SI LUTERO FUESE MUJER HOY....

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El machismo sigue existiendo en la sociedad y en las iglesias. Dios ya lo predijo —que no lo prescribió— en Génesis 3:16. En este capítulo de la Biblia nos advirtió de lo que iba a ocurrir como consecuencia de nuestra separación de él: “Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”. Creemos que en un mundo redimido por Cristo los cristianos tenemos que luchar para erradicar este pecado que no pertenece al mundo por orden de Dios, sino como consecuencia de la caída. 

La violencia de género es la punta del iceberg de un problema de fondo que podemos contemplar desde dos puntos de vista: 

1.- Interior: la separación entre el ser humano y Dios ha traído como consecuencia la crisis interna de cada persona consigo misma y con los demás. Esta ausencia de Dios en nosotros produce ira, odio y violencia. 

2.- Exterior: el machismo es el dominio del hombre sobre la mujer. Es una manera de ver el mundo, una ideología que considera a la mujer en una condición social e intelectual inferior por el simple hecho de ser mujer. 

Admite la desigualdad por causa del sexo como norma de conducta social, y crea una situación de tensión entre géneros que es el germen de la violencia física, sexual y psicológica. Como cristianos evangélicos creemos que el problema de la violencia sólo puede solucionarse llegando a su raíz, volviéndonos a nuestro Creador y reconciliándonos con Dios. Creemos que sólo la fe en Jesús puede dar paz con Dios, paz interior y paz con los de alrededor. 


Creemos que solo Jesús puede ofrecer una sanidad completa y profunda, restauración, sentido y esperanza tanto a hombres como a mujeres. Dios nos creó iguales a hombres y mujeres; ambos hemos sido hechos a imagen y semejanza suya, pero presentamos diferencias físicas y hormonales. 


Estas diferencias no constituyen, bajo ningún concepto, un subterfugio para la desigualdad, el prejuicio o el estereotipo en la sociedad. La Biblia condena la desigualdad y la violencia contra la mujer; explica con claridad y un posicionamiento revolucionario para el contexto en que fue escrito que Dios nos hizo iguales en dignidad, libertad, derechos y capacidad intelectual. Jesús es nuestro referente también en el trato que dio a las mujeres. 


El vino a restaurar las estructuras creacionales y  dignificó a la mujer y le devolvió el lugar que Dios le había dado desde el principio, y eso se percibe con claridad en el relato de los evangelios aun dentro del entorno social machista y patriarcal en que se movió. Se enfrentó a los políticos y religiosos de su época y dio la cara por las mujeres. En Jesús no hay censura y represión por ser mujer.   

Creemos que de forma especial en la iglesia, y de manera general en la sociedad, es preciso afirmar y llevar a la práctica lo siguiente: Como evangélicos no nos identificamos con el feminismo actual. No nos sentimos representados en este movimiento, pero sí con los movimientos feministas originales, promovidos por mujeres evangélicas, como lo fue la Declaración de Séneca Falls, en 1848. Una comprensión bíblica de la feminidad implica alejarse del error de colocar a la mujer que reclama sus derechos de igualdad en la condición de pretender actuar o parecer como hombres. 

El ideal bíblico y cristiano permite a las mujeres ser plenamente mujeres, con igualdad de capacidades intelectuales y con los mismos derechos e igualdad de oportunidades, en la sociedad y en la iglesia.  Desde el punto de vista bíblico tanto la soltería como el matrimonio son opciones igual de valiosas para la vida de la mujer, y nos posicionamos en contra de tendencias, tanto en la sociedad como en la iglesia, que abogan por la imposición o del matrimonio o de la soltería. 


Hombre y mujer son complementarios como matrimonio y como familias son un sustento de la sociedad (Génesis 2:28), pero son igualmente valiosos solteros si esa es su decisión personal.  Es en la iglesia donde el hombre y la mujer pueden desarrollarse plenamente como tales, a través de Jesús, y ser plenamente hombres y plenamente mujeres, trabajando en equipo en la tarea que se les ha encomendado a los dos por igual (Mateo 28:19). 


En el modelo de la iglesia primitiva la cabeza de todo el cuerpo, de ambos, es Cristo, y no hay desigualdad por jerarquía de género. Hombres y mujeres deben ejercer sus dones en la iglesia. Como cristianos evangélicos creemos que no hay que limitar ni disimular el llamamiento de las mujeres y hay que buscar, para el bien común, que puedan desempeñarlos en plenitud. 


Bíblicamente entendemos que la elección y la capacitación por parte de Dios no tiene nada que ver con el género de cada uno, y se tienen que evitar en la iglesia situaciones que obstaculicen ese llamamiento. 


Hay que trabajar para eliminar estereotipos dentro de las congregaciones (por ejemplo, que las mujeres se encarguen de la limpieza, la cocina, o la enseñanza de niños y los hombres de la predicación y la enseñanza para adultos). Un modelo bíblico proveería que los niños tuviesen referentes masculinos como maestros, y que hubiera mujeres sirviendo en la enseñanza y predicación de la palabra en todas sus expresiones. 


La educación es fundamental para promover el cambio, el respeto y valoración de la mujer en la sociedad y en la iglesia. Desde los púlpitos hay que enseñar que el cambio debe empezar en la familia, en la educación de los hijos en la igualdad y el respeto, y la valoración mutua de niños y niñas. 


Se tiene que fomentar y propiciar que haya más mujeres en puestos de responsabilidad e influencia, y que tuviesen las mismas oportunidades de acceso por méritos propios y no por discriminación positiva. Abogamos porque haya más mujeres que se animen a tener un perfil público y de liderazgo en su entorno social y eclesial, para que puedan ser tomadas como referente, se les invite como conferenciantes en los congresos, en la presidencia de entidades y órganos de gobierno. 


El esfuerzo del cambio no tiene que realizarse solamente desde las mujeres, sino que también los hombres deben tomar su posición y abrir las puertas, y dejar espacio en los cargos de autoridad y en la toma de decisiones que ellos ya ocupan. 


Es necesario impartir cursos, conferencias, seminarios sobre la identidad y los roles del hombre y la mujer, para ayudarnos a conocer las diferencias y aprender a manejarlas. Se tiene que  considerar  un tema para hombres y mujeres, juntos, y no hacerlo solo asuntos de mujeres. 


Toda mujer tiene derecho a ser feliz. Ninguna está obligada por Dios a soportar el maltrato. Hay que dar formación en cuanto a la violencia de género, informar, formar y concienciar; desde la pastoral se tiene que proteger a las víctimas y llegar hasta las últimas consecuencias en el acompañamiento. 

Se debe favorece el sacar a la luz estos casos si los hay dentro de las iglesias y tener una presencia activa en la sociedad para defender y acoger a la mujer maltratada, forme o no parte de la congregación. 

Estamos absolutamente en contra de los que niegan la existencia de la violencia de género, o que la igualan a la violencia de mujeres contra hombres. 

Creemos que esto es una falsedad producto de una mentalidad machista, porque la violencia contra la mujer se sustenta en una sola razón: ser mujer. Nos apoyamos en los datos y en los estudios realizados en los últimos diez años, que son abrumadores. 

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