Durante los días próximos, en los que se celebrará la Navidad, reviven los que con fuerza y gran “conocimiento” definen la celebración como un evento pagano y en consecuencia cualquiera que la celebra ofende a Dios.
Por lo menos tres elementos están en discusión.
El primero y con mayores argumentos es que esta celebración es meramente pagana. Aunque la información es variable en cuanto a los escritores, la base actual está en el trabajo que hizo Alexander Hislop (1807-1865), de nacionalidad escocesa y miembro de la Iglesia Presbiteriana de Escocia, por cierto, acérrimo enemigo del catolicismo romano.
Escribió un folleto en 1853 que mas tarde se convirtiera en un libro titulado “Las dos Babilonias”. En este escrito, Hislop hace una conexión histórica de las prácticas que según el, la iglesia católica adoptó del paganismo primitivo y han sido heredadas a la iglesia cristiana.
El ministro evangélico Ralph Woodrow, publicó a través de su asociación evangelistica en 1966 el libro “Babilonia, misterio religioso”, en donde sostiene y hace fácil de entender la posición de Hislop. Woodrow logró un éxito tal que vendió miles de copias traduciéndolo a otros idiomas incluyendo español, afectando con esto el pensamiento y la teología de algunos que, al convertirse al cristianismo, desarrollan una aversión santa contra la iglesia católica.
Años mas tarde, en 1997, Woodrow publicó ¿The Babylon connection? (¿La conexión Babilonia?), donde reconoce de forma muy respetuosa que los escritos sobre los cuales se basó en “Babilonia misterio religioso”, no son históricamente confiables. Dichos escritos están basados en los mitos ancestrales de las religiones paganas. Los mitos, aunque proveen un momento histórico, no son elementos históricos para escribir la historia.
El segundo argumento contra la celebración de la Navidad es o pretende ser teológico. Jeremías 10:3-5 dice: “…en el bosque cortan un árbol, y un artífice le da forma con un buril; luego lo adornan con oro y plata, y lo afirman con clavos y martillo para que no se mueva…”
El citado pasaje está centrado en lo absurdo de la idolatría y lo que el pueblo de Israel presenció en la cautividad. Es obvio que Jeremías no esta hablando de la celebración de la Navidad. Si aceptáramos que se trata de la forma no del evento en si, entonces habría que aceptar que el árbol es objeto de culto o adoración. No creemos que alguno, así sea defensor de la naturaleza, adore a un árbol.
Este es un argumento muy pobre y herrado en su aplicación. No es extraño encontrar árboles en la Biblia, Jacob usó un castaño para influir en el color de las ovejas, el olivo es significativo para Israel. Hay países que se identifican por sus arboles. Y eso no es necesariamente una conexión con las culturas paganas y la idolatría.
Un tercer elemento es el histórico. Se ha dicho que no hay registro de la iglesia primitiva celebrando tal acontecimiento, que fue hasta después del año 300 que Constantino lo instituyó como celebración, que el 25 de diciembre es la fecha de la celebración del sol. La lista es larga, pero ¿qué tan cierta?
Henry C. Thompson, documentó en “Historia Sagrada Vol III”, los datos históricos contenidos en documentos donde consta que los padres de la iglesia como Justino Mártir (100-165 d.C.,) afirman que Jesús habría nacido el 25 de diciembre. Tertuliano cerca del 198 d.C., debe tener absoluto crédito en su apología contra el hereje Marción, donde afirma que las bibliotecas públicas de Roma tenían en esos días los registros de la vida de Jesús. Alegar que el día fue instituido por la iglesia de Roma y por lo tanto falso no es un dato preciso. Según Thompson esta información esta al alcance de cualquiera que consulte “The Nicene Fathers” III. p.35, entre otros.
En resumen, probablemente y sin intención alguna, los detractores de la celebración del nacimiento de Jesús se unen y ayudan a los que propagan que Cristo no es Dios.
Argumentan que celebran todos los días el nacimiento de Cristo en sus vidas, aunque en Navidad lo evitan y quieren que otros lo eviten, ellos nunca se verán contaminados con la levadura del mundo que, por cierto, hace todo lo posible desde siempre por borrar y desvirtuar todo lo que sea de Dios. Ellos no son de los que cristianizan el paganismo, pero si paganizan el cristianismo condenando un evento histórico.
Si Jesús nació el día que los días comienzan a ser mas largos, será porque así lo determinó el creador de los tiempos y las sazones.
No celebramos el día, celebramos el acontecimiento. La ignorancia también es una forma de idolatría personal.
Los relatos evangélicos (es decir, de los evangelios) denotan una clarísima invitación a, por lo mínimo, recibir las «nuevas de gran gozo». Para la ocasión de tan «inusual» evento, según se vaticinaba en Isaías, habría una clarísima distinción del modo de vida del pueblo en lo sucesivo. El dato profético lo explicaba con aquel «lo torcido se enderezará», por solo mencionar algo de lo que generaría tal gozadera.
Dios hizo uso (legítimo y soberano) de sus huestes celestiales, para entusiasmar hasta unos cuidadores de ganado y que se dieran cita en aquella gran noche en Belén y terminaran en lo que magistralmente narra Lucas en 2.20: «regresaron glorificando y alabando a Dios». ¿Cómo se podría calificar esa «conducta»? ¡No era para menos!
Dios hizo uso (legítimo y soberano) de sus huestes celestiales, para entusiasmar hasta unos cuidadores de ganado y que se dieran cita en aquella gran noche en Belén y terminaran en lo que magistralmente narra Lucas en 2.20: «regresaron glorificando y alabando a Dios». ¿Cómo se podría calificar esa «conducta»? ¡No era para menos!
Ese jolgorio fue una reacción-respuesta que humanamente hablando tenía que ocurrir. Y eso mismo es lo que debería seguir ocurriendo. La insana polémica de si esto y lo otro; de si sí o si no, es una baratísima oferta de desviar la gloria a Dios a nuestra impasibilidad religiosa.
El natalicio («encarnación», es lo más propio) del Mesías prometido siempre ha causado conmoción, para propios y extraños. En nuestros días acusamos a aquellos de quienes ni siquiera tenemos detalles de sus reales intenciones. Quizá algunos desaciertos, vistos desde nuestros días, descontextualizadamente (¿o un pequeño trozo de algún escrito, referido dos, tres o más siglos después, nos da pie para asegurar indubitablemente una comprensión cabal de lo sucedido?) nos erigen en implacables críticos de quienes sí continúan con la tradición pastoril de celebrar a Cristo.
Tenemos la tendencia de criticar todo cuanto «aquellos» han hecho en honor al «Deseado de la naciones», y los tildamos sin ton ni son de «paganos», pero nuestras cada vez más practicas pecaminosas no se las achacamos, ni menos las reconocemos, al autor y consumador del pecado y de la muerte. Díganos qué del desmedidísimo consumismo navideño característico de extensos y renombrados grupos «cristianos», tan solo en América. ¿Será o no paganismo? ¿Será o no «idolatría» al desplazar de su sitial a Jesucristo, en aras del «banal placer personal»?
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