BENDICIÓN POR MALDICIÓN


Hay personas que se han vuelto coleccionistas de piedras. Te muestran cada piedra y te dicen quién se las tiró y hace cuánto tiempo. Por eso, cuando Dios les manda una misión, no pueden correr; están cargados con las piedras que llevan dentro. Por eso, cuando Dios les da la provisión, ya no tienen ganas de correr. Por eso es que el camino les cuesta y no les da resultado. Por eso es que las bendiciones no caben y, por mucha palabra que recibas, no hay lugar para poner tanta palabra; porque hay demasiadas piedras.

Bota esas piedras, levanta tu cabeza al cielo, y ve la puerta que se abre. En Hechos 7:56, justo antes de ser apedreado, lo que Esteban dijo no fue: Estoy viendo las piedras; sino que dijo: Veo a Cristo sentado a la diestra del Padre.
Y, mientras Cristo esté sentado a la diestra del Padre, todo está bien.

Hubo un hombre que podríamos decir que era experto en lapidaciones. David fue un hombre marcado por las experiencias de la vida. Las cosas que vivió, pudieron haberlo marcado para mal, pero Dios tenía un propósito para él.
David recibió piedras desde que nació. Fue concebido en pecado. Su padre lo ignoraba; mientras sus hermanos iban al ejército, él andaba cuidando ovejas. Recibió piedras de sus propios hermanos, de su rey, de su enemigo.

A David, nada le fue fácil y, cuando ya era rey, vemos en 2 Samuel 16 que, en una ocasión, caminando con el pueblo y todos los hombres valientes a su derecha y a su izquierda, vino uno de la familia de la casa de Saúl, de nombre Simei, y le maldecía, a la vez que arrojaba piedras contra David. Uno de los hombres de David le dijo: Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza. Pero David no solo no lo permitió, sino que dijo que, si Simei le maldecía, era porque Jehová así le había mandado, y añadió: ¿Quién, pues, le dirá: ¿Por qué lo haces así? Dejadle que maldiga, pues Jehová se lo ha dicho.
Quizá mirará Jehová mi aflicción, y me dará Jehová bien por sus maldiciones de hoy. (2 Samuel 16:12)

¿Qué haces con las piedras? Déjalos que las tiren. David nos enseña que hay cosas que pasan porque así Dios las permite. Y, si no te defiende Dios, ¿para qué te defiendes tú? Si el Ángel de Jehová no está peleando por ti, ¿para qué metes tú la mano? Deja que sigan tirando todas las piedras que puedan, y di como dijo David, porque quién sabe si cada una de esas piedras Dios las convierte en bendiciones.

Quizás por causa de ese enemigo Dios tenga piedad de ti y te bendiga.
Si alguien podía contestar con piedras, era David. Si alguien sabía del poder de una piedra, era David. Así que, si no tomó una para regresarla, ¿por qué lo vas a hacer tú?

No se trata de que ignores las piedras, sino de que creas que cada una de esas piedras se convierte en bendiciones. Ya deja de tratar de ver que vas a hacer ante las piedras que te están tirando. Levanta tu cabeza al cielo, y dile a los que están a tu alrededor: Déjalos que tiren todas las piedras que quieran porque, quizás, cuando el Señor vea que dejé de estar molesto, enfermo, preocupado, enojado, tenga misericordia de mí, y esas piedras se convertirán en el peso de su gloria.

Hay momentos para pelear y luchar, pero hay un momento en que es mejor no hacer nada. Es el momento en que es mejor dejar que Dios comience a hacer algo.

Deja que Dios cambie tus circunstancias. Deja que él cambie lo que tú no puedes cambiar. Ya has tratado todo, ¿qué te parece si dejas ahora que sea Él quien lo haga?.

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