LA TRISTE VIDA DE BILLIE HOLIDAY

Billie Holiday (1915-1959) no se parece a ninguna otra cantante de jazz. Todo cuanto la rodea es un misterio. A pesar de no tener estudios técnicos, poseía una incomparable dicción, fraseo e intensidad dramática. Llena de sentimiento, su voz, es todavía capaz de erizar la piel, a pesar de que en los últimos años era ya apenas perceptible.  

La tortuosa vida de esta cantante de jazz transcurre en los guetos, la bohemia y el submundo de los años de la Depresión y finales de los cincuenta. Su música nace de una profunda experiencia de la miseria humana. Tres años antes de su muerte publicó sus memorias, Lady Sings The Blues, que ahora reedita Penguin en castellano en su colección de clásicos modernos. En este nuevo milenio, en que las voces femeninas han invadido el mundo del jazz, la presencia de Holiday se agiganta a cada nueva escucha. Su legado es inmenso e insustituible. Sus discos no dejan de reeditarse y aparecen nuevas biografías sobre ella.   
Su nombre real era Eleanora Fagan y nació en Baltimore en 1915. Billie dictó su autobiografía en 1956, que se transformó en una fallida película (El ocaso de una estrella), hecha para la gloria de Diana Ross. El problema es que Billie mentía sin complejos, ya que tenía mucha imaginación. El material que el periodista recogió de sus vivencias no era fiable. Además, la editorial eliminó pasajes, para evitar querellas.  En los años 70 una admiradora suya escribió la biografía más completa de la cantante. 

Linda Kuehl se basó en muchas entrevistas y documentos, pero no le pudo dar forma coherente al manuscrito. El rechazo de la editorial provocó de hecho tal desesperación que se suicidó en 1979, tras ir a un concierto de Count Basie, el antiguo jefe de Billie. El archivo de Kuehl fue vendido a un coleccionista, pero un día lo revisó una escritora británica llamada Julia Blackburn, que descubrió que Linda era una gran entrevistadora. Se propuso entonces ordenar toda aquella información y seleccionar los testimonios más interesantes, aunque éstos se contradijeran entre sí. Es así como nace Billie. 

El resultado es sorprendente. Todo lo que sabíamos o imaginábamos sobre la cantante, no es más que un pálido reflejo de la realidad. Su nombre real era Eleanora Fagan. Nació en Baltimore (Maryland, EE.UU.) en 1915. Su madre tenía sólo 13 años y su padre era guitarrista de jazz. Poco después de nacer, sus padres la dejaron con sus abuelos, para emigrar al norte. Sus abuelos la maltrataban, mientras vivía con una prima, sus dos hijos pequeños y la bisabuela.  

A los 10 años, Billie tiene que trabajar ya cuidando bebés, haciendo recados a domicilio y fregando las escaleras de entrada a las casas de los barrios blancos. Era además “chica para todo” en una casa de citas. Cuando la dejaban libre, andaba por las calles, jugando con los chicos del barrio a las canicas, o se peleaba con ellos. Al volver su madre, se mudan a un barrio mejor, para llevar una casa de huéspedes. Una mañana, estando sola en su habitación, uno de ellos intenta abusar de ella. Al hombre le condenan a cinco años de cárcel, pero ¡a ella la recluyeron en una institución católica por tiempo indefinido! Allí fue castigada, humillada y obligada a pasar una noche junto al cadáver de una compañera, gritando y golpeando la puerta, hasta que se le ensangrentaron las manos.    

Cuando sale de la institución, se convierte en fregona a domicilio. Su madre vuelve al norte y ella se queda otra vez con sus abuelos. Finalmente le manda dinero para ir a Nueva York, donde trabaja su madre de criada. Billie no tarda en detestar su nuevo empleo. La tratan tan mal, que prefiere irse de prostituta a un burdel. Ahora tenía dinero y una sirvienta que le lavaba la ropa, hasta que un cliente con quien se había negado a mantener relaciones, la denuncia por ser menor de edad, acabando en la cárcel. La Depresión no era algo nuevo, para Billie, ya que ella y su madre podían estar contentas si conseguían lo suficiente para comer caliente las dos una vez al día. Intenta ser bailarina, pero resulta un completo fracaso. Es entonces cuando empieza a cantar en un bar, mientras sirve de mesa en mesa. Consigue trabajo para su madre en la cocina, pero ella se niega a recoger propinas. Las compañeras le llaman por eso Lady, Señora. Uno de los clientes del local era Benny Goodman, que le propone grabar un disco. Otro era el agente de Louis Armstrong, que ofrece representarla. Billie tenía entonces 16 años, fumaba marihuana y bebía regularmente.  

El año 35 Holiday canta en el famoso Teatro Apolo de Harlem, donde conoce al saxofonista Lester Young, que se muda a vivir con las dos mujeres. Dos años después se incorpora a la orquesta de Count Basie. Los problemas vienen cuando le dicen que se oscurezca el rostro con grasa negra, porque tiene la piel “demasiado clara”. Ella renuncia a su puesto y se va de gira con la orquesta blanca de Artie Shaw. En el sur es molestada por sheriffs, camareras, empleados de hotel y todo tipo de chiflados. De ese ambiente de segregación y prejuicios raciales proviene su famosa canción Strange Fruit, que será su mayor éxito de ventas.    

Tras dos años de cantar en un café, abre un restaurante a su madre. Su relación se hace tan mala, que en una discusión le dice: “¡Qué Dios bendiga al hijo que conserva lo propio!”. De ahí viene otro de sus temas más conocidos: “Cualquiera que tiene, tendrá más; / pero el que no tiene, lo perderá / Así dice la Biblia”. Esa es la peculiar lectura que hace Holiday del texto del Evangelio según Mateo 13:12, a la luz de sus problemas familiares. Se encuentra sola trabajando en locales llenos de blancos, con los que no puede relacionarse. Se casa con un vividor en el 41, cuyas infidelidades inspiran la canción Don´t explain (No expliques nada). Él la introdujo en el mundo de la droga. Tras el fracaso de su primer matrimonio, Billie se une a un traficante de droga, que organiza una orquesta para ella. 

Mientras está “enganchada”, parece que no tiene problemas, pero cuando intenta “descolgarse”, todo se vuelve en contra de ella. Tras pasar tres semanas en un sanatorio privado, le parece que ya está rehabilitada. Es entonces cuando la empiezan a perseguir los agentes del Departamento Federal de Estupefacientes buscando un castigo ejemplar, hasta en el mismo Hollywood, donde hace una película con Louis Armstrong. Es detenida finalmente junto a su compañero en 1947. En el juicio se declara adicta a la heroína, siendo condenada a un año de cárcel. Pierde así la tarjeta que necesita para actuar en los locales nocturnos más lucrativos de Nueva York, donde se consumían bebidas alcohólicas. El año 49, Holiday es arrestada de nuevo en San Francisco, siendo declarada inocente de un cargo de tenencia de drogas. 

Se casa de nuevo con un hombre con quien convivía desde hace cinco años, que le compraba heroína. La pareja es detenida en la habitación del hotel y ella cambia su adicción a la heroína por el alcohol. Empieza a perder la voz y necesita ya ayuda hasta para salir al escenario. Su matrimonio se rompe y ella se va a Europa, donde fracasa, siendo abucheada en Paris. El año 59 es ingresada al borde del colapso en un hospital de Harlem, bajo vigilancia judicial, sufriendo una parada cardiaca. Su legado es inmenso e insustituible. 

¿Dónde está Dios en una vida como ésta? El sufrimiento y el dolor de Holiday parecen negar la existencia de un Dios bueno y amoroso, cuando permite las desgracias que esta mujer sufrió. ¿Es algún monstruo entonces, el que gobierna nuestro destino?, ¿o son simplemente las estrellas, las que determinan nuestra suerte? Es verdad que no todo en la vida es malo, ¿cómo explicar si no la belleza de su música? Pero la maldad y el dolor constituyen un problema, no sólo para los creyentes, sino para cualquier persona. Billie solía referirse con frecuencia a la Biblia. Ella nos dice que Dios no creó el mal y el sufrimiento, pero puede usarlo y lo usa, para nuestro bien (Ro. 8:28). Dios usa el dolor en una manera profunda, para atraernos hacia Él, cuando no queremos escucharle. 

En nuestros placeres, susurra, pero cuando sufrimos, grita. Dios no deja que nos quememos en la confusión que hemos creado. Él se entromete. Vino a este mundo de dolor y angustia. Sufrió el mal de los hombres, con toda su debilidad. Vivió la pobreza y el sufrimiento, azotes y desaliento, temor y desesperación. Su muerte fue muy dolorosa. Así que nadie diga que a Dios no le importa, y no entiende nuestro dolor. Él mismo lo ha pasado… La diferencia es que Dios ha tratado con la raíz del problema del mal y el sufrimiento. Jesús no sólo compartió nuestro dolor y agonía, sino que tomó la responsabilidad de todas nuestras miserias y vergüenzas. 

Permitió que la vasta montaña del mal lo aplastará. Sufrió lo indecible, le costó el infierno. Clamó en angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” En la cruz, Dios llevó nuestros pecados, para liberarnos del cáncer del mal que ha invadido todo nuestro ser. En su resurrección, ha triunfado sobre el dolor y el odio, el sufrimiento y la muerte. Por eso en Él hay esperanza, a pesar de todas nuestras desgracias.   

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