CRISTO EN EL TABERNACULO


El detalle y extensión con que se nos ofrece la construcción del Tabernáculo en la Sagrada Escritura ha llamado siempre la atención de los cristianos. Acaso antes de que finalizara el siglo I mereció todo un comentario inspirado, que pronto ocupó un lugar de honor en la Iglesia Primitiva -a pesar de ser desconocido su autor -, a saber: la Epístola a los Hebreos; ahí hallamos la siguiente declaración referente al Tabernáculo: "Lo cual es figura [o símbolo] del tiempo presente" (He. 9:9). A descubrir tales figuras o símbolos se han dedicado, desde entonces, grandes pensadores cristianos; uno de los primeros fue Orígenes, en los siglos II y III.


Y este empeño, aunque más moderado y mesurado, es el que ha compartido el Dr. A. B. Simpson. Así, su interpretación de las figuras es abiertamente reconocida y aceptada en el mundo cristiano y su estudio ha servido como medio de edificación espiritual a no pocos creyentes. Sin duda, Juan el Bautista no habría podido llamar a Jesucristo "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" si no hubiera estado familiarizado con los sacrificios del ritual judío en el Templo. 

La frase "el Cordero que fue inmolado" aparece con mucha frecuencia en el único libro que tenemos que nos describe las glorias del Cielo en un lenguaje también figurado. No desdeñemos, pues, el método didáctico que Dios empleó para enseñar al pueblo judío la grandeza de su plan redentor en la Persona de su Hijo Jesucristo, y que ángeles y humanos tanto han admirado y admirarán por la eternidad.

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