CUIDA TUS PALABRAS


Es muy normal que durante nuestra vida y de forma inesperada nos topemos con situaciones indeseables que alteran nuestra tranquilidad y nos hacen pasar por momentos desagradables que no quisiéramos repetir jamás. Lo cierto es que la gran mayoría de estos malos ratos los podríamos evitar por completo, si tan solo controláramos nuestros impulsos. La manera que respondemos a una situación que nos incomoda o a una palabra de arrogancia, ironía u hostilidad hacia nosotros, será el oportuno balde de agua que extinga la pequeña llama o, por el contrario, el combustible que desate un incontrolable incendio. Jesús también nos dice en su Palabra: “ . . . aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29).
La manera más efectiva para controlar nuestro enojo u hostilidad es desarrollar un espíritu apacible. En la sociedad machista en la que vivimos en muchos países de Latinoamérica, se tiende a relacionar un espíritu apacible con “cosa de mujeres”. Algunas personas piensan que un espíritu apacible le resta a la hombría. Nada más lejos de la verdad porque esa característica no es exclusiva de uno u otro sexo. No te hace más mujer ni menos hombre. Es un regalo de Dios para todo aquel que lo solicita. Desarrollar un espíritu apacible suaviza tu temperamento y embellece tu carácter. Dios te ha dado el potencial para desarrollar esta hermosa característica, pero tú tomas la decisión de aceptarla o no. Aunque sabemos que Dios tiene el poder para hacer un cambio instantáneo en nosotros, generalmente Él nos pide que hagamos nuestra parte. Mi experiencia me dice que esta transformación en nuestro carácter no siempre viene de manera automática cuando aceptamos a Jesús y decidimos vivir bajo sus demandas. Es algo que se desarrolla en el camino, siempre y cuando nos hayamos determinado a transformarnos. La realidad es que todos, en alguna medida, necesitamos hacer modificaciones para poder cumplir con lo que Dios desea de cada uno de nosotros. ¿Por dónde debo empezar? ¿Qué es lo primero que debo hacer? ¿Qué tal si comenzamos refrenando nuestra lengua? ¿Qué tal si nos detenemos a pensar varios segundos antes de desenrollarla como látigo cortante y despiadado?
Cuando nos tomamos el tiempo para frotar el fino, pero delicadamente abrasivo polvo de la Palabra de Dios sobre nuestras palabras antes de que salgan de nuestra boca, suavizamos nuestros ásperos pensamientos. Entonces hablamos con sabiduría y sensatez. Cuando tomamos esta verdad, la hacemos nuestra y la practicamos como parte de nuestra vida diaria, estamos listos para pasar al próximo nivel: ser pacificadores. Es entonces cuando ya no se trata de estar en paz con mis hermanos, sino procurar que ellos también estén en paz entre ellos mismos. Eso es ser un pacificador. Todos hemos caído en la trampa de utilizar palabras ásperas cuando hemos querido ser firmes o estrictos en algo. Yo personalmente he caído en esa trampa, pero no tiene que ser así. Se puede ser firme, estricto o determinado, sin lastimar con nuestras palabras. Se puede corregir o amonestar con palabras llenas de amor y misericordia. ¿Por qué no lo hacemos? Sencillamente porque no controlamos nuestros impulsos. No hemos tomado la firme determinación de al menos intentar suavizar nuestras palabras cuando deseamos expresar nuestro malestar por alguna situación.
Cuando vuelvas a enfrentar un momento donde te veas tentado a herir con tus palabras, detente. Respira profundamente y toma unos segundos mientras te preguntas: ¿Cómo respondería Jesús en este caso? Eso te hará reflexionar y de seguro suavizará tus palabras. Jesús es el modelo a seguir, pues dio su vida por nosotros solo porque nos ama. Él nunca nos heriría con sus palabras.

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