CUANDO DIOS SE TOMA SU TIEMPO


Vale la pena esperar la llegada del milagro. Estamos acostumbrados a obtener las cosas con la mayor rapidez posible. Pero, ¿qué pasa cuando Dios nos hace esperar?

La presencia manifiesta de Dios sana lo que su Espíritu revela, pero esto rara vez sucede en cinco minutos. Es común que las personas, cuando presencian reuniones gloriosas, se sientan tan tocadas por la presencia de Dios que lloren o se arrepientan ante el altar. Es parte del proceso de sanidad de Dios, mientras el Espíritu libera con toda suavidad años de culpa, dolor y opresión que se han acumulado en el interior.

Sin embargo, ¡el proceso no debe detenerse allí! Debemos continuar nuestro movimiento hacia la sanación y la restauración total, en un área donde está prohibido estacionarse. Lo peor que podemos hacer es acortar a la fuerza el proceso de sanación en presencia de Dios, en nombre de algún compromiso.

¿Qué pensaría usted de un cirujano que abriera una herida o un bulto inusual, solo para volver a coserlo y decir: “Volveré a verlo en seis meses”? No lo ha curado. Solo lo expuso a la luz, y luego apresuradamente volvió a cubrirlo. Pero para Dios no hay nada difícil de limpiar, sanar o restaurar, si le damos el suficiente tiempo y la suficiente libertad para hacerlo.

Cuando Dios sujetó a Pablo a la polvorienta mesa de operaciones, conocida como “el camino a Damasco”, trasformó el corazón del fariseo y cegó sus ojos en un proceso de apenas décimas de segundo. Pero el proceso de conversión y transformación solo había comenzado.
Dios continuó con la tarea gradual de transformación espiritual después de que Saulo llegara a la casa de Ananías. Si Saulo hubiera acortado el proceso de Dios, la historia habría sido distinta.

¿Qué tiene que ver esto con el hecho de esperar y servir a Dios?
Primero, Dios confrontó a Saulo, y luego el fariseo se humilló a sí mismo y se arrepintió. Dios arrestó a Saulo y detuvo su empeñada búsqueda de compromisos religiosos, lo cegó físicamente para que iniciara su camino sobre la senda correcta de la visión espiritual verdadera.
Saulo fue conducido de la mano –aun estaba ciego– hasta la casa de alguien a quien no conocía, y allí debió esperar durante tres días (Hechos 9:8–9). Cuando finalmente recobró la vista y fue bautizado, comenzó a predicar la verdad acerca de Jesús el Mesías.

Dios salva por la fe en Cristo, pero nos sana y transforma a lo largo de un proceso que lleva su tiempo.
He observado a Dios comenzar un proceso en personas que asisten a las reuniones de avivamiento en Brownsville, pero luego he visto que esas personas se alejan antes de que la mayor parte del proceso de sanación de Dios se haya concentrado en ellos. Abrieron sus corazones para comenzar a liberar su dolor, su ira o su vergüenza; pero luego se alejaron cargando aún con ese peso. Dios deseaba que esperasen lo suficiente como para poder irse a casa sin llevar consigo esa carga.

Es difícil desarrollar sensibilidad hacia el Señor. Hay momentos en que hay que salir adelante, y otros en que hay que esperarlo. He notado que Dios visita más a menudo a quienes lo esperan con mayor paciencia. Es en ese tiempo de espera, en ese período de calma, después de que se han ido casi todos, que vemos más milagros, liberaciones y transformaciones sobrenaturales.

Dios quiere que esperemos por Él. Los que esperan son los que obtienen, en la casa de Dios. Si esperamos por el Señor y buscamos su presencia manifiesta, Él vendrá.
Fue casi como si Jesús estuviera advirtiendo: “Oigan, no se apuren por salir de aquí. No se impacienten porque yo no llego el primer día. Estén dispuestos a esperar hasta recibir el poder”.

Este concepto de la espera es totalmente desconocido para muchas personas. Hablando en términos generales, no me gusta esperar por nada y, sin embargo, hay algunas cosas –y una persona, Dios– por las que vale la pena esperar. Suceden cosas maravillosas cuando las personas comienzan a esperar por Dios, aunque sea una vez a la semana.
Estoy convencido de que se sorprenderá si usted y su grupo de amigos hambrientos de Dios comienzan a esperar por Él. Aun si comienzan siendo solo dos o tres personas, es posible que Dios los sorprenda y se presente de maneras milagrosas. Allí es cuando “la multitud hambrienta” comienza a crecer en número.

¿Le suena tentador? Únase a los que esperan con hambre de Dios, con los pacientes desesperados por Él. Si lo busca, lo encontrará. Si lo espera, Él vendrá a reunirse con usted.

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