NUESTRA AUTORIDAD EN EL REINO

Nunca vemos a Jesús luchando o batallando con los poderes demoníacos. Él siempre actúa desde una posición de autoridad, manifestando el Reino del Padre. Le dijo a la multitud: “Pero si expulso a los demonios con el poder de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el reino de Dios” (Lucas 11:20). Simplemente les ordena a los demonios que salgan, usando la autoridad que tiene del Padre, a la que los demonios tienen que obedecer. “Todos se asustaron y se decían unos a otros: «¿Qué clase de palabra es ésta? ¡Con autoridad y poder les da órdenes a los espíritus malignos, y salen!»” (Lucas 4:36).
Como creyentes que estamos firmes en victoria con Cristo, también tenemos esta autoridad. Jesús nos ha comisionado para que vayamos al mundo con sus buenas nuevas, diciéndonos que los milagros, las señales y las maravillas nos acompañarán (Marcos 16:15-18). Él dice específicamente: “En mi nombre expulsarán demonios” (v. 17).
En la Iglesia debemos ser lo suficientemente valientes como para reconocer nuestra necesidad de vivir en la realidad de la cercanía del Reino de Dios, porque está entre nosotros tanto como cuando Jesús lo trajo por primera vez hace dos mil años. Creo que el propósito principal del poder de Dios dado a los creyentes es ser una revelación continua de su amor y una parte integral de la presentación del evangelio; lo cual incluye liberación. ¿Cómo puede alguien abrazar las buenas nuevas del evangelio si están atados por los poderes de las tinieblas?
Dios envió a su Hijo para liberar a los cautivos, y Jesús sigue liberando prisioneros hoy.
¡Jesús es nuestro Rey conquistador! Note que no dije “fue” nuestro Rey conquistador. Jesús está vivo y activo en el mundo hoy a través de su Iglesia para traer las palabras del Padrenuestro: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, a su plenitud.
La fascinación de moda con el diablo y el mal que resurgió en la cultura estadounidense en la década de 1970, y que se conjuntó con un anhelo de ampliar nuestra conciencia, dio pie a una plétora de prácticas ocultas de la Nueva Era que se han arraigado en nuestra cultura. Combinando eso con las verdades a medias de la industria del entretenimiento, terminamos con una cultura confundida espiritualmente. Los evangélicos intelectuales tienden a reprimir la noción del mal y, por lo tanto, la necesidad de liberación; mientras que otros segmentos de la Iglesia corren tras la liberación a tal gran magnitud que ven demonios detrás de todo los que los aqueja. Añada a la mezcla personas cuya práctica de la liberación raya en lo cuestionable y en la manipulación, y ¿no es maravilla que la Iglesia tienda a desesperarse en confusión con respecto a la liberación?
No hay necesidad de que la Iglesia permanezca ignorante o confundida con respecto a la liberación. Si examinamos el ministerio de Jesús en su contexto cultural, podemos evaluar con mayor precisión nuestras propias suposiciones culturales acerca de la sanidad. Con su limitado conocimiento de la medicina y la ciencia, los escritores de los Evangelios, especialmente Lucas, el médico, podían distinguir entre una enfermedad con una raíz demoníaca y una enfermedad con una raíz física.
Si los discípulos de Jesús pudieron combinar el conocimiento médico y la revelación espiritual y aplicarlos al ministerio de sanidad de Jesús, entonces posiblemente nosotros en la Iglesia de hoy podríamos estar dispuestos a hacer lo mismo con el fin de traer un paradigma holístico de sanidad al Cuerpo de Cristo al siglo veintiuno. Después de todo, la medicina alopática no ha probado ser la esencia final de la sanidad. ¿Cómo sería para la Iglesia de hoy la restauración de la realidad del Nuevo Testamento de la sanidad, incluyendo la liberación? ¡Sería un avivamiento!

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