JEANS GASTADOS


Tiempo atrás, cuando los pantalones vaqueros (o jeans) eran chic (y no me refiero a la marca), tuve una conversación telefónica muy reveladora con mi madre acerca de la moda.«Me parece decadente comprar vaqueros que ya tienen hoyos hechos», le dije en tono farisaico.«Y entonces, ¿por qué no es decadente pagar más por vaqueros desteñidos?» —preguntó ella.

¡Gulp! La diferencia, claro, era que yo estaba usando pantalones desteñidos con hoyos que les había hecho el tiempo. Tal vez no gaste $65 por unos Abercrombie con acondicionador de aire prefabricado, pero sí aflojaría unos $9.95 adicionales para acelerar el tono de azul perfectamente desgastado en mis Levi’s.

O sea … este … había hipocresía en mi vida. Mi ropa debía comunicar que no me importaba nada. Pero sí me importaba.

En realidad, la ropa no hace al hombre, ni a la mujer tampoco. Sólo Dios puede hacer eso.

Una intrigante profecía del Antiguo Testamento trata este asunto de que la ropa no hace al hombre. Vestido de ropas sucias, Josué, el sumo sacerdote de Israel, apareció delante del ángel del Señor. Satanás estaba «a su derecha para acusarlo» (Zacarías 3:1). Basado en su propio historial, Josué no tenía esperanza. El profeta Isaías lo expresó en términos fuertes y terrenales: «…como trapo de inmundicia [son] todas nuestras obras justas…» (Isaías 64:6).

Eso va para los sumos sacerdotes, los predicadores y los que se sientan en los bancos de iglesias por igual. Josué estaba perdido. Pero Dios intervino.

Josué podía esperar el día en que Dios enviaría a su Siervo, el «Renuevo», una clara referencia alMesías (Zacarías 3:8). Por medio de Jesús, Dios quitaría «la iniquidad de esta tierra en un solo día» (v.9). Para nosotros personalmente, eso sucedió el Viernes Santo.

Igual que Josué, no tenemos la capacidad de ser útiles a Dios. Nuestro guardarropa espiritual necesita una renovación que sólo Él puede hacer. Todo lo que necesitamos es pedir (Romanos 10:9-13).

El que nuestra ropa tenga o no carácter no tiene importancia. La verdadera pregunta es: ¿tenemos nosotros el carácter santo que sólo Dios puede infundir?

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