La resurrección de Jesús es la prueba más importante de la veracidad de la fe cristiana. La resurrección apoya la inspiración divina y la confiabilidad de las Escrituras, y no a la inversa. He visto personas que han caído en una crisis de fe al descubrir una dificultad que las Escrituras no puedan explicar. La lista de dificultades que los críticos pueden inventar es bastante larga. Aunque la mayoría de ellas se puede resolver aplicando paciente y objetivamente la ley de la no contradicción, o simplemente recurriendo al uso de la ley del sentido común, nuestra fe no se puede poner en pausa hasta que dichos problemas sean resueltos. El cristianismo creció porque los apóstoles predicaron que Cristo había sido levantado de entre los muertos, en cumplimiento de lo dicho por los profetas hebreos. Su muerte satisfizo las demandas de justicia cuando se rompe la Ley de Dios, y la vida perfecta de Jesús lo calificó para ser el Cordero de Dios, el sacrificio sin mancha ni mácula. Los evangelios del Nuevo Testamento y las cartas de Pablo no se escribirían por casi dos décadas, sin embargo, la iglesia creció rápida y dramáticamente durante ese lapso de tiempo. El núcleo central de su mensaje fue la veracidad de la resurrección. Aunque defender la autoridad de las Escrituras que es una tarea noble y necesaria, no debemos ir más allá de lo que las mismas Escrituras dicen acerca del contenido de la presentación central del evangelio.
Son muchas las historias que he escuchado acerca de cómo la resurrección salvó la fe de la gente. A los diecinueve años, el Dr. George Wood luchaba con el dilema de querer creer que su fe era racional, pero teniendo dificultades para hallar las bases que necesitaba. Fue cuando oyó una clase sobre las bases históricas de la resurrección que pudo encontrar una base sólida. “Entonces vine a entender que podía confiar en la voz de Jesús porque, según la historia, Él había sido levantado de entre los muertos”. Hoy es el líder de las Asambleas de Dios, una agrupación de unas trescientas mil iglesias, presente en más de doscientos países.
Los historiadores nunca habrían puesto en duda la confiabilidad de los evangelios si a estos se les hubiera aplicado consistentemente los mismos estándares que se les aplicaron a otros textos antiguos. La razón principal por la que se niega la confiabilidad de los evangelios es el rechazo a cualquier hipótesis sobrenatural, en particular, la resurrección de Jesús. Necesitan creer que los discípulos se encontraban tan confundidos por lo que había pasado que comenzaron a esparcir fábulas delirantes por toda la primera iglesia. Sin embargo, si Jesús en verdad se levantó de entre los muertos, Él realmente representó la presencia de Dios en la tierra, y los relatos de los discípulos fueron certeros.
Comprender esto implica varias cosas. Primero, Jesús habría profetizado su muerte y resurrección, por lo que habría preparado a sus discípulos para transmitir verazmente sus enseñanzas a las futuras generaciones. Además, los autores y recopiladores de las Escrituras en el futuro habrían sido guiados por el Espíritu Santo, para garantizar que la información fuera preservada fielmente. Difícilmente nos podemos imaginar a Dios observando pasivamente desde el cielo, mientras el mensaje de Jesús se corrompe poco a poco. Particularmente cuando el mismo Jesús prometió a los apóstoles que el Espíritu Santo les recordaría todas sus enseñanzas, y que Él les mostraría todo lo demás que ellos necesitaran entender (Jn. 14:26).
Jesús les encargó a sus discípulos difundir su mensaje a todas las naciones, y Él prometió que estaría con ellos hasta el final (Mt. 28:18-20). Por lo tanto, podemos tener la seguridad de que ellos transmitieron su mensaje fielmente y lo repitieron continuamente durante décadas.
También prepararon a futuros líderes para transmitir la información a las futuras generaciones. Y esos líderes transmitieron la misma tradición a la siguiente generación. Éste proceso se siguió repitiendo mucho después de que los evangelios fueran transcritos y copiados a lo largo del mundo conocido. Clemente, sucesor de Pedro en Roma, escribió: “Los apóstoles recibieron el evangelio del Señor Jesucristo, y Jesucristo fue enviado por Dios. Cristo, por lo tanto, es y viene de Dios, y los apóstoles son y vienen de Cristo. Ambos eventos, entonces, ocurrieron por la voluntad de Dios. Recibiendo sus instrucciones y llenos de confianza en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y confirmados en la fe por la palabra de Dios, salieron con la convicción total en el Espíritu Santo, predicando las buenas nuevas de que el advenimiento del reino de Dios está por llegar. Predicaron en la ciudad y en el campo; y nombraron a sus primeros conversos, probándolos en el Espíritu, como obispos y diáconos de los futuros creyentes”.
Una acusación frecuente de los escépticos es que los cristianos creen en la resurrección solo porque la Biblia dice que ocurrió. Si tal afirmación fuese cierta, la lógica debería fluir como sigue a continuación:
La Biblia es la Palabra de Dios.
La Biblia dice que Jesús fue levantado de entre los muertos.
Por lo tanto, Jesús fue levantado de entre los muertos, porque la Biblia lo dice.
Tal argumentación sería un razonamiento circular, y lógicamente inválido.
En realidad, el argumento no comienza ni termina con la afirmación de que la Biblia es cierta. El argumento dice:
Según la historia, Jesús fue crucificado y levantado de entre los muertos.
Su resurrección validó su identidad como Hijo de Dios.
Los escritos del Nuevo Testamento son históricamente fiables y son testimonio de estos hechos.
Por lo tanto ambos, la historia y las Escrituras, confirman que Jesucristo de Nazaret fue levantado de entre los muertos, tres días después de ser crucificado.
Este es un argumento lineal y no circular. La premisa inicial es que Jesús existió y que su crucifixión por parte el líder romano Poncio Pilatos forma parte de los registros históricos. Por lo tanto, su resurrección es la mejor explicación para los hechos históricos que aún los más escépticos reconocen cómo verdaderos. Los escritos del Nuevo Testamento son documentos históricos confiables y apoyan la hipótesis de que la crucifixión y la resurrección fueron acontecimientos reales. Estos también explican que este último evento sobrenatural confirma la identidad de Jesús como el Hijo de Dios. La conclusión, por lo tanto, fluye desde un hecho histórico, no de una aseveración al azar proveniente de un libro religioso, como a los escépticos les gusta retratarlo.
El director del departamento de filosofía de la Universidad Liberty, Gary Habermas, ilustra el significado de esta diferencia en sus charlas sobre la veracidad de la resurrección. Levanta una Biblia en alto y dice: “Si esta Biblia es la palabra infalible de Dios, Jesús fue levantado de entre los muertos. Si esta Biblia no es infalible, pero aún es confiable, Jesús todavía fue levantado de entre los muertos”.
Esta es una verdad vital a la cual debemos aferrarnos al enfrentarnos al bombardeo de los escépticos sobre los creyentes de Jesús en la sociedad contemporánea.
Históricamente, la resurrección es la hipótesis que mejor explica todos los hechos, pero esto no nos explica por completo su significado. Al escudriñar las Escrituras, obtenemos una sabiduría valiosa sobre lo que realmente significa.
“Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, apartado para anunciar el evangelio de Dios, que por medio de sus profetas ya había prometido en las sagradas Escrituras. Este evangelio habla de su Hijo, que según la naturaleza humana era descendiente de David, pero que según el Espíritu de santidad fue designado con poder Hijo de Dios por la resurrección. Él es Jesucristo nuestro Señor” (Ro. 1:1-4).
La resurrección puso en evidencia que Jesús era, ciertamente, el Hijo de Dios. Con tantas personas afirmando hablar en nombre de Dios, o aun ser el Mesías, necesitamos urgentemente que la certeza de la identidad de Cristo sea confirmada por Dios.
Este hecho me recuerda la importancia de verificar la identidad. Nuestra identidad se debe establecer más allá de nuestro propio testimonio. No llegamos a un aeropuerto esperando ser admitidos en un área de seguridad sin que antes se confirme quienes somos. La resurrección confirmó quien es Él. En un mundo donde abundan los robos de identidades y los engaños, podemos poner nuestra confianza en Jesucristo. Porque Jesús fue levantado de entre los muertos, podemos confiar en que sus Palabras fueron reales y dignas de confianza.
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