problema hasta que vi lo que el griego decía literalmente. Y aún así los himnarios tradicionales durante muchos años han incluido, sin vergüenza alguna, himnos con letra como: “Espíritu Santo, Verdad divina, amanece sobre esta alma mía”, “Espíritu Santo, disipa nuestra tristeza”, “Señor Dios, el Espíritu Santo, en esta hora aceptado, como en el día de Pentecostés, desciende con todo tu poder” o “Espíritu de Dios, desciende sobre mi corazón”. Me encantan las palabras del siguiente himno:

Te adoro, Oh Espíritu Santo,

Me encanta adorarte;

Mi resucitado Señor, porque estaríamos perdidos

Sin tu compañía.

Te adoro, Oh Espíritu Santo,

Me encanta adorarte;

Contigo cada día es Pentecostés,

Cada noche Navidad.

Uno no podría dirigirse al Espíritu Santo de esa manera si no fuera Dios. No tenga miedo de hablarle directamente al Espíritu Santo. O de cantarle. No hay celos ni rivalidad en la Trinidad: el Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre está feliz y el Hijo está feliz cuando usted se dirige al Espíritu Santo en oración. Después de todo, el Espíritu de Dios es Dios el Espíritu. ¡Lo que es más, la Trinidad no es Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios la Santa Biblia! Que esto se apodere de usted.

Jamás lo olvide: el Espíritu Santo es Dios. Por lo tanto, piense en esto: usted puede ser lleno de Dios. Quiero ser apasionado por Dios. Considere todos los atributos de Dios. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos” (Salmos 19:1). Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?»” (Salmos 8:3-4). Medite en esto: ¡Dios su Creador y Redentor está en usted! Usted puede ser lleno de Él. Y esto sucede porque usted puede ser lleno del Espíritu Santo, que es Dios.

Para mayor estudio: Hechos 5:1-13; 1 Corintios 3:16-17; 1 Corintios 6:19-20; 2 Corintios 3:12-18

Ven, Espíritu Santo, ven. Ven como viento. Ven como fuego. Que seamos llenos, facultados y limpiados. En el nombre de Jesús, amén.

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