HABLAR DE TU FE


Imaginemos que te han dado una nueva tarea. Tendrás que re­coger tu oficina, tu casa y tus relaciones y mudarte a Tombuctú. No, no es solo un lugar legendario en el medio de la nada; es una ciudad actual en Mali, África occidental. Te han asignado que vivas entre los tuareg, una tribu nómada del desierto, más conocida por sus tocados y manadas de camellos. Establecerás tu negocio en la zona, empleando a obreros locales, comiendo en los restaurantes locales y uniéndote a la Cámara de Comercio de Tombuctú. Tu misión es aprender todo lo que puedas sobre la cultura tuareg a fin de poder amar a las personas de modo eficaz. No estás allí para intentar hacer que ellos cambien; sen­cillamente eres llamada a amar. ¿Aceptarás el reto?
Puede que algunas estén intrigadas tanto por el reto como por la aventura de esta oportunidad, pero es poco probable que yo reciba muchas solicitantes para esta tarea solitaria y aislada en África. ¿Cuántas veces has oído a alguien expresar el temor a que si él o ella entrega a Dios el control de su vida, Él po­dría enviarle como misionero a África? El pensamiento de dejar atrás el agua caliente y los inodoros puede ser un obstáculo tan grande como tener que decir adiós a unos padres ancianos en el aeropuerto.
¿Y si te dijera que tu tarea no es ir a África, sino que sim­plemente te están pidiendo que te quedes en tu lugar de trabajo actual? Debes relacionarte con las personas que están en los cu­bículos que te rodean o con quienes trabajan al lado en la línea de producción. Tu tarea incluye asegurarte de pasar tiempo con sus compañeros de trabajo en el almuerzo, mostrándoles ge­nuino interés y comprensión. En cada oportunidad que tengas, debes mostrar a tus compañeros de trabajo que te interesas por ellos y por lo que sucede en sus vidas. No debes pedirles que cambien sus valores ni su estilo de vida; sencillamente debes mostrar interés sincero y amor auténtico a aquellos con quienes trabajas. ¿Es ese un reto que aceptarás?
Ninguna de nosotras restaría importancia a ir a vivir a África para amar a los tuareg, pero ¿cuántas de nosotras verían el valor de poner en práctica nuestra fe amando a nuestros compañeros de trabajo? Todas nosotras que hemos puesto nuestra fe en Jesu­cristo tenemos el llamado en nuestra vida de transmitir a otros el amor que Él nos ha dado gratuitamente. Cuando el amor es acumulado, se vuelve un poco apestoso. Si se transmite, se convierte en un aroma hermoso.
La Constitución de Mèxico decreta que haya separación entre Iglesia y Estado. Esto mismo se ha abierto camino en el lugar de trabajo hasta tal grado que muchas de nosotras sentimos que debemos dejar nuestra fe en la puerta antes de entrar. Ser cristiana puede que no sea polí­ticamente correcto; hablar acerca de muestra fe incluso puede ser tabú; pero expresar nuestra fe puede significar suicidio en nuestra carrera. Por tanto, ¿cómo podemos mantener las expec­tativas del lugar de trabajo a la vez que practicamos el mandato de Cristo de ser testigos no solo hasta los confines de la tierra sino también en nuestro lugar de trabajo en “Jerusalén”? (He­chos 1:8).
Creo que la responsabilidad de expresar nuestra fe es un privilegio que se obtiene mediante la autenticidad y el amor. Nadie hace más daño a la causa del cristianismo que quienes siempre están citando la Biblia, los cristianos píos y los predi­cadores de “fuego y azufre” que utilizan el lugar de trabajo como una plataforma para predicar, en lugar de ser un lugar donde amar con sinceridad. Un Dios condenador presentado mediante una actitud farisaica solamente profundiza la resisten­cia. El amor de Dios atrae y derriba barreras.
 Esto no es un proyecto
Es imperativo que no consideremos a nuestros compañeros de trabajo incrédulos como “proyectos”. A muchas de noso­tras nos han enseñado que tenemos que conseguir que personas sean salvas. Esto evoca la imagen de empujar a una mula terca hasta un pozo de agua a la vez que musitamos: “Vamos, animal obstinado. Necesitas esta agua”.
Probablemente todas nosotras hayamos experimentado que alguien nos empujara a hacer algo por un motivo menos que amoroso. Y es una reacción común resistir en cuanto nos sin­tamos forzadas a hacer algo. Si un vendedor intenta atraernos diciendo: “¡Tengo una oferta para usted!”, inmediatamente nos volvemos escépticas. Eso es lo que sucede con nuestros compa­ñeros de trabajo si sienten que están intentando hacerles tragar el cristianismo.
Debemos comprobar nuestro corazón y examinar nuestros motivos. ¿Estamos simplemente intentando anotar una conver­sión, o es nuestro deseo amar a nuestros colegas?

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