LA PALABRA SALVACION


La palabra salvación se emplea en la Biblia para indicar la obra de Dios a favor del hombre. En la presente dispensación, su uso se limita a la obra que él efectúa en los individuos y que se otorga a base de una sola condición bien definida en las Escrituras. No es posible dar demasiado énfasis al hecho de que ahora, según la Biblia, la salvación es el resultado de la obra de Dios para sí mismo. Eventualmente, la persona que ha sido salva por el poder de Dios puede, después de haberse cumplido en ella la obra divina, hacer “buenas obras” para Dios, porque se dice que la salvación es “para buenas obras” (Ef 2:10), y los que han creído deben procurar “ocuparse en buenas obras-” (Tito 3:8). Es evidente que las buenas obras se hacen posibles debido a que ya se posee la salvación, pero éstas no añaden nada a la obra salvadora, toda suficiente y perfecta de Dios.

Según el uso del Nuevo Testamento, la palabra salvación puede indicar el todo o una parte de la obra divina a favor del pecador. Cuando el término se refiere a toda la obra de Dios, toma en cuenta la completa transformación que se efectúa de un estado de perdición y condenación para el pecador a una esfera en la que este mismo pecador aparece conformado a la imagen de Cristo en gloria. Por lo tanto, el sentido más amplio del término salvación combina en si mismo muchas obras distintas que Dios realiza para el individuo, tales como la expiación, la gracia, la propiciación, el perdón, la justificación, la imputación, la regeneración, la adopción, la santificación, la redención y la glorificación. Los dos pasajes siguientes describen el estado del cual el individuo es salvo y el estado hacia el cual es salvo:
“Por tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión hecha con mano en la carne. En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef 2:11-12)
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios . . . y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1Jn 3:1-2).
No podría haber entre los estados posibles para el hombre otros que estuviesen en mayor contraste que los dos descritos anteriormente.

Debe admitirse que esta transformación lejos de representar lo más grande que él impotente puede hacer para Dios, señala lo más grande que el Dios infinito puede hacer para el hombre, porque no es posible concebir algo que supere al estado a que el hombre es llevado por esta salvación, es decir, el ser “semejante a Cristo” y “conformado a la imagen de su Hijo”.

Mucho de la obra divina de salvación se cumple en la persona en el mismo instante en que ésta ejerce la fe salvadora. Pero, también hay algunos aspectos de esta obra que se hallan en la forma de un proceso transformador después de que el aspecto inicial de la salvación se ha realizado por completo. Además, existe uno que se revela como aquello que al momento de cumplirse lleva a su consumación la obra total de Dios a favor del pecador. Este último pertenece completamente al futuro.

Por lo tanto, en la presente dispensación es posible considerar la salvación a base de tres tiempos, tal como lo revelan las Escrituras: el tiempo pasado, o sea aquella parte de la obra salvadora que ya está del todo cumplida en y a favor del creyente, el tiempo presente, es decir, lo que ahora se está cumpliendo en y a favor del creyente; ya el tiempo futuro, esto es, lo que se cumplirá para consumar la obra de Dios en y a favor del creyente.

Los siguientes pasajes constituyen una exposición clara de los diferentes aspectos de la obra divina de salvación.

1. El hijo de Dios llegó a ser salvo de la culpa y la pena del pecado cuando creyó
“Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lc. 7:50)
“y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” Hechos 16:30-31)
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1Co 1:18)
“Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden” (2Co 2:15)
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Ef 2:8)
“Quien nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (2 Ti. 1:9).
2. El hijo de Dios, exaltado a tan elevada posición por medio de la fe, está siendo salvo del poder y dominio del pecado a base del mismo principio de fe:
“santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Jn 17:17)
“Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro 6:14)
“ Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil 2:12-13)
“Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro 8:2)
“Digo pues: Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:16).
3. El hijo de Dios, engendrado como tal por medio de la fe, tiene que ser salvo todavía de la presencia del pecado en la presencia de Dios:
“Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos” (Ro 13:11)
“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:3-5)
“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” 1Jn 3:1-2).
También hay otros pasajes que combinan estos tres diferentes aspectos de la salvación:
“estando persuadido de esto, que el comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil 1:6)
“Más por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención” (1Co 1:30)
“así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a si mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a si mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef 5:25-27).


[Fuente: Salvation: God's Marvelous Work of Grace, Cap I. By Lewis Sperry Chafer, 1917]

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