ABRAHAM Y LA PROSPERIDAD VERDADERA


Mucho antes de la Creación Dios ya tenía un plan perfecto ideado sin consultar con nadie. Todo lo que Él hizo, hace y hará fue, es y será conforme a ese único plan. La persona que lea bien su Biblia no encontrará en ella que Dios tenga un ‘Plan B’.



No debería extrañar, entonces, leer en sus páginas acerca del engaño diabólico; de la Caída del hombre y el mundo en el pecado; del diluvio; de Noé y su familia dando inicio a una nueva humanidad; de la Torre de Babel causando la confusión de los idiomas y la creación de naciones; de Abraham originando la tribu de los hebreos; del pedido de Dios para que Abraham ofrezca a su hijo en sacrificio y así convertirse en padre de los creyentes; de Jacob iniciando la nación de Israel; de José salvando su familia del hambre; de Moisés legislando los Mandamientos a un Israel rebelde; de los israelitas exigiendo el fin de los jueces; de Israel pidiendo un rey como las naciones paganas; de David recibiendo la promesa de un reino sin fin; de los profetas de Dios asesinados por denunciar el pecado (‘Juan el bautizador’, el último de ellos); del nacimiento, ministerio, crucifixión, resurrección y ascensión de Jesucristo; de la venida del Espíritu Santo; del nacimiento de la iglesia; de la expansión progresiva del Evangelio a todas las naciones del mundo. Esos hechos tienen sus correlatos históricos basados en el ‘Cronos’.

Pero, los cristianos sabemos que estaban de antemano definidos en Su propósito eterno, conforme al ‘Kairós’ de Su plan perfecto. Nada de lo que ya sucedió, suceda o haya de suceder está ausente del plan con el que ello cumpla, más tarde, más temprano o en el momento justo, con el propósito de Dios.

EL LIBRO QUE PROSPERA A QUIEN LO LEE
La Biblia es la crónica de los hechos de Dios por amor a Su creación, y de los hechos de los hombres que se obstinan en vivir rebelados contra ese amor y el Plan perfecto; la historia de hombres que prefirieron agradarse unos a otros y a sí mismos antes que a su Creador, y también de los que obedecieron a Dios por confiar en Él.

Dios conoce bien lo que hay en el corazón del hombre, pero este casi siempre ignora lo que hay en el de Dios.

Hay cristianos convencidos de que es propósito de Dios incluir en Su iglesia al Estado de Israel o a los israelíes. Muchos de ellos tienen esperanza en que la historia que escribe esa nación fundada el 14 de mayo de 1948 sea de bendición para la iglesia; por eso llegan a defender a ultranza todo lo relacionado con la ‘marca’ Israel, y lo que provenga de la acción de sus gobernantes torciendo las Escrituras para justificarse.

La historia de la iglesia en misión lleva casi dos mil años y por ella sabemos que los judíos persiguieron a los cristianos desde Jerusalén por Asia Menor, Grecia y Roma. Además, el persistente y violento ataque de los legalistas y judaizantes contra las iglesias locales obligó a los apóstoles a desarrollar lo que conocemos hoy como apologética del Evangelio. Enseñaron y exhortaron contra los falsos maestros y profetas infiltrados en las iglesias cuya meta es terminar con la fe cristiana, aunque con ello se deba exterminar a los cristianos.

Es obvio que Dios no aprueba todo lo que hagamos los humanos, aunque por un tiempo nos permita hacer lo que no le agrada. Dios Padre ha establecido a Jesucristo como Señor de la Historia y ha puesto todo y a todos bajo su control; porque Él es el único que sabe lo que sucederá y ha de hacer, en Su sola voluntad. Esa es la poderosa razón por la que un cristiano debiera inhibirse de tomar partido a favor de la ‘limpieza étnica’o de las ‘intifadas’ en el mundo secular.

Al mismo tiempo, los cristianos tenemos la obligación de denunciar todo intento de imponer una política o una creencia por medio de acciones forzadas o violentas, vengan de donde vengan y contra quien o quienes se ejecuten. Es obvio que estas denuncias deben plasmarse en acciones pacíficas basadas en el Derecho, pero nunca invalidando el consejo de las Escrituras como un todo.

La Palabra de Dios enseña que en las iglesias locales, el creyente está llamado a no confrontar con los que traicionan a Jesucristo; también a no quedarse de brazos cruzados viendo como avanzan con sus herejías. La recomendación escritural es clara y precisa: no se debe recibirles ni juntarse con ellos, sino darles a conocer a Quien vino a reconciliar al hombre con Dios; porque a paz nos ha llamado el Señor.

Por eso considero pertinente preguntarnos, una vez más: ¿Debe el cristiano anhelar y obtener la prosperidad prometida por Dios en el Antiguo Testamento?

Nos abocaremos ahora a estudiar la relación que hay en el AT entre la obediencia a Jehová Dios y la bendición que Él envía a sus escogidos. Comenzaremos por Abraham, que muchos presentan como el símbolo de la prosperidad, enseñando a los cristianos que deben imitarle. Lo haremos advirtiendo que son muchos los que no toman en cuenta la verdadera historia de Abraham, por desconocerla o por no convenir a sus propósitos.

Las Escrituras enseñan que el Abram de Ur de los caldeos y el Abraham padre del pueblo hebreo son una misma persona, pero transformada a lo largo de los años conforme al propósito soberano de Jehová Dios. Abram es un nombre antiguo, que en hebreo se forma con ab: "padre", y ram: "alto, excelso"; con lo que podría significar: "el padre alto o excelso". Cuando Jehová Dios le cambia el nombre por Abraham pasó a significar "padre de una multitud de gentes", "padre de todos los creyentes", aunque no tenga una etimología exacta.

LA PROSPERIDAD DEL PACTO DE DIOS CON ABRAM 
Dios esparció a los humanos por la tierra tras el fallido intento de ellos para construir una torre que llegase al cielo; la idea era de hacerse de ‘un nombre’ y tener una reputación donde fueran si tuviesen que separarse. De hablar un solo idioma ahora todos pasaron a hablar diferentes lenguas. Las naciones, descendientes de Noé, dieron la espalda al conocimiento de Dios, y fueron entregados a una mente reprobada; desarrollaron el sistema pagano, pervirtiéndose al punto de oscurecer u olvidar las verdades transmitidas por los descendientes de los antiguos patriarcas. En este contexto de perversión de las relaciones naturales que Dios había creado  (6)  nacen Abram, Nacor y Harán. Estos eran hijos de Taré, la décima generación de Sem, hijo de Noé.

Taré se estableció con su familia en Ur de los caldeos donde se asume que fueron prósperos negociantes y tenían una buena posición pues pertenecían a tribus de comerciantes y artesanos; por lo que se cree que Abram nunca habría sido pobre en su juventud. Súmese a esto que el grado de urbanismo de los caldeos era muy desarrollado para comprender mejor la situación.

Algunas características de estos semitas: eran idólatras, no creían en Jehová, se guiaban por la astrología, usaban talismanes, practicaban la magia y tenían otros dioses. Hay los que ven en el relato bíblico que Abram era henoteísta y que, al sentirse atraído por Jehová Dios, despreció a los demás dioses del politeísmo.

La Escritura afirma que a la muerte de uno de sus hijos, Taré sale de Ur de los caldeos con Abram, Sarai y su nieto Lot (huérfano de Harán) como para ir a Canaán. Pero se establecen todos en el sitio donde habrá de morir Taré.

Abram tenía ya 75 años cuando Jehová Dios le manda dejar la casa paterna en Harán e ir al lugar que Él le mostraría para bendecirlo si lo hiciera, prometiéndole “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.”    

La bendición que habría de recibir se extendería no solo a su descendencia sino a todas las familias de la tierra. Esto incluye a los gentiles, es decir a todos lo que no pertenecieran a la nación que Dios escogería más adelante como Israel.

Abram obedece a Dios y se establece en Canaán durante diez años. Recorre la tierra entregada a él por Dios y en ella comienza a invocar el nombre de Jehová. Cuando una terrible hambruna asuela la tierra Abram emigra al fértil Egipto. En el camino descubre la belleza de su esposa Sarai y urde la trama de hacerla pasar por su hermana (lo era por parte de padre) por temor a los egipcios. Como era de esperar el Faraón es atraído por la hermosura de Sarai; sin embargo, al tomarla para hacerla su esposa Dios envía un rápido castigo sobre los egipcios. Descubierto el engaño, Abram es expulsado, aunque le proveen con enormes riquezas como para que no se le ocurriese regresar.

De regreso de su aventura, Abram adora a Jehová en el altar que había construido en Neguev antes de emigrar a Egipto. Sus posesiones eran tantas que no alcanzaba la tierra para ser compartida con su sobrino Lot. Por ello, poco después, se separan en buenos términos y Lot elige vivir en las ciudades de la llanura.

Podríamos decir que, debido a su gran prosperidad, es que Abram se ve forzado a obedecer respecto de dejar su parentela. Pero, debido a la maldad de los de Sodoma, Dios le hace ver a Abram la tierra que le promete dar si abandona el lugar donde acampaba y le dice:

 “Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré.”

Abram obedece y va hacia Canaán; fija su nueva residencia en Hebrón; ya en el encinar de Mamre, levanta un nuevo altar a Jehová.Enterado de que Lot es prisionero en Sodoma organiza un pequeño ejército y marcha en rescate de su pariente. Tras su éxito, Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, lo sorprende compartiendo con él pan y vino y bendiciéndolo; Abram responde dándole el diezmo de todas sus posesiones; además, despacha al rey de Sodoma sin aceptar su mundana propuesta.
Podemos afirmar que recién aquí Abram comienza a comprender que está tratando nada menos que con  el Dios Altísimo que creó los cielos y la tierra. A pesar de irle tan bien, Abram se lamenta ante Dios debido a su falta de descendencia; entonces, Dios le confirma la promesa de que tendría un hijo que habría de heredarle:

 “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia. Y le dijo: Yo soy Jehová, que te saqué de Ur de los caldeos, para darte a heredar esta tierra.” 

Ésta es la primera mención bíblica de la fe que justifica al pecador. A su pregunta de cómo iba a saber él que iba a poseer la tierra, Dios dispone con él un pacto con sacrificio, como era la costumbre en Oriente.
Este pacto fue unilateral pues fue confirmado únicamente por Dios, actuando como una antorcha de fuego que pasaba en medio de los animales divididos, mientras Abram había quedado rendido por el cansancio.

Dios se ligó incondicional y unilateralmente a Abram por este pacto, en el que no hubo activa participación del lado humano. Jehová también prometió darle la tierra que va del Nilo al Éufrates. Sin embargo, el costo de este pacto sería muy alto: la descendencia de Abram sería esclavizada y oprimida en tierra ajena por 400 años; a pesar de que no vería el cumplimiento de ella, la fe le hizo creer a Jehová y ser justificado.

Nuevamente Abram cree cuando Jehová le promete hacerle  padre de muchedumbre de gentes  y su nombre de nacimiento es cambiado por uno nuevo: Abraham. La condición es que tanto él como su descendencia deberían guardar el pacto a perpetuidad; y el creyente Abraham obedece circuncidando a todos los varones de su comunidad, y él mismo.

El rito de la circuncisión (‘corte en redondo’) es una operación en el miembro viril ordenada por Dios como señal del pacto que hizo con Abraham y su descendencia y como sello de la justificación por fe. Significaba la consagración a Dios de un pueblo separado del mundo: ‘el pueblo escogido de Dios’. ‘Circunciso’ vino a ser sinónimo de ‘israelita’ e ‘incircunciso’ de gentil. Cuando el pacto fue dejado de lado por los de Israel, el rito devino en una mera formalidad externa; es allí que Dios dice de Israel que tiene el ‘corazón incircunciso’.

Esteban, primer judío mártir de la iglesia de Cristo, fue condenado por decir lo mismo ante el Concilio judío:

 “¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros.”  

Pablo presenta a Abraham como  ‘padre de la circuncisión’ .El apóstol de Jesucristo a los gentiles explica que Abraham es el padre de aquellos que creen; los que son verdaderamente el pueblo separado por Dios. Y avanza sobre esta base afirmando que la circuncisión es el tipo de la crucifixión de la carne con todo lo que significa para la nueva vida del creyente en Jesucristo.

Nótese bien que lo sobrenatural del pacto tiene que ver con la recompensa de Dios basada en Su fidelidad a Su promesa. Dios estableció un pacto no en Abraham (que estaba vivo), sino en Isaac - nombre elegido por Dios - ¡un año antes de nacer el hijo prometido! Abraham no pudo contener la risa y pensó en su corazón:

 “A hombre de cien años ha de nacer hijo? ¿Y Sara, ya de noventa años, ha de concebir?” 

Pero, humano al fin, Abraham sigue ligado a su parentela y sufre por el destino de Lot y su familia. Entonces, intercede por Sodoma y Gomorra por amor a su sobrino. En su gran misericordia, Dios le concede su petición antes de destruir las ciudades pecaminosas.

No obstante, ya establecido en Neguev, Abraham sigue mostrando su naturaleza y tiene con Abimelec un incidente similar al que había tenido con Faraón en Egipto a causa de hacer pasar a Sara como su hermana y no como su esposa.

Dios prueba al máximo a su siervo Abraham pidiéndole que sacrifique a Isaac. A pesar de no tener ya consigo a Ismael –a quien mucho amaba- y de lo que significaba Isaac tanto para él como para Sara, Abraham obedece a Jehová. A último momento un enviado divino impide el sacrificio proveyendo el cordero, como muestra la obra de Rembrandt que ilustra esta nota. El pedido de Jehová y la respuesta de Abraham es la sombra de la magna obra que vendría a cumplir el unigénito Hijo de Dios, el cordero sin mancha que quita el pecado del mundo.

Frente a ella, no puedo dejar de pensar en nuestro Señor Jesucristo visto por el profeta Isaías cuando dice de Él: “ Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho;”  

Supongo que, a esta altura, comprendemos que predicar que los cristianos podemos ser prosperados como Jehová Dios hizo con Abraham es una herejía. En lugar de eso debería predicarse que los nacidos de nuevo por obra del Espíritu Santo somos la prosperidad que Jehová prometió a Abraham. El ‘amigo de Dios’ nos recibiría como herencia; esa herencia tan numerosa como incontable son las estrellas del cielo, el fruto que vio Jesús en forma anticipada para fortalecer su espíritu al ir a la cruz para morir voluntariamente por nosotros.

¿Puede haber mejor prosperidad que ésta, que Él habite por fe en nuestros corazones?

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